Durante las últimas semanas de septiembre y primeras de octubre, Bulgaria fue sacudida por una gran ola de huelgas, en particular de los trabajadores de la salud y de la educación.
En ese país del “este” europeo, durante 3 décadas oprimido por el socialimperialismo ruso y hoy el miembro más empobrecido de la Unión Europea, miles de trabajadores salieron a la lucha contra los bajísimos salarios y las miserables condiciones de vida.
A principios de octubre las escuelas permanecieron cerradas durante 10 días por un paro de maestros. También entraron en huelga guardias forestales, médicos y docentes universitarios.
A pesar de los excedentes de su balanza comercial, la mitad de la población búlgara sobrevive con el equivalente a 2 euros por día. Recientemente también salieron a la lucha los jubilados, cuya pensión promedia los 95 euros (unos 100 dólares), en un país donde el salario mínimo es de 77 euros y el salario medio apenas alcanza los 150 euros.
El primer ministro Sergei Stanishev justificó las políticas oficiales de hambre diciendo que los “sacrificios” son necesarios “por las obligaciones que nos impone la entrada en la Unión Europea, por más que algunos hayan esperado un rápido cambio a partir de nuestra adhesión”.
Y ratificó que Bulgaria seguirá aplicando el régimen de austeridad hasta ingresar al área de la moneda común, cuya fecha no está prevista. Defendió desembozadamente la “necesidad” de despedir trabajadores en los sectores de educación y salud, y sostuvo que los excedentes comerciales deben ser invertidos en obras públicas, como la construcción de un puente en la frontera con Rumania. Eso sí, al igual que los gobiernos imperialistas de la UE, han reducido hasta en un 10% los impuestos a las empresas.
Mientras los trabajadores pasan hambre, el Banco Mundial cacarea sobre el “éxito” de la economía búlgara, y ha puesto a ese país entre “los 10 mejores reformadores” de Europa. Los argentinos ya conocimos ese “éxito” bajo el menemismo.
03 de octubre de 2010