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26 de junio de 2013

El jueves 20 de junio, más de un millón de personas tomaron las calles de todo el país reiterando el reclamo de más y mejor educación, salud, transporte y seguridad, repudiando la impunidad frente a la corrupción y criticando los enormes gastos para el Mundial de fútbol 2014.

Brasil: sigue la ola de protestas

Afloran lacras sociales del “modelo neodesarrollista”

Batallas campales estallaron ese día entre los manifestantes y la policía en Río de Janeiro, Porto Alegre, Belén, Vitoria y Campinas, seguidas por asaltos a bares, saqueos de negocios, destrucción de edificios públicos y vandalismo generalizado. Todo esto envuelto en gases lacrimógenos y humo de fogatas, bajo una lluvia de balas de goma y piedras.

Batallas campales estallaron ese día entre los manifestantes y la policía en Río de Janeiro, Porto Alegre, Belén, Vitoria y Campinas, seguidas por asaltos a bares, saqueos de negocios, destrucción de edificios públicos y vandalismo generalizado. Todo esto envuelto en gases lacrimógenos y humo de fogatas, bajo una lluvia de balas de goma y piedras.
En este marco, en el centro de la ciudad de Belen, al norte del país, se produjo la segunda muerte, esta vez víctima directa de la represión. Fue Cleonice Vieira, de 54 años, barrendera, quien se protegió, junto a varios compañeros, en el monumento a un tranvía, pero sufrió un paro cardíaco por los gases lacrimógenos que lanzaba la Policía Militar contra los manifestantes. La primera víctima fatal se había registrado el día anterior: un adolescente de 18 años, atropellado por un vehículo en una manifestación en San Pablo, en el municipio de Riberão Preto.
Frente a esta situación, el gobierno anunció que la presidenta Dilma Rousseff había decidido cancelar un viaje a Japón que tenía previsto para esta semana. Pero recién en la noche del viernes, rompió su silencio casi absoluto después de más de diez días de las multitudinarias y violentas protestas, diciendo en un discurso transmitido por televisión a la hora de mayor audiencia, que las protestas pacíficas son parte de una democracia sólida pero que no puede tolerarse la violencia. La mandataria prometió mejorar los servicios públicos y dialogar con líderes de las protestas.

Una nueva oleada de protestas
La promesa de la presidenta Dilma Rousseff de atender las demandas de los manifestantes no pareció calmar a los brasileños, que en la mañana del sábado 22 de junio, salieron nuevamente a las calles en varias ciudades de Brasil. Agregando ahora el problema de la seguridad en muchas de ellas, las manifestaciones siguieron centrando en exigir mejor y más barato servicio de transporte público, protestando contra la corrupción y por los miles de millones que se están gastando en los preparativos para la Copa Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016.
La movilización más importante se produjo en Belo Horizonte, la tercera ciudad en magnitud de Brasil (Sudeste), donde 66.000 manifestantes marcharon en dirección al estadio Mineirao, donde se jugó el partido Japón-México por la Copa Confederaciones. Allí, en el entorno del estadio, los manifestantes chocaron nuevamente con la represión de la policía.

En las calles y en   las redes sociales
Torrentes de tweets, comentarios en Facebook, miles de fotos publicadas en Instagram. Jóvenes marchando con una bandera en la mano y un celular en la otra para no perder registro: las redes sociales son las otras calles y plazas de las protestas en Brasil. Son el gran canal de comunicación que se mantiene con fuerza tras casi dos semanas de protestas que dejaron al mundo con la boca abierta.
La frase “el gigante despertó” se convirtió en el lema y el mensaje se regó como pólvora gracias a Internet. “Cuando el pueblo despierta, el gobierno no duerme”, tuiteó un joven. “Se demoró en despertar y ahora se va a demorar en volver a dormir”, alertó otro.
“Basta de corrupción” es otro de los emblemas favoritos en un país donde recientemente se realizó un histórico juicio por corrupción contra altas figuras del gobernante Partido de los Trabajadores (PT, izquierda) que lleva diez años en el poder, desde la ascensión de Luiz Inacio Lula da Silva en 2003.
Pero las redes sociales también alimentan de información a los servicios de inteligencia. Esta semana, el diario O Estado de Sao Paulo publicó que los servicios brasileños monitoreaban las protestas no sólo a través de las redes sociales, sino también por servicios de mensajería como la aplicación Whatsapp para teléfonos inteligentes.

El mar de fondo
Lo que empezó en San Pablo como una simple protesta contra el aumento de 20 centavos en las tarifas de transporte se transformó en una de las mayores movilizaciones desde el regreso de la democracia en 1985. Las imágenes de la feroz represión policial a una pacífica manifestación en la avenida Paulista encendieron la mecha de un descontento generalizado que estaba latente. Y el marco temporal, la víspera de que comenzara la Copa de Confederaciones, se convirtió en el mejor aliado de la movilización, al darle visibilidad internacional.
Los brasileños lograron la atención del mundo y la derogación del aumento en las tarifas del transporte que había encendido su furia en un primer momento. Pero ahora, dicen muchos, su verdadera tarea apenas comienza. Quienes salen a las calles dicen que es hora de organizarse en torno a la oleada de quejas, que van desde acabar con la corrupción del gobierno a mejorar la educación pública, la salud y la seguridad.
El alza de la tarifa del transporte público, que ya era caro en relación con los sueldos y ofrecía un servicio de mala calidad, desató la primera protesta y resultó ser apenas el síntoma de un malestar latente contra la marcha general del país. Las lacras sociales y políticas del “milagro brasileño” afloraron con la desaceleración de la economía de 7,5 a 0,9% en los últimos tres años y una inflación anual de 6,5%. Al inseguro rumbo de la economía se sumaron los gastos para el Mundial de fútbol, vistos en detrimento de la salud, la educación y la vivienda. Y, tras eso, las prácticas corruptas que desvían miles de millones de dólares –que deberían asignarse, entre otras cosas, a mejorar los servicios públicos– a los bolsillos de los funcionarios en connivencia con los monopolios imperialistas que lucran con las “grandes obras” para la vidriera internacional. n