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03 de octubre de 2010

Conversacion con una luchadora de la Matanza

Caudia Reinaga, 36 años, 8 hijos y 2 nietos, tiene sus raíces y casi ningún recuerdo de Tucumán, la tierra en la que nació. Allí ambos progenitores trabajaban duro y parejo en uno de de esos hornos de ladrillos que marchitan hasta el aire que se respira. Mientras la ropa, la piel y la vida de los laburantes se resecan terrosas bajo el ocre, el óxido y las fumatas hollinientas de las hornallas que nunca se apagan.
Ese paisaje yermo fue la cuna de Claudia, la mayor de 3 hermanos seguidos. Su madre tenía 14 años cuando se enyuntó con aquel hombre aficionado al trago y los malos tratos. Por lo que se sintió obligada a un derrotero común para demasiadas mujeres en las provincias.

Peregrinar acostumbrado
“El tomaba, se iba de fiesta y la dejaba sola. Mi vieja seguía en su trabajo para mantenernos… y así. Un día no aguantó más y se vino escapada a Buenos Aires y nos trajo con ella. Acá, tuvo a su lado otro hombre y nacieron otros 3 hermanos, entonces ya fuimos 6. Vivíamos, en ‘El 29’, en el barrio Independencia.
“Mi madre trabajaba en casas de familia, pero le pagaban miseria, no alcanzaba para vestirnos, para calzarnos, apenas comíamos. Cuando tuve 7 años me llevó a un colegio pupilo. Fui un año nomás porque, un día, vino desde General Rodríguez una tía de ella y me vio toda sucia, descalza, despeinada y dice ‘ay, por qué la tienen así, sin zapatillas’. Entonces, como era viuda y sin hijos quiso llevarme a su casa. ‘¡No, qué la va a llevar!, déjela acá nomás ya me voy a arreglar…’, pidió mi mamá. Pero esa tía insistió. Dijo que me iba a hacer una persona de bien y no sé cuánto más. Me acuerdo que yo tenía una pollera larga hasta los tobillos y unas alpargatas grandes que se me salían todo el tiempo. ‘¿Pero así va a viajar?’, preguntó la tía. ‘No tiene otra cosa’, le aclaró mi mamá. Entonces me llevó, medio protestando y por el camino me compró unos zapatos. Fue mi primer par”.

El mundo terminaba ahí
También era la primera vez que salía del barrio. “Bah, todavía no conozco mucho más que La Matanza. Por ejemplo, conozco Capital por los cortes, por las marchas de la CCC. Cuando me preguntan por algún lugar, digo: ‘no sé, no sé cómo llegar’. Porque no fuimos de esas familias que llega el domingo y dicen: bueno, qué hacemos, vamos a un parque o a una placita… No, nosotros no teníamos eso, ni para jugar teníamos, ni un juguete. Día del niño…, todas esas cosas no sabíamos que eran.
“Llegué a Rodríguez y a la semana aquella tía me inscribió en un colegio. Hice toda mi primaria completa. Aunque extrañaba a mi familia estaba bien. Pero para mí el mundo terminaba ahí, en casa de mi tía. Un día le propuse: quiero hacer la secundaria. ‘Mirá, me contestó, yo cobro pensión nomás. No te puedo comprar libros, no te puedo pagar lo que vos me pedís’. Entonces no sabía qué hacer porque tampoco me dejaba ir a trabajar”.

Casi intrusa
“Terminó proponiéndome que estudie peluquería. Le hice caso, 2 años. La academia quedaba a 3 o 4 cuadras, ella me llevaba y me traía. No me dejaba ir sola. Y con 15 años me sentía encerrada. Veía a otras amigas que iban a una casa, a otra, a conversar. Yo no podía eso. Tampoco cuando llegó el examen final tuve el dinero para pagar la academia. Entonces me rebelé y volví a casa de mi mamá. Hasta entonces, durante esos años, había ido de visita los fines de semana. Cuando volví me sentí sapo de otro pozo. Y yo, para ellos, casi una intrusa en la casa. Vivíamos muy mal, en una casilla de chapa en un terreno baldío. Mi padrastro trabajaba pero también tomaba…

Nos manteníamos así
A los 15 años Claudia empezó a cirujear en un descampado de La Matanza. Cuenta: “Venían los camiones, arrojaban la basura y ahí con uno de mis hermanos juntábamos plásticos, botellas, vidrios, huesos… Nos ganábamos las moneditas para el pan, para la leche. Nos manteníamos así. Cuando se terminaba el gas íbamos a buscar leña por ahí. Traíamos ramas secas para que mami cocine. Ahora está todo poblado, casi no se puede hacer eso”, lamenta y añade que anduvo cirujeando 2 o 3 años más. “Hasta que conocí un muchacho y me junté y tuve una nena que ahora tiene 18 años. Pero él me golpeaba”.

Para donde pude
La vida de Claudia empezó a parecerse demasiado a la de su madre. “Andábamos de casa en casa, viviendo de prestado. El trabajaba en una gomería y atrás, en una piecita, vivíamos. Ahí, aún durante mi embarazo, él me golpeaba. Muchas veces me pregunté por qué me había juntado. No sé, agarré para donde pude”.
Sufrió, pasó hambre, pero nunca quiso contarlo. “Me golpeó hasta que nació la nena. Después nos fuimos a vivir a casa de su mamá y seguía golpeándome. Siempre vivimos una vida mala y yo me callaba”.
Después, su compañero eligió delinquir. “Empezó en eso y todos me decían ‘mirá que anda de caño, cuidate’. Yo primero no quería ver la realidad. Nunca me guié por la gente, tenía que convencerme de cómo eran las cosas por mi misma. Un día él me abandonó cuando la nena tenía seis meses”.
Un día, planté bandera
Luchó sola, por su hija y salió adelante. Conoció a otro hombre, su actual compañero. “Un hombre bueno que trabajaba en pintura; pero no quería que yo labure, es de esa idea”.
Y cuenta que cuando quiso brindarle algunas cosas a su hija, “pavaditas, de esos gustos…” que ella misma no había tenido en su infancia, sintió que no era independiente. Estaba en esas cavilaciones cuando los sorprendió la crisis y con unos cuantos hijos más que alimentar.
“Me vi mal, él se quedó sin trabajo. Lo tomaban, trabajaba 3 o 4 meses seguidos y después quedaba otra vez parado. No entraba dinero. Sentí que se repetía la historia: mis hijos comenzaban a padecer lo mismo que yo. Planté bandera. Dije, ‘hasta acá llegué’”.

Internada en el trabajo
Contrariando el deseo de su compañero, empezó a buscar trabajo y consiguió para costura. “Ni sabía lo que era sentarse a una máquina, pero pude. Y me pagaban por semana 20 o 30 pesos por costura. Llegué a manejar las tres máquinas de un tallercito en ‘El 29’ Hacíamos joggins, chombas, shorts, esas cosas… Fue mi primer laburo. Volvía a casa los fines de semana, a dejarles la poca plata que hacía. Después iba y me quedaba internada en el trabajo. Era permanente. La poca plata que traía era para comer. Mientras él, como no tenía laburo, iba a cirujear al mercado central para conseguir frutas, verduras… ¡El pintor terminó siendo doctor cirujano!”.
Claudia describe sin dramatismo, casi con gracia aquellas cruzadas contra el hambre de los años ‘90. “Cuando mi compañero conseguía un laburo, yo dejaba. Cuando él lo perdía, otra vez yo a pedir laburo. Pero en los talleres de costura, también, el trabajo es irregular: laburás una semana y después estás otras dos parada. Por ahí estás a full un mes y luego un mes y medio sin nada.
En El Porvenir estuve en una fábrica de slips. Entraba a las 7 de la mañana y eran las 10 de la noche y todavía estaba laburando, para ganar 20 o 30, algunas veces 40 pesos. A mis hijos casi no los veía. Me sacrificaba para poder darles de comer. Así fuimos zafando”, define con una sonrisa en los labios.

Encontré un lugar
Por comentarios de una vecina llegó a la Corriente Clasista y Combativa. “Oí que luchaban por un puesto de trabajo, y me enganché. Estaba embarazada del varón que hoy tiene 12 años e igual iba para todos lados. Si había corte, al corte; si había movilización, a la movilización. Nunca me quedé en casa. No me perdí ninguna actividad, siempre presente. Comencé a cobrar los 150 pesos del plan, era la nada, pero muchas veces gracias a eso mis hijos comían”.
Una batalla interna la aguardaba en su casa. “Mi marido hasta hoy no acepta que sea piquetera y que pertenezca a la Corriente. No lo entiende. Yo le digo: ‘para vos es fácil buscar trabajo, para mí no. No tengo antigüedad acumulada, no tengo referencias. Te piden experiencia, y qué vas a tener si estás queriendo laburar y no te dan en ninguna parte. Además, si sos mujer tenés que tener un lindo cuerpo. Si no sos joven, no tenés posibilidades en casi ningún laburo. O sea, con 36 años quiero trabajar en una casa de familia y ya tengo problemas porque soy muy grande. Quieren pibas. Es más, para cuidar a una anciana, me preguntaron cuántos años tenía. Entonces es difícil conseguir trabajo. Así que yo sigo firme en la organización. Y no es cuestión de si mi marido me deja o no. Encontré un lugar, hago mi tarea y punto”.
Claudia hace 2 años que integra una de las cooperativas creadas por la CCC. Cumple tareas de zanjeo y conexiones en redes domiciliarias. “Para mí es como un trabajo fijo. Nunca lo dejé. Y en las filas de la Corriente aprendí que tenés que luchar o te quedás sin nada. Me gusta participar en las asambleas porque se habla de política. Nunca entendí la política. Votaba porque me llevaban y me decían ‘tenés que votar’. Ahora yo veo que esto va para atrás. Que hay que hacer otra cosa. Decirles ‘se acabó, viejo. No me usan más’. Este gobierno miente, dice que hay trabajo y resulta que te pasás días, semanas y meses buscando y no conseguís. Y, gracias a las leyes que tenemos, si te toman es por un mes. Después te echan, te dicen no servís y te despiden. O sea que no ha cambiado nada. Y los planes de 150 pesos son otra farsa. Hoy 10 pesos duran 5 minutos. Aquí estamos pensando en el voto en blanco, el voto nulo y la abstención. O sea el voto bronca”.