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02 de octubre de 2010

Calvario verde

Diálogo en Misiones, con una cosechera de yerba mate

Llueve en Oberá. Es temprano. El aguacero reviene verdes y rojos en las calles empinadas que ahora comienzan a desangrar un lodo espeso que acaba por enrojecer hasta los perros que vagabundean por el barrio San Miguel. Allí moran 2.000 ó 2.500 tareferos; pocos en casas de material, más en casillas de madera. Recolectores temporarios de la riqueza de la provincia, trabajan a razón de 10 centavos el kilo de yerba mate cosechada. Sólo a empellones saben arrancar alguna que otra conquista laboral, sin poder dejar atrás aquel sino de los mensús que los persigue como una sombra maldita.
El paisaje misionero siempre resplandece ante los ojos de un visitante. También la lluvia es un condimento grato. No para los tareferos. Aquí, cuando no se trabaja, no se gana. Se humedecen las injusticias y fondean las ollas siempre lánguidas.
Cuqui de Olivera tiene 35 años, un cuerpo menudo, el rostro moreno, el pelo ensortijado y una hilada de hijos que asoman somnolientos entre las cobijas de un par de literas. La lluvia desata un pequeño caos en su vivienda. La batalla es desigual. Siempre gana el agua. Se llueve el techo a pesar del poxi que intenta salvar los agujeros en las chapas. A los gurises, trepados en las camas, les hace gracia escarbar el pegamento y hundir los deditos en las goteras. Ríen sin oir los reproches de la madre que querría resguardar las frazadas de la humedad.
 “Acá las sillas son pocas y vuelan de un lado a otro”, se excusa cuando intenta secarlas con un trapo. La casa es de ladrillos. Dos piezas para todos y para todo. A la fuerza el patio es una prolongación de ese adentro demasiado estrecho. El alero es una lona anaranjada que ahora hace panza con el agua. Se la obsequiaron en Posadas, después de un acampe largo en una plaza, frente a la gobernación, cuando fueron a reclamar un reconocimiento interzafra. “Fue nuestro toldo allá, cuando estuvimos con los compañeros”, explica.

Del día a día
“Ayer terminó mi gas, terminó mi leña; no tengo más plata… Tenemos que esperar que vuelva Hugo, mi compañero. Consiguió una tarefa en Apóstoles y se fue por 15 días. Falta una semana para su regreso. Mercadería todavía tenemos algo, pero va a ser difícil cocinar…
“Los dos tarefeamos, pero esta vez yo no fui porque estaba esperando que salga una tarefa ‘de ida y vuelta’. Cosa de ir y volver del yerbal todos los días, así estoy en casa y no le llevo a los gurises. El se fue porque vivimos del día a día. Para nosotros no trabajar es estar sin comer. Además tiene su papá enfermo y tiene que ayudarle. También son tareferos y ahora son mayores, están enfermos. Y no tienen su seguro social, nada… Aquí, el que llega a cumplir 50, la pasa mal en su vida…

 Famoso fiado
Cuqui vuelve a su situación. Especula que Hugo, esta vez, no traerá demasiado del yerbal.
“Depende del rinde y él me dijo que el yerbal no está muy lindo. Pagan $ 100 por tonelada. Ayer me habló por teléfono y me dijo que en tres días recién iba a completar $ 140 ó $ 150. Hoy si llueve no lo dejan trabajar, porque los secaderos no quieren yerba con barro. Así que ya no cobra. Y ahí se nos complica más: comemos acá en casa y allá él está comiendo también. Dos ollas tenemos que parar y ni un ingreso. Y en la cantina de los campamentos es más caro. Si un kilo de azúcar vale $ 1, allá te cobran $ 3,80. Los dueños de las cantinas son los propios contratistas. Y se aprovechan. Como hace mucho que no había tarefa, nadie tiene para llevar su provisión para 15 días. Entonces hacen el fiado famoso, con precios que ponen a ojo. Seguro que los $ 140, que Hugo ganó hasta ayer, no alcanzan a pagar lo que sacó en la cantina. Si siguen los días malos se va a endeudar más y no traerá nada”.
Cuqui hace más cálculos en voz alta y describe esa práctica heredada de los tiempos del mensú: “Aunque te dan hueso por carne, igual te cobran $ 18 o $ 19 el kilo… Si comprás 3 kilos para aguantar la semana ya son más de $ 50; y fuera de ese gasto está la cebolla y otras cosas…, entonces ahí ya sumás casi $ 100. Ahora el sábado, el Hugo, tiene que volver a sacar 2 kilos más de carne para aguantar hasta el otro viernes. Entonces tiene que golpearle duro para traer alguna ganancia a casa y no salir hecho o endeudado. Porque llegás al viernes y los patrones, con un cuaderno en la mano, te descuentan tus gastos. Te dicen “éste es tu gasto y esto es lo que te sobró”.

Rinde magro
Pero la ganancia de un tarefero tiene límites. “Si está linda la yerba y sos rápido, podés cosechar 800 kilos por día y ganás $ 80. Pero ahora, como existen pocos yerbales cuidados, con suerte juntás 300, 400 kilos. Ganás $ 40; eso allá, los que están laburando para Romance o Rosamonte de Corrientes, que pagan $ 100. Porque por acá cerquita pagan menos, y quizá hagas $  25 o $  30 por día”.

Tarefa “de ida y vuelta”
Cuqui reseña cómo son sus jornadas cuando va a la tarefa “de ida y vuelta”.
“Me levanto a las 4 de la madrugada, tomo mate, y dejo a mi guaina grande a cargo de los más chicos para que no se vayan a la calle; como ella es enferma es lo único que hace. Y a mi otra guaina de 12 años le encargo que cocine para los más chicos. Yo me preparo rápido una viandita o sea que frito una carne, frito un huevo…, hago un revirito… Llevo un bidón de agua porque si tenés que pasar el día en el yerbal no podés estar sin agua. Porque si allá el agua está lejos tenés una pérdida de tiempo.
Y te ponés a esperar el camión, a veces cruza por el barrio a las 5 o a las 6. Como tiene que juntar demasiada gente, no te espera. Si no estás a tiro te deja. Te subís con tu vianda, tu tijera, todo… viste; tenés que tener tijera sino difícil que allá te empresten una. Tenés que viajar parada porque van 60, 70 compañeros. A veces el viaje dura una o dos horas”.

De a “puchos”
“Cuando llegás al yerbal, saltás rápido del camión, ponés tus cosas en una esquina y tratás de agarrar las ponchadas (lienzos con capacidad para 100 o 120 kg de yerba). ¡Nos peleamos por las ponchadas!
“Al dentrar vos mirás la yerba y ya te imaginás cuántas ponchadas vas a poder hacer. Si la yerba está linda yo tengo que hacer 500 ó 600 kilos. Entonces tengo que agarrar 7 ponchadas porque una uso de virutera. Si agarro menos, después tengo que decirle al capataz que me consiga otra y es pérdida de tiempo. Si tenés un chico (por lo menos yo siempre voy con el Negrito)…, él escucha el silbo del camión y se va allá y busca 2 o 3 ponchadas más.
“Ahí te vas caminando para los líneos (filas de la plantación). Antes de cortar tenés que sacar todos los gajos finos, la viruta…, todo a mano. Tenés que tener guantes porque cuando calentó el sol la yerba queda dura y lastima.
“Yo agarro dos líneos de yerba. Hay cuadros que los líneos son cortos y otros larguísimos y que no tienen calle en el medio. Entonces tenés que sacar los puchos (atados de yerba de 40 a 50 kg) en la espalda hasta las puntas de los líneos y los volcás en la ponchada. Cuando tenés 90 ó cien kilos atás las puntas y tenés una ponchada terminada. Los hombres van más rápido. Ellos no hacen puchos, van armando las ponchadas en el líneo porque pueden trasladar los cien kilos de una vez. Las mujeres no, de a pucho hacemos.
“En trepar plantas es lo que tardás más. Te subís, cortás el gajo, divertiás, bajás y tenés que juntar y quebrar. Cuando las plantas son bajas o de tu altor ahí sí te rinde mucho porque te vas y te vas…nomás, pero a veces son yerbales viejos y las plantas miden hasta 2 metros y medio. ¡Tardás muchísimo! Sin escalera, así nomás trepás, poniendo cuidado de no dañar la planta porque los patrones rezongan. O sea que rinde, pero tardás más y es peligroso. Si te caes te lastimás. Y a veces te curan y a veces no te dan ni un calmante. Se gasta tu ropa siempre. Eso usamos. Nadie te da nada. El calzado es igual, si vos no tenés zapatos, andá como podés”.

La jornada
“Ni bien llegás al yerbal, a eso de las 7, empezás a trabajar. Parás a las 12 o la una. Te sentás en el suelo, entre los líneos, y comés rápido unas cucharadas de lo que tengas y seguís tarefeando. Por más que esté el sol quemando, nada de descansar, mejor atate un pañuelo en la cabeza y seguí nomás… Recién a las 7 de la tarde dejás, pero a veces andás 2 horas más hasta cargar, cuando los raídos (lienzos) son muchos. Luego subís al camión y a tu casa llegás a las 9 y media, a veces a las 10 de la noche o más tarde”.

Los hijos
Los hijos de los tareferos también participan desde niños en la tarea. Dice Cuqui:
“Casi siempre llevo al Javier, que tiene 11 años porque es el más compañero para conversar y me ayuda. Para virutear tiene más rapidez que yo, y mucha habilidad, sí. Para quebrar también se da maña y para ir a buscar las ponchadas va corriendo; eso me permite no parar. Ahora, para cortar tengo que hacerlo yo porque los patrones son delicados”.
Y Cuqui, sin alzar la voz, se decide a hablar largo de “delicadezas patronales”. Afuera, continúa el repique de la lluvia sobre su techo agujereado. El cielo no escampa y se agiganta el hambre en las orillas de Oberá. Esta misma mañana, la presidenta nos estuvo contando de las bondades de un tren bala.