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26 de agosto de 2019

Amazonia doliente

El pulmón del planeta arde y se pone en agenda la cuestión ambiental, la ambición de poder y las responsabilidades de quienes hacen grandes negocios depredando la naturaleza como si no tuviese fin.

La quema ya abarca más de 10.000 km2 y los focos de fuego se cuentan por millares. Las propias características del bosque amazónico hacen excepcionales los incendios naturales. No existen dudas de que estamos ante una catástrofe provocada. Un principalísimo cómplice en su gestación: Jair Bolsonaro (el amigo brasilero de Macri).

La cuenca del río Amazonas y sus afluentes se extiende por siete países de América del Sur. El octavo territorio pertenece a la colonia francesa de Guayana. Su superficie total más que duplica la de nuestra Argentina continental.

La Amazonia es un gran ecosistema virtuoso. Con incidencias, entre otras cuestiones, en el régimen de lluvias a nivel Regional y su benéfica influencia para frenar el calentamiento global. ¡¡¡Todo lo cual ha ingresado en zona de alto riesgo!!!

 

El bosque que llora

Así el título de un libro de historia. La del árbol del caucho y sus andanzas por el mundo. Su hábitat originario: la Amazonia brasilera. La corona portuguesa, a conciencia de su valor estratégico, penaba con la muerte el llevarse de Brasil siquiera un ejemplar del árbol. Hasta que un agente inglés se hizo de las semillas, las aclimató en los Jardines Reales en Londres. Y de allí a las colonias asiáticas y africanas donde se establecieron inmensas plantaciones.

La codicia por las piedras y minerales preciosos de la Amazonia dio lugar a la explotación infrahumana de los garimpeiros. La voracidad por sumar tierras a la explotación agropecuaria provoca la actual ola incendiaria. Una y otra vez la angurria de unos pocos castiga a la Amazonia.

 

¿Culpables anónimos o con nombre y apellido?

Existe una propensión, para nada inocente, a atribuir a un causante abstracto el peso de todos los males ambientales. Los “hombres” esto, los “hombres” lo otro… Pretenden ocultar que, en eso de malversar ambiente, existen los jugadores mayoristas.

Lo singular del caso en análisis es que el mismísimo presidente de Brasil ha estampado sus huellas en la presente temporada de incendios. Al clarificar que en la contradicción ambiente-negocios no tiene la menor duda. Él está donde está para que los sectores dominantes hagan negocios. Al costo que sea.

Está mal tirar papelitos en la vereda. Pero hay otras cuestiones que son mucho peores. La lista de los depredadores seriales incluye a las cabezas de las potencias imperialistas (principales usufructuarios de guerras por ahora locales), a los CEOs de los monopolios petroleros (mil ejemplos directos e indirectos), mineros (piénsese tan solo en Barrick instalada en pleno Glaciar o degradando ríos y napas de agua), de la industria armamentista, del automotor… y tantas otras. A los oligarcas bonaerenses que se llevaron puesta la pampa de Ameghino.

 

Lo ambiental y lo social. Dos conflictos, un culpable, una misma batalla

Ambas cuestiones están interpenetradas. Y demandan acciones, simultáneamente, en ambos frentes. De ser esto así, surge naturalmente la conclusión de que no es el género humano en su conjunto el responsable de tanto estropicio. Frente al daño ambiental y al cambio climático somos mayoría los victimados inocentes y representa una selecta minoría el bando de los dañinos.

 

Las vías del peligro ambiental

Por un lado, el calentamiento global. La degradación de la Amazonia pega de lleno en su empeoramiento. Por el otro, una sobreexigencia al planeta Tierra. De tal forma que lo que se le extrae o corrompe por unidad de tiempo (digamos un año) no llega a regenerarse o remediarse en el mismo período. La tierra no alcanzaría a recuperarse.

 

La “democratización” de la cuestión ambiental

Procuran imponer las mismas exigencias a todos. Tanto al Norte del sobreconsumo como al Sur de las hambrunas. En cada país tendríamos que ajustarnos por igual los que tiran manteca al techo y los que no llegamos a fin de mes.

Es hipocresía simple y llana aplicarnos a justos y pecadores el mismo castigo. Haití contamina con 0,2 toneladas métricas por habitante al año (TM/hab/año) de emisión CO2 (dióxido de carbono). Los EEUU con 17 TM/hab/año. O sea, 85 veces más por cada uno de sus habitantes.

Algunos sostienen: si la pobre Tierra no da para más no hay más remedio que deshacerse de los que “sobran”. Malthus redivivo… Si alguien cree que estamos exagerando que examine la verdadera esencia del modelo macrista.

 

La relación con el ambiente no siempre fue igual.

Durante milenios el conflicto ambiental estuvo soterrado. La naturaleza tenía infinitamente más capacidad de perjudicar al Hombre que a la inversa. A fines del siglo XIX y comienzos del XX existían aún diversas fronteras por alcanzar. Amplios territorios del planeta eran aún inexplorados. Podía pensarse en la siguiente hipótesis de trabajo: “arraso este bosque, me encojo de hombros y paso al siguiente”. En la actualidad las cosas pintan muy diferentes. Ahora sí existen condiciones (y tecnologías) para hacer daño ambiental en grande. Un tremendo ejemplo: algunas investigaciones señalan que desde 1970 a la fecha (en “apenas” 50 años) se ha desforestado el 20% del territorio amazónico.

El omnipresente capitalismo corrompe la categoría de necesidad para instalar el consumo más allá de toda necesidad genuina como un Dios al que consagrarnos. Detengámonos en esa idea matriz de los comunistas: darle a cada cual lo que necesita. Que no es lo mismo que otorgarle todo lo que pueda querer. Probablemente, 10.000 después de triunfada la revolución (al decir de Mao) lo que el hombre necesite o quiera sea sustancialmente similar. Pero ello no es así en la sociedad actual. La verdadera libertad de querer está restringida a una ínfima minoría. La fiebre consumista es un virus inoculado a amplias capas de la población y orientado a mantener recalentada la circulación mercantil.

La inmensa mayoría de los bienes que consumimos no son otra cosa que naturaleza transformada por el trabajo. Por lo tanto, todo consumo impacta en la naturaleza.

La Naturaleza y el Hombre. Una relación contradictoria

Los vínculos del hombre con la naturaleza habilitan una hipótesis de conflicto. Con las tecnologías disponibles en cada época el hombre trabajó para poner la naturaleza a su servicio y en un grado u otro la transformó. ¿Qué sino es arar la tierra, embalsar el agua, levantar ciudades? Durante milenios todo transcurrió bajo las condiciones de una convivencia aceptable. Ninguna de las formaciones económico sociales precedentes ni sus sectores dominantes tuvieron el poder de fuego como para ponernos en el actual riesgo, tanto al Planeta como a sus habitantes. Pero con el capitalismo sí.

¿Enfrentar la crisis ambiental significa dejar de interactuar con la naturaleza? ¿Dejar de arar, de embalsar agua, de levantar ciudades? No pareciera ser una alternativa viable. Y de todos modos algo hay que hacer. La única propuesta que resuelve este dilema: ¡aislar a los recalcitrantes e impedirles a como sea continuar con su daño!

 

Es válido un ambientalismo popular

Se llevan realizadas ya numerosas Conferencias de las Naciones Unidas sobre el medio ambiente y Convenciones Marco sobre el cambio climático. Un pasito adelante, dos al costado, uno atrás. Grandes discursos y rasgados de vestiduras. Como dice el refrán “en la letra chica se esconde el Diablo”. Mientras tanto, los lobbies de los grandes depredadores, las principales potencias económicas y sus monopolios, trabajan para desvincularlos de su primerísima responsabilidad. Nos habíamos acostumbrado a la cháchara hipócrita cuando irrumpió con prepotencia Trump. Bolsonaro comparte su desenfado antiambiental.

La magnitud de la crisis en curso en la Amazonia nos convoca a involucrarnos en este aspecto particular de nuestra lucha contra los sectores dominantes.

 

Escribe Sebastián Ramírez