Si pudiéramos elegir, nosotros elegiríamos cosas bien sencillas. Elegiríamos que haya pan en todas las mesas, y también leche, carne, frutas, huevos y todo lo que alimenta bien a nuestros niños.
Elegiríamos que haya trabajo digno para todos, en la ciudad y el campo; salarios que alcancen para lo que necesitamos; estabilidad para no preocuparnos por quedar desocupados.
Elegiríamos preservar la tierra de los campesinos que la trabajan y repartir las de los grandes latifundistas, tradicionales o extranjeros, para los que quieran trabajarla.
Elegiríamos que los pequeños comercios prosperen porque podamos comprar todo lo que precisamos, y no abonar monopolios que deciden qué precios pagamos. Elegiríamos una tecnología a nuestro servicio, y no grandes compañías que nos estafan en condiciones y precios y se llevan las ganancias al extranjero.
Elegiríamos escuelas con maestros y alumnos contentos, descubriendo las enormes posibilidades de los hombres y el mundo. Con todos los elementos para hacerlo y en edificios que no se caigan abajo. Con hambre de saber y no de pan, y con esperanza de futuro.
Elegiríamos salas y hospitales con muchos médicos, enfermeras y remedios; campañas para prevenir en serio; educación, pastillas y dispositivos para decidir cuántos y cuándo los hijos; aborto legal, atendido por médicos, si se hace necesario.
Elegiríamos que se limpie de paco y droga nuestro país; que se vaya de los barrios, donde todos sabemos quién “distribuye”, hasta los grandes narcos, los funcionarios, los policías, políticos y jueces corruptos, que se enriquecen con nuestro dolor matando a nuestra juventud y nuestros hijos. Prisión y expropiación de sus bienes.
Elegiríamos la cárcel para quienes nos explotan, nos mienten, nos someten a la violencia de una vida indigna cada día. Y la libertad para los hijos de los pobres capaces de construir un país distinto.
Qué queremos
Elegiríamos, como se ve, cosas simples y sencillas. Ese es nuestros proyecto político, y nosotros queremos un gobierno que lo aplique. Pero ninguna de estas cosas preocupa a los grandes candidatos y sus partidos.
Por eso contratan famosos y costosos publicistas para que les diseñen la campaña: su estrategia es convencernos de que si ganan van a hacer lo que nosotros sabemos que no harán. Sus publicistas les dicen qué barrios caminar, qué cara poner, cómo hablar, cuántos chicos alzar, a cuántos jubilados y mujeres sonreír. Los soberbios como Néstor son capaces de disfrazarse como lobo vestido de cordero. Los no menos soberbios como Macri, son capaces de sentarse a la mesa de hogares que no gastan en una década lo que él consume en las vacaciones de una semana esquiando en Suiza, y sonreír para la foto como si fueran de la familia. Cristina K se apura a hacer anuncios antes del 28, cuando todos sabemos que no cumplió aún los de la campaña por la que llegó a la Presidencia.
Los proyectos políticos de gente como Néstor o Mauricio y sus socios ya se vieron en la práctica: un país para un puñado enriquecido y millones a merced del hambre y la desesperanza. ¿Por qué, entonces, muchos de los que están entre estos últimos aún los siguen votando? Porque tanta mentira por tantos años tuvo cría: la idea de que a esta realidad es imposible cambiarla.
Porque sabemos las cosas que queremos; porque sabemos que no las aplicarán y que nos mienten los candidatos “favoritos” que cuentan con sus recursos malhabidos para grandes campañas; porque estamos seguros de que es posible cambiar esta realidad pero no a través de estas elecciones, vamos a anular nuestro voto, vamos a votar en blanco, o tal vez ni siquiera vayamos al acto “eleccionario”. Nosotros elegimos otra cosa: elegimos organizarnos, con paciencia y sin pausa, para que gane nuestro proyecto: un cambio revolucionario, que lleve al gobierno las cosas tan sencillas que elegimos.