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11 de enero de 2011

Partido Comunista Revolucionario - Mayo de 1979. Editado como folleto.

Beagle – Argentina y Chile, unidad contra las superpotencias o guerra fratricida

Documentos del PCR / Tomo 4

La imposición de la mediación papal en el conflicto argentino-chileno en torno al canal de Beagle constituye un importante triun­fo de las fuerzas patrióticas y partidarias de la paz de Chile y Argentina. La “intermediación pacífica” del cardenal Samoré, ex­presando la voluntad de ambos pueblos y los intereses de ambas naciones, se dio en el momento preciso en que iban a comenzar las hostilidades y obligó, momentáneamente, a postergar los planes be­licistas de la dictadura.

La imposición de la mediación papal en el conflicto argentino-chileno en torno al canal de Beagle constituye un importante triun­fo de las fuerzas patrióticas y partidarias de la paz de Chile y Argentina. La “intermediación pacífica” del cardenal Samoré, ex­presando la voluntad de ambos pueblos y los intereses de ambas naciones, se dio en el momento preciso en que iban a comenzar las hostilidades y obligó, momentáneamente, a postergar los planes be­licistas de la dictadura.
Este hecho ha significado una derrota importante para Videla y para el socialimperialismo soviético que se mueve detrás de él, pero es sólo una derrota parcial porque no está garantizada aún la paz entre los dos pueblos hermanos. Como aclaró el propio canciller de la dictadura Brigadier Pastor, al volver de Montevideo: “La paz está asegurada en el tiempo que dure esta instancia” (o sea, la mediación). Es decir que se logró imponer una tregua durante la cual ambas partes se comprometen a mantener las co­sas como están mientras continúan las negociaciones bilaterales con ayuda del Papa, se congela la situación durante un período tá­cito que no iría más allá de noviembre de 1979. De modo que a pesar de la importancia de haber logrado postergar la guerra, con­tinúa montado el detonante que en cualquier momento puede de­sencadenar un enfrentamiento armado entre ambos países.

¿Que hay detrás de la cuestión del Beagle?

Los sectores patrióticos y democráticos de Chile y Argentina, en su inmensa mayoría, se han pronunciado señalando que por complejos que sean los problemas limítrofes que están planteados en torno al canal de Beagle, éstos pueden ser solucionados a tra­vés de un acuerdo pacífico que contemple los derechos soberanos de ambos países y los intereses comunes que tienen nuestras na­ciones como hermanas latinoamericanas e integrantes del Tercer Mundo. Esto sería así, sin duda, si lo que estuviera en juego fue­ran realmente los intereses de ambas naciones y si en lugar de las dictaduras proterratenientes y proimperialistas de Videla y Pinochet estuvieran verdaderos representantes de los intereses de am­bos pueblos. Pero lo cierto es que, como ha venido denunciando insistentemente nuestro Partido, el litigio chileno-argentino en tor­no al paso entre los dos océanos, el control del Atlántico Sur y la Antártida esconde en realidad el litigio entre EE.UU. y la URSS por esos objetivos. Detrás de Videla se mueve el socialimperialis­mo soviético y detrás de Pinochet, de una u otra forma, el impe­rialismo yanqui.
El control de esta zona resulta vital para cualquiera de las dos superpotencias tanto por su importancia estratégica como por su enorme riqueza pesquera y petrolífera, máxime en momentos en que crece el peligro de una Tercera Guerra Mundial provocada por la disputa entre las dos superpotencias y en especial el expansio­nismo de la URSS. El Estrecho de Magallanes, el canal de Beagle y el mar de Drake constituyen el paso decisivo entre el Atlántico y el Pacífico ya que el otro existente -el canal de Panamá- no puede ser empleado por las grandes naves petroleras y de guerra y es extremadamente vulnerable; en caso de guerra podría ser inutilizado por impactos de cohetes instalados en Cuba, o directa­mente desde submarinos o cohetes intercontinentales. Los yanquis necesitan controlar ese paso; y para los rusos es también vital po­der hacerlo porque la ruta del norte permanece helada la mayor parte del año manteniendo aislada su flota del Atlántico y del Pa­cífico.
Por otro lado, la riqueza ictícola de la zona, en especial el krill, de alto valor proteico, y la riqueza petrolífera de la misma, la convierte en una zona altamente codiciada por los imperialistas (Donald Griffiths, profesor de geología de la Universidad de Birmingham, al frente de un equipo de trabajo entre los años 1971-74, llegó a la conclusión que: “la cuenca malvinense parece con­tener una riqueza petrolífera y gasífera varias veces superior al Mar del Norte”). Esta zona se encuentra sometida ya a la depre­dación y rapiña imperialista y en especial de las superpotencias. Cientos de pesqueros rusos y de otras potencias imperialistas sa­quean impunemente nuestra riqueza marina en esa región. La Standard Oil ya explota el petróleo de la zona chilena de Tierra del Fuego; han trascendido propuestas inglesas para la explota­ción conjunta del petróleo de la plataforma marítima argentina (“conjunta” con testaferros del socialimperialismo ruso como Bri­das, Astra o Tauro), a cambio de la “devolución” de nuestras Islas Malvinas. (Tal vez esto explique el fervor “nacionalista” de vie­jos agentes del imperialismo inglés como los que siempre rodearon al almirante Rojas, que trabajan en todo esto codo a codo con el sector prorruso de la dictadura argentina).

Unidos o dominados

Contra la rapiña imperialista y en especial de las superpoten­cias, que amenazan verdaderamente nuestra soberanía nacional, de­ben cerrar filas nuestros pueblos ya que como decía el General Perón: el año dos mil nos encontrará unidos o dominados. La política de la dictadura videlista por el contrario, atiza el deto­nante de la guerra con el hermano pueblo de Chile y practica una política aventurera y guerrerista con los demás países vecinos, creando serios peligros de desgarramientos del territorio nacional, mientras apaña a más de cuatrocientos pesqueros rusos que de­predan nuestra riqueza marina; habla de soberanía territorial y se muestra sumisa frente a la ocupación imperialista de nuestras Islas Malvinas, Georgias, Sandwich del Sur y nada dice de las ba­ses, que han levantado en la Antártida los soviéticos (bases que pueden ser utilizadas, en caso de guerra mundial o regional, por bombarderos pesados capaces de transportar armas atómicas); ha­bla de soberanía nacional mientras entrega sectores claves de la economía nacional a los monopolios imperialistas en general y a testaferros y socios del socialimperialismo ruso en particular. Es que toda la política del videlismo sólo puede ser comprendida en relación a los objetivos de expansión y dominio de su amo: el so­cialimperialismo ruso que se mueve, entre bambalinas, detrás del grupo de Videla-Viola.
Por eso la URSS, que es actualmente la superpotencia más agresiva y el principal factor de guerra en el mundo como lo de­muestra la situación en Angola, Zaire, el Cuerno de África, Af­ganistán, Yemen del Sur y la infame invasión vietnamita a Camboya, no ha vacilado en dar su apoyo a la dictadura argentina en el conflicto con Chile: así lo ha publicado el diario del Ejército ruso Estrella Roja y el diario cubano Gramma.
La URSS tratará de utilizar los servicios de sus lacayos en la dictadura argentina para mantener montado el detonante de un conflicto bélico argentino-chileno, al igual que mantiene otros de­tonantes parecidos que ha montado en el mundo, al servicio de su estrategia de expansión y dominio regional y mundial. Todos los esfuerzos del sector prorruso hegemónico en la dictadura estarán orientados en este sentido, a pesar de que maniobre aparentando que desea la paz.
Sin embargo, así como fue posible infringir una derrota parcial al videlismo imponiendo la mediación papal, es posible desmontar el detonante de la guerra que ellos armaron, siempre y cuando nuestros pueblos utilicen para ello todos los factores positivos sus­ceptibles de ser utilizados.

Factores que confluyeron para imponer la mediación

Diversos factores se conjugaron para obligar a la dictadura a postergar sus planes belicistas. El más importante fue la ac­titud del movimiento obrero y popular de ambos países. En nues­tro país el repudio a la guerra fue creciendo desde el proletariado y las grandes masas explotadas hasta transformarse, favorecido por la toma de posición a favor de la paz de destacados intelectuales chilenos y argentinos y principalmente por la firme posición pa­cifista de la Iglesia católica, en un gran movimiento de masas con­tra la guerra. Hubo declaraciones contra la guerra en el movi­miento obrero, como la firmada por la Central Obrera Boliviana (COB) y la Comisión de los 25; la coordinadora de ferroviarios, etc. Se realizaron misas por la paz en la mayoría de los pueblos y ciudades del interior y en barrios de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires y la peregrinación a Lujan se transformó en una multitudinaria manifestación contra la guerra donde participaron decenas de miles de jóvenes portando banderas argentinas y chi­lenas. Importantes sectores obreros, de la juventud y mujeres con el apoyo de grandes masas campesinas, protagonizaron así el más grande movimiento de masas populares desde el 24 de marzo de 1976. En esto contribuyó en forma apreciable la campaña de de­nuncia y la lucha por la paz de nuestro Partido.
Otro factor que jugó un papel importante para impedir mo­mentáneamente la guerra, fue la posición de diversos países latino­americanos y otros del Tercer Mundo. También presionaron por la paz los países del Mercado Común Europeo que sacaron una decla­ración conjunta en el momento de mayor tensión bélica. Final­mente, se pudo utilizar a favor de nuestros pueblos la contradicción entre las dos superpotencias: estando los EE.UU. interesados en impedir una guerra local en el Cono Sur que lo distraería de otras zonas de disputa con la URSS, -especialmente de Europa- pre­sionó por todos los medios sobre Chile y Argentina para evitar un conflicto armado.

Política guerrerista del videlismo

La dictadura videlista sufrió un duro revés al evitarse mo­mentáneamente la guerra con Chile. Ante este fracaso y mientras gana tiempo pretende aparecer como defensora de la paz y de la soberanía nacional balanceando como un triunfo de su política lo que fue un triunfo de nuestro pueblo.
La posición del videlismo en el conflicto con Chile sólo se en­tiende comprendiendo que es parte de su subordinación a la es­trategia global del socialimperialismo. Así se entiende que Lanusse -el “padrino” de Videla- haya practicado, cuando era pre­sidente y Comandante en Jefe del Ejército, una política de acer­camiento a Chile estando con Salvador Allende el Partido “Comu­nista” de Chile y otras fuerzas prosoviéticas en el gobierno de ese país. (Fue entonces que se acordó someter la cuestión del Beagle al arbitraje de Inglaterra). Por eso se entiende también que, al caer Allende, el lanusso-videlismo cambiara su posición hacia Chile, endureciéndola, y que la actual dictadura, hegemonizada por el vi­delismo prorruso, llevara las relaciones con Chile al borde de la ruptura.
En efecto, producido el laudo arbitral, la dictadura condujo las negociaciones con Chile de modo de llevarlas al fracaso creando una situación de conflicto abierto que podía ser el detonante de una guerra cuando así conviniera a los planes regionales y mun­diales del socialimperialismo. Así:
–    Rechazó el laudo arbitral apoyándose en una interpretación incorrecta del Tratado de 1881 y del Protocolo de 1893, enturbiando las posibilidades de llegar a un acuerdo en ne­gociaciones directas con Chile.
–    Fracasadas las negociaciones bilaterales, trató de impedir en la práctica la mediación papal al condicionarla a la acep­tación previa por parte de Chile del llamado “principio Atlántico” (repetidamente rechazado por este país) tras­cendiendo ahora que además, trasladó el debate de las tres islas en discusión a todas las islas al sur del canal de Bea­gle.
–    Invirtió miles de millones de pesos en la preparación de la guerra y en la compra de armas, agravando aún más la situación de hambre y miseria que soporta el pueblo.
–    Trató de estructurar un eje antichileno con Perú y Bolivia apoyándose en sectores prosoviéticos de ambos países y tratando de utilizar para sus objetivos viejas heridas y la justa reivindicación de salida al mar de Bolivia (el propósito de la dictadura videlista era llevar a Chile a una situación de tener que enfrentarse simultáneamente con una guerra en el Norte -con Perú y Bolivia- y en el sur, con Argentina). Al mismo tiempo procuró ganar la neutra­lidad brasileña haciendo, junto con la camarilla militar de Banzer y Pereda, gobernante en Bolivia, importantes con­cesiones al Brasil (cota de Corpus, gas boliviano, conce­siones en el Mutún, acuerdos comerciales) esperando que una actitud neutral de Brasil presionara sobre Paraguay. La situación de masas y la posición de sectores antiguerreristas de Bolivia y Perú echaron abajo los planes del vide­lismo; tampoco logró garantizar la neutralidad de Brasil y Paraguay.

Como parte fundamental de su política belicista el videlismo desató una virulenta campaña propagandística chovinista y anti­chilena tratando de preparar a las masas para la guerra. Con ese objetivo instrumentó el Mundial de Fútbol tratando de utilizar el fervor deportivo y el sentimiento de orgullo nacional despertado en las grandes masas por el triunfo del equipo argentino, para sus fines guerreristas. Con el mismo objetivo ha llevado adelante una campaña sistemática de distorsión de la historia nacional.

Distorsión fascista y chovinista de la historia

Para llevar adelante su política aventurera, fascista, en con­sonancia con los planes globales de expansión del socialimperialis­mo ruso, la dictadura videlista ha desatado una frenética campaña propagandística que machaca sobre el pueblo una serie de argumentos racistas, mentirosos, deformantes de la historia nacional y latinoamericana tratando de preparar a las masas para una gue­rra fratricida.
Los imperialistas siempre tuvieron como objetivo dividir a los pueblos y naciones oprimidas, impedir que se unieran y que pu­dieran enfrentarlos en común; atizando contradicciones reales pe­ro secundarias han logrado arrastrar muchas veces a nuestros pue­blos a guerras entre hermanos y en beneficio único de las grandes metrópolis imperiales. Los patriotas americanos lucharon siempre por la unidad de nuestros pueblos, ese es el espíritu del abrazo de Maipú, eso es lo permanente entre nuestras naciones.
El sector hegemónico en la actual dictadura, sirviendo a los intereses de sus amos socialimperialistas tiene que trastocar esta historia. Como fascistas que son no vacilan en mentir y tergiver­sar cuanto sea necesario y, al igual que los sectores chovinistas de Chile, hacen una interpretación unilateral e interesada de la historia de nuestras naciones.
Por eso se hace necesario aclarar algunas cuestiones que la dictadura ha tergiversado desvergonzadamente en su propaganda.

Los límites antes de la Revolución de Mayo

La dictadura formula la tesis archireaccionaria, chovinista, de que la soberanía territorial argentina debería corresponderse con la soberanía territorial del Virreinato del Río de la Plata. Pero no sólo eso, sino que además adjudica al Virreinato del Río de la Plata territorios indiscutiblemente chilenos, como los situados al sur del río Bío-Bío. Por eso, uno de los puntos a aclarar es: qué perte­necía a la Argentina y qué pertenecía a Chile en el momento de la independencia, ya que este fue el criterio principal que se tuvo en cuenta luego, para resolver los diferendos limítrofes en Amé­rica del Sur -es lo que se conoce como el principio del “uti possidetis” (“lo que has poseído poseerás”)-. Determinar esta cuestión con precisión no es fácil porque los mapas y documentos de la época son imprecisos y muchas veces contradictorios y, por­que una gran parte de esos territorios no pudieron ser ocupados por los españoles debido a la heroica resistencia de los indígenas que vivían allí.
Cuando en 1552, Carlos V, rey de España, confirma a Pedro de Valdivia en la Gobernación de Chile establece las fronteras de la misma desde Copiapó hasta el paralelo 41 y cien leguas oeste-este desde el Pacífico (Chile plantea que estas cien leguas desde el Pacífico entraban en las actuales tierras argentinas al sur del volcán Maipo (34°10’) y se hundían en el Atlántico a la altura del golfo San Matías, poco antes del paralelo 43). En 1554 España amplía la jurisdicción de la gobernación de Chile al Estrecho de Magallanes, y en 1555 le ordena tomar posesión de tierras y provincias al otro lado del Estrecho (se creía enton­ces que allí comenzaba el continente antártico).
La jurisdicción de la Gobernación de Chile, teniendo en cuenta la división administrativa de las colonias españolas, incluía en un principio la provincia del Tucumán y la región de Cuyo. En 1563 se plantean problemas jurisdiccionales entre la corriente co­lonizadora que venía del Norte, con centro en Perú, y la que venía de Chile (ambas fundando ciudades en el actual territorio argen­tino); se resuelve la segregación de la provincia del Tucumán de la gobernación de Chile pero ésta mantiene jurisdicción sobre Cuyo. Allí se funda en 1561, Mendoza, en 1562 San Juan y en 1594, San Luis.
En 1776, con la fundación del Virreinato del Río de la Plata, la provincia de Cuyo (fijado el río Diamante como su límite al sur) se separa de la gobernación de Chile; se extiende la jurisdicción del nuevo virreinato al Alto Perú, dependiente hasta entonces de Lima. En la jurisdicción del Virreinato del Río de la Plata no se mencionó ni a la Antártida, ni a la Patagonia. Lo que sí está claro es que jamás pertenecieron al Virreinato del Río de la Plata los territorios al sur del Bío-Bío, como pretende la dictadura videlista.
Emancipados nuestros países del dominio español se firma, entre Chile y la Confederación Argentina un tratado de Amistad y Alianza, el 20 de noviembre de 1826, por el cual ambos país se comprometen a aceptar como delimitación la correspondiente al “uti possidetis de 1810”, es decir, la existente en el momento de la independencia. A partir de entonces comienzan las discusiones sobre cuáles son las tierras que corresponden, por herencia, a ca­da país.
Como podemos ver, la discusión de límites con Chile es una cuestión antigua y complicada. Nuestro país ha alegado 14.600 documentos que establecerían como frontera entre los dos países la Cordillera de los Andes, especialmente se ha apoyado en la Or­den Real del 29/12/1776 que modifica la Ley de Indias y ha argu­mentado que inclusive las constituciones chilenas de 1822, 1823, 1828 y 1833 reconocen estos límites. A todo esto Chile ha contesta­do señalando que la Cordillera de los Andes no es válida como límite para la Patagonia. Ha sostenido por el contrario que: “al llegar la independencia, Chile limitaba al Norte con el Perú en el deno­minado ‘despoblado de Atacama’, su límite oriental corría por la Cordillera de los Andes hasta el volcán Maipo aproximadamente, y desde allí seguía directamente hacia el este por los ríos Diamante y Quinto hasta tocar las aguas del Océano Atlántico, dejando en su poder las actuales provincias argentinas de Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz”. Los sectores chovinistas de Chile señalan que en esta zona Chile pierde, por los tratados que se firman pos­teriormente con Argentina, 1.525.906 kilómetros cuadrados. Chi­le cita a favor de su tesis un mapa confeccionado por el geógrafo español Juan de la Cruz Cano y Olmedilla en 1775, donde según ellos no dejaría lugar a dudas sobre los límites jurisdiccionales chi­lenos. Y señalan que posteriormente, en 1778, ya fundado el Vi­rreinato del Río de la Plata, se ratifican oficialmente las posesio­nes mediante la Carta Esférica de las costas de América Meridional levantada durante la expedición de Alejandro Malaspina, carta en la que se señalaría a la totalidad de la Patagonia como parte de la gobernación de Chile. Desde ya que todo esto es discutible; lo cierto es que, producida la independencia, la posesión de la Pa­tagonia fue una de las cuestiones principales en discusión entre ambos países, cuestión que la dictadura oculta celosamente.

Los verdaderos dueños

Una de las causas que hacen aún más compleja toda la dis­cusión sobre los límites patagónicos y australes de Chile y Argen­tina es que esas tierras fueron habitadas por araucanos, tehuelches, onas, etc., que vivían al este y al oeste de la cordillera de los Andes. Los indios moluches, a los que los españoles llamaron araucanos, resistieron durante más de tres siglos la conquista hispana y nun­ca reconocieron sobre sus tierras soberanía española, ni chilena, ni argentina.
Estas tribus resistieron primero las arremetidas conquistado­ras de los Incas y luego la de los españoles. Las que se refugia­ron en las montañas se llamaron “aucas” que en quichua quiere decir: rebelde, libre, alzado…
La bravura y el heroísmo del pueblo araucano fue legenda­ria; los mismos españoles se sintieron admirados ante el enemigo que tenían que enfrentar. Un español, Alonso de Ercilla, escribe en 1569 un poema épico, La Araucana, donde se refleja el asom­bro y el respeto del poeta español por esa gente “…tan soberbia, gallarda y belicosa, /que no ha sido por rey jamás regida, /ni a ex­tranjero dominio sometida.”).
Araucanos del este y del oeste de la cordillera de los Andes se unieron cuando se trataba de enfrentar al enemigo común: sea el invasor hispánico (los puelches van a pelear a Chile bajo las órdenes de Caupolicán y Lautaro contra los españoles), sea pa­ra enfrentar al “huinca” que venía a quitarle sus tierras. (Luego los mapuches del Pacífico se unen a los indios de las pampas ar­gentinas bajo las órdenes de Calfucurá). Para nuestros patrio­tas de la independencia la rebelión de los araucanos simbolizaba el espíritu de un pueblo que al igual que los calchaquíes en el no­roeste o los tobas y guaicurúes en el noreste, no aceptaban envile­cerse con el sometimiento a los españoles, no se dejaban domesti­car; como homenaje a uno de los principales jefes araucanos, San Martín llamará “Lautaro” a su logia.
La resistencia de los araucanos a la conquista obliga a los españoles a firmar las Paces de Quillín, en 1640, por la que les reconocen soberanía en las tierras que ocupaban al sur del Bío-Bío, en Chile. Sólo dos siglos más tarde, en 1861, la oligarquía chilena ocupa esas tierras y los somete sangrientamente.
Utilizando este hecho para afirmar sus pretensiones expansionistas, la dictadura videlista llega a la ridiculez de decir que la gobernación de Chile “llegaba hasta el Bío-Bío” y que pertenecían al Río de la Plata los territorios comprendidos al sur del mismo negando toda relación a la nación chilena con los araucanos del sur de los que los patriotas chilenos se sienten, con justicia, des­cendientes y “olvidando” que si los araucanos defendieron sus tie­rras de los españoles de Chile no fue precisamente para entregar­las a los españoles del Río de la Plata.
En cuanto a la Argentina, los descendientes de los araucanos que cruzaron la cordillera de los Andes llegaron a dominar hasta el río Salado, en las proximidades de la ciudad de Bue­nos Aires, casi hasta 1880. El dominio de Calfucurá, quien llegó a formar una federación de tribus que incluía desde los ranqueles del Sur de Córdoba a tribus de la actual provincia de Buenos Ai­res y de Río Negro y Neuquén, era una extensión muy superior a la entonces República Argentina. Cuando los indios pampas pac­taron con Chiclana contra los españoles lo hicieron argumentando que ellos eran “americanos”, “igual que el gobierno de Buenos Ai­res” y que debían apoyarlo porque “si los ‘maturrangos’ volvían a mandar el país, habían de poner a los indios en términos de co­mer pasto…”. Recién en 1879 la oligarquía terrateniente argen­tina ocupó esos territorios a sangre y fuego, haciendo lo que los indios temían que hiciesen “los maturrangos”.
Por lo tanto, a los verdaderos dueños de esas tierras les inte­resó muy poco conocer las ordenanzas de los reyes españoles o las leyes de los gobiernos argentino o chileno.

Formación de las naciones

Durante las guerras de la independencia que se desatan lue­go de la Revolución de Mayo, los más avanzados de nuestros pa­triotas, que se consideraban parte de un mismo pueblo americano, comprendieron que sólo se podía derrotar al amo español uniéndose entre ellos. La hazaña sanmartiniana permite hermanar los ejér­citos de Chile, Perú y Argentina y asegurar la independencia de los tres países. En un proceso difícil y complejo se van confor­mando las nuevas naciones americanas.
No es correcto simplificar la realidad, como lo hace interesada­mente la propaganda de la dictadura, y sostener como único ele­mento a tener en cuenta en la formación de la nacionalidad, el momento del virreinato y pretender, al mejor estilo nazi, soberanía territorial argentina sobre los territorios que eran del Virreinato del Río de la Plata.
A la llegada de los españoles, América estaba habitada por di­versos pueblos que al mismo tiempo que resistieron heroicamente al invasor se fueron fundiendo, en algunos casos, con los conquista­dores y dieron origen a pueblos con fisonomía e historia propia. Tal el caso de Paraguay, por ejemplo: una parte de los españoles que con Pedro de Mendoza funda en 1536 Buenos Aires (que será luego destruida por los indios), la abandonan y dirigiéndose hacia el norte fundan Asunción en 1537. Allí se encuentran con un pueblo de indígenas labradores, los guaraníes, a los que logran do­minar y establecerse en sus tierras. En el actual territorio pa­raguayo se desarrolla una fuerte población criolla que convierte a Asunción en el centro de una poderosa corriente colonizadora a cu­yo impulso nacieron las ciudades del litoral argentino como Santa Fe y Buenos Aires, fundadas por Juan de Garay en 1573 y 1580 respectivamente. Es decir que en el actual Paraguay, aislado en el interior de América, se va conformando una nación cuyos orígenes arrancan desde mucho antes de la conquista y que no sólo resiste someterse a Buenos Aires cuando ésta se convierte en centro del Virreinato del Río de la Plata, sino que muchas veces se insubor­dina contra las imposiciones de la metrópoli española. Teniendo en cuenta todo esto, producida ya la Revolución de Mayo, Belgrano que encabeza la expedición al Paraguay, al encontrarse con la resistencia de los paraguayos a ser una provincia subordinada a Buenos Aires, recomienda reconocerla como una provincia indepen­diente. Esta era la actitud de los patriotas de mayo. ¡Qué dis­tinta a la actitud de la dictadura videlista que en su propaganda se refiere al momento de la independencia de Paraguay diciendo: “Perdimos Paraguay”! El pueblo argentino se siente heredero de las tradiciones americanistas de San Martín y Belgrano; el dicta­dor Videla, sirviente del socialimperialismo ruso, se siente herede­ro de los virreyes españoles y lamenta como pérdida la libertad de los pueblos hermanos.
Lo mismo puede decirse de la pretensión de la dictadura de reivindicar como tierras que nos pertenecen, a las del Alto Perú, provincias que tienen raíces étnicas y culturales que anteceden a la conquista americana en miles de años y que en el complicado proceso de la lucha liberadora se separan -en gran parte facili­tado por la estrechez de miras de los terratenientes porteños- de las Provincias Unidas del Río de la Plata, dando origen a la ac­tual República de Bolivia.
También la dictadura lamenta la “pérdida” de la actual Re­pública del Uruguay pero nada dice sobre que fue la política de los terratenientes bonaerenses, ciega en la defensa de sus privilegios mezquinos y carente de perspectiva nacional, la que facilitó la se­paración de la Banda Oriental -esto sin desconocer que también tuvo su raíz en el proceso de formación de la nacionalidad uruguaya, proceso histórico, económico y cultural que duró vario si­glos-.

Los terratenientes y la soberanía nacional

Las guerras de la independencia, de carácter nacional-libera­dor, culminan triunfalmente con la derrota de los españoles en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Fue una guerra prolongada y heroica que nos permitió romper con el amo español y conquistar la independencia política. Pero no pudo romper todas nuestras ca­denas, ya que la Revolución de Mayo y la guerra de liberación posterior no acabaron con el sistema feudal que nos impuso la co­lonización española y al ser hegemonizada luego por los terrate­nientes criollos, feudales y semifeudales, y por los grandes comer­ciantes, creó, en un proceso, las condiciones para que posteriormente fuésemos sometidos por el nuevo amo, inglés, en nuestro caso, yan­qui en otros países de América.
Argentina, al igual que Chile, se convirtió así, en país depen­diente, parte del conjunto de países coloniales, semicoloniales y de­pendientes oprimidos por los países imperialistas. Cambiamos el amo español por el amo inglés.
Los terratenientes argentinos, y los terratenientes y grandes comerciantes bonaerenses, que terminaron por ser hegemónicos en el bloque dominante a posteriori de 1810 y que fueron los instru­mentos de la dominación imperialista sobre nuestra Patria, nunca tuvieron una verdadera conciencia nacional. Ellos han gobernado nuestro país, salvo períodos muy breves, hasta el día de hoy. Lo han hecho con un criterio estrecho de defensa de sus privilegios y no de defensa de la soberanía nacional; poco les importaba a los terratenientes argentinos todo aquello que no fueran sus tierras y su puerto. Esto tuvo mucho que ver con el proceso de separación de las provincias que conformaban el Virreinato del Río de la Plata. Del mismo modo, toda la discusión de las cuestiones de límites pen­dientes entre los países hermanos, al igual que las guerras fratricidas en las que nos vimos envueltos, estuvieron determinadas, en última instancia, no por los intereses reales de nuestras naciones y nuestros pueblos sino por los intereses del imperialismo y de la oligarquía terrateniente y la burguesía intermediaria estrechamente ligada a él. Esto vale tanto para la Argentina como para Chile.

Las lecciones de nuestra historia

Tenemos que aprender de las lecciones de nuestra historia. La dictadura videlista nos quiere hacer creer que ésta fue la his­toria por la cual la Argentina perdió siempre. En cierto modo esto fue así, pero no perdió en beneficio de los países hermanos sino que perdió, saqueadas sus riquezas y oprimido su pueblo por los imperialistas de turno. También perdieron los otros países americanos.
Hace más de cien años, entre 1865 y 1870, fuimos llevados con los hermanos brasileros y uruguayos a una guerra contra los her­manos paraguayos, en beneficio principalmente de los intereses in­gleses. Aparentemente ganamos esa guerra (como resultado de ella la provincia de Formosa pasó a ser Argentina), pero en rea­lidad perdimos porque el verdadero resultado de esa guerra fue el endeudamiento de nuestros países con los promotores de la misma hasta límites increíbles, hipotecadas nuestras rentas y exportaciones durante decenios.
Lo mismo puede decirse de la llamada “guerra del Pacífico”, donde Chile, Perú y Bolivia fueron lanzados a una guerra por las compañías inglesas que, operando desde territorio chileno, querían apoderarse de los salitres y depósitos de guano del desierto de Atacama. Al final Perú y Bolivia sufrieron mutilaciones territoriales y Chile “ganó” pero quedó separada por un abismo de odio de sus naturales hermanos y vecinos y los únicos que realmente ganaron fueron los ingleses que embolsaron el salitre extraído con el sudor y sufrimiento de los trabajadores chilenos, peruanos y bolivianos. (Una de las páginas más imponentes de la historia de la herman­dad de clase del proletariado americano fue escrita en esa zona, en Santa María de Iquique, cuando en una gran huelga minera a punto de ser reprimida brutalmente por el Ejército chileno inter­viene el cónsul del Perú y consigue que se permita a los obreros peruanos retirarse y salvar su vida; éstos se niegan y dicen que quieren correr la misma suerte que sus hermanos chilenos. Allí son asesinados tres mil seiscientos obreros con sus hijos y mujeres).
También fue así la guerra del Chaco, ya en este siglo, donde los pueblos de Paraguay y Bolivia fueron lanzados por cuenta de ingleses, alemanes y yanquis a despedazarse entre ellos, todo para dirimir cómo se iban a repartir estas grandes potencias las riquezas forestales y petrolíferas de la zona.
Como lo hacen ahora con el conflicto del Beagle, los vendepatria que nos gobernaban se apoyaron en problemas reales heredados de la historia o presentes, pero en lugar de resolverlos te­niendo en cuenta el interés común de nuestras naciones (como por ejemplo se resolvió un viejo y complejo problema de límites con Uruguay durante el gobierno peronista, en 1973), lo hicieron lle­vándonos a guerras injustas, como quieren hacerlo ahora, que aca­rrearon pérdidas y calamidades para nuestros pueblos y ganancias para los imperialistas y terratenientes. Con razón decía el gene­ral San Martín:
“Nunca jamás, el suelo de ningún país ganado para la libertad de América, habrá de mancharse con sangre de hermanos”.

Los límites antes de la Revolución de Mayo

La dictadura formula la tesis archireaccionaria, chovinista, de que la soberanía territorial argentina debería corresponderse con la soberanía territorial del Virreinato del Río de la Plata. Pero no sólo eso, sino que además adjudica al Virreinato del Río de la Plata territorios indiscutiblemente chilenos, como los situados al sur del río Bío-Bío. Por eso, uno de los puntos a aclarar es: qué perte­necía a la Argentina y qué pertenecía a Chile en el momento de la independencia, ya que este fue el criterio principal que se tuvo en cuenta luego, para resolver los diferendos limítrofes en Amé­rica del Sur -es lo que se conoce como el principio del “uti possidetis” (“lo que has poseído poseerás”)-. Determinar esta cuestión con precisión no es fácil porque los mapas y documentos de la época son imprecisos y muchas veces contradictorios y, por­que una gran parte de esos territorios no pudieron ser ocupados por los españoles debido a la heroica resistencia de los indígenas que vivían allí.
Cuando en 1552, Carlos V, rey de España, confirma a Pedro de Valdivia en la Gobernación de Chile establece las fronteras de la misma desde Copiapó hasta el paralelo 41 y cien leguas oeste-este desde el Pacífico (Chile plantea que estas cien leguas desde el Pacífico entraban en las actuales tierras argentinas al sur del volcán Maipo (34°10’) y se hundían en el Atlántico a la altura del golfo San Matías, poco antes del paralelo 43). En 1554 España amplía la jurisdicción de la gobernación de Chile al Estrecho de Magallanes, y en 1555 le ordena tomar posesión de tierras y provincias al otro lado del Estrecho (se creía enton­ces que allí comenzaba el continente antártico).
La jurisdicción de la Gobernación de Chile, teniendo en cuenta la división administrativa de las colonias españolas, incluía en un principio la provincia del Tucumán y la región de Cuyo. En 1563 se plantean problemas jurisdiccionales entre la corriente co­lonizadora que venía del Norte, con centro en Perú, y la que venía de Chile (ambas fundando ciudades en el actual territorio argen­tino); se resuelve la segregación de la provincia del Tucumán de la gobernación de Chile pero ésta mantiene jurisdicción sobre Cuyo. Allí se funda en 1561, Mendoza, en 1562 San Juan y en 1594, San Luis.
En 1776, con la fundación del Virreinato del Río de la Plata, la provincia de Cuyo (fijado el río Diamante como su límite al sur) se separa de la gobernación de Chile; se extiende la jurisdicción del nuevo virreinato al Alto Perú, dependiente hasta entonces de Lima. En la jurisdicción del Virreinato del Río de la Plata no se mencionó ni a la Antártida, ni a la Patagonia. Lo que sí está claro es que jamás pertenecieron al Virreinato del Río de la Plata los territorios al sur del Bío-Bío, como pretende la dictadura videlista.
Emancipados nuestros países del dominio español se firma, entre Chile y la Confederación Argentina un tratado de Amistad y Alianza, el 20 de noviembre de 1826, por el cual ambos país se comprometen a aceptar como delimitación la correspondiente al “uti possidetis de 1810”, es decir, la existente en el momento de la independencia. A partir de entonces comienzan las discusiones sobre cuáles son las tierras que corresponden, por herencia, a ca­da país.
Como podemos ver, la discusión de límites con Chile es una cuestión antigua y complicada. Nuestro país ha alegado 14.600 documentos que establecerían como frontera entre los dos países la Cordillera de los Andes, especialmente se ha apoyado en la Or­den Real del 29/12/1776 que modifica la Ley de Indias y ha argu­mentado que inclusive las constituciones chilenas de 1822, 1823, 1828 y 1833 reconocen estos límites. A todo esto Chile ha contesta­do señalando que la Cordillera de los Andes no es válida como límite para la Patagonia. Ha sostenido por el contrario que: “al llegar la independencia, Chile limitaba al Norte con el Perú en el deno­minado ‘despoblado de Atacama’, su límite oriental corría por la Cordillera de los Andes hasta el volcán Maipo aproximadamente, y desde allí seguía directamente hacia el este por los ríos Diamante y Quinto hasta tocar las aguas del Océano Atlántico, dejando en su poder las actuales provincias argentinas de Neuquén, Río Negro, Chubut y Santa Cruz”. Los sectores chovinistas de Chile señalan que en esta zona Chile pierde, por los tratados que se firman pos­teriormente con Argentina, 1.525.906 kilómetros cuadrados. Chi­le cita a favor de su tesis un mapa confeccionado por el geógrafo español Juan de la Cruz Cano y Olmedilla en 1775, donde según ellos no dejaría lugar a dudas sobre los límites jurisdiccionales chi­lenos. Y señalan que posteriormente, en 1778, ya fundado el Vi­rreinato del Río de la Plata, se ratifican oficialmente las posesio­nes mediante la Carta Esférica de las costas de América Meridional levantada durante la expedición de Alejandro Malaspina, carta en la que se señalaría a la totalidad de la Patagonia como parte de la gobernación de Chile. Desde ya que todo esto es discutible; lo cierto es que, producida la independencia, la posesión de la Pa­tagonia fue una de las cuestiones principales en discusión entre ambos países, cuestión que la dictadura oculta celosamente.

Los verdaderos dueños

Una de las causas que hacen aún más compleja toda la dis­cusión sobre los límites patagónicos y australes de Chile y Argen­tina es que esas tierras fueron habitadas por araucanos, tehuelches, onas, etc., que vivían al este y al oeste de la cordillera de los Andes. Los indios moluches, a los que los españoles llamaron araucanos, resistieron durante más de tres siglos la conquista hispana y nun­ca reconocieron sobre sus tierras soberanía española, ni chilena, ni argentina.
Estas tribus resistieron primero las arremetidas conquistado­ras de los Incas y luego la de los españoles. Las que se refugia­ron en las montañas se llamaron “aucas” que en quichua quiere decir: rebelde, libre, alzado…
La bravura y el heroísmo del pueblo araucano fue legenda­ria; los mismos españoles se sintieron admirados ante el enemigo que tenían que enfrentar. Un español, Alonso de Ercilla, escribe en 1569 un poema épico, La Araucana, donde se refleja el asom­bro y el respeto del poeta español por esa gente “…tan soberbia, gallarda y belicosa, /que no ha sido por rey jamás regida, /ni a ex­tranjero dominio sometida.”).
Araucanos del este y del oeste de la cordillera de los Andes se unieron cuando se trataba de enfrentar al enemigo común: sea el invasor hispánico (los puelches van a pelear a Chile bajo las órdenes de Caupolicán y Lautaro contra los españoles), sea pa­ra enfrentar al “huinca” que venía a quitarle sus tierras. (Luego los mapuches del Pacífico se unen a los indios de las pampas ar­gentinas bajo las órdenes de Calfucurá). Para nuestros patrio­tas de la independencia la rebelión de los araucanos simbolizaba el espíritu de un pueblo que al igual que los calchaquíes en el no­roeste o los tobas y guaicurúes en el noreste, no aceptaban envile­cerse con el sometimiento a los españoles, no se dejaban domesti­car; como homenaje a uno de los principales jefes araucanos, San Martín llamará “Lautaro” a su logia.
La resistencia de los araucanos a la conquista obliga a los españoles a firmar las Paces de Quillín, en 1640, por la que les reconocen soberanía en las tierras que ocupaban al sur del Bío-Bío, en Chile. Sólo dos siglos más tarde, en 1861, la oligarquía chilena ocupa esas tierras y los somete sangrientamente.
Utilizando este hecho para afirmar sus pretensiones expansionistas, la dictadura videlista llega a la ridiculez de decir que la gobernación de Chile “llegaba hasta el Bío-Bío” y que pertenecían al Río de la Plata los territorios comprendidos al sur del mismo negando toda relación a la nación chilena con los araucanos del sur de los que los patriotas chilenos se sienten, con justicia, des­cendientes y “olvidando” que si los araucanos defendieron sus tie­rras de los españoles de Chile no fue precisamente para entregar­las a los españoles del Río de la Plata.
En cuanto a la Argentina, los descendientes de los araucanos que cruzaron la cordillera de los Andes llegaron a dominar hasta el río Salado, en las proximidades de la ciudad de Bue­nos Aires, casi hasta 1880. El dominio de Calfucurá, quien llegó a formar una federación de tribus que incluía desde los ranqueles del Sur de Córdoba a tribus de la actual provincia de Buenos Ai­res y de Río Negro y Neuquén, era una extensión muy superior a la entonces República Argentina. Cuando los indios pampas pac­taron con Chiclana contra los españoles lo hicieron argumentando que ellos eran “americanos”, “igual que el gobierno de Buenos Ai­res” y que debían apoyarlo porque “si los ‘maturrangos’ volvían a mandar el país, habían de poner a los indios en términos de co­mer pasto…”. Recién en 1879 la oligarquía terrateniente argen­tina ocupó esos territorios a sangre y fuego, haciendo lo que los indios temían que hiciesen “los maturrangos”.
Por lo tanto, a los verdaderos dueños de esas tierras les inte­resó muy poco conocer las ordenanzas de los reyes españoles o las leyes de los gobiernos argentino o chileno.

Formación de las naciones

Durante las guerras de la independencia que se desatan lue­go de la Revolución de Mayo, los más avanzados de nuestros pa­triotas, que se consideraban parte de un mismo pueblo americano, comprendieron que sólo se podía derrotar al amo español uniéndose entre ellos. La hazaña sanmartiniana permite hermanar los ejér­citos de Chile, Perú y Argentina y asegurar la independencia de los tres países. En un proceso difícil y complejo se van confor­mando las nuevas naciones americanas.
No es correcto simplificar la realidad, como lo hace interesada­mente la propaganda de la dictadura, y sostener como único ele­mento a tener en cuenta en la formación de la nacionalidad, el momento del virreinato y pretender, al mejor estilo nazi, soberanía territorial argentina sobre los territorios que eran del Virreinato del Río de la Plata.
A la llegada de los españoles, América estaba habitada por di­versos pueblos que al mismo tiempo que resistieron heroicamente al invasor se fueron fundiendo, en algunos casos, con los conquista­dores y dieron origen a pueblos con fisonomía e historia propia. Tal el caso de Paraguay, por ejemplo: una parte de los españoles que con Pedro de Mendoza funda en 1536 Buenos Aires (que será luego destruida por los indios), la abandonan y dirigiéndose hacia el norte fundan Asunción en 1537. Allí se encuentran con un pueblo de indígenas labradores, los guaraníes, a los que logran do­minar y establecerse en sus tierras. En el actual territorio pa­raguayo se desarrolla una fuerte población criolla que convierte a Asunción en el centro de una poderosa corriente colonizadora a cu­yo impulso nacieron las ciudades del litoral argentino como Santa Fe y Buenos Aires, fundadas por Juan de Garay en 1573 y 1580 respectivamente. Es decir que en el actual Paraguay, aislado en el interior de América, se va conformando una nación cuyos orígenes arrancan desde mucho antes de la conquista y que no sólo resiste someterse a Buenos Aires cuando ésta se convierte en centro del Virreinato del Río de la Plata, sino que muchas veces se insubor­dina contra las imposiciones de la metrópoli española. Teniendo en cuenta todo esto, producida ya la Revolución de Mayo, Belgrano que encabeza la expedición al Paraguay, al encontrarse con la resistencia de los paraguayos a ser una provincia subordinada a Buenos Aires, recomienda reconocerla como una provincia indepen­diente. Esta era la actitud de los patriotas de mayo. ¡Qué dis­tinta a la actitud de la dictadura videlista que en su propaganda se refiere al momento de la independencia de Paraguay diciendo: “Perdimos Paraguay”! El pueblo argentino se siente heredero de las tradiciones americanistas de San Martín y Belgrano; el dicta­dor Videla, sirviente del socialimperialismo ruso, se siente herede­ro de los virreyes españoles y lamenta como pérdida la libertad de los pueblos hermanos.
Lo mismo puede decirse de la pretensión de la dictadura de reivindicar como tierras que nos pertenecen, a las del Alto Perú, provincias que tienen raíces étnicas y culturales que anteceden a la conquista americana en miles de años y que en el complicado proceso de la lucha liberadora se separan -en gran parte facili­tado por la estrechez de miras de los terratenientes porteños- de las Provincias Unidas del Río de la Plata, dando origen a la ac­tual República de Bolivia.
También la dictadura lamenta la “pérdida” de la actual Re­pública del Uruguay pero nada dice sobre que fue la política de los terratenientes bonaerenses, ciega en la defensa de sus privilegios mezquinos y carente de perspectiva nacional, la que facilitó la se­paración de la Banda Oriental -esto sin desconocer que también tuvo su raíz en el proceso de formación de la nacionalidad uruguaya, proceso histórico, económico y cultural que duró vario si­glos-.

Los terratenientes y la soberanía nacional

Las guerras de la independencia, de carácter nacional-libera­dor, culminan triunfalmente con la derrota de los españoles en Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824. Fue una guerra prolongada y heroica que nos permitió romper con el amo español y conquistar la independencia política. Pero no pudo romper todas nuestras ca­denas, ya que la Revolución de Mayo y la guerra de liberación posterior no acabaron con el sistema feudal que nos impuso la co­lonización española y al ser hegemonizada luego por los terrate­nientes criollos, feudales y semifeudales, y por los grandes comer­ciantes, creó, en un proceso, las condiciones para que posteriormente fuésemos sometidos por el nuevo amo, inglés, en nuestro caso, yan­qui en otros países de América.
Argentina, al igual que Chile, se convirtió así, en país depen­diente, parte del conjunto de países coloniales, semicoloniales y de­pendientes oprimidos por los países imperialistas. Cambiamos el amo español por el amo inglés.
Los terratenientes argentinos, y los terratenientes y grandes comerciantes bonaerenses, que terminaron por ser hegemónicos en el bloque dominante a posteriori de 1810 y que fueron los instru­mentos de la dominación imperialista sobre nuestra Patria, nunca tuvieron una verdadera conciencia nacional. Ellos han gobernado nuestro país, salvo períodos muy breves, hasta el día de hoy. Lo han hecho con un criterio estrecho de defensa de sus privilegios y no de defensa de la soberanía nacional; poco les importaba a los terratenientes argentinos todo aquello que no fueran sus tierras y su puerto. Esto tuvo mucho que ver con el proceso de separación de las provincias que conformaban el Virreinato del Río de la Plata. Del mismo modo, toda la discusión de las cuestiones de límites pen­dientes entre los países hermanos, al igual que las guerras fratricidas en las que nos vimos envueltos, estuvieron determinadas, en última instancia, no por los intereses reales de nuestras naciones y nuestros pueblos sino por los intereses del imperialismo y de la oligarquía terrateniente y la burguesía intermediaria estrechamente ligada a él. Esto vale tanto para la Argentina como para Chile.

Las lecciones de nuestra historia

Tenemos que aprender de las lecciones de nuestra historia. La dictadura videlista nos quiere hacer creer que ésta fue la his­toria por la cual la Argentina perdió siempre. En cierto modo esto fue así, pero no perdió en beneficio de los países hermanos sino que perdió, saqueadas sus riquezas y oprimido su pueblo por los imperialistas de turno. También perdieron los otros países americanos.
Hace más de cien años, entre 1865 y 1870, fuimos llevados con los hermanos brasileros y uruguayos a una guerra contra los her­manos paraguayos, en beneficio principalmente de los intereses in­gleses. Aparentemente ganamos esa guerra (como resultado de ella la provincia de Formosa pasó a ser Argentina), pero en rea­lidad perdimos porque el verdadero resultado de esa guerra fue el endeudamiento de nuestros países con los promotores de la misma hasta límites increíbles, hipotecadas nuestras rentas y exportaciones durante decenios.
Lo mismo puede decirse de la llamada “guerra del Pacífico”, donde Chile, Perú y Bolivia fueron lanzados a una guerra por las compañías inglesas que, operando desde territorio chileno, querían apoderarse de los salitres y depósitos de guano del desierto de Atacama. Al final Perú y Bolivia sufrieron mutilaciones territoriales y Chile “ganó” pero quedó separada por un abismo de odio de sus naturales hermanos y vecinos y los únicos que realmente ganaron fueron los ingleses que embolsaron el salitre extraído con el sudor y sufrimiento de los trabajadores chilenos, peruanos y bolivianos. (Una de las páginas más imponentes de la historia de la herman­dad de clase del proletariado americano fue escrita en esa zona, en Santa María de Iquique, cuando en una gran huelga minera a punto de ser reprimida brutalmente por el Ejército chileno inter­viene el cónsul del Perú y consigue que se permita a los obreros peruanos retirarse y salvar su vida; éstos se niegan y dicen que quieren correr la misma suerte que sus hermanos chilenos. Allí son asesinados tres mil seiscientos obreros con sus hijos y mujeres).
También fue así la guerra del Chaco, ya en este siglo, donde los pueblos de Paraguay y Bolivia fueron lanzados por cuenta de ingleses, alemanes y yanquis a despedazarse entre ellos, todo para dirimir cómo se iban a repartir estas grandes potencias las riquezas forestales y petrolíferas de la zona.
Como lo hacen ahora con el conflicto del Beagle, los vendepatria que nos gobernaban se apoyaron en problemas reales heredados de la historia o presentes, pero en lugar de resolverlos te­niendo en cuenta el interés común de nuestras naciones (como por ejemplo se resolvió un viejo y complejo problema de límites con Uruguay durante el gobierno peronista, en 1973), lo hicieron lle­vándonos a guerras injustas, como quieren hacerlo ahora, que aca­rrearon pérdidas y calamidades para nuestros pueblos y ganancias para los imperialistas y terratenientes. Con razón decía el gene­ral San Martín:
“Nunca jamás, el suelo de ningún país ganado para la libertad de América, habrá de mancharse con sangre de hermanos”.

Los límites con Chile

Como dijimos antes, se trata de una cuestión difícil y com­pleja. Recien en 1879, la oligarquía terrateniente argentina y la burguesía intermediaria ligada al imperialismo inglés ocupan la Patagonia; la llamada “campaña al desierto” de Roca que se hace aprovechando que los terratenientes y burgueses intermediarios chilenos están ocupados en la guerra del Pacífico, con Perú y Bolivia, extermina a los indígenas y garantiza para la oligarquía ar­gentina las tierras patagónicas que ésta necesita para expandir su explotación ganadera. A cambio del reconocimiento chileno de la posesión pacifica y legal de la Patagonia, la oligarquía argentina entrega a Chile el Estrecho de Magallanes, una parte de Tierra del Fuego e islas al sur. Esto es lo que se establece en el Tra­tado de límites firmado entre Chile y Argentina en 1881 y en el Protocolo Aclaratorio de dicho tratado firmado en 1893; estos tratados que fueron la base de la demarcación de límites aceptados por los dos países son revisados hoy, en la práctica, por la dicta­dura videlista.
El Tratado de 1881 establece, en su Artículo primero que el límite entre Argentina y Chile es, hasta el paralelo 52 la Cor­dillera de los Andes (el paralelo 52 comprende el territorio continental, es decir, hasta el Estrecho de Magalla­nes). La línea fronteriza correrá en esta zona de norte a sur “por las cumbres más elevadas que dividan las aguas” y deberá pasar “por entre las vertientes que se desprendan a un lado y otro”. La existencia de valles formados por la bifurcación de la cordillera, sobre todo al sur donde no es clara la línea divisoria de las aguas dará origen a posteriores conflictos entre los dos paí­ses que se resolverán recién con la firma del Protocolo Aclarato­rio de 1893.
En el Artículo Segundo se establecen los límites australes continen­tales de ambos países a partir de una línea que en dirección este-oeste, arranca de Punta Dungeness y se prolonga hacia el oeste siguiendo el paralelo de 52 de latitud, hasta la divisoria de agua de los Andes. Por este acuerdo Chile tiene soberanía sobre am­bas márgenes del Estrecho y Argentina conserva la boca oriental del mismo y Puerto Natales (que le permitiría salida hacia el Pa­cífico). Esto también se modifica en el Protocolo de 1893.
El Artículo Tercero del Tratado, el de mayor importancia para la discusión actual, establece que en Tierra del Fuego se trazará una línea que partiendo de Cabo del Espíritu Santo se prolongará ha­cia el sur coincidiendo con el Meridiano occidental de Greenwich 68°43', hasta tocar el canal de Beagle. La Tierra del Fuego dividida de esta manera será chilena en la parte occi­dental y argentina en la parte oriental (es decir que aquí también se establece el principio de división “oeste-este”). Continúa diciendo el Artículo Tercero que: “En cuanto a las islas, pertenecerán a la República Argentina la isla de los Estados, los islotes próximamente inme­diatos a ésta y las demás islas que hayan sobre el Atlántico, al oriente de Tierra del Fuego y costas orientales de la Patagonia; y pertenecerán a Chile todas las otras islas al sur del canal de Beagle hasta el Cabo de Hornos y las que haya al occidente de Tierra del Fuego”.
Como se ve el texto del artículo no deja lugar a dudas so­bre que, pertenecen a Chile las islas al sur del canal de Beagle (es decir que se establece un criterio demarcatorio: norte-sur), en ningún momento el Tratado habla de Este y Oeste o, Atlántico y Pacífico, como pretende la dictadura, en relación a esta zona). La discusión planteada por Argentina originalmente, en relación a las islas en conflicto: Picton, Lennox y Nueva (ocupadas por Chile desde 1892 y habitadas actualmente por ocho familias de pastores chilenos) era acerca de: cómo corría el canal de Beagle, para poder establecer entonces qué islas correspondían a Chile por estar al sur del mismo; en ningún momento previo a la actual posición de la dictadura videlista, la Argentina cuestionó la pose­sión de las islas por Chile argumentando que estaban en el Atlán­tico sino que discutió cómo corría el canal de Beagle para decir que de acuerdo a la interpretación argentina las islas en conflicto no estaban al sur del canal de Beagle sino al este del mismo. Argentina no reivindicaba como suyas las islas por aplicar el prin­cipio Atlántico (como dice ahora el videlismo) sino por conside­rar que no estaban al sur del canal de Beagle (o sea que discutía respetando el Tratado de 1881).
La dictadura argumenta que el principio de “Chile en el Pací­fico, Argentina en el Atlántico” debe ser la base para resolver el actual conflicto y se apoya para ello en el Protocolo Aclaratorio de 1893; más precisamente en su Artículo Segundo que señala:
“La República Argentina conserva su dominio y soberanía sobre todo el territorio que se extiende al oriente del enca­denamiento principal de los Andes hasta las costas del Atlán­tico, como la República de Chile el territorio occidental has­ta las costas del Pacífico; entendiendo que la soberanía de cada Estado sobre el litoral respectivo es absoluta, de tal suerte que Chile no puede pretender punto alguno hacia el Atlántico como Argentina no puede pretenderlo hacia el Pa­cífico.”

De una lectura atenta de este artículo se desprende con clari­dad que toda la referencia es a la parte continental, por eso habla de oriente y occidente del encadenamiento principal de los Andes (referencia sin sentido para las islas australes) y habla de sobe­ranía de cada Estado sobre el litoral respectivo; señala que no puede pretender punto alguno hacia el Atlántico Chile, ni hacia el Pacífico, Argentina. Es a partir de este artículo, que precisa los límites al Norte del Estrecho de Magallanes (es decir en el sur del continente) que Chile pierde un punto que tenía sobre la costa Atlántica y Argentina pierde Puerto Natales en el Pacífico y el control del Estrecho de Magallanes que le entrega a Chile a cam­bio de resolver a favor de Argentina la posesión de los más ricos valles patagónicos en disputa con Chile desde el Tratado de 1881. Tal como lo señala Bonifacio del Carril, ésta fue la esencia del Protocolo Aclaratorio de 1893: los terratenientes argentinos mos­trando una vez más su estrechez, interesados sólo en la defensa de sus intereses y no los del país, renuncian al estrecho de Maga­llanes y a la posibilidad de salida al Pacífico (como hubiera po­dido corresponder según cierta interpretación del Tratado de 1881) a cambio de los fértiles valles intercordilleranos (algunos tan im­portantes como Junín de los Andes que pertenecía a Chile).
O sea que, el Protocolo de 1893 se refiere a la parte continen­tal y no a las islas y aguas al sur del Estrecho de Magallanes, co­mo pretende la dictadura argentina.
La división Atlántico-Pacífico, a partir del Cabo de Hornos, que como división oceanográfica podría ser aceptada (aunque mu­chos geógrafos la discuten), no puede ser impuesta como pretende el videlismo, como principio para fijar los límites con Chile en la zona austral: esto no se deriva de ninguno de los tratados firma­dos por ambos países. Si el llamado “principio oceánico” fuera la base de la demarcación de límites en esta región, Chile debería entregarnos no sólo las tres islas en disputa sino también la mi­tad de la isla Navarino, las islas Wollaston, la isla de Hornos y otras islas al sur, que siempre la Argentina reconoció como de so­beranía chilena e incluso así figuran en nuestros mapas.
Aclarada esta cuestión queda sin embargo planteado un pro­blema de vital importancia, que no estaba considerado en ningu­no de estos Tratados, y que se refiere a la soberanía sobre las aguas de esta región. Hay que tener presente que principios re­cientes del Derecho marítimo como la soberanía sobre las doscien­tas millas y otras cuestiones en discusión con Chile, en relación a la soberanía marítima en esa zona, no están, ni podían estar legislados, en el Tratado de 1881, ni en el Protocolo de 1893, ni en otros posteriores firmados con Chile.
La Argentina tiene extensas costas continentales sobre el Atlántico e incuestionables derechos soberanos sobre las Malvinas y otras islas al sur; existen además intereses comunes con Chile relativos a la zona Antártica y a la región austral (intereses ame­nazados por la rapiña de las grandes potencias imperialistas, en especial la URSS, que no reconocen las doscientas millas, ni sobe­ranía de los dos países sobre la región antártica).
Todo esto hace que existan condiciones favorables para un arreglo positivo entre ambos países en todo lo referente a la cues­tión marítima en litigio con Chile. Es posible llegar a una solu­ción que no lesione nuestra soberanía marítima sobre esa zona si­no que por el contrario salga favorecida a partir del acuerdo con el país hermano en defensa de los derechos negados por las superpoteneias y para la explotación conjunta de las inmensas rique­zas de esa región. En este sentido tiene total actualidad lo que decía Martín Fierro:
“Los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera: Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea porque si entre ellos pelean los devoran los de afuera”.

Paz y soberanía

No puede haber nada que ponga en mayor peligro nues­tra soberanía que vernos envueltos en una guerra fratricida con Chile donde los únicos que podrán sacar partido, como lo han he­cho otras veces, son las superpotencias que nos empujan a la mis­ma. Son ellas las que van a profundizar su penetración a través de la venta de armas (se sabe de compras argentinas a la URSS y otros países de su órbita) y luego vendrán los “expertos” para que aprendamos a manejarlas; son miles de millones de pesos que van a parar a manos de las superpotencias y que significan ma­yor hambre y miseria para las grandes masas populares, el costo de los preparativos de guerra los está pagando el pueblo en suel­dos de hambre, cierre de escuelas y hospitales, y mayor represión. Sin contar lo que significaría la pérdida de vidas jóvenes devora­das por el flagelo de la guerra.
La propaganda de la dictadura sigue intoxicando con el ve­neno del chovinismo pero obligada a retroceder en sus planes guerreristas adecúa los contenidos de la misma a la situación actual. Ha abandonado por ahora la propaganda guerrerista abierta y quie­re mostrarse como defensora de la soberanía y de la paz… pero dicen: “no de la paz a costa de la soberanía”. Ocultando que la única forma de defender la soberanía en esta situación concreta pasa por impedir una guerra fratricida y entreguista.
El videlismo habla de soberanía sólo para disfrazar su polí­tica de sometimiento a la URSS; por eso es justo lo que señala el general Jorge Leal cuando dice que: “Se habla de soberanía territorial, como si ésta fuera más importante que otras. Pienso que la soberanía cultural y política, así como la económica, pueden ser a veces más importantes”. Además la dictadura habla de so­beranía territorial en relación a Chile, de nuestra soberanía te­rritorial sobre las Malvinas y otras islas no dice demasiado. Y por otro lado, ¿qué puede decir de la soberanía económica una dic­tadura que está entregando por monedas, a testaferros y socios de los rusos, las ramas claves de nuestra economía? Qué puede decir de soberanía cultural si cierra escuelas y si millares de ni­ños no pueden concurrir a las pocas que quedan abiertas porque el hambre se lo impide (no hablamos sólo de los niños que no van porque trabajan sino también de aquéllos que no pueden ir porque se desmayan en clase por falta de alimentos; esas escuelas en una época tenían comedor, luego se redujo a un vaso de leche y el año pasado ni eso ya que como le dijeron a las escuelas: “se va a in­vertir todo en la guerra…”). Finalmente, qué puede decir de so­beranía popular una dictadura que ha pisoteado todos los derechos soberanos del pueblo, ha desatado una represión feroz con miles de secuestrados y presos políticos; ha hecho de la Constitución Nacional letra muerta, ha impedido el funcionamiento de partidos políticos, sindicatos y cualquier otra organización del pueblo y dis­cute en el mayor secreto el proyecto político que luego se impondrá al país para que éste avale en una parodia de diálogo el plan continuista de la dictadura.

La situación actual

A pesar de las aspiraciones y deseos de la inmensa mayoría del pueblo, la mediación papal no aleja el peligro de una guerra, si­no que abre un nuevo período en que volverán a medirse las fuerzas que desean la paz y las que empujan la guerra. En una situa­ción mundial en que crece la lucha de los pueblos del Tercer Mun­do y crecen también los peligros de una Tercera Guerra Mundial empujada por las superpotencias y en especial por la URSS, se acrecentará también la disputa entre las dos superpotencias por el control de la zona austral de nuestro continente. Acierta por eso el provicario castrense, monseñor Bonamín cuando señala, re­firiéndose a la aceptación de la mediación por parte del Papa, que éste “debe haber advertido bien lo que significaría un conflicto armado entre las dos naciones, en función de un futuro que está gobernado ya por superpotencias que podrían pasar por encima de la soberanía de estas naciones, en esta parte del continente americano, y aun por encima del continente en su conjunto”, agre­gando que “somos presas ávidamente codiciadas por las superpo­tencias”.
Todo esto hace pensar que la dictadura argentina, hegemonizada por sectores prosoviéticos, va a intentar mantener montado el detonante de la guerra. Sin embargo quedó demostrado que existen muchos elementos positivos que se conjugaron para impe­dir que se desatara la guerra en diciembre y que pueden, si su unidad y movilización se profundiza, evitar la guerra fratricida.
Hoy existen mejores condiciones aún porque se ha (profundi­zado la lucha contra la dictadura y porque los combates obreros y populares en ferroviarios, en los mecánicos de Córdoba, en nu­merosas fábricas del Gran Buenos Aires y del interior anuncian que grandes tormentas populares sacudirán a la dictadura más asesina y vendepatria de nuestra historia. Al calor de estas lu­chas podremos lograr la más amplia unidad de todas las fuerzas deseosas de impedir una guerra con Chile, lo que nos permitirá ganar la paz o, en caso de no lograrlo, transformar la guerra fra­tricida en la tumba de la dictadura videlista y de la dictadura pinochetista.