La represión desatada contra los trabajadores y el pueblo en los sucesos de enero de 1919 fue brutal y sangrienta. El gobierno de Yrigoyen, y el conjunto de las clases dominantes, vieron mejor que algunas corrientes del movimiento obrero la profundidad del proceso, con características insurreccionales como venimos reseñando en anteriores columnas. El gobierno maniobró para dividir la huelga general, contando con el profundo reformismo de la dirección del Partido Socialista, y con el “apoliticismo” de la corriente sindicalista de la FORA del 9 Congreso. El recientemente formado Partido Socialista Internacional apoyó el levantamiento de la huelga negociado el fin de semana del 11 y 12 de enero.
Uno de los voceros de las clases dominantes, Estanislao Zeballos, en un escrito del mismo 1919, afirmó: “Solamente el 11, cuando el Poder Ejecutivo conoció la desaprobación de la huelga revolucionaria por la mayoría de los comités socialistas importantes, cuando supo que el alzamiento era atribuido por dichos comités a anarquistas, en mayoría extranjeros y poco numerosos, entonces abandonó su tradicional política de tolerancia y desplegó las fuerzas armadas contra los grupos de resistencia, formados durante el paro general”.
En el párrafo citado queda clara la argumentación ideológica que sustentó la represión: era un “alzamiento” provocado por “anarquistas en mayoría extranjeros”. Con esta justificación, las patotas de “niños bien”, en conjunto con la fuerzas represivas, desataron una caza de obreros tanto en la ciudad de Buenos Aires como en el interior, allanando locales sindicales, políticos, imprentas, y hasta las casas de los trabajadores. Tanto socialistas como sindicalistas coincidieron en la “intervención de elementos extraños” al movimiento obrero.
“Se desató una inmunda oleada de antisemitismo y numerosos ‘niños bien’ recorrían los barrios humildes cazando ‘rusos’ y ‘catalanes’, denominaciones con las que se unificaba, en el primer caso, a los judíos, eslavos y comunistas y, en el segundo, a los anarquistas. La escarapela, los brazaletes celestes y blancos y la denominación de ‘argentinos’, unía a los represores. El ‘nativismo’ y el ‘patriotismo’ se habían transformado en ideología de clase que agrupaba no sólo a grupos de terratenientes criollos, sino también a hijos de inmigrantes que ocupaban puestos importantes en la clase media”, escribe Otto Vargas en El marxismo y la revolución argentina, Tomo 2.
Esto se reflejó incluso en una declaración de la Federación Universitaria Argentina que instaba a preparar a los trabajadores contra “ideas disolventes”.