La concepción de arte por sí mismo, arte aséptico, despojado de toda vinculación con el contexto que lo envuelve, ¿es objetiva? Más aún, ¿es justa?
La concepción de arte por sí mismo, arte aséptico, despojado de toda vinculación con el contexto que lo envuelve, ¿es objetiva? Más aún, ¿es justa?
La necesidad de un arte que nos estimule, que nos mantenga despiertos y que no nos deslumbre ni nos encandile, que nos proponga cuestionamientos, que nos conmueva hasta la profundidad más honda y genuina de nuestras facultades sensitivas y espirituales, que nos remita poéticamente a nuestras raíces y a nuestras capacidades para modificar lo establecido para, así, abrirnos con sentido crítico a la influencia de otras culturas y proyectarnos hacia el porvenir, es tan imperiosa como la del alimento al despertarnos por la mañana.
El relato es procedimiento discursivo por excelencia. Si de considerar relatos se tratase, más que nunca deberemos estar alerta: un relato hermoso, pero falso, nos puede llevar a una caracterización equivocada de hechos, conceptos y circunstancias, tanto en arte como en política (no estoy refiriéndome aquí a la “falsedad” de la ficción, a la inefable “mentira” que se vuelve verdad poética en el lienzo, el papel, el film, el espacio, el tiempo), sino a la manipulación del relato artístico con fines antipopulares y anticientíficos: la “obnubilación”, el “éxtasis” como meta e ideal en la apreciación del hecho artístico, han sido herramientas que, en manos de las clases dominantes, apuntaron siempre a mantener espectadores, cuanto mucho, “sensibles”, pero social y políticamente pasivos. Este tipo de espectadores es el que necesitan las clases dominantes.
El relato kirchnerista
Por su parte, el relato, en la política kirchnerista, se viste “artísticamente”, se “maquilla” con el doble discurso de dar un poco y quitar mucho (pero convirtiendo, manipulación de datos mediante, ese dar poco en una “entrega mayúscula”); de tomar reivindicaciones históricas del campo popular y convertirlas en propias, de un modo sectario y corporativo; de “combatir la usura de los poderosos”, mientras se paga una deuda pública contraída, en su inmensa mayoría, por una de las dictaduras más sangrientas y salvajes que haya conocido la humanidad, deuda, por ello, ilegítima, odiosa, fraudulenta y usuraria; de pregonar a voz en cuello los derechos humanos mientras se asocia con fuerzas de choque, verdaderas guardias pretorianas de jerarcas sindicales o gobernadores feudales que asesinan obreros tercerizados y campesinos originarios; “nuevo relato” que levanta las banderas de la industria nacional mientras se extranjerizan como nunca los recursos naturales, las empresas estratégicas, las tierras, etc.
Desentramar el doble discurso, “deschavar” este “nuevo relato” en cultura es una tarea ardua, pues existen inteligentes iniciativas oficiales, urdidas milimétricamente que son, de suyo, positivas, y que ganan a importantes sectores de artistas e intelectuales. Un anuncio presidencial de creación de un canal de televisión de películas argentinas, con el acompañamiento de figuras artísticas reconocidas, tiene un peso importante en la opinión pública y es, reitero, un hecho positivo per se: lo que hay que discutir es, por ejemplo, cuáles son las condiciones laborales de la inmensa mayoría de los actores y técnicos, hoy, en Buenos Aires, y ni que hablar en las provincias, cuántos actores alquilan la casa en que viven con sus familias, o cuál es el número de actores que pueden acceder a la obra social, por ejemplo. Lo que suele suceder con los compañeros artistas o intelectuales “K”, muchos de ellos compañeros y hasta amigos, es que denostan estas críticas aduciendo que nada le viene bien a la oposición, cuando en realidad rehúyen la discusión principal: qué es lo que viene, agazapado, detrás de la medida positiva.
El “nuevo relato” necesita de anuncios importantes, y de hecho, positivos, para ocultar lo que viene detrás, la viga maestra de la política kirchnerista en cultura: el camaleonismo de barniz “nacional y popular” que encubre el beneficio a monopolios asociados con el poder, monopolios que no tienen nada de nacional y popular, y que están fuertemente ligados al turismo, y a las denominadas “industrias culturales”, entre otros aspectos. La situación es compleja, no abarca sólo al turismo, pues en cada orden se articula con especificidad: por ejemplo, en el Teatro Argentino de La Plata se está dando una política de “coproducciones” con teatros extranjeros (Chile, Mónaco, Rusia, Polonia, etc.). “Coproducciones” cuyos beneficios para el Teatro Argentino son dudosos, puesto que el plan de “intercambio profesional” sólo comprendió el viaje del director artístico a algunos de dichos países, ni tampoco se sabe cuáles son los montos de dinero que implican dichas “coproducciones”; además, en el hall del teatro se ha instalado una suerte de tienda de “merchandising”, con objetos de bijouterie, entre otros, que le dan al teatro un aire “comercial” y una impronta de shopping; nada de esto es casual ni ingenuo: la cercanía de la sala de concierto y de los cuadros y fotografías de escenografía con los materiales comerciales son todo un símbolo de una concepción cultural.
En otro orden, en materia de tango, se propicia fuertemente desde lo oficial el concepto “for export” (no es casual que el tango, o que la Quebrada de Humahuaca, hayan sido designados “patrimonio de la humanidad”, eufemismo por “patrimonio de los monopolios hoteleros o inmobiliarios”); tampoco es casual que muchas direcciones y secretarías de cultura municipales y provinciales estén unidas con turismo, o que en vez de secretarías se denominen institutos o agencias (como si fueran un local de timba).
Dirigencia cultural del sistema
Este sentido mercantilista que se le otorga al arte y a la cultura como política de Estado, no es otra cosa que una de las necesidades fundamentales de los monopolios imperialistas: destruir (de modos sutiles o brutales), la identidad cultural de los pueblos (obsérvese que una publicidad televisiva de una empresa de telefonía móvil, propone “humorísticamente” cambiarle el nombre a la localidad de Claromecó, por “Claromecopa” (“genialidad” de los “creativos” contratados pero, fundamentalmente, un “claro” y rotundo mensaje de desculturización). El poético significado de la palabra K’la-Rome-Có en lengua araucana es “tres arroyos con junquillos” (de allí el nombre del partido de Tres Arroyos). Va de suyo que a los ejecutivos de este monopolio jamás se les hubiera ocurrido mofarse de los genocidas Rauch o Roca, por ejemplo, para publicitar sus productos.
Mecenas parecía una palabra olvidada en nuestro léxico, sin embargo, el sistema nunca duerme, y recicla todo aquello que le conviene. La Ley de Mecenazgo rige en la ciudad de Buenos Aires y es copiada por distintos municipios del país: básicamente, las empresas privadas que “aporten al sustento de proyectos culturales”, recibirán incentivos fiscales: de incremento del presupuesto para cultura por parte del Estado, ni hablar.
Pero el sistema también necesita cuadros dirigenciales de cultura, y los forma, entrena y capacita: hoy, por ejemplo, en el Teatro Colón de Buenos Aires, su director general, Pedro Pablo García Caffi (ex director general del Teatro Argentino de La Plata), está sumariando a compañeros que reclaman por justos derechos y reivindicaciones. En el Teatro Argentino de La Plata, los trabajadores artísticos y técnicos reciben descuentos en sus haberes si realizan asamblea en lugar y horario de trabajo (sic), ordenado esto por el director general administrativo del Teatro Argentino, Leandro Iglesias (ex director general del Teatro Colón). Evidentemente, el Estado necesita a estos cuadros, y los hace rotar.
El “relato”, aquí, vuelve a mostrar su doble faz; si bien en el Colón el contraste es más burdo: una ampulosidad de “Master Plan”, cosmética y exterior, carísima y destructora del patrimonio histórico y arquitectónico, con reducción de planteles y persecución gremial, en tanto que en el Teatro Argentino, el doble discurso es desarrollado con mayor sagacidad, dado que la programación de títulos sinfónicos y operísticos es rica y heterogénea (para coro y orquesta, un poco menos para el ballet), con variedad histórico estilística y abordando la temática de derechos humanos en algunas de las obras; esto sin duda, es un hecho positivo. Aquí, el doble discurso hay que buscarlo y desnudarlo en el hecho de que las autoridades del teatro trabajan la línea de tercerización y precarización de Scioli, pues todos los logros de concursos, mensualizaciones y pase a planta se van consiguiendo por cuenta gotas y, siempre, merced a la lucha, y teniendo que soportar el envío de infantería de policía al teatro antes de un concierto (como en diciembre último), el cercenamiento de un derecho elemental de la clase trabajadora: la asamblea en lugar y horario de trabajo, o la eliminación de un cuerpo artístico muy importante del teatro: el Cuarteto de Cuerdas. En el Teatro Auditorium de Mar del Plata y en los organismos artísticos de Bahía Blanca, también dependientes de la provincia, la situación del pase a planta, espacios físicos y desprogramación es más grave.
Si se declaran funcionarios “abiertos”, “progresistas” y “modernos”, ¿por qué recurren a los métodos de la derecha de la que se sienten tan “lejanos”?
El genial Bach nos propone, siempre, una música que, al decir de Yupanqui, “hace bien al alma”. Su composición, honda y compleja, requiere de nuevas y nuevas audiciones, y siempre nos depara sorpresas y hallazgos. Qué decir del entrañable Beethoven, que conmueve con sus líneas melódicas más sencillas, tanto como con la profundidad más inextricable de su contrapunto y su sinfonismo. En ambos tenemos siempre un relato “dual”, una posibilidad de audición primera, más externa, y luego una más íntima y profunda. Cuán lejana se encuentra esta concepción de aquel relato que plantea una cosa para proponer otra.