El “collar” de bases militares que el narcoterrorista Uribe, con el pretexto de “combatir al narcotráfico y al terrorismo”, acordó abrir en Colombia al uso de las fuerzas armadas yanquis es parte del inicio de la contraofensiva del imperialismo norteamericano en América Latina. También lo son el golpe oligárquico-fascista en Honduras, la reactivación de la 4ª Flota y el aún vigente Plan Colombia. Por todo eso vuelven a redoblar tambores de guerra en América del Sur.
Golpeado por varios años de retroceso relativo frente al auge de rebeliones populares, gobiernos reformistas y avances de imperialismos rivales, al menos un sector de la jefatura imperialista yanqui –con posiciones fuertes en los dos partidos (republicano y demócrata), en el Congreso, en las fuerzas armadas y en el propio gobierno de Obama– habría decidido retomar la iniciativa.
Las bases servirían no sólo para reemplazar a la de Manta desafectada por el gobierno ecuatoriano y para cercar o mantener a raya a Chávez, a Correa y a Evo, sino para recuperar y reforzar el control yanqui sobre todo el Cono Sur y especialmente sobre las aspiraciones de Brasil a un rol preeminente en la región.
Por eso la mayoría de los gobiernos sudamericanos repudiaron, criticaron o pusieron reparos a la complicidad colombiana, e impusieron el tratamiento del tema en la reunión de Unasur y del Consejo Sudamericano de Defensa iniciada el lunes 10 de agosto en Quito (coincidiendo con la nueva asunción presidencial de Rafael Correa). Y por eso también Uribe –que decidió no asistir a Unasur para imponer un hecho consumado– precipitó entre gallos y medianoche una gira por Chile, Perú, Bolivia, Brasil, Paraguay, Uruguay y la Argentina para “explicar” su complicidad con los yanquis.
Pese a lo grosero del servilismo de Uribe en favor de la estrategia estadounidense en la región, la reacción de los “visitados” fue diversa, prueba de sus distintas situaciones políticas y sociales internas y de las disímiles relaciones que cada uno de ellos mantiene con los capos de Washington y con las potencias que le disputan a ésta su “esfera de influencia” regional.
El peruano Alan García, asesino de indígenas y de presos revolucionarios y promotor de un acuerdo de “libre comercio” con EEUU, elogió el papel de Uribe “a favor de la democracia”.
La chilena Bachelet y el paraguayo Lugo simularon creer que la presencia de marines yanquis equipados con aviones espías, radares, sistemas de transporte de tropas y material pesado en la región es “una cuestión soberana” de Colombia sin ninguna relación con la soberanía y la autodeterminación de las naciones latinoamericanas.
Lula (Brasil) también alegó que la cuestión es exclusiva de la soberanía colombiana, y apenas reclamó que se limite al territorio de ese país (como si eso fuera creíble tratándose del imperialismo yanqui). Tabaré Vásquez (Uruguay) “respetó” tanto la “tradicional” oposición uruguaya a la presencia de tropas extranjeras como la decisión “soberana” de Uribe. Cristina Kirchner se opuso al acuerdo con los EEUU con la fórmula lavada de que “conviene bajar el conflicto en la región” (sin señalar, desde ya, la naturaleza de ese “conflicto” originado en décadas de opresión imperialista y oligárquica sobre el campesinado y el movimiento obrero colombiano).
Contraofensiva, primera fase
Los países directamente amenazados por el pacto yanqui-colombiano hablaron bastante más claro. “Permitir bases militares de EEUU será una agresión a la democracia”, dijo Evo Morales, que en obvia referencia a Uribe calificó de traidores a su patria a los gobernantes que permiten bases militares extranjeras en su país. El ecuatoriano Rafael Correa alertó a su ejército para repeler cualquier incursión como la que las fuerzas armadas de Uribe ya llevaron a cabo el 1° de marzo de 2008, cuando bombardearon un campamento guerrillero de las FARC violando la soberanía del Ecuador.
Y Chávez, que desde la fracasada intentona golpista de la oligarquía venezolana con abierto apoyo yanqui en 2002 viene advirtiendo sobre la posibilidad de una intervención militar de Washington, anunció que en su visita a Moscú en setiembre comprará “varios batallones de tanques rusos modernos” (y luego radares a China) para reforzar el poderío militar venezolano. A los aviones, helicópteros y fusiles ya comprados anteriormente a Rusia, Chávez le sumó ya en julio del año pasado la adquisición de varios submarinos rusos.
Más allá del palabrerío democratista de Obama, las necesidades del hegemonismo norteamericano parecen estar impulsando la revalorización estratégica de América del sur y central para volver a convertirlas en un “patio trasero” seguro en la nueva etapa de la disputa mundial con las otras potencias. Y más en el contexto de la actual crisis económica mundial y del desplazamiento del eje internacional del crecimiento económico hacia China y oriente.