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25 de abril de 2020

Cambiará si lo cambiamos

El coronavirus, apenas una pizca de materia orgánica, sigue poniendo al Mundo patas pa arriba. Petroleras pagando para que se lleven el petróleo que ya no pueden almacenar. Si nos lo juraban, tampoco lo creíamos.

 

El “buen pastor”

Henry Kissinger reaparecido. A sus 96 años publicó un artículo titulado “La pandemia del coronavirus transformará para siempre el orden mundial”. Kissinger se mantiene activo en eso de salvaguardar los sagrados intereses de la élite dominante norteamericana.

Nadie le puede negar los servicios prestados a tan inicua causa. Tampoco menospreciamos la lucidez de sus análisis, ni la cínica naturalidad con la que atropella naciones y pueblos. Hoy, al menos hoy, el hombre luce francamente alarmado.

¿Quién pudo imaginar semejante vertiginosidad y simultaneidad de calamidades recorriéndolo todo? Kissinger discurre en términos similares: la contracción desencadenada por el coronavirus es, en su velocidad y escala global diferente a todo lo que se ha conocido”. Una preocupación sesgada. Porque cuando ya carga con 800.000 infectados y 45.000 muertes, a Kissinger lo desvela la contracción económica.

Admite que la confianza global está resentida. “Las instituciones de muchos países han fracasado”. Las instituciones… Uno de los nudos de la nueva realidad. Centenares de millones de gentes de a pie, doblemente castigados en salud y economía, calamos a fondo el carácter de clase de dichas instituciones. Rechazamos morirnos de hambre o por la falta de un respirador sanador mientras una minoría sigue tirando manteca al techo. No va a ser Kissinger quien acepte que el que ha fracasado es el capitalismo. Pero millones advierten que es esto lo que está pasando.

El escriba se nos pone nostálgico. Rememora el Plan Marshall y el Proyecto Manhattan. Dos iniciativas de los 40´ para apalancar a los EEUU en su pelea por la primacía mundial. A ninguna superpotencia la contenta un papel secundario. El Plan Marshall, la “desinteresada” ayuda para la reconstrucción de la Europa occidental tras la Segunda Guerra, le significó módicos préstamos condicionados a la apertura irrestricta a las exportaciones yanquis en bienes y servicios. “Solidaridad” y negocios, un solo corazón.

 La mención al Programa Manhattan es aún más desfachatada. A través de éste los yanquis desarrollaron las primeras bombas atómicas y las utilizaron en Hiroshima y Nagasaki. Obtuvieron así una ventana de monopolio nuclear de algunos años. Ya para 1949 la URSS con Stalin detonaba su bomba A y quebraba dicho unicato. Que en medio del coronavirus Kissinger traiga a colación este segundo “recuerdo” es toda una definición.

 

¿El testamento de Henry?

La nota rezuma incertidumbres. Dice: “El desafío histórico para los líderes es gestionar la crisis mientras construyen el futuro. Si fallan, podrían dejar el mundo en llamas”. Que “la agitación política y económica que ha desencadenado podría durar generaciones”. Y llama a “salvaguardar los principios del orden mundial liberal”.

Y una reflexión que vale examinar, validarla y volverla en contra de su autor: “La atención a las necesidades del momento debe ir unida en última instancia a una visión y un programa de colaboración global. Si no podemos hacer ambas cosas a la vez nos enfrentaremos a lo peor de cada una”.  Nosotros, infinitamente más comprometidos con dar respuestas a la Emergencia no nos desentendemos de una visión y un programa postpandemia que integre millones de voluntades hacia las tareas nacionales y populares.

 

Poner en boca de otro…

No faltó quien estirara la prosa kissingeriana para adjudicarle algo que el autor ni dice, ni piensa. Telma Luzzani (Página 12) señala el “ocaso inevitable de la supremacía norteamericana”. El gran Satán consumiéndose en su propia salsa mientras que “países demonizados como Rusia y China tienen que asistir a EEUU”.

 Sentencias de difícil verificación, que desdibujen la realidad de un mundo multipolar, signado por la confrontación de las potencias imperialistas. De ninguna de las cuales tenemos nada bueno por esperar. Todas trenzadas en una bruta disputa por  mercados, fuentes de materias primas, plazas estratégicas. Depredando nuestro planeta y malversando el futuro de la Humanidad.

 

¿Qué será, será…?

Nadie puede predecir el final de la pesadilla. Llevamos ya 2.500.000 enfermados. Siete de cada cien han fallecido. Un luctuoso período. Mientras tanto, el capitalismo zigzaguea en cueros a la vista de todo el mundo.

Destrucción de riqueza a lo pavote. Colas de hambrientos incluso en las metrópolis capitalistas. Centenares de millones de nuevos desocupados. Desaparición de innumerables PYMES. Un insondable crack económico en pleno curso. Sobre Europa revolotean los buitres para quedarse por monedas con sus empresas icónicas. Aún las grandes potencias van a perder. A lo que apuestan es a perder menos que sus contrincantes y ser así ganadores relativos en esta tragedia.

El FMI actualizó sus Perspectivas de la Economía Mundial. Informa generalizados retrocesos durante el 2020. Pero, aventura un enérgico (y mágico) repunte para el 2021. ¿Será, será? Una predicción que, desde este presente multidimensional (social, económico y político) suena artificiosa.

Otras voces contrarían ese augurio. ¿Cómo saber qué va a pasar cuando millones de encadenamientos económicos se fracturan, todos juntos, en tan poco tiempo?

 

¿Un antes y un después?

¿Qué querrán decirnos con eso de que el mundo va a cambiar para siempre? ¿Qué quizá emerja una sociedad menos injusta? Desde ahora respondemos, “menos injusta no nos basta”. No creemos en la magnanimidad de los de arriba. Angurrientos que en plena Emergencia solo piensan en zafar del Impuesto a las grandes fortunas y ganancias.

¿Que los poderosos hagan acto de arrepentimiento y corrijan el paso? Si fuera por ellos, tras la pandemia, volveríamos al mismo Mundo del que partimos. Y en peores condiciones. Porque nos pasarían la cuenta por los platos rotos. ¡¡¡NO!!! Solo va a cambiar lo que logremos imponerles desde abajo. Al igual que en la Emergencia sanitaria y social confiemos en lo que hagamos nosotros mismos. En unidad con todos los sectores que empujen en la misma dirección.

 

Cambiará si lo cambiamos

Mandamos un avión a China. Fue a buscar respiradores y volvió con test rápidos. La pandemia va dibujando un enorme fresco donde impactan los tremendos efectos de la dependencia sobre la vida (y muerte) de todos nosotros.

La Deuda y la división internacional del trabajo: dos lacras, íntimamente vinculadas, para provecho de las potencias imperiales. Si añadimos el latifundio tenemos representados los frentes a desafiar si pretendemos que tras la pandemia nuestro Mundo cambie realmente.

Bancos y puertos (marítimos o aéreos), hete aquí las dos riendas que explican nuestra economía dependiente. Necesitamos quebrar el círculo vicioso de Endeudamiento odioso y primerización-desindustrialización. Hasta barbijos hemos salido a importar. Producimos alimentos para 400 millones de personas mientras pasan hambre el 25% de nuestros hogares.

Poniéndole el cuerpo a la Emergencia abramos caminos para recuperar nuestra independencia.

  • La Deuda es con el Pueblo. Gran momento para enfrentar el endeudamiento codo a codo con el amplísimo abanico de las otras Naciones endeudadas. El propio Papa ha llamado a la condonación de deudas.
  • Nunca más la división del trabajo que imponen las metrópolis. El “vivir con lo propio” que proponía Aldo Ferrer, pasado 50 años, se ha acomplejado. Pero sustancialmente es un principio válido. Necesitamos ser autosuficientes en una larga serie de bienes e insumos estableciendo lazos de integración, complementaciones y solidaridad con nuestros hermanos del Sur.
  • Y repoblar el campo dándole tierra a quienes quieran trabajarla.

 

Escribe Sebastián Ramírez

22 de abril