La reunión de cancilleres de la OEA del martes 18 no condenó pero sí “rechazó” la brutal agresión colombiana a Ecuador donde se asesinó a Raúl Reyes y otra veintena de militantes de las FARC.
En la línea de la declaración de la cumbre del Grupo de Río en Santo Domingo 10 días antes, la OEA ratificó la prohibición de intervenir "directa o indirectamente, y sea cual fuere el motivo”, en los asuntos internos o externos de otro país miembro, y reiteró la "plena vigencia del principio de soberanía territorial, sin excepciones".
En eso fue decisiva la acción del eje Brasil-Chile-Argentina, capitaneado en la ocasión por Lula (que aspira a jugar en cancha grande: recientemente recibió a la secretaria de Estado yanqui Condolezza Rice, pero antes había visitado a Fidel en La Habana y firmado acuerdos de desarrollo nuclear con los iraníes). La posición de defensa irrestricta de las soberanías nacionales tuvo apoyo prácticamente unánime. Salvo Uribe –que finalmente también debió hocicar– todos los cancilleres de la región se inquietaron por el precedente que podría sentar cualquier concesión a la tesis del “ataque preventivo”: si la agresión colombiana no fuera castigada al menos de palabra, quedaría abierta la posibilidad de que Washington o cualquiera de sus títeres pudiera por ejemplo atacar en la triple frontera con el pretexto de que Argentina, Paraguay o Brasil “no cooperan” con la erradicación allí de una supuesta "célula terrorista", o atacar a Venezuela alegando que Chávez tiene "armas de destrucción masiva". Acciones unilaterales que podrían desencadenar una espiral de agresiones en toda América del Sur.
Además la declaración, aunque habló de “grupos irregulares y organizaciones criminales”, especialmente “las vinculadas al narcotráfico", no calificó a las FARC de grupo "terrorista", como exigían Bogotá y Washington.
Yanquis: golpeados por buenas razones
Impulsada por el secretario general de la OEA, el socialdemócrata chileno y amigo de Europa José Miguel Insulza, la declaración significó un golpe para la delegación yanqui del “especialista” en asuntos regionales Tom Shannon y el experimentado provocador y personero bushista John Negroponte, que presionó para que se calificara la agresión colombiana de “legítima defensa” frente al “terrorismo”. El narcotítere Uribe volvió a quedar, como en Santo Domingo, aislado.
La resolución de la OEA vino a subrayar el retroceso yanqui en la región, golpeado por la lucha de los pueblos latinoamericanos en los últimos años, por las medidas antiyanquis que –con concesiones y en diferente grado de profundidad– llevan a cabo gobiernos reformistas, y por la disputa cada vez más abierta que le ofrecen en la región imperialismos rivales como los de Europa, Rusia y crecientemente China.
Una de las manifestaciones de ese avance antiyanqui fue la aprobación, por la Asamblea Constituyente de Ecuador, de una disposición que prohíbe la instalación de bases militares extranjeras en ese país y descarta la renovación del arrendamiento de la base aérea de Manta al ejército norteamericano.
No hay que bajar la guardia, sin embargo. El tigre, herido por su impotencia frente a la resistencia patriótica iraquí, por su honda crisis económica y por los repudios latinoamericanos, buscará reaccionar a los zarpazos. La renuncia del comandante Fallon al Comando Central probó que los preparativos de agresión contra Irán son reales. Las provocaciones tratando de “probar” que Chávez “apoya al terrorismo” ya están en marcha.
El descarado uso del títere Uribe y de las Fuerzas Armadas colombianas por los yanquis fue apenas un tanteo, posiblemente para calcular la reacción y el alineamiento de los gobiernos latinoamericanos y de las potencias rivales, y quizá también para medir la unidad y decisión de las Fuerzas Armadas venezolanas tras la ruptura del general Baduel con Chávez.