En medio de invocaciones retóricas a “la humanidad” y al “futuro de nuestros hijos y nuestros nietos”, la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, denominada COP 15, que se extendió por dos semanas en la capital de Dinamarca, Copenhague, agonizó en medio de una buena trifulca en la que muchos países del tercer mundo —y en particular algunos latinoamericanos— hicieron oír sus reclamos frente a la soberbia de los poderosos.
Casi 200 jefes de Estado y representantes de gobiernos sesionaron con el telón de fondo de masivas protestas. El sábado 12, unas 100 mil personas recorrieron la ciudad denunciando las posiciones de las grandes potencias, que son las principales contaminantes del mundo.
La conferencia pretendía llegar a un acuerdo sobre tres temas básicos: reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, financiamiento de los “países pobres” para la conversión a métodos industriales no contaminantes, y garantías de verificación de los compromisos asumidos.
Pero apenas se llegó a un pacto raquítico y “no vinculante” (es decir no obligatorio). Se acordó ayuda financiera a las medidas de los países “pobres” contra el calentamiento terrestre, pero sobre la reducción de emisiones de gases de carbono apenas hubo expresiones de deseos, sin fijar objetivos concretos.
Las grandes potencias, principales responsables del “calentamiento global” (aumento de las temperaturas promedio como consecuencia de esas emisiones), boicotearon de hecho la cumbre, negándose a asumir compromisos y proponiendo “soluciones” siempre basadas en sus propios objetivos económicos y estratégicos a escala mundial.
Contrapunto Washington-Pekín
Como era de prever, EEUU y China —los dos mayores emisores de gases contaminantes del mundo— empantanaron las negociaciones para impedir que se acordaran resoluciones obligatorias sobre las mencionadas cuestiones de fondo.
El pacto final fue gestado agónicamente en una reunión secreta de último momento y a espaldas de la mayoría por un puñado de delegados de Estados Unidos, China, Brasil, India y Sudáfrica. De hecho los tres últimos sirvieron de marco a un pacto insustancial entre las representaciones de los imperialismos yanqui y chino.
La secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, anunció que EEUU proveerá 100 mil millones de dólares en 10 años (de aquí a 2020) a economías “en desarrollo” para medidas de reducción de emisiones; condicionados, eso sí, a que rindan cuentas de esas acciones. Pero no modificó la propuesta yanqui de reducir sus propias emisiones apenas un 17% respecto de 2005.
El primer ministro y número dos del gobierno chino, Wen Jiabao, aseguró que China reducirá sus gases contaminantes un 40%. Pero reiteró que en resguardo de su soberanía China no aceptará la supervisión de ningún organismo internacional (aunque exige que Irán someta su industria de energía nuclear a esa supervisión).
Por la puerta trasera
Los presidentes latinoamericanos más próximos a los intereses yanquis se desmarcaron de los gobiernos reformistas con fuertes sectores nacionalistas antiyanquis o ligados a potencias rivales de Washington.
Los presidentes de México y de Colombia, Calderón y Uribe, convocaron a “superar las diferencias” entre los países ricos y los llamados “emergentes”.
Eso contrastó con la denuncia del presidente brasileño, Lula, quien reivindicó el Protocolo de Kioto del ’97 —que impuso recortes obligatorios de emisiones de dióxido de carbono a 37 países ricos— y advirtió que la cumbre no era “un juego donde poder guardarse cartas en la manga”.
Y chocó aún más con la firme intervención de los mandatarios de Bolivia y Venezuela, Evo Morales y Hugo Chávez, especialmente después de que Obama anunció lo que el delegado de Cuba llamó “un acuerdo que no existe”.
Evo denunció los objetivos imperialistas de EEUU hacia América Latina señalando que “el ALCA no es Área de Libre Comercio de las Américas, es un Área de Libre Colonización en las Américas…”. En cuanto al cambio climático explicó que esa no es la causa sino el efecto, que es preciso “defender los derechos de la Madre Tierra frente a un modelo de desarrollo capitalista”. Para Evo, los países ricos tienen una deuda climática que pagar a los países pobres. Y acusó a Estados Unidos de gastar trillones en exportar el terrorismo a Irak y Afganistán y en establecer bases militares en América Latina.
Chávez criticó con dureza a Obama, aterrizado en Copenhague el último día de la Cumbre, después de haber sido repudiado en Oslo (Noruega) al recibir su Premio Nóbel “de la guerra” (ver nota). El venezolano dijo que Obama “salió del plenario por la puerta trasera”, de forma indigna. “Así es como el imperio yanqui abandonará el mundo, por la puerta trasera…”. “Por cierto, huele a azufre aquí, sigue oliendo a azufre en este mundo”, agregó.
Denunció que Obama había traído “un documento cocinado del imperio”, violando el proceso democrático (“un golpe de Estado a la carta de Naciones Unidas”, dijo la representante de Venezuela), advirtiendo que Venezuela, Bolivia, Cuba, Nicaragua y Ecuador entre otros, no validarían el documento. Al mismo tiempo Chávez evidenció las ilusiones que alberga sobre el supuesto carácter tercermundista o “emergente” de China: “No se puede pedir lo mismo a Estados Unidos y a China”.
En esencia, las grandes potencias volvieron a evidenciar que el imperialismo está dispuesto a pasar por encima de cualquier preocupación ambiental o climática, así como lo hace por sobre las condiciones laborales y de vida de las masas trabajadoras.
Ahora volvieron a esquivar todo compromiso y finalmente lograron patear la pelota hacia adelante y estirar las “negociaciones” hasta la próxima instancia, la COP 16, que se llevará a cabo en 2010 en México.