Noticias

04 de diciembre de 2014

Aníbal Ponce en su recorrido dialéctico, de Cristina Mateu. Editorial Agora, Buenos Aires, 2014. 

Anibal Ponce y la integración del marxismo a la comprensión de la realidad

En 1930, las clases dominantes argentinas y sus socios imperialistas derribaron al gobierno nacionalista reformista de H. Yrigoyen. Recuperando así el control total del Estado, tratando de atenuar el impacto de la crisis mundial sobre la estructura agropexportadora  dependiente de la economía argentina, y descargando sus efectos de desempleo, hambre y recesión sobre el pueblo.

En 1930, las clases dominantes argentinas y sus socios imperialistas derribaron al gobierno nacionalista reformista de H. Yrigoyen. Recuperando así el control total del Estado, tratando de atenuar el impacto de la crisis mundial sobre la estructura agropexportadora  dependiente de la economía argentina, y descargando sus efectos de desempleo, hambre y recesión sobre el pueblo.
La clase obrera y demás sectores populares permanecieron neutrales frente al golpe, en parte por la incomprensión de sus dirigencias de la “cuestión nacional” en la Argentina.
Esto cobra particular relevancia en relación a las posiciones del PC argentino, que como señala Mateu había avanzado en el transcurso de la década del ´20, fruto de su mayor inserción en la lucha política y social del país, en la definición de la formación económico social de la Argentina y del tipo de revolución, si bien su comprensión, en el conjunto del partido, era  aún desigual . “La dispar apropiación  y aprehensión de estos nudos esenciales de la realidad –señala la autora- provenían tanto de una falta inicial de formación teórica en los principales tópicos del marxismo-leninismo como de la supervivencia de ideas de viejo cuño socialista no completamente revisadas”. Esto afectaba su comprensión cabal del fenómeno de la dependencia, dentro del cual cuestionaba más la expansión norteamericana –en el país y la región- que la hegemonía detentada por el imperialismo inglés, y del carácter de la burguesía nacional. “En particular, durante todo ese período, tanto en la IC (Internacional Comunista) como en los partidos latino-americanos, se consideraba que las burguesías nacionales de los países dependientes y semicoloniales formaban en bloque parte del campo enemigo de la revolución, negando la existencia de sectores intermedios con contradicciones con la oligarquía terrateniente exportadora, así como las contradicciones entre sectores de la burguesía nacional con el imperialismo/ Esto tuvo consecuencias cuando el golpe de Estado de 1930 instauro la dictadura uriburista abriendo el camino a la restauracion conservadora: frente al mismo el PCA no diferenció e igualó los aspectos reaccionarios del gobierno de Yrigoyen con los sectores e intereses de clase que empujaban el golpe, lo que lo neutralizó y lo tornó impotente para una activa contra el mismo”1
La autora no omite señalar, en esta limitación, el condicionamiento  que sobre la línea antiimperialista de los partidos latinaoamericanos y el PC tuvo la política de “clase contra clase” orientada por el Sexto Congreso de la Internacional  Comunista (Comintern) de 1928.2
Estas limitaciones de línea en las fuerzas obreras y populares no impidieron que la década del ´30 –caracterizada como acierto como “infame” por el peso que tuvieran en ella la corrupción política y el entreguismo nacional, graficados en el “negociado de las carnes”  denunciado por L. de la Torrey el Pacto Roca-Runciman- asistiera a un formidable auge de luchas  y protagonismo de la clase obrera, que eclosiona a mediados de la década con  la gran huelga general de 1936 en Buenos Aires, la de La Forestal en el noroeste santafecino y los campesinos algodoneros del Chaco, etc., luchas en las que el PCA tuvo un rol destacado. También surge en ese período, del seno de la juventud yrigoyenista, el grupo FORJA –Jauretche, Manzi, Scalabrini Ortiz y otros) que tendrá luego influencia en sectores nacionalistas militares, el movimiento estudiantil y otros dirigentes del  movimiento obrero de importante papel durante el 17 de octubre.3
Es en este contexto histórico decisivo de la historia nacional y del movimiento obrero y popular que la autora analiza la significación de la obra de Aniba Ponce , intelectual inicialmente discípulo de Ingenieros, que en la década del ´30, en consonancia con su acercamiento al PCA, va orientándose crecientemente hacia el marxismo, llegando, en tal sentido, a un grado de asimilación mayor que el del partido, razón que puede ayudar a comprender la ambigüedad de las posiciones existentes en su seno sobre la valoración de su obra, en la época y aún  posteriormente. 
Es en ese punto, el de la asimilación del marxismo y la necesidad de su integración a la realidad nacional, y en consecuencia, a las posibilidades de una práctica social que permita transitar los caminos hacia la revolución  en la Argentina, que el trabajo de Cristina Mateu adquiere, por su grado de elaboración, una importancia relevante en relación al compromiso del intelectual , y a su rol dentro de un proceso revolucionario.
La autora centra su análisis en el año 1936, en el transcurso del cual, Anibal Ponce lleva a cabo la edición de siete números de una revista, Dialéctica, que, ya desde su nombre, indica su posición respecto al carácter inescindible que la misma guarda en relación con el materialismo, dado que éste, en sí mismo, no garantiza la superación del idealismo que supone aventajar. Y ejemplifica, en los trabajos de Ponce, el grado en el cual esa integración de la dialéctica materialista al análisis de una situación o fenómeno concreto puede ayudar a la práctica revolucionaria.
Sigue, para ello, la evolución del pensamiento de Ponce a partir de dos obras fundamentales. La primera, Educación y lucha de clases – surgida de un curso dictado en el Colegio Libre de Estudios Superiores4 en 1934- en la que  Ponce rompe con el positivismo cientificista y biologista heredado de Ingenieros, y enfocaba la educación como un proceso social signada por la lucha de clases y el papel del Estado como instrumento de las clases dominantes. Si bien , como destaca la autora, “esas nociones no aparecían integradas aún a un análisis particularizado de la formación económico-social de la historia y de la estructura de clases de la Argentina, cuestiones que… implicaron un proceso complejo de definiciones en el propio PCA”5
La segunda obra es Humanismo burgués y Humanismo proletario. De Erasmo a Romain Rolland.(1938) -también surgida de un curso en el CLES, en 1935-, donde aborda el rol de la ideología, la cultura y los intelectuales en el proceso de transformación de la sociedad. En ella, como destaca la autora, Ponce resalta “la necesidad de la herencia de la cultura humana por parte del proletariado, con énfasis en la continuidad…concebida como ´asimilación crítica´ por parte de las masas, recogiendo los elementos revolucionarios y transformadores de la cultura burguesa y criticando su desarrollo reaccionario, encubridor y decadente”. Al precisar el rol del  contexto sociohistórico como matriz de configuración de los problemas sobre los que gira la producción de los intelectuales y de los artistas, que los abordarán según su posición, punta de vista y método, Ponce no sólo saldaba cuentas con su “conciencia filosófica –positivista y humanista evolucionista – anterior” sino que abordaba una cuestión que el avance del fascismo y la lucha contra él  habían  puesto  necesariamente en primer plano, y que ya se había presentado a partir del triunfo de la Revolución Rusa y los inicios de la construcción de la primera sociedad socialista. Particularmente el de las masas como productoras de una nueva cultura, y el del educador educado por las masas, inversión radical de las concepciones “sarmientinas” sobre la educación, la cultura y las masas que, como destaca Mateu,  habían impregnado la práctica socialista y habían sido heredadas en parte por el comunismo vernáculo.
Es  habiendo arribado a este punto -donde Ponce ya ha atravesado el umbral que separa al intelectual contemplativo del comprometido con la resolución de los problemas principales de su tiempo-  que, en 1935, recorre España – como integrante de la comisión investigadora de los crímenes de la represión contra los insurrectos de Asturias- ; participa en París de la conferencia Europea de Ayuda a las Víctimas del Fascismo, y viaja luego a la Unión Soviética.
Ese avance ideológico y político de Ponce se expresa con claridad en el discurso que pronuncia en el acto de conmemoración del 17º aniversario de la Reforma Universitaria realizado por la FUA, en el que postula la necesidad de la revolución y de la hegemonía del proletariado  “para confiscar los latifundios, arrojar a los banqueros invasores y aplastar al enemigo de tantos siglos” exaltando los logros del socialismo en la URSS, y llamando a los estudiantes a enfrentar al fascismo, el cual “no sólo es la guerra, el terror y la miseria; el fascismo es también la cultura estrangulada, la universidad convertida en un cuartel, la inteligencia envilecida y muda”.6
El VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista, en agosto de 1935, contribuye a afianzar la línea de unidad antifascista en los movimientos populares a escala mundial, en el caso de los países coloniales y dependientes –como la Argentina- impulsando la constitución de frentes únicos “antiimpe-rialistas y antifascistas”.  Para entonces Ponce  ha retornado al país  -en medio de las denuncias contra la corrupción y la represión y el reinicio del auge de luchas obreras y populares ya mencionado- y va a desplegar esa línea a fondo en el movimiento intelectual  desde la presidencia de la Asociación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores (AIAPE), donde  plantea la necesidad de la dirección de la clase obrera como garantía de esa unidad y del triunfo de un camino revolucionario, en debate con los sectores liberales “demo-cráticos” -no marxistas-que no consideraban necesario incluir los aspectos antiimperialistas y populares en dicho frente. Sin embargo, la discusión principal provendrá de sectores provenientes del propio PCA. Como señala Mateu: “Los debates que seguramente recorrían al PCA ante las reformulaciones tácticas y los nuevos posiciona-mientos políticos en torno a la política de frente único en el plano nacional e internacional, debates en torno a sus contenidos, sus integrantes, a su hegemonía, estaban también presentes en la AIAPE, que articulaba a distintas y era  ella misma una organización de frente único, La dirección de Ponce recibía críticas de jóvenes estudiantes y escritores, formados por el PCA y nucleados anteriormente en Insurrexit o en la Agrupación de Jóvenes Escritores Proletarios (AJEP), devenida luego en Agrupación de Jóvenes Escritores, compuesta por Alfredo Varela, Emilio Novas y Raúl Lastra, entre otros. Otros7…discutían la falta de temas nacionales en la revista Unidad8…”9
En esas circunstancias, Ponce renuncia a la presidencia de la AIAPE y decide editar otra revista –Dialéctica-, a través de cuya denominación está definiendo su posición dentro del marxismo, tanto en el plano teórico como en el de su integración en el plano político. Resuelta casi integralmente por él mismo, Dialéctica editará siete números, entre marzo y septiembre de 1936. Como explicita en la presentación de cada número, la revista aspiraba a poner a disposición del movimiento cultural “el vasto tesoro de los cásicos del proletariado y las nuevos estudios que mediante el método del materialismo dialéctico están renovando la ciencia y la cultura”. Como señala la autora, Ponce “tal vez era consciente de la falta de formación marxista del grupo en que se insertaba y también de la necesidad  de afirmar su propia perspectiva y concepciones, integrándolas al análisis de los fenómenos de la cultura y las ciencias sociales (las “humanidades”)” Por eso -con una conciencia cabal de la situación que se vivía-  afirmaba en la presentación que presidía cada número: “en el momento en que asistimos al choque decisivo de dos culturas, es urgente esclarecer –mediante el tratamiento directo de los clásicos del proletariado- los caminos que conducirán a la liberación del hombre”.
Inicialmente centrada en el ofrecimiento de textos europeos y rusos,  a partir del número 4 se incorpora una sección de libros nacionales que abre el tratamiento de temas de la realidad nacional Ponce retomaba así – y avanzaba- sobre su preocupación ya planteada en Humanismo burgués, humanismo proletario. Como señala Mateu  “con el triunfo de la clase obrera y el predominio de la concepción materialista-dialéctica, el desarrollo de una nueva cultura implicaba no una ruptura, una inversión o eliminación/destrucción de las formas y contenidos desarrollados por la burguesía sino una reelaboración necesaria de  lo heredado culturalmente en el pasado poniéndolo al servicio del proletariado”10. Avanza también – por sobre las limitaciones de Educación y lucha de clases-en la comprensión de la relación entre la cultura y el poder, en polémica con “aquellas  visiones economicistas y pragmáticas del comunismo argentino que minimizaban el valor de la cultura para la lucha revolucionaria, reduciéndola a un “pasatiempo” o “entretenimiento” para las masas o a una simple fuente de “recursos” para el partido.”11
Destaca la autora la preocupación de Ponce “por las simplificaciones derivadas del materialismo mecánico, que conducían a un reduccionismo del marxismo, concebido como un determinismo económico” en desmedro de los fenómenos superestructurales. En sus comentarios marginales insistía frecuente en la diferenciación del materialismo dialéctico con respecto al mecanicista, señalaba las consecuencias de asimilar el fenómeno de antítesis y síntesis de la dialéctica con el de “causa y efecto” del materialismo estrecho, que conducía a una visión “causal unilateral” de desarrollo rectilíneo, ajeno al marxismo en el que “todo lo que existe lo ve “moverse, transformarse, vivir, influirse mutuamente” 12
 
Ponce y la “cuestión nacional”
Pero importa particularmente destacar su avance en la integración del materialismo dialéctico con el análisis de la lucha de clases y los procesos sociales y políticos contemporáneos, presentes en su ensayo “Examen de la España actual”, publicado en el último número de Dialéctica, en septiembre de 1936, a dos meses del inicio de la Guerra Civil. En él, Ponce ”integraba la teoría leninista de la hegemonía proletaria con la realidad española y le permitía sopesar las dificultades que amenazaban al campo popular alertando contra las perspectivas abiertas por el “golpe restaurador” y el terror blnco que impondría el fascismo en España.(…) Ponce no viviría para conocer la  derrota republicana de abril de 1939 ni su eslabonamiento con la Segunda Guerra Mundial. Pero su apuesta a la victoria contra el fascismo de la mano de la clase obrera, a partir del análisis histórico, expresaba una tendencia universal de desarrollo” 13
En noviembre de ese año Ponce es exonerado de sus cargos en la docencia estatal, como efecto directo de la ley para la represión de las actividades comunistas que se discutió en el Congreso, propiciada por el senador Matías Sanchez Sorondo. Despedido, cercenada su fuente casi exclusiva de subsistencia, y sin pronunciamientos activos en su defensa, decide exiliarse en México. Allí ejercerá la docencia en distintas universidades  y, al mismo tiempo, se integrará al conjunto de la  vida cultural y publicando y afiliándose a la Liga de escritores y Artistas Revolucionarios. Es en ese contacto práctico con los procesos sociales  que  confronta sus conocimientos y posicionamientos políticos previos. La realidad mexicana le permite así revisar sus conceptos previos sobre “la cuestión indígena y la cuestión nacional”. La comprensión de ambas estaban trabadas en la Argentina, desvalorizadas “por las concepciones pre-dominantes tanto de la izquierda como del nacionalismo que ponían a foco esa década la dependencia argentina sin profundizar en la crítica a fondo de la concepción de “nación blanca” impuesta por la ideología dominante”14
Este cambio de enfoque en el análisis de la realidad de los pueblos originarios americanos, su ser social y las razones de su opresión le permite ajustar su comprensión de la  cuestión en la Argentina: “Verdad es que la revolución de la Independencia multiplicó las proclamas y las promesas. ´Nosotros  y vosotros que hemos nacido en este suelo, seremos los gobernadores´, decía un emisario de la revolución , en 1812, a los indios pampas en la Argentina. Pero ´nosotros´y ´vosotros´, una vez conseguida la independencia de España continuaron viviendo con el abismo de por medio que la Colonia había cavado”15
Otro tanto sucederá en relación al gaucho, desprendiéndose de la matriz “sarmientina” que aún impregnaba su pensamiento en 1929. Se despega así del concepto frecuente de un gaucho como una “raza” originariamente  “varonil e independiente”, postrada a partir del  advenimiento del inmigrante “gringo”, para poner de manifiesto su verdadera condición social desde los orígenes: “mucho antes de la ´civilización de la máquina´, en tiempos de la ´civilización del caballo´, ya andan a millares los gauchos arrojados de su propia tierra por la codicia de algunos compatriotas influyen-tes”(fueron, PyT) “las clases dirigentes durante el virreinato y la república las que más contribuyeron entre nosotros a la miseria y barbarie rural argentino” Esta nueva comprensión de la historia se extiende al plano cultural en la revaloración del teatro popular de Pepe Podestá, y su representación de “Juan Moreira”, símbolo del “gaucho perseguido”16. 
Ponce muere en Mexico en 1938, en un accidente de tránsito.
El marxismo no es un dogma, sino una guía para la acción. Ponce alcanzó esta comprensión, y al hacerlo, pudo visibilizar la necesidad de su fusión con la clase más avanzada, el proletariado, y de su integración con la práctica de  la revolución. De allí su vinculación con un partido de vanguardia, que intentó a través de su relación con el PCA- a través de cuyas vicisitudes puso de manifiesto otra gran condición que debe caracterizar a todo intelectual revolucionario: la no obsecuencia, la fidelidad a los principios. Todo esto se despliega en este libro, de lectura necesaria.