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28 de febrero de 2018

El Manifiesto del Partido Comunista

1848 – 2018: 170 años de vida

El Manifiesto del Partido Comunista apareció en Londres, en febrero de 1848, como la plataforma de la Liga de los Comunistas. Esta fue una asociación obrera, primero exclusivamente alemana y después internacional. Una organización inevitablemente secreta, dadas las condiciones existentes en el continente europeo antes de 1848. Por esa misma razón, la primera edición se hizo en Inglaterra.

En el Congreso de la Liga de los Comunistas realizado en Londres en noviembre de 1947, Carlos Marx y Federico Engels fueron encargados de preparar un programa detallado del Partido, a la vez teórico y práctico para la publicación. El manuscrito en alemán fue completado en enero de 1848 y enviado a Londres para su impresión. La traducción al francés fue publicada en París en vísperas de la insurrección de junio de 1848. La primera traducción en inglés apareció en Londres, en 1850, en el Red Republican. También se hizo inmediatamente una edición en polaco y otra en danés; luego en ruso en 1869.
“El Manifiesto tiene su propia historia –escribió Engels en 1890–. Recibido con entusiasmo en el momento de su aparición por la aún poco numerosa vanguardia del socialismo científico (como lo prueban las traducciones citadas en el primer prefacio) fue pronto relegado a segundo plano a causa de la reacción que siguió a la derrota de los obreros parisinos, en junio de 1848, y proscripto ‘de derecho’ a consecuencia de la condena de los comunistas en Colonia (Alemania), en noviembre de 1852. Y al desaparecer de la arena pública el movimiento obrero que se inició con la revolución de febrero, el Manifiesto pasó también a segundo plano.
“Cuando la clase obrera europea hubo recuperado las fuerzas suficientes para emprender un nuevo ataque contra el poderío de las clases dominantes, surgió la Asociación Internacional de los Trabajadores. Esta tenía por objeto reunir en un inmenso ejército único a toda la clase obrera combativa de Europa y América. No podía, pues, partir de los principios expuestos en el Manifiesto. Debía tener un programa que no cerrara la puerta a las tradeuniones inglesas, a los proudhonianos franceses, belgas, italianos y españoles, y a los lassalleanos alemanes. Este programa –los considerandos de los Estatutos de la Internacional– fue redactado por Marx con una maestría que fue reconocida hasta por Bakunin y los anarquistas. Para el triunfo definitivo de las tesis expuestas en el Manifiesto, Marx confiaba tan solo en el desarrollo intelectual de la clase obrera, que debía resultar inevitablemente de la acción conjunta y de la discusión. Los acontecimientos y las vicisitudes de la lucha contra el capital, las derrotas, más aún que las victorias, no podían dejar de hacer ver a los combatientes la insuficiencia de todas las panaceas en que hasta entonces habían creído y de tornarles más capaces de penetrar hasta las verdaderas condiciones de la emancipación obrera. Y Marx tenía razón”.

 

A los 25 años
Tras la derrota de la Comuna de París, Marx y Engels escribieron en el Prefacio a la edición alemana de 1872: “Aunque las condiciones hayan cambiado mucho en los últimos veinticinco años, los principios generales expuestos en este Manifiesto siguen siendo hoy, en grandes rasgos enteramente acertados. Algunos puntos deberían ser retocados. El mismo Manifiesto explica que la aplicación práctica de estos principios dependerá siempre y en todas partes de las circunstancias históricas existentes, y que, por lo tanto, no se concede importancia excepcional a las medidas revolucionarias enumeradas al final de capítulo II. Este pasaje tendría que ser redactado hoy de distinta manera, en más de un aspecto. Dados los enormes progresos de la gran industria en los últimos veinticinco años, y con éstos, el de la organización del partido de la clase obrera; dadas las experiencias, primero, de la revolución de febrero, y después, en mayor grado aún, de la Comuna de París, donde el proletariado por primera vez retuvo el poder político durante dos meses, este programa ha envejecido en algunos de sus puntos. La Comuna ha demostrado, sobre todo, que “la clase obrera no puede simplemente tomar posesión de la máquina estatal existente y ponerla en marcha para sus propios fines” (Véase La guerra civil en Francia. Manifiesto del Consejo General de la Asociación Internacional de los Trabajadores, donde esta idea está extensamente desarrollada). Además, evidentemente, la crítica de la literatura socialista es incompleta para estos momentos, pues solo llega a 1847; y, finalmente, si las observaciones que se hacen sobre la actitud de los comunistas hacia los diferentes partidos de oposición (capítulo IV) son exactas todavía en sus líneas generales, están envejecidas en cuanto al detalle, porque la situación política ha cambiado radicalmente y el desarrollo histórico ha borrado de la faz de la tierra a la mayoría de los partidos que allí se enumeran.”

 

Diez años después
En relación a este último capítulo, Marx y Engels agregarán en el Prefacio a la segunda edición rusa de 1882: “Rusia y Estados Unidos, precisamente, no fueron mencionados. Era el momento en que Rusia formaba la última reserva de toda la reacción europea y en que la emigración a Estados Unidos absorbía el exceso de fuerzas del proletariado de Europa. Estos dos países proveían a Europa de materias primas y eran al propio tiempo mercados para la venta de la producción industrial de ésta. Los dos eran, pues, de una u otra manera, pilares del orden vigente en Europa.
“¡Cuán cambiado está todo! Precisamente la inmigración europea ha hecho posible el colosal desenvolvimiento de la agricultura en América del Norte, cuya competencia conmueve los cimientos mismos de la grande y pequeña propiedad territorial de Europa. Es ella la que ha dado, además, a Estados Unidos, la posibilidad de emprender la explotación de sus enormes recursos industriales, con tal energía y en tales proporciones que en breve plazo ha de terminar con el monopolio industrial de la Europa occidental, y especialmente con el de Inglaterra. Estas dos circunstancias repercuten a su vez de una manera revolucionaria sobre la misma Norteamérica. La pequeña y mediana propiedad agraria de los granjeros, piedra angular de todo el régimen político de Norteamérica, sucumben gradualmente ante la competencia de granjas gigantescas, mientras que en las regiones industriales se forma, por vez primera, un numeroso proletariado junto a una fabulosa concentración de capitales.
¿Y en Rusia? Al producirse la revolución de 1848-1849, no sólo los monarcas de Europa, sino también los burgueses europeos, veían en la intervención rusa el único medio de salvación contra el proletariado, que empezaba a despertar. El zar fue aclamado como jefe de la reacción europea. Ahora es, en Gatchina, el prisionero de guerra de la revolución, y Rusia está a la vanguardia del movimiento revolucionario de Europa.”
En esta nueva vuelta de ascenso de la lucha de la clase obrera, el Manifiesto resurgió. El texto en alemán fue reimpreso varias veces en Suiza, Inglaterra y América. Al menos tres distintas versiones en inglés se publicaron en 1872 en los Estados Unidos, y una en francés en Nueva York. En 1882 apareció la segunda edición rusa, y en 1885, la segunda en Dinamarca y una nueva traducción en Francia. En 1886 se publica en Madrid la primera versión en castellano.