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12 de octubre de 2016

Reproducimos las voces de mujeres recogidas por una compañera en su recorrido por el taller de Violencia. 

“Ahora me veo grandota”

¿Asamblea o taller? ¿Votar o no votar?

Las mujeres, en su mayoría sencillas, fueron poblando el aula donde se desarrolló uno de los talleres de violencia. Fue notable la concurrencia de varias –muchas de ellas jóvenes- que participaron por primera vez; y que fueron con gran avidez a contar lo que les pasa y viven porque encuentran en el Encuentro el espacio propicio para volcarlo. Pero cuando mujeres de organizaciones como Pan y Rosas aterrizan a esos talleres con la intención de sacar el “plan de lucha”, porque “las experiencias personales no van a cambiar la realidad” o “votar para que se exprese la mayoría”, en realidad pretenden silenciar las voces de esas que colectivamente y en la práctica encuentran las herramientas y la salida para resolver sus dramas. Aquí algunas de esas voces.
“Sobre mí, mi ex marido ejerció violencia física y psicológica. Drogado casi me mata. Me tenía que ir de la casa pero no tenía a dónde ir. Tengo seis hijos, era muy sumisa. Me veía chiquitita y al otro lo veía grandote. Tuve ataques de pánico y llegué al intento de suicidio… Ahora, después de 18 años de tratamiento y estudio salí y trato de ayudar para que otras no sufran como yo. Ahora yo me veo grandota”.
Una enfermera de Córdoba habló sobre las condiciones laborales en los hospitales: “La mayor parte de las personas que ayudan a las mujeres en situación de violencia en los hospitales, ellas mismas son violentadas. Son becarias, monotributistas, contratadas, con salarios y trato de becarias, monotributistas y contratadas”. Cuando el caso de la maestra jardinera asesinada por su marido, sobre éste “el fiscal dijo que no sabía cuándo iba a ser femicida”.
Otra mujer contó su experiencia personal de la violencia laboral y judicial: “Pedí licencia en el trabajo por la situación que tenía en casa, me dieron licencia psiquiátrica. Con esto me impidieron ascender. Después me sacaron mis hijos”.
Otra mujer dijo: “El agresor es sostén y no hay otro lugar adónde ir. En las casa de la mujer podés estar hasta 48 horas y después volvés a la casa con el golpeador. Cuando vas a hacer la denuncia te investigan a vos más que al golpeador”. 
“Es cierto que la violencia atraviesa todas las clase sociales pero las mujeres pobres tenemos menos puertas de salida. El estado tiene que poner plata. El Plan Nacional para la erradicación de la violencia destina $1,26 por mujer, tendría que poner plata y avalar los espacios que arma la comunidad: tiene que incluir capacitación, oficios”.
Otra: “En mi caso me sirvió la ley pero la Justicia no la hizo cumplir: él era policía, hice 16 denuncias pero la Justicia ausente. Me fui pero no puedo llevar una vida normal: él sabe donde ubicarme. Después de la marcha del 3/6 me hicieron un reportaje y al día siguiente me llamaron del Juzgado”.
Más tarde, una compañera planteó: “Hay una cadena de hechos que termina en el femicidio. El Estado no es impersonal: son los jueces, policías, autoridades municipales. Las mujeres cuando son golpeadas tienen que volver a las casas porque no tienen a dónde ir. Si a la ley y a las casas no les ponés plata no tenés qué hacer. Cada 26 horas en Argentina muere una mujer. Con la pobreza y el desempleo la violencia aumenta y para el gobierno que paga una deuda externa millonaria la mujer vale $1,26. Tenemos que organizarnos y pelear por las cosas que nos hacen falta”. 
Después de varias idas y vueltas de discusión, un grupo empieza a plantear que en el taller sí se vota: “No basta con los dichos testimoniales y experiencias personales, hay que sacar un plan de lucha”. Varias mujeres –de esas sencillas que llegaron al inicio- agarran sus cosas y se empiezan a ir. Se arman varias discusiones a los gritos. 
Una mujer destraba con una propuesta: “Aprovechemos este 25 de noviembre día de la no violencia para confluir, para ir con todo en los lugares pero no nos metamos ahora en el tema de votar o no votar”.