De pronto Myanmar (antes Birmania) volvió a saltar a la primera plana de los diarios. Decenas de muertos, prácticamente fusilados por la policía y el ejército, habría provocado la represión de multitudinarias manifestaciones que durante varios días seguidos, encabezadas por miles de monjes budistas, conmocionaron las principales ciudades del país, en particular su ex capital Rangún.
Miles de personas ganaron una y otra vez las calles contra la carestía y en reclamo de libertades democráticas. La dictadura respondió con balazos, estado de sitio, censura de prensa y de Internet, cercamiento de las pagodas y monasterios budistas y rastrillajes callejeros.
Bush y Gordon Brown (el primer ministro inglés), los genocidas y torturadores del pueblo iraquí, clamaron por las “violaciones de los derechos humanos” por el régimen birmano, y promovieron sanciones por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Pero la posición de China (el régimen que perpetró la matanza de Tienanmen en 1989) de no “inmiscuirse en asuntos internos” hizo que la condena de la ONU al régimen birmano quedara reducida a un tibio pedido de “contención”.
Dictadura e intereses imperialistas cruzados
Myanmar es un país del sudeste asiático, relativamente pequeño pero poblado por 54 millones de habitantes (un 40% más que la Argentina). Su situación es estratégica, ya que limita al oeste con la India y el golfo de Bengala, al este con Laos y Tailandia, y tiene al nordeste una extensa frontera selvática con China.
Colonia británica ocupada por los japoneses durante la 2ª Guerra Mundial, los ingleses debieron conceder la independencia a Birmania en 1948, debido a la lucha anticolonialista revolucionaria; los comunistas, que fueron su vanguardia, fueron brutalmente aplastados.
En 1962 un golpe militar impuso en el poder al general Ne Win. Una nueva Constitución (enero de 1974) definió al país como “república socialista”, centrada en un poderoso partido pro-dictatorial.
Desde entonces la dictadura birmana fue encabezada por sucesivas juntas militares, en cuyo sostenimiento desde fines de los ’70 se entrecruzan y pugnan grupos económicos e intereses políticos afines a China y secundariamente a inversores europeos, de Estados Unidos y de la India. China es su principal socio comercial, y también militar: Myanmar le ha concedido una base militar en la isla Coco.
Azafrán y cerco
Hace ya tiempo que los imperialistas yanquis (y sus aliados ingleses) intrigan, infiltran agentes y ganan “amigos” en el movimiento popular, en el ejército y en la numerosa comunidad de monjes budistas, que tiene gran influencia en la población. Hacer pie en Myanmar –en el propio vientre de China– sería para los capos de Washington un avance sustancial en el cerco estratégico que vienen erigiendo alrededor de la potencia asiática.
En 1988 los imperialistas yanquis y europeos fogonearon un levantamiento popular. Un nuevo golpe de Estado instauró a otra facción militar que reprimió al movimiento popular provocando cerca de 3 mil muertos. Cuando en 1990 la junta militar buscó legitimarse mediante elecciones, perdió de manera aplastante ante la Liga Nacional para la Democracia: la dictadura desconoció el resultado y redobló la represión, arrestando a líderes de la oposición burguesa como la dirigente Aung San Suu Kyi, luego premiada con el Nóbel de la Paz, y que desde hace 12 años permanece bajo arresto domiciliario.
Ahora los monjes, con sus túnicas azafrán, son la avanzada de una nueva pechada opositora, en cuya confrontación con la brutal dictadura birmana se percibe un capítulo de la creciente rivalidad entre Washington y Beijing.