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14 de noviembre de 2012

 

Obama vuelve a entrar en la Casa Blanca. Escasa expectativa popular. Demócratas vs. republicanos: la oferta de los monopolios. El desafío del déficit. El horizonte se estrecha ante China. ¿Menos interés por América latina?

¿Adónde irá Obama?

Hoy 1445 / Segundo período presidencial: ¿en qué Estados Unidos y en qué mundo?

 

 

Ganó Obama. En elecciones reñidas, el demócrata derrotó al republicano Mitt Romney y logró su reelección para un segundo período presidencial de cuatro años. El triunfo de Obama estuvo muy lejos de despertar las ilusiones y el fervor que la victoria del candidato afroamericano había levantado cuatro años atrás en parte de los sectores más oprimidos y golpeados por la crisis, la estafa financiera e inmobiliaria y los efectos de dos guerras imposibles de ganar.
 
En número de votos a nivel nacional quedaron muy parejos, pero en el sistema electoral estadounidense el partido que obtiene la mayoría en cada estado se lleva todos los delegados de ese estado al colegio electoral. Al haber ganado en la mayoría de los estados, Obama logró 303 votos electorales (unos 30 más que los necesarios), mientras que Romney logró 203.
 
El sistema electoral norteamericano también se mide en términos de dinero para propaganda, fundamentalmente televisiva. Las campañas de ambos candidatos insumieron unos 700 millones de dólares: una cifra sólo alcanzable con el sostén financiero de los gigantescos grupos monopolistas yanquis, que con frecuencia “ponen huevos en las dos canastas” y que luego recuperan lo “invertido” exigiendo el cumplimiento de los compromisos políticos tomados por los candidatos.
 
 
Quiénes votaron por Obama
En líneas muy generales –según interpretan algunos analistas– Obama aparentemente formó su mayoría con el voto de los jóvenes, latinos y negros, así como de las mujeres y capas medias.
 
La clasificación es genérica, pero no es totalmente caprichosa: en términos amplios, para los votantes de Romney los grandes temas electorales fueron el déficit, el prestigio exterior y la inmigración “ilegal” y simpatizan con los ideales ultraconservadores del Tea Party; los de Obama quisieran que la atención a la crisis suponga impuestos mayores a los ricos, protección de los derechos sociales y extensión de la salud pública (especialmente porque temían perder con Romney la tibia mejora en cobertura social que Obama logró hacer aprobar en 2010 pese a la oposición de los republicanos, que la torpedearon durante años aduciendo el “rojo” fiscal). 
 
Obama no pudo alegar en su campaña grandes logros, más allá de los bonos de alimentos que permiten a 50 millones de norteamericanos comer todos los días, la “reforma sanitaria” (que no fija un sistema de salud pública sino de aporte estatal a las aseguradoras y sanatorios privados), y la parcial retirada de Irak. Para muchos incluso de quienes lo votaron, son más las promesas incumplidas: no cerró Guantánamo, no hizo la reforma migratoria (hay más deportados por año que con Bush), no solucionó la deuda del estudiantado universitario (que totaliza más de un billón de dólares), y por supuesto no investigó ni castigó a los responsables de la estafa financiera que desencadenó la crisis de 2008 (algunos de los cuales fueron aportistas a su campaña electoral de entonces, y a la actual). El endeudamiento del estado yanqui sigue siendo gigantesco, y también hay más pobres que entonces.
 
 
El “agujero negro” del déficit
Después de cuatro años de presidencia, Obama “hereda” el vendaval de la crisis económica no sólo de su antecesor Bush sino de sí mismo. Apenas horas después del triunfo, demócratas y republicanos retomaron en el Congreso tratativas para llegar a un acuerdo presupuestario, que deben sellar antes del 31 de diciembre para evitar el llamado “precipicio fiscal”: la deuda yanqui suma ya dos tercios del total de su economía, y sigue en aumento.
 
Temeroso de una potencial reactivación del movimiento “Ocupar”, Obama propone subir los impuestos a los “más ricos”. Los republicanos rechazan ese aumento y exigen que se extremen los recortes al gasto público. En el fondo la cuestión es a quién se hará pagar los costos de la crisis (que en realidad ya están pagando los sectores populares con despidos, desalojos, baja salarial y precarización laboral); y precisamente ese camino de ajuste es el que provocó la recesión casi sin precedentes que asoló la economía norteamericana durante cuatro años y que sigue dificultando su recuperación.
 
Si de todos modos la lápida de la crisis no ha podido ser descargada del todo sobre los hombros populares no es por supuestas convicciones programáticas de Obama (a fin de cuentas su gobierno coincidió con el de Bush en rescatar con billones de dólares a un puñado de grandes monopolios industriales y aseguradoras, mientras decenas de miles de deudores hipotecarios y de aportantes jubilatorios perdían sus viviendas y sus ahorros), sino por la valiente lucha de los “Indignados” norteamericanos, ese “99 por ciento” que con el movimiento de “Ocupar Wall Street”, y el reguero de “ocupaciones” que siguió, puso en cuestión al ínfimo “1 por ciento” de dueños de la economía y de la política yanqui que –como muchos estadounidenses aprendieron en estos años por experiencia propia– constituyen el staff permanente tanto de Romney como de Obama.
 
Por eso, la proclama de Obama en la madrugada del triunfo (“Lo mejor está por venir”) sonó a ironía siniestra. Nuevamente la polarización electoral yanqui mostró los límites de lo que los monopolistas de allí llaman democracia. La tarea de los ocupantes de Wall Street sigue incumplida, y posiblemente vuelva a encenderse en el nuevo período presidencial que se inicia.