Las burguesías imperialistas europeas descargan sin piedad la crisis sobre sus propios pueblos, y Alemania no es la excepción; allí los efectos de la crisis se suman a la discriminación y a las políticas dirigidas a expulsar de las ciudades a los pobres y los inmigrantes.
Las burguesías imperialistas europeas descargan sin piedad la crisis sobre sus propios pueblos, y Alemania no es la excepción; allí los efectos de la crisis se suman a la discriminación y a las políticas dirigidas a expulsar de las ciudades a los pobres y los inmigrantes.
Pero también la resistencia popular crece. En el barrio berlinés de Kreuzberg, el cacerolazo del sábado 9 de junio contó con la participación de unas mil personas, el doble que la semana anterior. Con pitos, matracas y cacerolas, los vecinos -muchos de ellos inmigrantes turcos- protestan por la suba de los alquileres, las condiciones de las viviendas y las amenazas de desalojo. Varios llevan más de tres semanas acampando en una esquina emblemática del barrio y de Berlín. Chicos y vecinas en sillas de ruedas portaban carteles, acompañando la gran bandera colorida que encabezaba la ruidosa marcha que recorrió las calles del barrio al son de gritos y consignas.
Policías encasquetados filmaban a los marchantes que atronaban el aire con sus cucharones y cacerolas. Como la gente no se dejó intimidar, las fuerzas del “orden” pasaron a la provocación abierta, golpeando y empujando a la gente, deteniendo a dos jóvenes y después a otras cuatro personas. Los vecinos rodearon durante alrededor de una hora el camión policial y montaron improvisadas barricadas con contenedores de basura para impedir que se los llevaran.
Las protestas en el barrio tienen lugar desde hace muchos meses, y apuntan contra la llamada “gentrificación”, como se conoce a los planes de construcción y “modernización” que encarecen cada vez más el precio de las viviendas y de los alquileres expulsando de hecho a muchos habitantes que no tienen medios para afrontar los nuevos costos.