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02 de octubre de 2010

Brasil: un país oprimido por el semifeudalismo asociado al imperialismo. Los grandes latifundios, en la base del atraso económico y social.

Brasil: latifundio e imperialismo

Una estructura atrasada y dependiente

Bajo el título “Josué y las marcas profundas de la semifeudalidad”, el Centro Brasileño de Solidaridad con los Pueblos (Cebraspo) publica en su periódico A nova democracia un análisis histórico de la estructura económico-social del Brasil. Lo que sigue está basado en ese artículo.
Brasil es hoy un país de relativo desarrollo de las fuerzas productivas, con regiones altamente industrializadas y otras, principalmente en el campo, todavía muy atrasadas donde persisten relaciones de producción precapitalistas, semifeudales. En el Brasil el monopolio de la tierra se instaló desde el inicio de la colonización. Muchos intelectuales, sin embargo, continúan negando su atraso y la necesidad urgente de eliminar el sistema semifeudal, burocrático y semicolonial para la verdadera independencia del país.

Capitalismo y semifeudalismo
Ya en 1964 —en los umbrales del golpe militar proimperialista que derrocó al presidente reformista Joao Goulart—, el escritor Josué de Castro, autor de libros impactantes como Geopolítica del hambre y Siete palmos de tierra y un cajón, describió el atraso del nordeste brasileño, identificó la existencia del latifundio y las consiguientes relaciones semifeudales como la principal contradicción a resolver en el país, y formuló un programa de combate al hambre cuyo primer punto era, justamente, la erradicación del latifundio. Josué de Castro llegó a ser presidente de la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura, de las Naciones Unidas), en tiempos en que la ONU reflejaba parcialmente el extraordinario ascenso de las luchas antiimperialistas del tercer mundo y el prestigio de la revolución y la construcción del socialismo.
Contrariando la historiografía burguesa, que sostenía que la conquista portuguesa del Brasil había instalado un régimen “mercantilista”, capitalista de inicio, De Castro —junto a Nelson Werneck Sodré— libró una batalla teórica demostrando que el Portugal feudal de los siglos XV y XVI, aunque estaba ya en los inicios de su proceso de transformación hacia el capitalismo, trajo al Brasil lo más atrasado de su régimen económico-social.
Esa batalla teórica no era vana porque, como dice Josué de Castro, “la diferencia entre la definición o no de la existencia de la semifeudalidad es la diferencia entre la revolución o una simple reforma”. “El monopolio feudal y colonial es la forma particular, específica, que asumió en Brasil la propiedad del principal y más importante de los medios de producción en la agricultura, o sea, la propiedad de la tierra.
El hecho de ser la tierra el medio de producción fundamental en la agricultura indica una fase inferior de la producción agrícola, peculiar a las condiciones históricas precapitalistas… [Hoy] sigue correspondiendo a la tierra el papel predominante en el conjunto de los medios de producción. Por eso, en la situación objetiva de nuestra agricultura, dominar la tierra, apropiarse de la tierra, monopolizarla, significa tener prácticamente el dominio absoluto de la totalidad de los medios de producción agrícola”.

Semifeudalismo con esclavitud
El monopolio de la tierra en Brasil se mantiene hasta hoy, igualmente en las manos de la clase terrateniente, sólo superada en parasitismo por la gran burguesía nativa (burocrática y compradora).
El colonialismo portugués, a falta de siervos, recurrió masivamente a la esclavización, primero de los indios del litoral, luego los del interior, y después al tráfico de pueblos africanos, que fueron la principal fuerza de trabajo hasta 1888.
Con la difusión de los ingenios de caña de azúcar se desarrolló la ganadería con trabajadores serviles. La tardía abolición de la  esclavitud (1888) elevó los esclavos a la calidad de siervos, ya que muchos negros permanecieron trabajando en las haciendas como hombres libres, pero sin recibir ningún salario. Incluso en los ingenios, donde predominaba la fuerza de trabajo esclava, una parte de los campesinos abastecía de productos alimenticios tanto a los señores como a los esclavos, ya que los dueños de los ingenios se dedicaban casi exclusivamente a la producción de azúcar con destino a los mercados de Europa.
Las relaciones de producción así surgidas —describe Josué de Castro—, como el foro [arrendamiento], el cambón [obligación del campesino de trabajar las tierras del latifundio], las rentas variadas [pagos por el uso de equipos y edificaciones del latifundista], existen hasta hoy en los latifundios de Brasil, y en su esencia no difieren en nada de la talla, la corvea y las banalidades aplicadas durante la Edad Media…”.
La semifeudalidad es la principal causa de dos fenómenos bastante emblemáticos del Nordeste brasileño: el cangaceirismo [movimientos rebeldes formados por bandidos y “vengadores” errantes en las primeras décadas del siglo XX] y el mesianismo. “Los episodios de Canudos, Juazeiro, Caldeirão, Pedra Bonita y varias otras regiones… no son, como muchos piensan, fenómenos extrahistóricos, sino expresión bien significativa de la historia del colonialismo feudal.
Estas revueltas, que estallan en bandidaje y en fanatismo, son tentativas ingenuas de quebrar el círculo de hierro de la miseria…”. Acosados por la extorsión latifundista y por la miseria, influenciados por la institución medieval que es la Iglesia, los pobladores del Nordeste, en su lucha espontánea contra el latifundio, siempre fueron acusados de bandidos o de fanáticos.

¿Quién es el pueblo?
Pero por la misma razón —analizó De Castro— “nunca se formó en esa área la entidad pueblo… Y fue esa ausencia del pueblo, como entidad sociológica orgánicamente configurada, lo que explica la casi ausencia de la revolución, en el sentido clásico del término, que debería haber constituido el remate natural del episodio colonial”.
Con la llegada de las revoluciones socialistas en el mundo, se cierra el ciclo de las revoluciones burguesas. En los países dominados (colonias y semicolonias), la revolución democrática sólo pudo realizarse organizada por un conjunto de clases revolucionarias, entre ellas la más avanzada —el proletariado (clase dirigente)— y el campesinado (fuerza motriz). Ese frente presupone las clases que constituyen el pueblo, y que faltaban a principios del siglo XX.
Escritas en 1964, las palabras de Josué de Castro suenan todavía muy actuales. El profundiza la cuestión del semifeudalismo y encuentra sus causas profundas en la gran burguesía (burocrática y compradora) y el imperialismo, socios naturales de los “coroneles” del latifundio.
Esa alianza superpuso una estructura capitalista sobre la estructura feudal.
Por lo tanto —concluye el artículo de Cebraspo— urge para las semicolonias destruir el régimen del capitalismo burocrático, que en Brasil se estableció con las burguesías de los países imperialistas aliándose a las atrasadas clases dominantes nativas, principalmente los latifundios y la gran burguesía vendepatria.