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11 de noviembre de 2010

Programa aprobados por el Sexto Congreso. 29, 30 de junio y 1º de julio de 1990

Breve reseña histórica

Documentos del PCR / tomo 6

En 1780 se pro­du­jo el levan­ta­mien­to indí­ge­na diri­gi­do por Tupac Amaru, una gigan­tes­ca rebe­lión social en la que las masas insu­rrec­tas ata­ca­ron, en tres virrei­na­tos, los pila­res de la socie­dad feu­dal, de cas­tas, que España implan­tó junto con la colo­nia. Fue la expre­sión más ele­va­da de las nume­ro­sas luchas –como las de los pue­blos coyas, cal­cha­quíes, gua­ra­níes o mapu­ches–, en nues­tro país, con que duran­te tres siglos las masas abo­rí­ge­nes enfren­ta­ron a los colo­nia­lis­tas, y uno de los jalo­nes más impor­tan­tes en el cami­no hacia la inde­pen­den­cia lati­no­a­me­ri­ca­na.
Los levan­ta­mien­tos indí­ge­nas empal­ma­ron, en un pro­ce­so, con las rebe­lio­nes de escla­vos y con los sen­ti­mien­tos y nece­si­da­des de vas­tos sec­to­res crio­llos tam­bién opri­mi­dos por el régi­men colo­nial. Este pro­ce­so se expre­sa­ría en nues­tro país en hechos como la resis­ten­cia a las inva­sio­nes ingle­sas de 1806 y 1807 al Río de la Plata y las insu­rrec­cio­nes de Chuquisaca y La Paz de 1809, que en lo inme­dia­to lle­va­ron a la Revolución de Mayo de 1810. Revolución que tam­bién se vio esti­mu­la­da por impor­tan­tes acon­te­ci­mien­tos exter­nos a nues­tro sub­con­ti­nen­te, como la gue­rra de la inde­pen­den­cia nor­te­ame­ri­ca­na (de 1776 a 1783), la revo­lu­ción fran­ce­sa (desde 1789) y las rebe­lio­nes del pue­blo espa­ñol con­tra las inva­sio­nes napo­leó­ni­cas, a par­tir de 1808.
La Revolución de 1810 marca para nues­tro país el ini­cio de una gue­rra pro­lon­ga­da y heroi­ca –con hitos deci­si­vos en bata­llas como las de Suipacha, Tucumán y Maipú y el pro­ta­go­nis­mo acti­vo del pue­blo en jor­na­das memo­ra­bles como las del éxodo juje­ño–, parte de los pro­ce­sos de la gue­rra de la inde­pen­den­cia en la mayo­ría de los paí­ses de Latinoamérica, hasta la derro­ta defi­ni­ti­va de los con­quis­ta­do­res espa­ño­les en los cam­pos de Ayacucho, el 9 de diciem­bre de 1824.
En la gue­rra de eman­ci­pa­ción nacio­nal con­ver­gie­ron las masas cam­pe­si­nas indí­ge­nas que pro­ta­go­ni­za­ron los heroi­cos levan­ta­mien­tos del Alto Perú, del Noroeste y del Noreste argen­ti­nos, del Paraguay y del Uruguay; los sec­to­res rura­les y urba­nos crio­llos, como los expre­sa­dos por Murillo en Bolivia, Gaspar de Francia en Paraguay, Artigas en Uruguay y Moreno en la Argentina; y ade­más, los sec­to­res de la aris­to­cra­cia terra­te­nien­te crio­lla que, acor­dan­do en la lucha por la inde­pen­den­cia de España, lo hacían defen­dien­do sus pri­vi­le­gios y, por tanto, opo­nién­do­se al desa­rro­llo de los ele­men­tos demo­crá­ti­cos, anti­feu­da­les.
Pese a las múl­ti­ples disen­sio­nes inter­nas –por la hete­ro­ge­nei­dad de los com­po­nen­tes del fren­te anti­es­pa­ñol–, la deci­sión de los pue­blos de defen­der la liber­tad con las armas en la mano per­mi­tió la con­ti­nui­dad de la gue­rra eman­ci­pa­do­ra. Permitió, ade­más, que ope­ra­ran a favor de la inde­pen­den­cia de nues­tros paí­ses las dis­pu­tas entre las dis­tin­tas poten­cias euro­pe­as que, junto a la suble­va­ción del pue­blo espa­ñol, juga­ron un papel impor­tan­te en el debi­li­ta­mien­to del poder mili­tar de la Corona.
Pero la hege­mo­nía de los terra­te­nien­tes y gran­des mer­ca­de­res crio­llos en la gue­rra eman­ci­pa­do­ra nacio­nal hizo que, triun­fan­te la revo­lu­ción en cuan­to a la inde­pen­den­cia del amo espa­ñol, no se resol­vie­ran las tare­as de la revo­lu­ción demo­crá­ti­ca. Derrotados los inten­tos anti­feu­da­les, quedó pen­dien­te la nece­si­dad de la revo­lu­ción demo­crá­ti­ca en nues­tro país.
Esto está en la base de la pre­ser­va­ción del atra­so lati­fun­dis­ta de ori­gen feu­dal, y de los pro­lon­ga­dos enfren­ta­mien­tos entre dis­tin­tos sec­to­res de terra­te­nien­tes y gran­des comer­cian­tes de Buenos Aires y del Interior, que demo­ra­ron por más de 60 años la defi­ni­ti­va orga­ni­za­ción nacio­nal. La dis­pu­ta de las poten­cias euro­pe­as par­ti­cu­lar­men­te Inglaterra y Francia por los mer­ca­dos y fuen­tes de mate­rias pri­mas, tam­bién operó en ese pro­ce­so, alián­do­se con uno u otro sec­tor de terra­te­nien­tes y comer­cian­tes inter­me­dia­rios, pre­do­mi­nan­do uno u otro de estos sec­to­res según el perio­do. En 1833, Inglaterra ocupa nues­tras islas Malvinas. En 1840, Buenos Aires sufre el blo­queo fran­cés y en 1848, el de ambas poten­cias –Francia e Inglaterra– coa­li­ga­das. Las posi­bi­li­da­des de desa­rro­llo capi­ta­lis­ta que se abrie­ron con la caída de Rosas en 1852, siguie­ron estan­do limi­ta­das por el pre­do­mi­nio terra­te­nien­te. El acce­so a la pro­pie­dad de la tie­rra con­ti­nuó estan­do veda­do, en la prác­ti­ca, a los nati­vos indí­ge­nas, mes­ti­zos y crio­llos pobres. Los pocos inmi­gran­tes que pudie­ron bene­fi­ciar­se con los pla­nes de colo­ni­za­ción fue­ron res­trin­gi­dos por los terra­te­nien­tes a peque­ñas zonas, mar­gi­nán­do­los de las mejo­res tie­rras.
En 1865 la oli­gar­quía argen­ti­na llevó a nues­tro país a par­ti­ci­par en la gue­rra geno­ci­da de la Triple Alianza (Argentina-Brasil-Uruguay) con­tra el Paraguay, con levas for­zo­sas que hicie­ron víc­ti­mas a miles de hom­bres y muje­res de nues­tros pue­blos, entre ellos miles de ori­gen negro afri­ca­no. Esta gue­rra fue ins­ti­ga­da prin­ci­pal­men­te por los inte­re­ses ingle­ses para liqui­dar la pers­pec­ti­va de un desa­rro­llo inde­pen­dien­te.
Al man­te­ner­se el lati­fun­dio de ori­gen feu­dal en el campo, se vio difi­cul­ta­do el desa­rro­llo de los cen­tros urba­nos, aun­que estos comen­za­ran a ser, par­ti­cu­lar­men­te Buenos Aires, el lugar de asen­ta­mien­to obli­ga­do de los inmi­gran­tes que no podían acce­der a la tie­rra. También muchos nati­vos del inte­rior ya emi­gra­ban hacia las ciu­da­des, y en espe­cial a Buenos Aires, esca­pan­do a las levas for­zo­sas y a las con­di­cio­nes semi­ser­vi­les de las estan­cias.
En esas con­di­cio­nes, la ciu­dad-puer­to se fue con­vir­tien­do en un reduc­to para las arte­sa­nías y peque­ñas fábri­cas. Esto impli­có un desa­rro­llo del pro­le­ta­ria­do indus­trial aún débil y una más débil y dis­per­sa bur­gue­sía con aspi­ra­cio­nes indus­tria­lis­tas. Las pri­me­ras expe­rien­cias de orga­ni­za­ción obre­ra están liga­das a este pre­ca­rio desa­rro­llo indus­trial, des­ta­cán­do­se el caso de los tipó­gra­fos que ya en 1857 for­ma­ron su socie­dad mutual, y en 1878 pro­ta­go­ni­za­ron la pri­me­ra huel­ga orga­ni­za­da del país con la crea­ción de un ver­da­de­ro sin­di­ca­to, la Unión Tipográfica, que fun­cio­nó entre 1877 y 1879.
En todo el perío­do que va hasta 1880 se man­tu­vo el pre­do­mi­nio eco­nó­mi­co, social y polí­ti­co de los terra­te­nien­tes, sin que esto se haya visto afec­ta­do por los inten­tos refor­ma­do­res bur­gue­ses, ni tam­po­co por las rebe­lio­nes cam­pe­si­nas indí­ge­nas o crio­llas. Los abo­rí­ge­nes lle­ga­ron en algu­nos luga­res a tomar las armas para obte­ner la pro­pie­dad de la tie­rra, como los habi­tan­tes de la Quebrada de Humahuaca y Puna, masa­cra­dos en 1874, por los terra­te­nien­tes, en la bata­lla de Quera, para impe­dir que la tie­rra retor­na­se a sus manos.
La defi­ni­ti­va orga­ni­za­ción nacio­nal bajo el con­trol terra­te­nien­te en 1880 pro­du­ce el geno­ci­dio de los pue­blos abo­rí­ge­nes de la región pam­pea­na y pata­gó­ni­ca en la Conquista del Desierto y años des­pués de los indí­ge­nas del Chaco. La liqui­da­ción o some­ti­mien­to de los gau­chos libres y el bru­tal ava­sa­lla­mien­to de las auto­no­mías pro­vin­cia­les, va a sig­nar todo el desa­rro­llo pos­te­rior de la eco­no­mía y de la socie­dad argen­ti­nas, abrien­do la época de la domi­na­ción oli­gár­qui­co-impe­ria­lis­ta sobre nues­tro país.
La sig­ni­fi­ca­ti­va pene­tra­ción del capi­tal extran­je­ro –trans­for­ma­do ya en impe­ria­lis­ta–, inver­ti­do sobre todo en los ferro­ca­rri­les, fri­go­rí­fi­cos, elec­tri­ci­dad y finan­zas, ace­le­ró el desa­rro­llo de rela­cio­nes mer­can­ti­les en la ciu­dad y el campo, cre­an­do ade­más un inci­pien­te desa­rro­llo de la pro­duc­ción capi­ta­lis­ta. Pero esto últi­mo se verá siem­pre las­tra­do en nues­tro país por el pre­do­mi­nio de los inte­re­ses de los terra­te­nien­tes lati­fun­dis­tas y por la pro­pia pene­tra­ción impe­ria­lis­ta, que con­di­cio­na y defor­ma todo el desa­rro­llo de la eco­no­mía nacio­nal en fun­ción de sus inte­re­ses.
La entra­da de capi­ta­les de dis­tin­tos orí­ge­nes (ingle­ses, fran­ce­ses, ale­ma­nes. ita­lia­nos, etc.) ins­ta­ló en nues­tro país la dis­pu­ta inte­rim­pe­ria­lis­ta por el con­trol eco­nó­mi­co y polí­ti­co del mismo. Esta dis­pu­ta se expre­sa fun­da­men­tal­men­te a tra­vés del enfren­ta­mien­to entre dis­tin­tos sec­to­res de terra­te­nien­tes y de gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria, con­ver­ti­dos en ver­da­de­ros apén­di­ces, de uno u otro impe­ria­lis­mo. Sirva de ejem­plo el que man­tu­vie­ron a fines del siglo xix sec­to­res gana­de­ros de la pro­vin­cia de Buenos Aires y Córdoba, en gene­ral proin­gle­ses, con los terra­te­nien­tes lane­ros de la pro­vin­cia de Buenos Aires más liga­dos al capi­tal fran­cés.
A par­tir de 1880 avan­za la opre­sión impe­ria­lis­ta sobre nues­tro país. Se man­ti­e­ne el atra­so lati­fun­dis­ta de ori­gen feu­dal en el campo, con el con­si­guien­te retra­so en el desa­rro­llo de rela­cio­nes capi­ta­lis­tas de pro­duc­ción y la per­ma­nen­cia y recrea­ción de rela­cio­nes semi­feu­da­les; y la Argentina se con­vier­te en un país depen­dien­te, parte del con­jun­to de paí­ses colo­nia­les, semi­co­lo­nia­les y depen­dien­tes opri­mi­dos por los paí­ses impe­ria­lis­tas. Como dice Lenin “envuel­to en las redes de la depen­den­cia finan­cie­ra y diplo­má­ti­ca”. Predomina enton­ces la depen­den­cia del impe­ria­lis­mo inglés.
Así se inter­re­la­cio­na­ron la con­tra­dic­ción entre el pue­blo y los terra­te­nien­tes y la con­tra­dic­ción entre el impe­ria­lis­mo y la Nación Argentina. Así se inter­re­la­cio­na­ron tam­bién las dos gran­des tare­as de la revo­lu­ción argen­ti­na: la tarea demo­crá­ti­ca y la tarea libe­ra­do­ra. Así tam­bién se inter­re­la­cio­nan, desde 1890, aun­que mar­chan­do a veces por carri­les sepa­ra­dos, el movi­mien­to demo­crá­ti­co y el movi­mien­to pro­le­ta­rio.
Al calor de impor­tan­tes movi­mien­tos huel­guís­ti­cos de ferro­via­rios, alba­ñi­les, car­pin­te­ros, pana­de­ros. etc., el 1º de Mayo de 1890 se con­me­mo­ra en la Argentina, junto a los tra­ba­ja­do­res de todo el mundo, el Día Internacional de los Trabajadores. Acto en el que par­ti­ci­pan más de 2.000 per­so­nas. Los ora­do­res hacen sus dis­cur­sos en cas­te­lla­no, ita­lia­no, fran­cés y ale­mán: ésta era la rea­li­dad del movi­mien­to obre­ro por enton­ces. Cabe des­ta­car el papel de los pio­ne­ros de su orga­ni­za­ción como Germán Ave Lallemant, quien valién­do­se del mar­xis­mo, ayudó con su aná­li­sis y toda su prác­ti­ca al desa­rro­llo de nues­tro movi­mien­to obre­ro. La cri­sis de 1890 frus­tra la cons­ti­tu­ción de la Federación de Trabajadores de la República Argentina, aun­que ya desde 1892 fun­cio­na la Agrupación Socialista que dará ori­gen pos­te­rior­men­te al par­ti­do del mismo nom­bre.
Distintas fuer­zas agru­pa­das en la Unión Cívica dan ori­gen al levan­ta­mien­to arma­do del 26 de julio de 1890. Fracasada la insu­rrec­ción, la Unión Cívica se divi­de: un sec­tor acuer­da con la oli­gar­quía y el impe­ria­lis­mo, y el otro, radi­cal, sigue la lucha, orga­ni­zan­do en 1893 un levan­ta­mien­to arma­do en casi todas las pro­vin­cias argen­ti­nas.

 

Irrumpe el proletariado

En los pri­me­ros años del siglo XX, el movi­mien­to obre­ro argen­ti­no y sus orga­ni­za­cio­nes gre­mia­les y polí­ti­cas die­ron un gran salto ade­lan­te. La expan­sión de la eco­no­mía argen­ti­na trajo apa­re­ja­do un cre­ci­mien­to de tra­ba­ja­do­res del campo y de la ciu­dad, some­ti­dos a con­di­cio­nes de tre­men­da explo­ta­ción. Estando en lucha los esti­ba­do­res del Puerto de Buenos Aires, los obre­ros del Mercado Central de Frutos, los con­duc­to­res de carros, etc., y con­vo­ca­da por la Federación Obrera Argentina (FOA), esta­lla el 22 de noviem­bre de 1902 la pri­me­ra huel­ga gene­ral del movi­mien­to obre­ro argen­ti­no.
El paro del puer­to de Buenos Aires, lugar clave de la eco­no­mía argen­ti­na, enfu­re­ció a la oli­gar­quía. El gobier­no del gene­ral Roca, con la apro­ba­ción de sena­do­res y dipu­ta­dos, implan­tó el Estado de Sitio y la tris­te­men­te céle­bre Ley de Residencia (núme­ro 4144), para expul­sar a los extran­je­ros acu­sa­dos de agi­ta­do­res. La poli­cía y el Ejército ocu­pa­ron las calles, des­en­ca­de­nán­do­se una bru­tal repre­sión sobre el movi­mien­to obre­ro.
La huel­ga fue derro­ta­da, pero su desa­rro­llo fue de gran impor­tan­cia, mos­tran­do la enor­me capa­ci­dad de lucha y el poten­cial revo­lu­cio­na­rio del pro­le­ta­ria­do argen­ti­no. Desnudó ante las gran­des masas el carác­ter reac­cio­na­rio del Estado de los terra­te­nien­tes, gran­des bur­gue­ses inter­me­dia­rios y el impe­ria­lis­mo, expre­sa­do polí­ti­ca­men­te por el gobier­no de Roca.
Ya apa­re­cía la nece­si­dad de una fuer­te orga­ni­za­ción del pro­le­ta­ria­do para poder enfren­tar con éxito a ese Estado. Y en el seno del movi­mien­to obre­ro esta­ba abier­ta una gran lucha de líne­as, que se daba prin­ci­pal­men­te entre los anar­quis­tas y los socia­lis­tas.
El socia­lis­mo, impreg­na­da su direc­ción por el revi­sio­nis­mo, abso­lu­ti­za­ba la lucha polí­ti­ca y par­la­men­ta­ria. El anar­quis­mo, teji­do por ten­den­cias espon­ta­neís­tas, sin­di­ca­lis­tas e inclu­so anti­or­ga­ni­za­do­ras, abso­lu­ti­za­ba la lucha eco­nó­mi­ca. Ambos, al crear un abis­mo entre la lucha eco­nó­mi­ca y la lucha polí­ti­ca, eran impo­ten­tes para orga­ni­zar la fuer­za revo­lu­cio­na­ria que nece­si­ta­ba el pro­le­ta­ria­do.
En 1903, el movi­mien­to obre­ro se divi­dió en dos cen­tra­les sin­di­ca­les: la FORA diri­gi­da por los anar­quis­tas y la UGT que diri­gían los socia­lis­tas. En ambas, pre­do­mi­na­ban con­cep­cio­nes no mar­xis­tas que difi­cul­ta­ron el avan­ce del movi­mien­to obre­ro.
Durante los años 1903 y 1904 se tri­pli­ca­ron las huel­gas, des­ta­cán­do­se las de ferro­via­rios, azu­ca­re­ros y obre­ros de la carne. En febre­ro de 1905 se pro­du­ce una nueva insu­rrec­ción radi­cal con­tra el régi­men oli­gár­qui­co.
Pese a la inten­si­fi­ca­da repre­sión de los gobier­nos oli­gár­qui­cos (clau­su­ra de loca­les, pro­hi­bi­ción de la pren­sa obre­ra, la mili­tan­cia sin­di­cal es con­si­de­ra­da deli­to. etc.), las orga­ni­za­cio­nes sin­di­ca­les se van desa­rro­llan­do y for­ta­le­cien­do. Ya para fines de 1905 la mayo­ría de los gre­mios habían con­quis­ta­do la jor­na­da de 8 ó 9 horas y logra­do aumen­tos de sala­rios. Entre 1906 y 1910 cre­cen las luchas y se extien­den a varias pro­vin­cias.
El 1º de Mayo de 1909, una con­cen­tra­ción con­vo­ca­da por la FORA en plaza Lorea, fue vio­len­ta­men­te repri­mi­da con un saldo de 11 muer­tos y cien­tos de heri­dos. La FORA, la UGT y los sin­di­ca­tos autó­no­mos for­man un comi­té de huel­ga y decla­ran la huel­ga gene­ral.
El 3 de mayo se ini­ció la lucha. Trescientas mil per­so­nas acom­pa­ña­ban los res­tos de los ase­si­na­dos. La poli­cía diri­gi­da por el coro­nel Falcón cargó sobre la colum­na dejan­do un saldo de varios muer­tos.
La huel­ga sigue y dura ocho días. El Ejército y la poli­cía acom­pa­ña­dos de ban­das “nacio­na­lis­tas”, “niños bien” de la oli­gar­quía, se lan­zan sobre los barrios obre­ros para que­brar la orga­ni­za­ción y rom­per el movi­mien­to. Asaltan e incen­dian cír­cu­los cul­tu­ra­les, biblio­te­cas y loca­les obre­ros.
Pero el movi­mien­to no pudo ser aplas­ta­do. El gobier­no debió nego­ciar y acep­tar todas las peti­cio­nes obre­ras. Por pri­me­ra vez en nues­tra his­to­ria, sobre la base de una huel­ga gene­ral, el movi­mien­to obre­ro logra­ba seme­jan­te triun­fo. Habían pasa­do 19 años desde aque­lla pri­me­ra con­me­mo­ra­ción del 10 de Mayo de 1890. Diecinueve años de expe­rien­cias de lucha pro­ta­go­ni­za­das por gran­des masas explo­ta­das que, a tra­vés de su prác­ti­ca, fue­ron toman­do con­cien­cia de su fuer­za como clase.
Un año des­pués cuan­do se pre­pa­ran los fes­te­jos del Centenario de la Revolución de Mayo, ante el lla­ma­mien­to a la huel­ga por la dero­ga­ción de la Ley de Residencia y el cum­pli­mien­to de la pro­me­sa de libe­rar los pre­sos socia­les, el gobier­no des­en­ca­de­na una feroz repre­sión al movi­mien­to obre­ro. Se decre­tó el Estado de Sitio y se san­cio­nó la Ley de Defensa Social, para repri­mir al movi­mien­to sin­di­cal. Fueron apre­sa­dos más de 2.000 obre­ros, cien depor­ta­dos y otros tan­tos con­fi­na­dos en Ushuaia. Así con­me­mo­ra­ba la oli­gar­quía el Centenario.
Sacando fuer­zas de su fla­que­za, y en el marco de una nueva cri­sis eco­nó­mi­ca ini­cia­da en 1910, el movi­mien­to obre­ro con­ti­nuó sus luchas. Esto esti­mu­ló a otros sec­to­res popu­la­res.
En Macachín, La Pampa, se levan­ta­ron los cam­pe­si­nos exi­gien­do la abo­li­ción de los con­tra­tos escla­vis­tas y los paga­rés en blan­co. Pese a que el gobier­no envió tro­pas para repri­mir, la huel­ga triun­fó.
En junio de 1912 esta­lló en el sur de la pro­vin­cia de Santa Fe, la huel­ga cono­ci­da como el Grito de Alcorta. La lucha se desa­tó con­tra los altos arren­da­mien­tos y los con­tra­tos leo­ni­nos y se exten­dió rápi­da­men­te hacia el norte de la pro­vin­cia de Buenos Aires y el sur de Córdoba y Entre Ríos. Pese a la repre­sión el movi­mien­to triun­fó, sur­gien­do la Federación Agraria Argentina.
El Grito de Alcorta seña­la­ba el comien­zo de una nueva etapa en la his­to­ria de las luchas cam­pe­si­nas argen­ti­nas. Hacía su apa­ri­ción en el cora­zón de la pampa húme­da un nuevo torren­te del otro gran pro­ta­go­nis­ta de la revo­lu­ción, ponien­do en evi­den­cia ante gran­des masas las nefas­tas con­se­cuen­cias del lati­fun­dio, gran­des exten­sio­nes de tie­rra mono­po­li­za­das por la oli­gar­quía terra­te­nien­te. “La tie­rra para quién la tra­ba­je”, pasó a ser una de las ban­de­ras del movi­mien­to agra­rio.
Con el desa­rro­llo de las luchas obre­ras y cam­pe­si­nas, fue cre­cien­do una corrien­te revo­lu­cio­na­ria den­tro del movi­mien­to sin­di­cal y den­tro del Partido Socialista, corrien­te que rei­vin­di­có el mar­xis­mo y el carác­ter cla­sis­ta del socia­lis­mo.
La posi­bi­li­dad de una con­ver­gen­cia obre­ro­cam­pe­si­na con sec­to­res bur­gue­ses y peque­ño­bur­gue­ses que tras las ban­de­ras del radi­ca­lis­mo enfren­ta­ban al régi­men con­ser­va­dor, ponía en ries­go el poder de las cla­ses domi­nan­tes, que a su vez se encon­tra­ban hora­da­das por la agu­di­za­ción de la dis­pu­ta inte­rim­pe­ria­lis­ta que lle­va­ría a la Primera Guerra Mundial. Terciando en la tra­di­cio­nal dis­pu­ta entre ingle­ses y fran­ce­ses, desde fines del siglo pasa­do habían ido adqui­rien­do un impor­tan­te peso inter­no otros inte­re­ses impe­ria­lis­tas, como los ita­lia­nos, los bel­gas y par­ti­cu­lar­men­te, los ale­ma­nes. Cuando la dis­pu­ta de estos con los ingle­ses pasa a ser la prin­ci­pal, en la pri­me­ra déca­da de nues­tro siglo, comien­zan a ter­ciar tam­bién aquí los impe­ria­lis­tas yan­quis.
En estas con­di­cio­nes, la oli­gar­quía elige el mal menor. Concede en 1912 el voto uni­ver­sal mas­cu­li­no, secre­to. Hace jugar a su favor la fie­bre elec­to­ra­lis­ta de con­ci­lia­ción con la oli­gar­quía y el impe­ria­lis­mo, pre­do­mi­nan­te tanto en el socia­lis­mo como en el radi­ca­lis­mo. Esto con­di­cio­na­rá todo el desa­rro­llo pos­te­rior del movi­mien­to demo­crá­ti­co. El ini­cio de la gue­rra en 1914, entre las poten­cias atlán­ti­cas (prin­ci­pal­men­te Inglaterra y Francia) y los impe­rios cen­tra­les (Alemania y Austria, Hungría), ahon­da­rá la divi­sión inter­na de la oli­gar­quía, a la vez que debi­li­ta­rá tran­si­to­ria­men­te la opre­sión impe­ria­lis­ta sobre nues­tro país. Así, a tra­vés de elec­cio­nes, el radi­ca­lis­mo llega al gobier­no nacio­nal en 1916.
El carác­ter de clase del gobier­no radi­cal y su con­si­de­ra­ble rela­ción con la oli­gar­quía, deter­mi­na­ron que el triun­fo elec­to­ral del radi­ca­lis­mo no sig­ni­fi­ca­ra el fin del Estado de los terra­te­nien­tes, la gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria y el impe­ria­lis­mo, aun­que se recor­ta­sen algu­nos pri­vi­le­gios de esos sec­to­res.
El pro­le­ta­ria­do cre­cía y se lo admi­ra­ba por sus luchas. Pero care­cía del Partido que le per­mi­tie­ra par­ti­ci­par acti­va­men­te, con inde­pen­den­cia, en la revo­lu­ción demo­crá­ti­ca y, en su curso, tomar su direc­ción polí­ti­ca, ya que, por su línea, ni socia­lis­tas, ni anar­quis­tas podían hacer­lo.

 

Los gobiernos radicales

Yrigoyen se hace cargo del gobier­no en octu­bre de 1916 con el apoyo de una parte impor­tan­te del movi­mien­to obre­ro y de las masas popu­la­res, que gana las calles para fes­te­jar. Pero la polí­ti­ca de con­ci­lia­ción con la oli­gar­quía y el impe­ria­lis­mo tiñó todo el perio­do del gobier­no radi­cal yri­go­ye­nis­ta.
El movi­mien­to obre­ro y popu­lar pro­ta­go­ni­za un nuevo auge de luchas logran­do avan­zar en sus con­quis­tas demo­crá­ti­cas y eco­nó­mi­cas. Ejemplo de esto son las huel­gas por­tua­rias que obtie­nen jor­na­da de 8 horas y aumen­tos sala­ria­les, y las de ferro­via­rios, que logran la anu­la­ción del artí­cu­lo 11 de la ley de jubi­la­cio­nes que impo­nía renun­ciar al dere­cho de huel­ga para aco­ger­se a sus bene­fi­cios. El movi­mien­to cam­pe­si­no, con­ti­nuan­do su lucha, obten­drá reba­jas en los arren­da­mien­tos y, final­men­te, la pri­me­ra ley de arren­da­mien­tos y apar­ce­rías rura­les en 1921. La lucha de los estu­dian­tes, que se ini­cia­ba con la ocu­pa­ción de la Universidad de Córdoba en junio de 1918, logra­rá la con­quis­ta de la Reforma Universitaria.
En este con­tex­to de ascen­so revo­lu­cio­na­rio del movi­mien­to obre­ro y popu­lar, y con­tri­bu­yen­do al mismo, se for­ta­le­ce la corrien­te que en el seno del Partido Socialista rei­vin­di­ca el mar­xis­mo y el carác­ter cla­sis­ta del socia­lis­mo, en la lucha con­tra el revi­sio­nis­mo y el opor­tu­nis­mo polí­ti­co de su direc­ción. Estimulada esta corrien­te por el triun­fo de la revo­lu­ción bol­che­vi­que, expul­sa­dos sus miem­bros del PS por la direc­ción, dan ori­gen el 6 de enero de 1918 al Partido Socialista Internacional, que a par­tir de 1921 pasó a ser el Partido Comunista de la Argentina. Se crea­ba así la posi­bi­li­dad de que el pro­le­ta­ria­do argen­ti­no con­ta­se con un par­ti­do autén­ti­ca­men­te revo­lu­cio­na­rio, mar­xis­ta-leni­nis­ta.
Terminada la gue­rra inte­rim­pe­ria­lis­ta, la oli­gar­quía y el impe­ria­lis­mo pasan a tra­ba­jar acti­va­men­te por recu­pe­rar el terre­no per­di­do, ponien­do el cen­tro en dete­ner la olea­da revo­lu­cio­na­ria de masas y cer­can­do al gobier­no radi­cal.
El desa­rro­llo del movi­mien­to alcan­za un momen­to cul­mi­nan­te en la segun­da sema­na de enero de 1919. La lucha por sala­rio, con­di­cio­nes y tiem­po de tra­ba­jo de los 800 obre­ros de los Talleres Vasena, es repri­mi­da vio­len­ta­men­te por la poli­cía, dejan­do un saldo de 4 muer­tos y 30 heri­dos. Esta es la chis­pa que pone en pie a los tra­ba­ja­do­res y el pue­blo de Buenos Aires y Avellaneda.
Los paros y mar­chas espon­tá­ne­as se extien­den rápi­da­men­te, obli­gan­do a la FORA a decre­tar la huel­ga gene­ral. 200.000 per­so­nas que acom­pa­ñan los res­tos de los obre­ros ase­si­na­dos son tiro­tea­das por la poli­cía. Las masas enfren­tan, rebal­san las fuer­zas poli­cia­les y la suble­va­ción se extien­de. Se gene­ra­li­zan las barri­ca­das, asal­tos de arme­rías, tomas de algu­nas comi­sa­rías, etc., y duran­te un corto tiem­po el pue­blo se trans­for­ma en dueño de la ciu­dad.
El Ejército entra en la ciu­dad con el con­sen­ti­mien­to de Yrigoyen y repri­me san­grien­ta­men­te la suble­va­ción popu­lar, arman­do ade­más gru­pos civi­les de la oli­gar­quía, que asal­tan loca­les e impren­tas obre­ras y rea­li­zan ver­da­de­ras “razzias” en los barrios obre­ros, con un saldo de 1.500 muer­tos y más de 4.000 heri­dos, inclu­yen­do muje­res, ancia­nos y niños. Genocidio –sólo com­pa­ra­ble a los de Rosas y Roca con­tra los indios– que pasa­rá a la his­to­ria con el nom­bre de Semana Trágica.
Pese a la masa­cre, los ecos del levan­ta­mien­to obre­ro y popu­lar de enero de 1919, lle­ga­rán hasta los más apar­ta­dos rin­co­nes, con­mo­vien­do a los explo­ta­dos y a los explo­ta­do­res de esos ver­da­de­ros impe­rios lati­fun­dis­tas del norte y del sur argen­ti­no. Ejemplos de esto, serán las his­tó­ri­cas huel­gas de la Forestal y de la Patagonia, en 1920 y 1921, tam­bién san­grien­ta­men­te repri­mi­das por el Ejército envia­do por Yrigoyen en apoyo de la oli­gar­quía. La matan­za de Santa Cruz supe­ró en ale­vo­sía y en el núme­ro de muer­tos a la Semana Trágica, con resul­ta­dos mucho más catas­tró­fi­cos para la pro­vin­cia, pues refor­zó la dic­ta­du­ra omní­mo­da de los lati­fun­dis­tas.
La falta de direc­ción y obje­ti­vos polí­ti­cos cla­ros en el pro­le­ta­ria­do, por la insi­pien­cia del Partido Comunista y la con­ci­lia­ción de los socia­lis­tas y los “sin­di­ca­lis­tas revo­lu­cio­na­rios” con el gobier­no de Yrigoyen, llevó al ais­la­mien­to a esas his­tó­ri­cas luchas, faci­li­tan­do el ensa­ña­mien­to de la oli­gar­quía.
Pero para la lucha revo­lu­cio­na­ria anti­te­rra­te­nien­te y anti­im­pe­ria­lis­ta sus ense­ñan­zas siguen sien­do vale­de­ras.
Por su parte, la acti­tud del yri­go­ye­nis­mo gra­fi­ca el doble carác­ter de la bur­gue­sía nacio­nal, que por un lado for­ce­jea y por el otro con­ci­lia con el impe­ria­lis­mo y la oli­gar­quía terra­te­nien­te, con lo que ter­mi­na enre­da­da en las tela­ra­ñas del atra­so y la depen­den­cia, y si bien hace con­ce­sio­nes al movi­mien­to obre­ro y popu­lar, trata de man­te­ner­lo bajo su égida; teme­ro­sa del des­bor­de repri­me vio­len­ta­men­te las luchas que se salen de su con­trol.
La expe­rien­cia del yri­go­ye­nis­mo en el gobier­no mos­tró, en defi­ni­ti­va, la impo­ten­cia del cami­no refor­mis­ta para resol­ver las tare­as agra­rias y anti­im­pe­ria­lis­tas. Su con­ci­lia­ción, par­ti­cu­lar­men­te con los gran­des terra­te­nien­tes gana­de­ros, faci­li­tó la recu­pe­ra­ción de posi­cio­nes por parte de la oli­gar­quía y el impe­ria­lis­mo, que pasa­ron a pre­do­mi­nar abier­ta­men­te con el gobier­no de Alvear, de 1922 a 1928. Esto obli­gó al yri­go­ye­nis­mo a pasar prác­ti­ca­men­te a la opo­si­ción, desde la cual nue­va­men­te, y con mayor ampli­tud, ganó las elec­cio­nes nacio­na­les que die­ron la pre­si­den­cia por segun­da vez a Yrigoyen en 1928.

 

En la década Infame

Pese al amplio apoyo popu­lar y al nuevo auge de luchas anti­im­pe­ria­lis­tas en toda Latinoamérica –entre las que se des­ta­ca­rá la de Andino en Nicaragua– el nuevo gobier­no de Yrigoyen se deba­tió en la impo­ten­cia de su polí­ti­ca refor­mis­ta, no yendo a fondo con­tra la oli­gar­quía y el impe­ria­lis­mo. Estos apro­ve­cha­rían las difi­cul­ta­des crea­das por la cri­sis capi­ta­lis­ta mun­dial de 1929, para pasar abier­ta­men­te a la cons­pi­ra­ción que cul­mi­na con el golpe de Estado del 6 de setiem­bre de 1930. Se ini­cia así la lla­ma­da déca­da infa­me, que se pro­lon­gó hasta 1943.
En el golpe del 6 de setiem­bre de 1930 coin­ci­die­ron dis­tin­tos sec­to­res proim­pe­ria­lis­tas, tanto pro­yan­quis y pro­a­le­ma­nes como pro­fran­ce­ses y proin­gle­ses. Pero estos últi­mos rápi­da­men­te logra­rían impo­ner su hege­mo­nía en el seno de la dic­ta­du­ra, con­cor­dan­do con el pre­do­mi­nio que tenía enton­ces el impe­ria­lis­mo inglés sobre la eco­no­mía y la socie­dad argen­ti­na. Predominio cuya base esta­ba en la alian­za con los terra­te­nien­tes gana­de­ros, que tenían en Inglaterra su prin­ci­pal com­pra­dor. Esto se gra­fi­có con la firma del Pacto Roca-Runciman en 1933.
La hege­mo­nía de los sec­to­res proin­gle­ses se daba en el marco de una reno­va­da dis­pu­ta de pro­a­le­ma­nes y pro­fran­ce­ses, que tam­bién se vie­ron favo­re­ci­dos por los gobier­nos entre­guis­tas de Justo, Ortiz y Castillo. Y hacia fina­les de la déca­da aumen­tan sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te las inver­sio­nes nor­te­ame­ri­ca­nas.
Distinta era la situa­ción en el resto de América Latina, donde ya el impe­ria­lis­mo yan­qui había logra­do impo­ner su hege­mo­nía, tam­bién en aguda dis­pu­ta con ingle­ses y ale­ma­nes, como lo mos­tró en par­ti­cu­lar la gue­rra del Chaco –de 1932 a 1935–, en la que los pue­blos her­ma­nos de Bolivia y Paraguay fue­ron uti­li­za­dos como carne de cañón para diri­mir el con­flic­to por la región entre las poten­cias impe­ria­lis­tas.
Pese al frau­de elec­to­ral y a la repre­sión poli­cial, con la tris­te­men­te céle­bre Sección Especial, el movi­mien­to obre­ro, cam­pe­si­no y popu­lar ini­cia un nuevo auge de media­dos de la déca­da del trein­ta.
Al calor de la lucha avan­za la orga­ni­za­ción del movi­mien­to obre­ro a tra­vés de los sin­di­ca­tos por rama de la pro­duc­ción, supe­ran­do los vie­jos gre­mios por ofi­cio, como es el des­ta­ca­do caso de la Federación Obrera Nacional de la Construcción, FONC, en cuyo desa­rro­llo y fuer­za inci­die­ron deci­si­va­men­te los prin­ci­pios del cla­sis­mo revo­lu­cio­na­rio y anti­im­pe­ria­lis­ta, que impul­só en esos años el toda­vía Partido Comunista de la Argentina. Con una orien­ta­ción seme­jan­te se desa­rro­llan otros sin­di­ca­tos y fede­ra­cio­nes de la indus­tria, como los cer­ve­ce­ros, obre­ros de la carne, ali­men­ta­ción, made­ra, meta­lúr­gi­cos, del ves­ti­do, del cal­za­do. etc.
La pro­lon­ga­da huel­ga de la cons­truc­ción de fines de 1935, que con­ci­tó la gran huel­ga de soli­da­ri­dad de enero de 1936, dio nue­vos bríos a las luchas obre­ras y popu­la­res, entre las que se des­ta­ca la lucha de los cam­pe­si­nos algo­do­ne­ros del Chaco con­tra Bunge y Born y Anderson Clayton.
En este marco se orga­ni­za el movi­mien­to anti­fas­cis­ta, que da lugar por pri­me­ra vez a una mani­fes­ta­ción con­jun­ta de la CGT con los par­ti­dos polí­ti­cos opues­tos al gobier­no de Justo, el lº de Mayo de 1936. Ya par­tir de julio de 1936, con el ini­cio de la gue­rra civil espa­ño­la, se desa­rro­lla­rá en par­ti­cu­lar el movi­mien­to de soli­da­ri­dad con la República, que inclu­yó el envío de bri­ga­das para su defen­sa fren­te al levan­ta­mien­to fran­quis­ta, que con­ta­ba con el apoyo abier­to de los gobier­nos fas­cis­tas de Alemania e Italia.
En todas estas luchas juega un papel deci­si­vo el Partido Comunista, que a tra­vés de la abne­ga­da labor de sus mili­tan­tes marca un hito en las glo­rio­sas tra­di­cio­nes de lucha del movi­mien­to comu­nis­ta argen­ti­no.
En setiem­bre de 1939 se ini­cia la Segunda Guerra Mundial impe­ria­lis­ta. El debi­li­ta­mien­to tem­po­ral de Inglaterra, por la ofen­si­va de la Alemania nazi inci­dió sobre la situa­ción argen­ti­na. Se vie­ron afec­ta­das las posi­cio­nes de los prin­ci­pa­les opre­so­res de la Nación Argentina. A la vez, las inver­sio­nes ale­ma­nas hacían cre­cer la inten­ción nazi de adue­ñar­se de nues­tro país. Estados Unidos entró en la gue­rra dos años más tarde. A par­tir de enton­ces pre­sio­nó en dis­tin­tos terre­nos, aun­que sin éxito, para lograr el apoyo acti­vo de nues­tro país. Todo esto alen­tó, duran­te este perío­do, un cier­to espí­ri­tu de inde­pen­den­cia de la bur­gue­sía nacio­nal, par­ti­cu­lar­men­te res­pec­to del impe­ria­lis­mo inglés.
Con la agre­sión de Alemania a la URSS (en ese enton­ces toda­vía bajo la dic­ta­du­ra del pro­le­ta­ria­do), la gue­rra inte­rim­pe­ria­lis­ta se trans­for­mó en una gue­rra mun­dial anti­fas­cis­ta, en la que se fun­dió la defen­sa del pri­mer país socia­lis­ta con la lucha libe­ra­do­ra de los pue­blos opri­mi­dos por el nazis­mo ale­mán, el mili­ta­ris­mo japo­nés y el fas­cis­mo ita­lia­no. El impe­ria­lis­mo nazi­fas­cis­ta se con­vir­tió en el ene­mi­go prin­ci­pal del pro­le­ta­ria­do a esca­la mun­dial. Fue justo con­si­de­rar­lo así mun­dial­men­te y esto no era anta­gó­ni­co con los inte­re­ses libe­ra­do­res de la revo­lu­ción argen­ti­na.
Dada la nueva situa­ción nacio­nal e inter­na­cio­nal la clase obre­ra argen­ti­na podía impul­sar bajo su direc­ción un fren­te anti­fas­cis­ta, anti­im­pe­ria­lis­ta y anti­o­li­gár­qui­co que, pro­mo­vien­do las luchas popu­la­res, atra­je­ra a la bur­gue­sía nacio­nal y colo­ca­se al país junto a la coa­li­ción anti­fas­cis­ta. Pero la línea erró­nea del PC limi­tó mucho el apor­te argen­ti­no a la coa­li­ción anti­fas­cis­ta e hizo per­der inde­pen­den­cia al pro­le­ta­ria­do, al subor­di­nar su polí­ti­ca a la alian­za con los impe­ria­lis­tas anglo­yan­quis y con los sec­to­res libe­ra­les de los terra­te­nien­tes. En estas con­di­cio­nes y apro­ve­chan­do la debi­li­dad momen­tá­nea de los dis­tin­tos sec­to­res, impe­ria­lis­tas, la bur­gue­sía nacio­nal pasó a hege­mo­ni­zar un fren­te nacio­na­lis­ta bur­gués que logró ganar una gran base de masas.

 

El peronismo

El 4 de junio de 1943 se pro­du­jo el golpe mili­tar que desa­lo­jó del gobier­no a con­ser­va­do­res y radi­ca­les anti­per­so­na­lis­tas. Los sec­to­res proin­gle­ses que actua­ron pre­ven­ti­va­men­te, ponien­do a la cabe­za al gene­ral Rawson, rápi­da­men­te se vie­ron par­cial­men­te des­pla­za­dos por los pro­a­le­ma­nes, que impu­sie­ron a Ramírez. Pero este golpe se dio cuan­do los Ejércitos nazis habían sido derro­ta­dos en Stalingrado y en el grupo de mili­ta­res hege­mó­ni­co habla sec­to­res nacio­na­lis­tas que pen­sa­ban ya en el mundo de pos­gue­rra, con EE.UU. y la Unión Soviética triun­fan­tes; entre éstos esta­ba el enton­ces coro­nel Perón.
Terminada la Segunda Guerra Mundial con la derro­ta de la Alemania nazi, crece el auge de la lucha revo­lu­cio­na­ria de los pue­blos y paí­ses opri­mi­dos. Estados Unidos se trans­for­ma en el impe­ria­lis­mo más agre­si­vo a esca­la mun­dial, y en el gen­dar­me y prin­ci­pal ene­mi­go de los pue­blos.
Esto suce­dió en 1945 e ini­cial­men­te no todos los comu­nis­tas lo com­pren­die­ron así. Justamente por haber­lo enten­di­do, y a fondo, es que el Partido Comunista de China pudo con­du­cir su revo­lu­ción al triun­fo en 1949.
La direc­ción del Partido Comunista de la Argentina no com­pren­dió que, derro­ta­dos los nazis, las cosas habían cam­bia­do, tanto inter­na­men­te (dilu­yén­do­se toda posi­bi­li­dad inme­dia­ta de que el impe­ria­lis­mo ale­mán pudie­ra deci­dir a su favor el domi­nio sobre la Argentina), como a esca­la mun­dial.
Al hacer suyas las teo­rías brow­de­ris­tas (del revi­sio­nis­ta Browder, que había sido dis­tin­gui­do diri­gen­te de la Internacional Comunista, y en ese momen­to enca­be­za­ba el Partido Comunista de los Estados Unidos), plan­teó que se abría un perio­do de cola­bo­ra­ción con los impe­ria­lis­mos “demo­crá­ti­cos” (prin­ci­pal­men­te Gran Bretaña y los Estados Unidos) y la posi­bi­li­dad de abrir un pro­ce­so de libe­ra­ción nacio­nal con su ayuda. Por esto, y por su polí­ti­ca opor­tu­nis­ta res­pec­to de los terra­te­nien­tes libe­ra­les, se aisló del pro­le­ta­ria­do, per­dió fuer­zas y no pudo orien­tar correc­ta­men­te el movi­mien­to obre­ro, cam­pe­si­no y popu­lar en alza, y enfren­tó como ene­mi­go prin­ci­pal a la bur­gue­sía nacio­nal.
El 17 de octu­bre de 1945, fren­te a la ofen­si­va de los sec­to­res más repre­sen­ta­ti­vos de la oli­gar­quía  y el impe­ria­lis­mo, se pro­du­jo la movi­li­za­ción obre­ra y popu­lar que impi­dió que se ins­ta­le un gobier­no de gale­ri­tas apo­ya­do por todos los pode­ro­sos de la tie­rra, reivin­di­ca y defien­de sus con­quis­tas socia­les y saca de la cár­cel a su jefe el gene­ral Perón, abrien­do un nuevo rumbo para la his­to­ria argen­ti­na. Sobre la base de esta movi­li­za­ción pro­mo­vi­da y hege­mo­ni­za­da por la direc­ción pero­nis­ta ésta se afir­ma en resor­tes cla­ves del Estado, logran­do cam­biar a su favor la corre­la­ción de fuer­zas en el Ejército.
En estas con­di­cio­nes se mar­cha a las elec­cio­nes nacio­na­les del 24 de febre­ro de 1946, que se carac­te­ri­zan por una pola­ri­za­ción extre­ma de la socie­dad argen­ti­na, y encuen­tran a la pro­pia clase obre­ra divi­di­da, pues el par­ti­do del pro­le­ta­ria­do, al impul­sar e inte­grar la Unión Democrática, se alió a los ene­mi­gos estra­té­gi­cos de la revo­lu­ción argen­ti­na (el impe­ria­lis­mo y los terra­te­nien­tes). Ante la opción: Braden o Perón, la mayo­ría del pro­le­ta­ria­do indus­trial y rural y del cam­pe­si­na­do pobre se volcó hacia este últi­mo, con­vir­tién­do­se en la prin­ci­pal base social del movi­mien­to pero­nis­ta, hege­mo­ni­za­do por la bur­gue­sía nacio­nal con aspi­ra­cio­nes indus­tria­lis­tas, en el cual con­flu­yó tam­bién una frac­ción de terra­te­nien­tes.
Durante los diez años de gobier­no pero­nis­ta y en par­ti­cu­lar duran­te la pri­me­ra pre­si­den­cia de Perón, los sec­to­res de bur­gue­sía nacio­nal indus­tria­lis­ta pasa­ron a hege­mo­ni­zar el Estado. Se adop­ta­ron medi­das que lesio­na­ron inte­re­ses impe­ria­lis­tas y se recor­ta­ron bene­fi­cios de la oli­gar­quía. Medidas que esti­mu­la­ron el desa­rro­llo de la bur­gue­sía nacio­nal, amplia­ron el mer­ca­do inter­no y die­ron impul­so al desa­rro­llo capi­ta­lis­ta. A ello se sumó el fomen­to del capi­ta­lis­mo de Estado en ener­gía, trans­por­te, fabri­ca­ción de mate­rial mili­tar, indus­trias metal­me­cá­ni­ca, etc., la nacio­na­li­za­ción de una parte del comer­cio exte­rior y el con­ge­la­mien­to de los arren­da­mien­tos, lográn­do­se la colo­ni­za­ción de algu­nos lati­fun­dios, prin­ci­pal­men­te allí donde los cam­pe­si­nos lo toma­ron en sus manos (Lapín en Rivera, Nueva Plata en Pehuajó, Otto Bemberg en Chascomús, etc.). Al mismo tiem­po se impul­só un pro­ce­so de sin­di­ca­li­za­ción masi­va y se puso en prác­ti­ca una legis­la­ción que con­cre­ta­ba rei­vin­di­ca­cio­nes por las que la clase obre­ra había lucha­do heroi­ca­men­te duran­te muchas déca­das: jubi­la­ción, vivien­das, obras socia­les, con­ven­cio­nes colec­ti­vas de tra­ba­jo. Escuelas, fábri­ca, voto de la mujer. etc.
Todo esto hizo que glo­bal­men­te la socie­dad argen­ti­na ope­ra­ra un impor­tan­te avan­ce con el pero­nis­mo. Pero éste, dada la natu­ra­le­za de clase de su direc­ción, no tocó lo fun­da­men­tal de las cla­ses domi­nan­tes: el lati­fun­dio y los mono­po­lios impe­ria­lis­tas, prin­ci­pal­men­te en la indus­tria de la carne y la elec­tri­ci­dad. La eco­no­mía argen­ti­na con­ti­nuó sien­do depen­dien­te y se man­tu­vo la base del poder de los terra­te­nien­tes. A la vez, rea­li­zó una polí­ti­ca de suje­ción de los sin­di­ca­tos al Estado, res­trin­gien­do y per­si­guien­do a la opo­si­ción, no sólo de los sec­to­res oli­gár­qui­cos sino tam­bién de sec­to­res popu­la­res y de la clase obre­ra que no acep­ta­ban subor­di­nár­se­le. Incluso recu­rrió a la repre­sión abier­ta de las huel­gas y mani­fes­ta­cio­nes obre­ras y popu­la­res que iban más allá de “lo per­mi­ti­do”, es decir; luchas por rei­vin­di­ca­cio­nes que cues­tio­na­ban las limi­ta­cio­nes de su nacio­na­lis­mo y refor­mis­mo por la con­ci­lia­ción con los terra­te­nien­tes y los impe­ria­lis­tas. Esto llevó a ahon­dar las divi­sio­nes en el movi­mien­to obre­ro, y sobre todo entre éste y los demás sec­to­res popu­la­res (ya que el pero­nis­mo los repri­mía auto atri­bu­yén­do­se la repre­sen­ta­ción del movi­mien­to obre­ro), lo que fue hábil­men­te apro­ve­cha­do por la oli­gar­quía y el impe­ria­lis­mo para recon­quis­tar sus posi­cio­nes.
Sometido a una fuer­te pre­sión del impe­ria­lis­mo yan­qui, y sin divi­sas para impor­tar los bie­nes de capi­tal que nece­si­ta­ba la indus­tria para for­ta­le­cer los sec­to­res de la meta­lur­gia pesa­da y livia­na, petró­leo y deri­va­dos y otras ramas indus­tria­les, el gobier­no pero­nis­ta comen­zó a retro­ce­der. Mientras, cons­pi­ra­ban acti­va­men­te los terra­te­nien­tes y en gene­ral los sec­to­res proim­pe­ria­lis­tas (golpe falli­do de 1951) y avan­za­ban tanto la oli­gar­quía como los mono­po­lios (yan­quis, ingle­ses, euro­peos en gene­ral).
Las masas, par­ti­cu­lar­men­te la clase obre­ra, seguían com­ba­tien­do por sus rei­vin­di­ca­cio­nes, enfren­tan­do en muchos casos las per­se­cu­cio­nes y la repre­sión, con impor­tan­tes hitos como las huel­gas de los cañe­ros tucu­ma­nos, grá­fi­cos, meta­lúr­gi­cos, ferro­via­rios, ban­ca­rios. etc. Hacia fines de 1950 se desa­rro­lló un gran movi­mien­to popu­lar con­tra las pre­sio­nes por par­ti­ci­par con un con­tin­gen­te de sol­da­dos argen­ti­nos junto al impe­ria­lis­mo yan­qui en la gue­rra de Corea. La mar­cha de los obre­ros ferro­via­rios de Pérez, pese a ser tam­bién repri­mi­da, jugó un papel deci­si­vo en este movi­mien­to que, final­men­te, logró su obje­ti­vo.
Asimismo, las masas obre­ras y popu­la­res resis­tie­ron el inten­to de entre­ga del petró­leo a empre­sas yan­quis y las pro­pues­tas del “Congreso de la Productividad”, que impul­só una polí­ti­ca de supe­rex­plo­ta­ción obre­ra como sali­da para la cri­sis. Los terra­te­nien­tes, sabién­do­se fuer­tes por­que el país nece­si­ta­ba divi­sas y éstas pro­ve­nían del campo, y los mono­po­lios impe­ria­lis­tas recu­pe­ra­dos sus paí­ses de las secue­las de la gue­rra, por su capa­ci­dad de inver­sión en las indus­trias men­cio­na­das, mar­cha­ron a for­mar un blo­que con­tra las exi­gen­cias popu­la­res y con­tra el gobier­no pero­nis­ta. Tratando de resis­tir el cre­cien­te hos­ti­ga­mien­to impe­ria­lis­ta. Perón hizo impor­tan­tes acuer­dos eco­nó­mi­cos con la URSS y otros paí­ses enton­ces toda­vía socia­lis­tas.

 

La restauración oligárquica

Ante la cre­cien­te ame­na­za de golpe de Estado, espe­cial­men­te des­pués de la jor­na­da san­grien­ta de junio de 1955, las masas obre­ras inten­ta­ron enfren­tar­lo, inclu­so con las armas. El gobier­no se opuso. Finalmente, en setiem­bre de 1955, el golpe triun­fó. La bur­gue­sía pero­nis­ta, como antes la radi­cal, mos­tra­ba su impo­ten­cia para impe­dir las res­tau­ra­cio­nes oli­gár­qui­co-impe­ria­lis­tas. Pese a esto, hubo una fuer­te resis­ten­cia obre­ra y popu­lar al golpe.
En la direc­ción del PC, con­tra la acti­tud de muchos de sus mili­tan­tes que par­ti­ci­pa­ron de esa resis­ten­cia, ter­mi­nó pre­do­mi­nan­do una línea de apoyo a la “Libertadora”. En oca­sión del golpe del 16 de junio de 1955 había exi­gi­do armar al pue­blo; tres meses des­pués, ante el golpe de setiem­bre, el día 18 llamó a “poner tér­mi­no a la gue­rra civil que esta­ba hacien­do estra­gos”. Esta supues­ta posi­ción inde­pen­dien­te ocul­ta­ba que la direc­ción del PC había pues­to un pie en el golpe gori­la, (par­ti­ci­pa­ción del sec­tor mili­tar afín a Solanas Pacheco, Lanusse, Guglialmeli), lo que se expre­só en la con­cu­rren­cia masi­va de sus mili­tan­tes uni­ver­si­ta­rios y de barrios de la Capital a la con­cen­tra­ción que fes­te­jó en la Plaza de Mayo el triun­fo gori­la. Muchos de sus miem­bros ocu­pa­ron pues­tos impor­tan­tes en los sin­di­ca­tos y uni­ver­si­da­des inter­ve­ni­dos por la “revo­lu­ción liber­ta­do­ra”.
Desde 1955 se acen­túa la depen­den­cia de nues­tro país, a par­tir de anu­dar lazos con el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y otras ins­ti­tu­cio­nes finan­cie­ras impe­ria­lis­tas. La polí­ti­ca de la dic­ta­du­ra refor­zó la pene­tra­ción yan­qui y euro­pea, favo­re­cien­do un rápi­do pro­ce­so de con­cen­tra­ción y cen­tra­li­za­ción del capi­tal en la indus­tria, el comer­cio y las finan­zas, a la vez que se eli­mi­na­ban las res­tric­cio­nes al lati­fun­dio en el campo. Así se pro­fun­di­zó la explo­ta­ción y opre­sión de la clase obre­ra y el pue­blo, se man­tu­vo el estan­ca­mien­to agro­pe­cua­rio y se  per­ju­di­ca­ron amplios sec­to­res de la bur­gue­sía nacio­nal.
La resis­ten­cia a esta polí­ti­ca tuvo diver­sas for­mas. La clase obre­ra y las masas popu­la­res pro­ta­go­ni­za­ron gran­des com­ba­tes. Se desa­rro­lló la resis­ten­cia pero­nis­ta. Peronistas, comu­nis­tas y otros sec­to­res se unie­ron con­tra la inter­ven­ción dic­ta­to­rial de la CGT y la derro­ta­ron.
A par­tir de 1956, esti­mu­la­do y apo­ya­do por la cama­ri­lla que des­pués de la muer­te de Stalin res­tau­ró el capi­ta­lis­mo en la URSS, se abre un con­tra­dic­to­rio pro­ce­so en la direc­ción del PC argen­ti­no, hasta que se impo­ne total­men­te el revi­sio­nis­mo y la trai­ción a los inte­re­ses de la clase obre­ra.
En opo­si­ción a esa línea, que trans­for­mó al PC, de par­ti­do del pro­le­ta­ria­do en quin­ta­co­lum­na del socia­lim­pe­ria­lis­mo sovié­ti­co, sur­gió la corrien­te anti­te­rro­ris­ta, anti­o­por­tu­nis­ta, que fue decre­cien­do a par­tir de 1959. A tra­vés de un curso de desa­rro­llo com­ple­jo, esti­mu­la­dos por la lucha de cla­ses nacio­nal e inter­na­cio­nal y por la lucha anti­rre­vi­sio­nis­ta a esca­la mun­dial, se fue­ron con­fi­gu­ran­do los afluen­tes que el 6 de enero de 1968 iban a cons­ti­tuir el Partido Comunista Revolucionario de la Argentina.
En el campo de la bur­gue­sía, entre­tan­to, se había ido con­for­man­do la corrien­te desa­rro­llis­ta, lide­ra­da por Frondizi, quien ini­cial­men­te plan­teó pos­tu­ras anti­im­pe­ria­lis­tas.
Los revi­sio­nis­tas sovié­ti­cos pudie­ron apro­ve­char  sus vie­jas rela­cio­nes y las del PC con los diri­gen­tes del fron­do­fri­ge­ris­mo para ins­tru­men­tar dicha corrien­te en sus for­ce­jeos con los yan­quis. Utilizando su pode­ro­so apa­ra­to eco­nó­mi­co y, tam­bién, las rela­cio­nes comer­cia­les de sec­to­res de la cla­ses domi­nan­tes con la URSS, el socia­lim­pe­ria­lis­mo sovié­ti­co fue desa­rro­llan­do sec­to­res de gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria del tipo Gelbard (como grupo eco­nó­mi­co y en el accio­nar polí­ti­co, Gelbard y Frigerio mar­cha­ron uni­dos hasta fines de la déca­da del 60), Broker, Graiver, Trozzo, Greco, Oliver, etc. Y aso­cian­do tam­bién a un grupo de terra­te­nien­tes y de la gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria tra­di­cio­nal, como los que expre­san los Lanusse, Bullrich, Shaw, Blaquier, Acevedo, Martinez de Hoz, Hirsch, Navajas Artaza, Zorraquin, Gruneisen, Muñiz Barreto, Cárcano, Santamarina, etc.
Es duran­te el gobier­no de Frondizi cuan­do estos sec­to­res comien­zan a adqui­rir un gran desa­rro­llo, no por las leyes del mer­ca­do sino por el uso de los fon­dos, estí­mu­los, lici­ta­cio­nes, vacia­mien­tos y demás bene­fi­cios que les per­mi­te el mane­jo del gobier­no. Para hacer esta polí­ti­ca, el gobier­no de Frondizi tuvo que otor­gar impor­tan­tes con­ce­sio­nes a sec­to­res del impe­ria­lis­mo yan­qui y a mono­po­lios euro­peos, quie­nes tenían un peso deci­si­vo en la eco­no­mía nacio­nal.
Dadas las con­di­cio­nes exis­ten­tes enton­ces, y en par­ti­cu­lar la posi­bi­li­dad de inver­tir en ramas poco desa­rro­lla­das y con un mer­ca­do inter­no impor­tan­te, como la indus­tria auto­mo­triz y cone­xas, (petró­leo, cau­cho, par­tes, etc.), se pro­du­jo un cre­ci­mien­to y una diver­si­fi­ca­ción de la eco­no­mía de los años siguien­tes a 1959. Eso se logró con la ruina y el empo­bre­ci­mien­to de otros sec­to­res, la opre­sión de la mayo­ría del pue­blo, la supe­rex­plo­ta­ción obre­ra y la entre­ga del patri­mo­nio nacio­nal. Todo lo cual iba a aca­rre­ar una nueva cri­sis, aún más pro­fun­da, como fue la de 1962-63.
En heroi­cas jor­na­das, con huel­ga gene­ral y barri­ca­das, la clase obre­ra resis­tió la polí­ti­ca del gobier­no. Frondizi apeló enton­ces a la repre­sión abier­ta, recu­rrien­do inclu­so al Ejército, como en la his­tó­ri­ca toma del fri­go­rí­fi­co Lisandro de la Torre, en enero de 1959, y la huel­ga gran­de ferro­via­ria de 1961. Las gran­des luchas del movi­mien­to estu­dian­til en estos años (por mayor pre­su­pues­to, en defen­sa de la ense­ñan­za laica. etc.), al con­fluir con la resis­ten­cia obre­ra al fron­di­zis­mo, ayu­da­ron a dis­mi­nuir la bre­cha abier­ta en el campo popu­lar en 1955.
Comunistas y pero­nis­tas, obre­ros y estu­dian­tes, jun­tos en las calles y en las cár­ce­les de Frondizi, enfren­tan­do la repre­sión y el Plan Conintes, irán for­jan­do una nueva uni­dad. Esto se expre­sa­rá tam­bién en el inten­to de resis­tir, aún con­tra la opi­nión de las direc­cio­nes del PC y el PJ, la inter­ven­ción a la pro­vin­cia de Buenos Aires (cuan­do el pero­nis­mo ganó con Framini las elec­cio­nes en 1962).
Estos acon­te­ci­mien­tos ocu­rrían mien­tras tenía lugar la Revolución cuba­na, cuyo triun­fo (en 1959) había con­mo­vi­do a todo el pue­blo argen­ti­no, for­ta­le­cien­do el com­ba­te anti­im­pe­ria­lis­ta y la bús­que­da de un cami­no revo­lu­cio­na­rio. Esta Revolución con­tri­bu­yó a pro­du­cir una izquier­da­li­za­ción masi­va de las capas medias, espe­cial­men­te en el estu­dian­ta­do.
El golpe de Estado de marzo de 1962 no frenó el auge de las luchas obre­ras y popu­la­res y comien­zan las ocu­pa­cio­nes de fábri­cas como res­pues­ta a la polí­ti­ca de la dic­ta­du­ra. En este marco se pro­du­cen los enfren­ta­mien­tos en la cús­pi­de mili­tar, que cul­mi­nan en la lucha arma­da entre “azu­les” y “colo­ra­dos” expre­sión de la pugna por el poder de dis­tin­tos sec­to­res proim­pe­ria­lis­tas, de terra­te­nien­tes y de gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria. Mientras los sec­to­res desa­rro­lla­dos con el fron­di­cis­mo (pro­yan­quis, pro­eu­ro­peos y pro­rru­sos) ani­da­ban en los “azu­les”, los “colo­ra­dos” expre­sa­ban a los sec­to­res de oli­gar­quía tra­di­cio­nal más liga­dos al impe­ria­lis­mo inglés. Derrotados estos últi­mos, la dis­pu­ta segui­rá en el seno de los “azu­les” (“moder­nis­tas”), como expre­sión prin­ci­pal­men­te de las con­tra­dic­cio­nes entre los sec­to­res pro­yan­quis y pro­rru­sos.
En esta situa­ción de aguda lucha por el con­trol del poder y con el pero­nis­mo pros­cri­to se rea­li­zan las elec­cio­nes de 1963, que lle­van al radi­ca­lis­mo al gobier­no, con Illía como pre­si­den­te. Este pre­ten­dió apli­car una polí­ti­ca de signo refor­mis­ta en lo inter­no y de cues­tio­na­mien­to de algu­nos ele­men­tos de la pene­tra­ción yan­qui en lo inter­na­cio­nal.
La clase obre­ra y el pue­blo rea­li­za­ron en este perio­do impor­tan­tes luchas rei­vin­di­ca­ti­vas y polí­ti­cas. Se gene­ra­li­za­ron las tomas de fábri­cas. Hubo gran­des luchas estu­dian­ti­les y movi­li­za­cio­nes en soli­da­ri­dad con Santo Domingo. Tuvieron lugar impor­tan­tes movi­mien­tos cam­pe­si­nos, como las mar­chas cañe­ras en Tucumán que per­mi­tie­ron el pacto entre la UCIT y la F0TIA, y se refle­ja­ron en la incor­po­ra­ción de la lucha por la refor­ma agra­ria en el pro­gra­ma de la CGT.
Al ampa­ro de esta situa­ción se amplía la pene­tra­ción sovié­ti­ca, crece la rele­van­cia del grupo Gelbard-Broner y de los sec­to­res aso­cia­dos al socia­lim­pe­ria­lis­mo. El fron­do­fri­ge­ris­mo y el gel­bar­dis­mo fue­ron acti­vos gol­pis­tas. Actitud com­par­ti­da por la direc­ción del PC (que antes había apo­ya­do abier­ta­men­te a los “azu­les”) y la direc­ción del PJ (en par­ti­cu­lar, el van­do­ris­mo), ambos ins­tru­men­ta­ron las jus­tas luchas obre­ras y popu­la­res para sus fines, aún cuan­do la mayo­ría de los mili­tan­tes comu­nis­tas –en cre­cien­te opo­si­ción a su direc­ción– y tam­bién pero­nis­tas, no acor­da­ban con los enjua­gues gol­pis­tas. La direc­ción del PC y el van­do­ris­mo acor­da­ron en ese momen­to una con­duc­ción de la Confederación General del Trabajo.
Finalmente, los sec­to­res pro­yan­quis y pro­eu­ro­peos logran hege­mo­ni­zar el golpe mili­tar del 28 de junio de 1966, que ins­tau­ra la auto­de­no­mi­na­da “revo­lu­ción argen­ti­na”. En él, tam­bién venían embos­ca­dos los mili­ta­res pro­so­vié­ti­cos, como los expre­sa­dos por el gene­ral Lanusse.
Así, si bien junto al golpe cen­tral y al movi­mien­to obre­ro y popu­lar, la dic­ta­du­ra de Onganía gol­peó tam­bién a los sec­to­res más visi­ble­men­te liga­dos a la direc­ción del PC, en par­ti­cu­lar a lo que se rela­cio­na­ba con la peque­ña y media­na bur­gue­sía a tra­vés del mane­jo de las coo­pe­ra­ti­vas de cré­di­to, no fue­ron afec­ta­dos los sec­to­res de terra­te­nien­tes y de gran bur­gue­sía aso­cia­dos al socia­lim­pe­ria­lis­mo. Y éste man­tu­vo incó­lu­me sus posi­cio­nes en las fuer­zas arma­das argen­ti­nas.
La posi­ción de la direc­ción del PC de opo­si­ción ver­bal y de pres­cin­den­cia en los hechos fren­te al golpe de Estado se corres­pon­día con el obje­ti­vo prin­ci­pal de los sovié­ti­cos: avan­zar en el copa­mien­to de los altos man­dos de las fuer­zas arma­das. A su vez, el lla­ma­mien­to del gene­ral Perón a “des­en­si­llar hasta que acla­re” crea­ba expec­ta­ti­vas en sec­to­res nacio­na­lis­tas de las fuer­zas arma­das.

 

Un nuevo auge de luchas

La polí­ti­ca pro­te­rra­te­nien­te y proim­pe­ria­lis­ta de la dic­ta­du­ra de Onganía creó un pol­vo­rín de des­con­ten­to en las masas obre­ras, cam­pe­si­nas, y popu­la­res en gene­ral. La clase obre­ra se pone a la cabe­za de la resis­ten­cia anti­dic­ta­to­rial, des­ta­cán­do­se las gran­des huel­gas de los ferro­via­rios, por­tua­rios, azu­ca­re­ros, petro­le­ros (par­ti­cu­lar­men­te de Ensenada), etc. Luchas con las que empal­ma­ron las gran­des movi­li­za­cio­nes estu­dian­ti­les con­vo­ca­das por la Federación Universitaria Argentina, diri­gi­da por cama­ra­das y com­pa­ñe­ros que con­flu­ye­ron en la con­for­ma­ción de nues­tro Partido.
En el con­jun­to de las fuer­zas polí­ti­cas de la izquier­da argen­ti­na se pro­fun­di­za la dife­ren­cia entre el cami­no refor­mis­ta y el revo­lu­cio­na­rio. La muer­te heroi­ca de un revo­lu­cio­na­rio comu­nis­ta, el Che Guevara, reper­cu­te hon­da­men­te en el pue­blo argen­ti­no, par­ti­cu­lar­men­te en la juven­tud.
Entre las fuer­zas revo­lu­cio­na­rias se abrió un deba­te entre quie­nes con­ce­bían el foco gue­rri­lle­ro como el cami­no más apto para lle­gar a la revo­lu­ción –donde las masas eran espec­ta­do­ras del accio­nar de los gru­pos arma­dos, redu­cien­do el papel del pro­le­ta­ria­do y del pue­blo a la lucha eco­nó­mi­ca–, y quie­nes defen­dían la con­cep­ción leni­nis­ta que no redu­ce al pro­le­ta­ria­do a la sim­ple lucha eco­nó­mi­ca sino que, por el con­tra­rio, le asig­na el papel de prin­ci­pal pro­ta­go­nis­ta de la lucha polí­ti­ca y con­si­de­ra que sólo el pue­blo en armas, con el pro­le­ta­ria­do y su par­ti­do como van­guar­dia, puede lle­var la revo­lu­ción al triun­fo.
La nece­si­dad de la van­guar­dia mar­xis­ta-leni­nis­ta en la Argentina había madu­ra­do en las entra­ñas del movi­mien­to obre­ro y revo­lu­cio­na­rio, a cuyos reque­ri­mien­tos esen­cia­les no ser­vían ni el PC, que había dege­ne­ra­do como par­ti­do mar­xis­ta-leni­nis­ta, ni el pero­nis­mo, ni el revo­lu­cio­na­ris­mo peque­ño­bur­gués. La fuer­za reor­ga­ni­za­do­ra de esa van­guar­dia sur­gió prin­ci­pal­men­te del Partido Comunista, de la opo­si­ción a su cama­ri­lla diri­gen­te y a su polí­ti­ca, con la que con­flu­ye­ron otros sec­to­res revo­lu­cio­na­rios. Así, el 6 de enero de 1968 se cons­ti­tu­yó el Partido Comunista Revolucionario de la Argentina.
Nuestro Partido nació luchan­do con­tra la dic­ta­du­ra pro­yan­qui de Onganía, tuvo una par­ti­ci­pa­ción rele­van­te en las luchas obre­ras y estu­dian­ti­les que pre­pa­ra­ron los cor­do­ba­zos, el rosa­ria­zo, el tucu­ma­na­zo, etc., y en esas mis­mas jor­na­das.
En esos años fuer­zas muy dis­tin­tas gol­pea­ban con­tra la dic­ta­du­ra desde dife­ren­tes posi­cio­nes. Pero las fuer­zas bur­gue­sas y peque­ño­bur­gue­sas nega­ban la posi­bi­li­dad de que exis­tie­ra un pol­vo­rín de odio popu­lar pró­xi­mo a esta­llar, bajo los pies de la dic­ta­du­ra. El Cordobazo del 29 de mayo de 1969, pro­duc­to y expre­sión supe­rior de las luchas obre­ras y popu­la­res de enton­ces, intro­du­jo un cam­bio de cali­dad en la lucha revo­lu­cio­na­ria de nues­tro país. Un cam­bio tal que se puede decir que, des­pués de él, nunca nada vol­ve­rá a ser igual en la Argentina.
Apenas pro­du­ci­do el Cordobazo, se abrió el deba­te entre los revo­lu­cio­na­rios y en el movi­mien­to obre­ro, cen­tra­do en ¿qué le faltó al Cordobazo? Para las orga­ni­za­cio­nes terro­ris­tas fal­ta­ron 500 gue­rri­lle­ros urba­nos. Para las fuer­zas refor­mis­tas, un acuer­do con las gran­des fuer­zas bur­gue­sas y la “com­pren­sión” de Onganía.
Y para el inci­pien­te PCR se afir­mó la nece­si­dad deci­si­va de que el pro­le­ta­ria­do tenga su par­ti­do de van­guar­dia para triun­far. Por eso trató de estu­diar esa expe­rien­cia de masas, ana­li­zán­do­la a la luz del mar­xis­mo-leni­nis­mo. Trató de apren­der de las masas, de ana­li­zar las for­mas de lucha y orga­ni­za­ción que las pro­pias masas han encon­tra­do, for­mas que boce­tan el cami­no de la revo­lu­ción en nues­tro país. Valorando, en ese pro­ce­so de demo­cra­ti­za­ción del movi­mien­to obre­ro, el papel de los cuer­pos de dele­ga­dos y su posi­ble trans­for­ma­ción en órga­nos de doble poder en momen­tos de cri­sis revo­lu­cio­na­ria.
La corrien­te cla­sis­ta revo­lu­cio­na­ria, inci­pien­te en 1969, fue cre­cien­do y reto­man­do glo­rio­sas tra­di­cio­nes del pro­le­ta­ria­do. Tuvo su desa­rro­llo en Perdriel, luego en Santa Isabel, y alcan­zó su máxi­ma expre­sión con el triun­fo de la lista Marrón en el SMATA de Córdoba, que sig­ni­fi­có la recu­pe­ra­ción del mismo por un fren­te único en el que tuvie­ron una par­ti­ci­pa­ción des­ta­ca­da obre­ros cla­sis­tas revo­lu­cio­na­rios y que fue diri­gi­da por nues­tro Partido (los nom­bres de los cama­ra­das César Godoy Álva­rez y René Salamanca, pos­te­rior­men­te dete­ni­dos-desa­pa­re­ci­dos por la dic­ta­du­ra vide­lis­ta, son parte fun­da­men­tal de esa expe­rien­cia).
Se ini­ció así un pro­ce­so de demo­cra­ti­za­ción sin­di­cal no cono­ci­do ante­rior­men­te en el país (con per­ma­nen­te con­sul­ta a las masas, con un ele­va­do papel de los cuer­pos de dele­ga­dos, con rota­ción de los diri­gen­tes en sus pues­tos de tra­ba­jo, con una línea de uni­dad obre­ra y de uni­dad con el cam­pe­si­na­do pobre y el pue­blo, etc.).
El ascen­so del movi­mien­to obre­ro en las ciu­da­des influ­yó sobre el campo y des­per­tó a la lucha a masas de miles de obre­ros rura­les y cam­pe­si­nos pobres y medios, sur­gien­do y desa­rro­llán­do­se rápi­da­men­te las ligas agra­rias, par­ti­cu­lar­men­te en el Noroeste. A su vez, las luchas de los estu­dian­ti­les diri­gi­das por el PCR, ya que había teni­do un papel deci­si­vo en las jor­na­das pre­vias al Cordobazo –par­ti­cu­lar­men­te en Corrientes y en Rosario–, con­ti­nua­ron desa­rro­llán­do­se junto a la clase obre­ra y el pue­blo en his­tó­ri­cas pue­bla­das.
Las gigan­tes­cas luchas popu­la­res dete­rio­ra­ron a la dic­ta­du­ra, obli­gán­do­la a retro­ce­der. Crece la resis­ten­cia bur­gue­sa y cre­cen dis­tin­tas expre­sio­nes de la peque­ño­bur­gue­sía radi­ca­li­za­da, que adop­tan el terro­ris­mo como forma prin­ci­pal de lucha.
La pro­fun­da cri­sis estruc­tu­ral de la socie­dad argen­ti­na afec­ta a capas exten­sas de la peque­ño­bur­gue­sía urba­na de las gran­des ciu­da­des y, en espe­cial, de los pue­blos del inte­rior, así como tam­bién a la bur­gue­sía nacio­nal. Crisis que arras­tra inclu­so a los sec­to­res de terra­te­nien­tes arrui­na­dos, cuyos miem­bros se resis­ten al tra­ba­jo manual. Provoca la cri­sis uni­ver­si­ta­rias y afec­ta a todas las pro­fe­sio­nes libe­ra­les, con­de­nan­do a muchos pro­fe­sio­na­les a una deso­cu­pa­ción encu­bier­ta.
Esta cri­sis pro­fun­da tiene como base el estan­ca­mien­to de la socie­dad argen­ti­na e impi­de a las cla­ses domi­nan­tes gene­rar una ideo­lo­gía que sus­ci­te la adhe­sión de esas capas medias. Al mismo tiem­po el pro­le­ta­ria­do, mania­ta­do por el refor­mis­mo y el revi­sio­nis­mo duran­te muchos años, no es capaz, toda­vía, de encau­zar en un sen­ti­do revo­lu­cio­na­rio real ese amplio dis­con­for­mis­mo de gran­des masas opri­mi­das por el impe­ria­lis­mo, los terra­te­nien­tes y la bur­gue­sía inter­me­dia­ria. Incluso su pro­pio pro­le­ta­ria­do ha sido impreg­na­do por la ideo­lo­gía de esas cla­ses y capas socia­les arrui­na­das por la pro­fun­da cri­sis de la socie­dad argen­ti­na.
Cada paso del movi­mien­to anti­dic­ta­to­rial y cada paso del pro­le­ta­ria­do revo­lu­cio­na­rio eran acom­pa­ña­dos de pro­pues­tas de las fuer­zas bur­gue­sas y de accio­nes cada vez más espec­ta­cu­la­res del terro­ris­mo peque­ño­bur­gués. Su obje­ti­vo era hege­mo­ni­zar al movi­mien­to de masas. Pero, ade­más, su movi­li­za­ción sería esti­mu­la­da por los sec­to­res terra­te­nien­tes e impe­ria­lis­tas que dis­pu­ta­ban con los sec­to­res repre­sen­ta­dos por Onganía. En par­ti­cu­lar, el terro­ris­mo sería esti­mu­la­do e ins­tru­men­ta­do por el socia­lim­pe­ria­lis­mo ruso para “sacar del medio” a sus riva­les en sin­di­ca­tos, empre­sas, e inclu­so en las fuer­zas arma­das. Pero, como seña­la­mos, fue y es tam­bién una expre­sión más de la pro­fun­da cri­sis estruc­tu­ral que con­mue­ve al país, que se arras­tra desde muchos años y que eclo­sio­nó en 1969, como cri­sis polí­ti­ca aguda. Lo viejo muere, pero aún lo nuevo, el movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio diri­gi­do por el pro­le­ta­ria­do, es embrio­na­rio.
En este con­tex­to y apro­ve­chan­do las con­tra­dic­cio­nes que gene­ra­ba con los inte­re­ses terra­te­nien­tes el cie­rre del mer­ca­do euro­peo, la nega­ti­va del minis­tro Krieger Vasena a deva­luar y su inten­to de crear un impues­to a la tie­rra, fue­ron cre­an­do las con­di­cio­nes que per­mi­tie­ron a los sec­to­res pro­rru­sos enca­be­za­dos por Lanusse des­pla­zar a Onganía, pri­me­ro, y a Levingston, des­pués. En esto tam­bién inci­dió gran­de­men­te la situa­ción cada vez más difí­cil del impe­ria­lis­mo yan­qui en el mundo y las pro­me­sas del lanu­ssis­mo pro­so­vié­ti­co a impor­tan­tes sec­to­res de la bur­gue­sía nacio­nal, que habían sido tre­men­da­men­te gol­pea­dos por la dic­ta­du­ra de Onganía.
Así, mon­tán­do­se en el odio anti­yan­qui del pue­blo argen­ti­no, pasan a pre­do­mi­nar los sec­to­res pro­rru­sos en aguda dis­pu­ta con sec­to­res pro­yan­quis y pro­eu­ro­peos, bus­can­do aliar y subor­di­nar a sec­to­res de éstos y de la bur­gue­sía nacio­nal.

 

El predominio socialimperialista

Con Lanusse, el sec­tor de agen­tes y tes­ta­fe­rros del socia­lim­pe­ria­lis­mo sovié­ti­co y los gran­des terra­te­nien­tes y gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria a él subor­di­na­dos avan­za­ron en el con­trol de palan­cas cla­ves del país. En 1971 se firma en Moscú el con­ve­nio comer­cial entre los gobier­nos de la Argentina y de la URSS, que dio a ésta el trato de nación más favo­re­ci­da.
A su vez, los sec­to­res pro­so­vié­ti­cos dis­pu­tan con Perón la hege­mo­nía del fren­te bur­gués anti­yan­qui. Trabajan para debi­li­tar­lo bus­can­do subor­di­nar­lo, ya que pre­ci­san de su acuer­do, tanto para poder rea­li­zar las elec­cio­nes como para afian­zar­se en el poder; el pero­nis­mo seguía sien­do la gran fuer­za elec­to­ral del país y el movi­mien­to polí­ti­co mayo­ri­ta­rio. Así pue­den impo­ner una sali­da elec­to­ral con­di­cio­na­da a tra­vés del Gran Acuerdo Nacional. Aprovechando la vaci­la­ción de la bur­gue­sía nacio­nal lide­ra­da por Perón y la insi­pien­cia del PCR, logran impe­dir que las gigan­tes­cas luchas obre­ras y popu­la­res, la larga serie de pue­bla­das que dete­rio­ra­ron la dic­ta­du­ra de Onganía, coro­na­sen en un argen­ti­na­zo triun­fan­te. Aunque la pro­fun­di­dad de ese pro­ce­so, del que formó parte la jor­na­da de movi­li­za­ción de masas del 17 de noviem­bre de 1972 ante la vuel­ta del General Perón, impi­dió a los pro­so­vié­ti­cos impo­ner a Lanusse como can­di­da­to del GAN, y los obli­gó a lle­gar a acuer­dos con Perón y con Balbín.
Perón, a los 76 años, tenía pocas chan­ces. Debió optar entre la can­di­da­tu­ra (que con segu­ri­dad sería veta­da) y el retor­no. Cedió la can­di­da­tu­ra, faci­li­tan­do así el mon­ta­je de las elec­cio­nes del 11 de marzo de 1973, y cedió la hege­mo­nía en el nuevo gobier­no, para con­ti­nuar luchan­do en mejo­res con­di­cio­nes, y desde el país, para impo­ner su direc­ción.
Así resul­ta­rá el gobier­no de Cámpora, man­te­nién­do­se la hege­mo­nía de los sec­to­res pro­so­vié­ti­cos. Perón vol­ve­rá al país y pasa­rá a dis­pu­tar­les la hege­mo­nía, hacien­do uso de todo su peso polí­ti­co, aun­que man­ti­e­ne a Gelbard como pren­da de uni­dad. Muerto Perón, Isabel des­pla­za a Gelbard: en ese momen­to comien­za la nueva cuen­ta regre­si­va de los gol­pis­tas.
Al no poder subor­di­nar al pero­nis­mo, par­ti­cu­lar­men­te a Isabel Perón, las fuer­zas pro­so­vié­ti­cas pasa­ron a ser las más acti­vas fuer­zas gol­pis­tas. Se inten­si­fi­ca el accio­nar terro­ris­ta de la peque­ño­bur­gue­sía radi­ca­li­za­da con aten­ta­dos que fue­ron abier­ta­men­te pro­vo­ca­ti­vos.
Las orga­ni­za­cio­nes en que cris­ta­li­zó el agru­pa­mien­to de la peque­ño­bur­gue­sía radi­ca­li­za­da come­tie­ron gra­ves erro­res polí­ti­cos y estra­té­gi­cos. Ubicaron como blan­co prin­ci­pal de la revo­lu­ción en la Argentina a la bur­gue­sía nacio­nal, lo que los llevó a gol­pe­ar cen­tral­men­te pri­me­ro a Perón, y luego a Isabel Perón. Una vez más los sec­to­res proim­pe­ria­lis­tas y pro­te­rra­te­nien­tes pudie­ron ins­tru­men­tar a sec­to­res de la peque­ño­bur­gue­sía, para ais­lar al pro­le­ta­ria­do y hacer pasar sus pla­nes gol­pis­tas.
Al igno­rar la opre­sión impe­ria­lis­ta y de los terra­te­nien­tes sobre el con­jun­to de la socie­dad nacio­nal, las orga­ni­za­cio­nes peque­ño­bur­gue­sas equi­vo­ca­ron el ene­mi­go prin­ci­pal del pue­blo argen­ti­no. Repitieron el error del PC en 1945 y 1955, con lo que favo­re­cie­ron a los ene­mi­gos de la revo­lu­ción que pre­pa­ra­ban el golpe de Estado.
El sec­tor pro­so­vié­ti­co, por un lado inci­ta­ba e ins­tru­men­ta­ba los gru­pos terro­ris­tas con­tra el gobier­no de Isabel Perón, mien­tras por otro, su cama­ri­lla en el Ejército acu­sa­ba a Isabel Perón de “des-gobier­no” y de debi­li­dad fren­te al terro­ris­mo. De esta forma, miles de jóve­nes que que­rían cam­bios revo­lu­cio­na­rios, fue­ron ins­tru­men­ta­dos para dar el golpe y para que los sec­to­res pro­so­vié­ti­cos reco­bra­ran su hege­mo­nía.
El socia­lim­pe­ria­lis­mo sovié­ti­co había sufri­do gol­pes duros en Chile, Bolivia, Uruguay y Brasil. Corría el ries­go de per­der su prin­ci­pal punto de pene­tra­ción en el Cono Sur de América.
Como todo impe­ria­lis­mo joven y rela­ti­va­men­te infe­rior en fuer­zas a los impe­ria­lis­mos que quie­re desa­lo­jar, demos­tra­ba un ape­ti­to insa­cia­ble. Pero tro­pe­za­ba con una fuer­za bur­gue­sa de carác­ter nacio­nal, el pero­nis­mo, que que­ría apro­ve­char el con­trol del gobier­no, y el apoyo de las masas, para desa­lo­jar­lo de sus posi­cio­nes. Esta fuer­za bur­gue­sa le dis­pu­ta­ba la alian­za con mono­po­lios euro­peos e inclu­so yan­quis y con la bur­gue­sía nacio­nal de otros paí­ses lati­no­a­me­ri­ca­nos; y ame­na­za­ba con expro­piar­le empre­sas en su poder, o aso­cia­das a él, como Aluar y Papel Prensa.
Tropezaban tam­bién con el peli­gro de un pro­le­ta­ria­do y un pue­blo com­ba­ti­vos, con fuer­te con­cien­cia anti­im­pe­ria­lis­ta, que avan­za­ban en su cla­ri­fi­ca­ción y orga­ni­za­ción y esca­pa­ban a las posi­bi­li­da­des de su con­trol por los jerar­cas pro­so­vié­ti­cos.
El gobier­no pero­nis­ta no con­tro­la­ba las palan­cas cla­ves del Estado. Los prin­ci­pa­les gol­pis­tas como Videla (Comandante en Jefe del Ejército), Viola (Jefe de Estado Mayor), Harguindeguy (Jefe de la Policía Federal), Calabró (gober­na­dor de la pro­vin­cia de Buenos Aires), usa­ban sus pues­tos en el gobier­no y el Estado para pro­mo­ver el ais­la­mien­to de Isabel Perón y el golpe. A la vez que la acti­vi­dad gol­pis­ta de una gran parte de los diri­gen­tes polí­ti­cos y sin­di­ca­les tra­ba­jó para la divi­sión y el ais­la­mien­to del movi­mien­to obre­ro y popu­lar.
Para enfren­tar esto, junto a con­ce­sio­nes al movi­mien­to obre­ro y popu­lar como pari­ta­rias, Ley de Contrato de Trabajo, cré­di­tos dife­ren­cia­les al cam­pe­si­na­do pobre y medio, etc., el gobier­no de Isabel, por su pro­pio carác­ter de clase, se apoyó en sec­to­res reac­cio­na­rios acor­dan­do medi­das repre­si­vas (esti­mu­la­das por los gol­pis­tas) con­tra la clase obre­ra y el pue­blo, lo que con­tri­bu­yó a su ais­la­mien­to y des­pres­ti­gio.
Sin embar­go, la resis­ten­cia de una parte del pero­nis­mo, en espe­cial de Isabel Perón, supe­ró las pre­vi­sio­nes de los estra­te­gas del socia­lim­pe­ria­lis­mo.
Pero, sobre todo, se vie­ron sor­pren­di­dos por la resis­ten­cia del par­ti­do mar­xis­ta-leni­nis­ta del pro­le­ta­ria­do, el PCR, al que ellos habían dado por muer­to hacía mucho. Pugnando por unir a todas las fuer­zas patrió­ti­cas y demo­crá­ti­cas para enfren­tar el golpe de Estado, nues­tro Partido, luchan­do por las liber­ta­des demo­crá­ti­cas y demás rei­vin­di­ca­cio­nes obre­ras y popu­la­res, tuvo una pro­pues­ta de gobier­no de fren­te único anti­gol­pis­ta, una pla­ta­for­ma eco­nó­mi­ca de emer­gen­cia y la con­sig­na de armar al pue­blo para enfren­tar y derro­tar al golpe.
La lucha anti­gol­pis­ta de nues­tro Partido le costó caro al socia­lim­pe­ria­lis­mo por­que, debi­do a ella, fue des­en­mas­ca­ra­do ante gran­des sec­to­res popu­la­res y sus pla­nes se difi­cul­ta­ron gran­de­men­te. Esto se unió a una acti­va y amplia denun­cia del carác­ter del socia­lim­pe­ria­lis­mo sovié­ti­co y a la denun­cia en con­cre­to de su pene­tra­ción en la Argentina. Este es un méri­to his­tó­ri­co de nues­tro Partido que forjó, en esa lucha, lazos de san­gre con los pero­nis­tas y otros sec­to­res patrió­ti­cos.
Desde 1969 se había desa­rro­lla­do fuer­te­men­te el cla­sis­mo. La con­tra­dic­ción golpe-anti­gol­pe divi­dió tam­bién aguas en el mismo. El cla­sis­mo revo­lu­cio­na­rio pugnó por colo­car a la clase obre­ra en el cen­tro de un fren­te anti­gol­pis­ta para defen­der y avan­zar en sus con­quis­tas. Las asam­ble­as del SMATA de Córdoba, los con­gre­sos de la UOM y de FATRE, etc., y los paros el mismo día del golpe, como el de Santa Isabel, ferro­via­rios de Rosario y otros, son ejem­plos de esto. En cam­bio otros sec­to­res cla­sis­tas fue­ron ins­tru­men­ta­dos por los gol­pis­tas, en espe­cial por las fuer­zas pro­so­vié­ti­cas.
Por todo lo ante­rior se habían com­pli­ca­do los pla­nes de los gol­pis­tas pro­rru­sos tanto como los de sus riva­les pro­yan­quis. Pero el socia­lim­pe­ria­lis­mo, hacien­do con­ce­sio­nes, podía aliar­se para el golpe con empre­sas yan­quis del sec­tor con­ci­lia­dor con la URSS, con las que ya se había aso­cia­do en nego­cios como la expor­ta­ción a Cuba de auto­mo­to­res; o con empre­sas yan­quis aso­cia­das en nego­cios con sus tes­ta­fe­rros desde mucho tiem­po atrás, o inte­re­sa­das en recu­pe­rar bie­nes expro­pia­dos por el gobier­no pero­nis­ta (ITT,  Standard Oil, etc.) o con fuer­zas yan­quis inte­re­sa­das en impe­dir un foco ter­cer­mun­dis­ta en América del Sur. Aunque luego, en una segun­da vuel­ta, debie­ran enfren­tar­se para diri­mir la hege­mo­nía en el poder.
Podía ade­más atra­er a la mayo­ría de la clase terra­te­nien­te, en la que exis­tía una fuer­te corrien­te aso­cia­da desde hacía mucho al socia­lim­pe­ria­lis­mo, y donde había cre­cien­te dis­gus­to por la polí­ti­ca refor­mis­ta del pero­nis­mo, temor por el cre­ci­mien­to de la orga­ni­za­ción del pro­le­ta­ria­do rural (que había impues­to en muchos luga­res la jor­na­da de 8 horas, la orga­ni­za­ción por estan­cias y otras con­quis­tas), y por las con­ce­sio­nes al cam­pe­si­na­do pobre de algu­nas regio­nes. Tanto los terra­te­nien­tes como un gran sec­tor de la bur­gue­sía esta­ban ansio­sos de “orden”, ate­rro­ri­za­dos por los “soviets” de fábri­ca, y por el auge del terro­ris­mo de dere­cha e “izquier­da”; y esta­ban ilu­sio­na­dos en el comer­cio con la URSS que había sido el prin­ci­pal clien­te de nues­tras expor­ta­cio­nes en 1975. También exis­tía una pode­ro­sa corrien­te gol­pis­ta en el cam­pe­si­na­do medio y en la peque­ño­bur­gue­sía urba­na, corrien­te que cre­cía por la impo­ten­cia de la polí­ti­ca refor­mis­ta del pero­nis­mo para aliar a esos sec­to­res con­tra el golpe.
Volcada así la corre­la­ción de fuer­zas, era segu­ro que los mono­po­lios euro­peos, la Iglesia y otros sec­to­res apo­ya­rían tam­bién, en últi­ma ins­tan­cia, el golpe de Estado; y que el sec­tor “duro” de los yan­quis –el sec­tor anti­so­vié­ti­co– se cui­da­ría mucho de ir a un enfren­ta­mien­to en el que podía per­der para siem­pre sus posi­cio­nes en la Argentina y encen­der un con­flic­to impre­vi­si­ble en América del Sur.
Así fue posi­ble el triun­fo del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
Volvía a demos­trar­se que el pro­yec­to de la bur­gue­sía pero­nis­ta de “recons­truir pri­me­ro el país en paz” para luego libe­rar­nos, es equi­vo­ca­do e irrea­li­za­ble. Que es pre­ci­so libe­ra­mos pri­me­ro de los terra­te­nien­tes e impe­ria­lis­tas para poder luego recons­truir el país en bene­fi­cio de las masas popu­la­res. Una vez más fra­ca­só el cami­no refor­mis­ta de lucha con­tra el impe­ria­lis­mo y los terra­te­nien­tes.

 

Siete años de dictadura

Las fuer­zas reac­cio­na­rías que con la hege­mo­nía del sec­tor pro­so­vié­ti­co se ins­ta­la­ron en el poder el 24 de marzo de 1976, coin­ci­dían en ter­mi­nar con el gobier­no pero­nis­ta y cerrar el pro­ce­so de masas abier­to en 1969, para lle­var ade­lan­te un plan de ham­bre y supe­rex­plo­ta­ción de la clase obre­ra y el pue­blo en bene­fi­cio de los terra­te­nien­tes e impe­ria­lis­tas. Esto en el marco de una agu­di­za­da dis­pu­ta entre dis­tin­tos sec­to­res de gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria, par­ti­cu­lar­men­te entre los sec­to­res pro­rru­sos y pro­yan­quis, por ver quien saca­ba la mayor taja­da.
En estos años, la polí­ti­ca de la dic­ta­du­ra fue desa­ma­rran­do el comer­cio exte­rior argen­ti­no de su depen­den­cia de los mer­ca­dos occi­den­ta­les y lo fue ama­rran­do a la URSS y a sus paí­ses saté­li­tes. En 1977, Videla lega­li­za defi­ni­ti­va­men­te el con­tra­to con Aluar y rati­fi­ca los con­ve­nios con la URSS fir­ma­dos por Gelbard en 1974, y que no habían sido rati­fi­ca­dos por el gobier­no pero­nis­ta. En 1978 se sus­cri­be un acuer­do para rea­li­zar con­sul­tas polí­ti­cas perió­di­cas entre ambas can­ci­lle­rías. En 1979 se pro­du­ce el inter­cam­bio de dele­ga­cio­nes mili­ta­res. En 1980, con el embar­go cerea­le­ro que apli­ca Estados Unidos con­tra la URSS por su inva­sión a Afganistán, se pro­du­ce un nuevo salto en las rela­cio­nes argen­ti­no-sovié­ti­cas. En ese mismo año se firma el pacto cerea­le­ro y los pro­to­co­los pes­que­ros, y al año siguien­te el pacto de car­nes y el pes­que­ro.
A su vez, la polí­ti­ca glo­bal de la dic­ta­du­ra en des­me­dro del mer­ca­do inter­no, con el cie­rre de indus­trias, pau­pe­ri­za­ción del cam­pe­si­na­do pobre y medio, ruina de las eco­no­mías regio­na­les, etc., ha hecho que la eco­no­mía argen­ti­na depen­da hoy, más que ayer, de sus expor­ta­cio­nes de ori­gen agro­pe­cua­rio.
Todo esto hace que la depen­den­cia de la URSS, con el mane­jo que ella tiene del mer­ca­do mun­dial de gra­nos y sus estre­chos lazos con gru­pos mono­po­lis­tas como Nidera, Continental, Dreyfus, Bunge y Born y otros, sea tan gran­de como lo fue, en la déca­da del trein­ta, res­pec­to del impe­ria­lis­mo inglés. Este es uno de los prin­ci­pa­les sal­dos de siete años de dic­ta­du­ra.
Por su parte en el terre­no diplo­má­ti­co, la polí­ti­ca de la dic­ta­du­ra se carac­te­ri­zó por crear un deto­nan­te poten­cial para un con­flic­to béli­co con Chile en el Atlántico Sur, al ser­vi­cio de los obje­ti­vos de la URSS que pre­ten­de –al igual que los Estados Unidos– ir com­ple­tan­do su dis­po­si­ti­vo estra­té­gi­co glo­bal para la ter­ce­ra gue­rra mun­dial y cre­an­do focos de con­flic­to que dis­trai­gan a sus riva­les del punto cen­tral de dis­pu­ta: Europa Occidental. Se gas­ta­ron miles de millo­nes de dóla­res en arma­men­tos y se montó una infa­me cam­pa­ña chau­vi­nis­ta con­tra Chile, uti­li­zán­do­se el Mundial de fút­bol para des­ple­gar­la a fondo. La direc­ción del P“C”, como lo ates­ti­guan sus docu­men­tos ofi­cia­les actuó como quin­ta­co­lum­na del sec­tor vio­lo­vi­de­lis­ta de la dic­ta­du­ra, defen­dién­do­la en el plano inter­na­cio­nal y lla­man­do a la “con­ver­gen­cia cívi­co-mili­tar” con aquel sec­tor, en lo inter­no.
Semejante polí­ti­ca ham­brea­do­ra, entre­guis­ta, ultra­re­ac­cio­na­ria y beli­cis­ta, sólo pudo ser impues­ta por el fas­cis­mo y el terror abier­to. Nunca, en lo que va del siglo, cono­ció la Argentina una dic­ta­du­ra terro­ris­ta como la ins­tau­ra­da en 1976. Decenas de miles de per­so­nas, en su mayo­ría obre­ros, estu­dian­tes, inte­lec­tua­les, cam­pe­si­nos, dete­ni­dos por sus ideas polí­ti­cas y socia­les, fue­ron arro­ja­das a inmun­dos “chu­pa­de­ros”, tor­tu­ra­das en forma bru­tal, muchas de ellas ase­si­na­das o “desa­pa­re­ci­das” –inclu­so dece­nas de niños–, o arro­ja­das duran­te años a las cár­ce­les y some­ti­das a todo tipo de tor­tu­ras y vejá­me­nes. Fueron piso­tea­das todas las liber­ta­des demo­crá­ti­cas. Se pros­cri­bie­ron par­ti­dos como el nues­tro y se dis­pu­so la veda de la acti­vi­dad polí­ti­ca. Se inter­vi­nie­ron los sin­di­ca­tos y se pro­hi­bie­ron las huel­gas y las con­ven­cio­nes colec­ti­vas de tra­ba­jo. Se repri­mie­ron, hasta liqui­dar­las, a las Ligas Agrarias y otras orga­ni­za­cio­nes del cam­pe­si­na­do pobre. Se inter­vi­nie­ron las uni­ver­si­da­des, se pro­hi­bie­ron los cen­tros y clu­bes estu­dian­ti­les y se repri­mió poli­cial­men­te la acti­vi­dad gre­mial en las uni­ver­si­da­des y cole­gios secun­da­rios. Se hicie­ron “lis­tas negras” de artis­tas e inte­lec­tua­les y se implan­tó la cen­su­ra.
La ampli­tud y pro­fun­di­dad del terror fas­cis­ta sir­ven para medir la ampli­tud y pro­fun­di­dad del movi­mien­to revo­lu­cio­na­rio que se desa­rro­lló en la Argentina desde 1969 hasta 1976. El fas­cis­mo del vio­lo­vi­de­lis­mo es el pre­cio que pagó la clase obre­ra y el pue­blo por su falta de uni­dad y, prin­ci­pal­men­te, por no tener un pode­ro­so par­ti­do polí­ti­co revo­lu­cio­na­rio en con­di­cio­nes de haber­le per­mi­ti­do impe­dir el golpe de Estado de 1976. Pero este es sólo un aspec­to del pro­ble­ma. El otro es que las cla­ses domi­nan­tes ya no podían seguir gober­nan­do con los vie­jos méto­dos. Debieron recu­rrir al terror fas­cis­ta abier­to para poder con­te­ner a las masas. Han logra­do, como resul­ta­do que, en eso años, la expe­rien­cia polí­ti­ca de las masas no sólo se enri­que­cie­ra sino que se com­bi­na­ra con un tre­men­do odio popu­lar a las cla­ses domi­nan­tes, odio que es como la lava que guar­dan los vol­ca­nes vivos en sus entra­ñas.
Consumado el golpe de Estado, el pro­le­ta­ria­do dio un paso atrás. Se pro­du­jo un retro­ce­so en el movi­mien­to de masas. Pero, poco a poco, fue­ron sur­gien­do peque­ñas luchas que per­mi­tie­ron acu­mu­lar expe­rien­cias en el com­ba­te con­tra un ene­mi­go des­co­no­ci­do y feroz. En octu­bre-noviem­bre de 1976 se comen­za­ron a desa­rro­llar luchas impor­tan­tes del movi­mien­to obre­ro: Luz y Fuerza, General Motors (Barracas), Mercedes Benz, IKA Renault, Ford, Standard, La Cantábrica, Peugeot, entre otros. Luego, la gran huel­ga ferro­via­ria de noviem­bre de 1977 mar­ca­ría un nuevo momen­to en la resis­ten­cia a la dic­ta­du­ra fas­cis­ta. A su vez, el 30 de abril de 1977 se ini­cia el movi­mien­to de Madres de Plaza de Mayo que jugó un des­ta­ca­dí­si­mo papel en la resis­ten­cia anti­dic­ta­to­rial. Y para fines de 1978, se pro­du­cen las gigan­tes­cas mani­fes­ta­cio­nes por la paz con Chile, en las que par­ti­ci­pa­ron gran­des masas de jóve­nes, logran­do impe­dir que la dic­ta­du­ra nos lle­va­se a una gue­rra fra­tri­ci­da. Con la derro­ta de la polí­ti­ca beli­cis­ta, se ini­ció la cuen­ta regre­si­va del ciclo dic­ta­to­rial y se abrió un nuevo momen­to, de avan­ce, en la resis­ten­cia de las masas.
Con el paro, his­tó­ri­co, del 27 de abril de 1979, el movi­mien­to obre­ro rea­li­zó su pri­me­ra huel­ga gene­ral nacio­nal. Durante 1979 y 1980, la resis­ten­cia anti­dic­ta­to­rial se amplió y gene­ra­li­zó; cre­cie­ron las luchas. Un hito impor­tan­te en esto fue la huel­ga de los obre­ros del Frigorífico Swift de Berisso (pri­me­ra huel­ga larga con­tra la dic­ta­du­ra de Videla). La dic­ta­du­ra, pese a reci­bir cada vez gol­pes más duros, se man­tu­vo a la ofen­si­va. La cri­sis finan­cie­ra, a ini­cios de 1981, la con­mo­vió. Como un mons­truo heri­do en sus entra­ñas, si bien siguió apli­can­do su polí­ti­ca, ya no pudo recom­po­ner sus fuer­zas.
Fueron la resis­ten­cia obre­ra a la polí­ti­ca de supe­rex­plo­ta­ción y ham­bre de la dic­ta­du­ra, luego las luchas del movi­mien­to cam­pe­si­no con sus his­tó­ri­cas con­cen­tra­cio­nes de Valle de Uco (Mendoza) y Cañada de Gómez (Santa Fe), con­tra los impues­tos y los cré­di­tos con­fis­ca­to­rios, los prin­ci­pa­les arie­tes que gol­pea­ron hasta agrie­tar el plan eco­nó­mi­co de la dic­ta­du­ra. A su vez, la amplia­ción del movi­mien­to demo­crá­ti­co, con su avan­za­da en las Madres de Plaza de Mayo, fue hacien­do cono­cer ante el mundo los horren­dos crí­me­nes de una dic­ta­du­ra que fue apa­ña­da en los foros inter­na­cio­na­les, desde el ini­cio, por la URSS y sus saté­li­tes. Todo esto, y la agu­di­za­ción de las dis­pu­tas inte­rim­pe­ria­lis­tas e inter­oli­gár­qui­cas, lle­va­rían al debi­li­ta­mien­to del tan­dem Videla-Viola y a su reem­pla­zo por Galtieri en la cúpu­la dic­ta­to­rial, junto a otros cam­bios en los man­dos del Ejército y la Armada, hacia fines de 1981.
El 30 de marzo de 1982 se pro­du­jo una gran movi­li­za­ción de masas anti­dic­ta­to­rial, con­vo­ca­da por la CGT, la que fue dura­men­te repri­mi­da. Esto no impi­dió que esas mis­mas masas mani­fes­ta­ran en apoyo a la recu­pe­ra­ción de las islas Malvinas, Georgias y Sandwich del Sur, el 2 de abril de 1982, hecho que pro­du­jo un pro­fun­do reme­zón patrió­ti­co y anti­im­pe­ria­lis­ta.
Miles de jóve­nes com­ba­tien­tes (sol­da­dos, sub­ofi­cia­les y algu­nos ofi­cia­les patrio­tas) enfren­ta­ron con las armas en la mano la agre­sión del impe­ria­lis­mo inglés. Las masas pro­ta­go­ni­za­ron la mayor movi­li­za­ción de este siglo. Al igual que en 1806 y 1807, cuan­do las inva­sio­nes ingle­sas, el pue­blo supo ubi­car a su ene­mi­go prin­ci­pal del momen­to, por enci­ma del carác­ter tirá­ni­co del gobier­no. Por el con­tra­rio, polí­ti­cos como Frondizi y Alfonsín tra­ba­ja­ron para la derro­ta.
Argentina fue derro­ta­da en la gue­rra de las Malvinas. Hecho que apro­ve­chó el violo-vide­lis­mo para recu­pe­rar posi­cio­nes con Bignone. Pero ya la dic­ta­du­ra no pudo arran­car­le al pue­blo los dere­chos demo­crá­ti­cos con­quis­ta­dos en la movi­li­za­ción por la paz con Chile y que se amplia­ron en estas jor­na­das. Estos hechos con­mo­vie­ron tam­bién, pro­fun­da­men­te, a las Fuerzas Armadas. Así se entró en un nuevo perío­do en el que la dic­ta­du­ra, aco­sa­da por la lucha de masas, y mina­da por sus pro­pias con­tra­dic­cio­nes, pudo sin embar­go ele­gir el cami­no de su reti­ra­da.

 

El gobierno Alfonsinista

Con el triun­fo de Alfonsín en las elec­cio­nes pros­crip­ti­vas del 30 de octu­bre de 1983 y su asun­ción al gobier­no, se creó una situa­ción com­ple­ja. El gobier­no radi­cal fue un gobier­no hete­ro­gé­neo, en el que pre­do­mi­na­ron los repre­sen­tan­tes de inte­re­ses terra­te­nien­tes, de gran bur­gue­sía inter­me­dia­ria y del impe­ria­lis­mo, espe­cial­men­te los vin­cu­la­dos al socia­lim­pe­ria­lis­mo ruso y a la social­de­mo­cra­cia euro­pea, sec­to­res que habían sido los prin­ci­pa­les bene­fi­cia­rios del perío­do dic­ta­to­rial. La línea prin­ci­pal de ese gobier­no fue pro­te­rra­te­nien­te, pro­mo­no­po­lis­ta y proim­per­ta­lis­ta, y no expre­só los inte­re­ses de la bur­gue­sía nacio­nal.
El resul­ta­do elec­to­ral del 30 de octu­bre gol­peó el pro­ce­so de ascen­so del movi­mien­to de masas. Luego, len­ta­men­te, las masas fue­ron retor­nan­do el cami­no de orga­ni­za­ción de los cuer­pos de dele­ga­dos y comi­sio­nes inter­nas, desde abajo. Los obre­ros de Ford estu­vie­ron en la avan­za­da de ese pro­ce­so.
Todo este nuevo ciclo de auge está teñi­do por la san­gría dic­ta­to­rial y el balan­ce que las masas han rea­li­za­do de la misma.
Con 3.500 huel­gas y 13 paros nacio­na­les, la clase obre­ra fue el motor de la lucha popu­lar. La his­tó­ri­ca ocu­pa­ción de la plan­ta por los obre­ros de Ford diri­gi­dos por su comi­sión inter­na y su Cuerpo de Delegados, con pues­ta en mar­cha de la pro­duc­ción, tras­cen­dió lo gre­mial para con­ver­tir­se en lucha polí­ti­ca con­tra el plan de ham­bre de las cla­ses domi­nan­tes. Crecieron las luchas y movi­li­za­cio­nes cam­pe­si­nas en la pampa húme­da y otras regio­nes del país, las movi­li­za­cio­nes de muje­res, estu­dian­ti­les y docen­tes con la his­tó­ri­ca Marcha Blanca. El 13 de octu­bre de 1986 el paro acti­vo con­vo­ca­do por la CGT, los empre­sa­rios y el con­jun­to del pue­blo de Mar del Plata con­tra los acuer­dos pes­que­ros con la URSS, fue la pri­me­ra movi­li­za­ción de masas que enfren­tó la pene­tra­ción del socia­lim­pe­ria­lis­mo en nues­tro país.
En abril de 1987, esti­mu­la­da por la polí­ti­ca alfon­si­nis­ta de hijos y ente­na­dos que bene­fi­cia­ba a la cúpu­la gori­la lanu­ssis­ta, eclo­sio­nó una cri­sis mili­tar que puso en evi­den­cia y pro­fun­di­zó la frac­tu­ra en el Ejército. Asimismo quedó claro para las gran­des masas que Alfonsín no era garan­tía para la defen­sa de las liber­ta­des demo­crá­ti­cas con­quis­ta­das por el pue­blo.
Este hecho, pro­du­ci­do en el tras­fon­do de la cre­cien­te opo­si­ción popu­lar a la polí­ti­ca alfon­si­nis­ta, pro­vo­có un cam­bio brus­co en la situa­ción polí­ti­ca nacio­nal.
Todo lo ante­rior creó las con­di­cio­nes para la pos­te­rior derro­ta elec­to­ral alfon­si­nis­ta.
Desde 1986 nues­tro Partido plan­teó la nece­si­dad de la con­fluen­cia de las luchas obre­ras, cam­pe­si­nas, estu­dian­ti­les y popu­la­res con­tra la polí­ti­ca de ham­bre, entre­ga e impu­ni­dad a los geno­ci­das de la dic­ta­du­ra, y la nece­si­dad de la uni­dad polí­ti­ca de todas las fuer­zas que se le opo­nían. En 1987 las masas cas­ti­gan en las urnas a la polí­ti­ca alfon­si­nis­ta. Esto, y el triun­fo del doc­tor Menem en la inter­na del pero­nis­mo en julio de 1988, abrie­ron una nueva situa­ción polí­ti­ca en la Argentina. La polí­ti­ca de fren­te opo­si­tor plas­mó en el Frente Justicialista de Unidad Popular (alian­za inte­gra­da por once par­ti­dos) y en sus comi­tés de apoyo, en dura lucha por arri­ba y por abajo. El FREJUPO fue el ins­tru­men­to clave para la derro­ta elec­to­ral del alfon­si­nis­mo el 14 de mayo abrien­do así un nuevo perio­do.