Cuando la Unión Soviética cambió de color y la dirección del PC de la Argentina siguió su rumbo, a los pocos años adoptó la teoría revisionista del llamado «capitalismo dependiente», teoría que adoptaron como propia la mayoría de los Partidos Comunistas revisionistas de América Latina y del Caribe, luego de la Conferencia de Partidos Comunistas realizada en La Habana en junio de 1975. Para colocar los procesos revolucionarios latinoamericanos al servicio de los intereses expansionistas del socialimperialismo soviético, esos partidos revisaron la teoría leninista del imperialismo, consideraron la dependencia y la opresión imperialista, que es el dato esencial de los países del Tercer Mundo, como un mero rasgo de su desarrollo capitalista, negaron la existencia de resabios precapitalistas o semifeudales importantes en nuestros países y plantearon que la contradicción principal en ellos es la contradicción burguesía-proletariado. Golpean a la burguesía en bloque y consideran perimida la teoría leninista, desarrollada por Stalin y luego por Mao, que diferencia en esa burguesía a la burguesía nacional y a la intermediaria. Plantearon como objetivo revolucionario de nuestros países, en la actualidad, la lucha por el socialismo, con el objetivo de unir nuestro combate con la política expansionista del imperialismo soviético que se disfrazaba como «socialista». Así dividieron a las grandes masas populares de América Latina.
En nuestro caso, atendiendo al avanzado desarrollo capitalista del país, no consideramos que la burguesía nacional en bloque pueda integrar el frente de liberación. Entendemos que, como clase, debe ser neutralizada. Hacemos un análisis político de la burguesía nacional que tiene en cuenta sus características económicas, pero que parte siempre de la actitud política de la burguesía nacional frente al imperialismo. Se comprueba que existen, en países como el nuestro, elementos de la burguesía media que integran el sector de la burguesía intermediaria y elementos de la propia burguesía monopolista que integran el de la burguesía nacional. Al decir que la burguesía nacional debe ser neutralizada, le damos un trato diferenciado al que otorgamos a la burguesía intermediaria, a la que consideramos enemiga. El Programa de nuestro Partido dice: «En cuanto a la burguesía nacional (urbana y rural), dado su doble carácter, y considerando que es una fuerza intermedia, la política del proletariado es de unidad y lucha y apunta a su neutralización. Esto implica: ganar a un sector de ella (los sectores patrióticos y democráticos), neutralizar con concesiones a otro sector, y atacar al sector de la gran burguesía que se alíe con el enemigo. Es necesario tener una política que ayude a desarrollar y recuperar las organizaciones de la pequeña y mediana empresa para enfrentar la crisis, en la perspectiva del combate antiimperialista y antiterrateniente».
Históricamente nuestro Partido, al romper con el PC, tuvo durante años una política errada con la burguesía nacional. Adheríamos entonces a la teoría del capitalismo dependiente y considerábamos a la burguesía nacional parte del blanco de la revolución. En 1972, autocriticamos nuestros errores políticos y teóricos y ajustamos nuestra línea. En 1974 nos unimos con los sectores antiimperialistas del peronismo que resistían el golpe de Estado en que se habían coludido, en unidad y lucha, rusos, yanquis y la mayoría de los terratenientes y la burguesía intermediaria. Desde 1976 a 1983, bajo la dictadura, practicamos diversas formas de frente único con la burguesía nacional y, luego de 1983, luchando contra la orientación pro soviética y proterrateniente del gobierno alfonsinista, pugnamos por desarrollar la lucha de masas y la confluencia electoral que lo derrotase, cosa que logramos en 1989, con el Frejupo. Esto fue un frente electoral de las grandes mayorías obreras y populares hegemonizado por la burguesía nacional representada políticamente por el peronismo. En el Frejupo participaron también sectores de la burguesía intermediaria. Con su triunfo se abrió una perspectiva muy importante. El país había sido arrastrado al caos hiperinflacionario, el movimiento obrero, unido en una sola central nacional, había hecho 13 paros generales contra la política alfonsinista, y las Fuerzas Armadas estaban fracturadas como resultado del surgimiento de una corriente nacionalista en la oficialidad joven y la suboficialidad luego de la Guerra de Malvinas. Era posible avanzar. La burguesía nacional, asustada por la situación internacional resultante de los grandes cambios en Europa del este y en todo el mundo (incluido el proceso latinoamericano: intervención yanqui en Grenada y Panamá; retiro de las tropas rusas de Cuba y reducción del comercio de la URSS con ese país facilitando el bloqueo yanqui; procesos de Nicaragua y El Salvador; etc.), traicionó. La capa superior de esa burguesía nacional, representada hoy por el llamado menemismo, ha pasado a ser el blanco del proceso de lucha revolucionaria y la golpeamos como tal. Al hacerlo le damos un trato diferenciado al que les damos al imperialismo, a la burguesía intermediaria y a los grandes terratenientes, ya que como señaló Mao Tsetung para el caso chino (y vale para nosotros): «No forman el cuerpo principal de los enemigos». Además, porque dirige o influencia a una parte del proletariado industrial, del proletariado rural y del campesinado pobre, y estas grandes masas aún están confusas sobre el carácter de la burguesía menemista. Por otra parte, porque, simultáneamente, logró ilusionar y dirigir con su propuesta a sectores importantes de la burguesía nacional, principalmente de las burguesías provinciales, que tienen una contradicción objetiva con su política, pero a las que aún logra dirigir. Y porque no está descartado que mañana, como resultado de la opresión imperialista y de los límites que le imponen los grandes terratenientes a su desarrollo, pueda resquebrajarse o romperse su alianza con ellos. Por eso la combatimos con razón, con ventaja y sin sobrepasarnos.
Volviendo a la charla con los dirigentes comunistas latinoamericanos, el camarada Mao señala que: «En los países víctimas de la opresión imperialista y feudal, el partido político del proletariado debe tomar en sus manos la bandera de la lucha nacional, darse un programa de unión nacional y unirse con todas las fuerzas unibles, exceptuando, desde luego, a los lacayos del imperialismo. Debemos dejar ver a todo el pueblo cuán patriota es el Partido Comunista, cómo ama la paz y cómo quiere la unión nacional. Actuar así contribuirá a aislar al imperialismo y sus lacayos, a aislar a los grandes terratenientes y a la gran burguesía».
Para terminar, el camarada Mao Tsetung, sabiendo bien lo que estaba hablando, dijo: «Los comunistas no deben tener miedo a cometer errores. Los errores tienen doble carácter. Por un lado, perjudican al Partido y al pueblo y, por el otro, son buenos maestros, pues educan muy bien al Partido y al pueblo, lo que es beneficioso para la revolución. El fracaso es madre del éxito. Si el fracaso no tuviera ventajas, ¿cómo podría ser madre del éxito? Cuando se ha cometido demasiados errores, necesariamente las cosas pasan a su lado opuesto. Esto es marxismo: ‘Una cosa se convierte en su contrario cuando llega al extremo’; cuando los errores se han amontonado, no se hará esperar la llegada de la luz». Y la luz llegó. Poco después, el 1º de enero de 1959, triunfaba la revolución cubana. Se inició un nuevo período en el movimiento revolucionario latinoamericano, aunque esa revolución cedió ante el socialimperialismo soviético en 1968. En la década del 60, la lucha contra el revisionismo alumbró el nacimiento de nuevos partidos marxistas-leninistas en América Latina.
Hoy N° 1893 08/12/2021