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23 de noviembre de 2011

A fines de diciembre se cumplen veinte años de la desintegración de la URSS. No cayó el socialismo en 1991 sino la máscara socialista utilizada por la burguesía de nuevo tipo que en 1957 había tomado el poder desde dentro del partido y del estado. Al respecto publicamos extractos del libro de Carlos Echagüe Del socialimperialismo al imperialismo, de Jruschiov a Putin (tercer tomo de Revolución, restauración y crisis en la Unión Soviética, Editorial Agora).

A veinte años de la desintegración de la URSS

Hoy 1396 / Primera nota

Nadie previó que podía producirse el derrumbe de la Unión Soviética en la forma que sucedió ni la inminencia de semejante caída. A los maoístas nos sorprendió cómo se desplomó la URSS pero no nos tomó desprevenidos en cuanto a las cuestiones de fondo, sus contradicciones internas. Mao Tsetung, en plena ofensiva del socialimperialismo, señaló en 1974 que su fuerza real estaba por debajo de su voracidad, y en 1975 que en la ofensiva en que se encontraba entrañaba la derrota.

Nadie previó que podía producirse el derrumbe de la Unión Soviética en la forma que sucedió ni la inminencia de semejante caída. A los maoístas nos sorprendió cómo se desplomó la URSS pero no nos tomó desprevenidos en cuanto a las cuestiones de fondo, sus contradicciones internas. Mao Tsetung, en plena ofensiva del socialimperialismo, señaló en 1974 que su fuerza real estaba por debajo de su voracidad, y en 1975 que en la ofensiva en que se encontraba entrañaba la derrota.
No cayó el socialismo en 1991 sino la máscara socialista que seguía utilizando la burguesía de nuevo tipo, burocrática monopolista, que en 1957 había tomado el poder desde adentro del partido y del estado y se convirtió en clase dominante. En 1991 lo que colapsó fue la URSS y por ello Rusia perdió su condición de superpotencia. El socialimperialismo “soviético” se convirtió lisa y llanamente en imperialismo ruso. A la vez, se completó el sinceramiento del capitalismo realmente existente en lo económico, lo político, lo ideológico y en lo jurídico.

 

La crisis
La restauración capitalista generó una crisis que no podía resolverse sólo con el sinceramiento del sistema realmente existente. Requería, como toda crisis económica capitalista, una gran destrucción de fuerzas productivas. Finalmente la salida capitalista a la crisis se hizo a costa de los trabajadores y significó para Rusia una ruina de la economía mayor que la causada por la segunda guerra mundial.
El descontento de la población crecía aceleradamente. Surgían organizaciones sociales de masas independientes del aparato estatal y partidario. Se multiplicaban como hongos las uniones, los grupos y los frentes populares. Los organismos del PCUS perdían cada vez más autoridad y poder. En 1989 130.000 personas se desafiliaron del PCUS. Otro tanto lo hicieron en los primeros cuatro meses de 1990.
El auge de masas abarcaba al movimiento obrero, a las nacionalidades oprimidas y a la lucha democrática antisocialfascista. En varios casos hubo puebladas con rasgos insurreccionales. Por ejemplo, en Azerbaidzhan, el Frente Popular formó su Estado Mayor y en enero de 1990 ellos mismos declararon el estado de emergencia. El avance de las unidades del ejército se vio frenado por obstáculos, grupos de sublevados, autobuses. Fueron reprimidos a sangre y fuego, provocando 57 muertos y varios cientos de heridos.
Aparecía como un proceso de autodestrucción del PCUS y del estado lo que era una profunda crisis de hegemonía.
Los trabajadores de la fábrica automotriz del Volga, por ejemplo, decían: “¿Para quiénes trabajamos, en aras de qué nos esforzamos?” y “haya o no autogestión financiera, igual todo el fardo recae sobre nuestras espaldas”. Los mineros y sus cuerpos de delegados inscribieron en sus banderas de lucha la vuelta al poder de los sóviets (consejos obreros o cuerpos de delegados).
Ya había ocurrido con los combates proletarios en Polonia que las huelgas prolongadas y masivas mostraban a los ojos de todos, de un lado, a los productores directos, sin arte ni parte en las decisiones ni en los resultados, separados totalmente de los medios de producción, contando sólo con su fuerza de trabajo y obligados a vendérsela a los poseedores de los medios de producción; del otro lado, los representantes de una reducida minoría que controlaba y decidía qué se produce, cómo se produce y cómo se distribuye; es decir, los poseedores de los medios de producción, disponiendo por sí, ante sí y para sí del producto del trabajo social.
Esta relación en la producción de compraventa de la fuerza de trabajo, es precisamente, según el marxismo, la relación básica de producción en el capitalismo.
En otras palabras. Con la crisis emergió la contradicción principal de esa sociedad socialista de palabra y capitalista de hecho: la contradicción entre la producción social y la apropiación por una reducida minoría, la burguesía burocrática monopolista.
A la vez, con las derrotas que sufría la URSS en Afganistán, se fue desarrollando en los soviéticos un síndrome semejante al de los norteamericanos con la guerra de Viet Nam.
Al mismo tiempo, la perestroika no resolvió la crisis y terminó por ahondarla. Y finalmente fracasó.
La crisis ideológica que se venía incubando desde mucho antes emergió con fuerza desde principios de los años 80. La mayoría del pueblo ya no creía más en la doctrina oficial presentada como “marxista-leninista”. Estaba asqueada de la mentira sistemática y del cinismo de una dirigencia corrupta hasta la médula de los huesos, que cubría con el manto del “socialismo desarrollado” o “socialismo real” un régimen de explotación de los trabajadores y de represión fascista. Un régimen donde se militarizaba todo. Y en el cual una minoría se enriquecía usurpando la “propiedad de todo el pueblo” e incrementando la “economía paralela”. La ideología oficial tampoco servía más para mantener sujetas a las nacionalidades no rusas que se ponían de pie y rechazaban abiertamente la rusificación y la opresión nacional. Desde finales de los 80, también en las fuerzas armadas se fue manifestando crecientemente una crisis ideológica, producto de las humillaciones que representaban para ellos, hasta entonces orgullosos militares invencibles de una superpotencia, la derrota sufrida en Afganistán y la inevitabilidad de la retirada de Europa Oriental.
Los de arriba estaban muy divididos y no podían seguir gobernando en la forma en que lo venían haciendo. No había un sector claramente hegemónico en la clase dominante.
Se rompieron mecanismos de consenso. Y habían dejado de ser creíbles el partido, las instituciones y la doctrina oficial, la “ortodoxa” o la del “nuevo pensamiento”. La crisis ideológica venía de los tiempos de Brezhnev y se ahondó profundamente con la perestroika.