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05 de enero de 2011

La economía política burguesa considera al capitalismo como un proceso natural de producción, y no social e históricamente determinado. Por eso habla del capital, la tierra y el trabajo como factores de la producción, como tres fuentes diferentes e independientes de ingresos: interés, renta y salario. Carlos Marx, en su estudio sobre El Capital, demostró que ésta es una forma distorsionada de ver la realidad, que oculta las verdaderas relaciones del capitalismo.

Capital, tierra y trabajo

Hoy 1350

Capital-ganancia (beneficio del empresario), tierra-renta, trabajo-salario: he aquí la fórmula trinitaria que engloba todos los secretos del proceso social de producción.
Puesto que además, tal cual se mostró anteriormente (ver hoy N°1349), el interés se presenta como el producto propio y característico del capital, y el beneficio del empresario, por oposición a él, como un salario independiente del capital, aquella forma trinitaria se reduce más de cerca a ésta:

Capital-ganancia (beneficio del empresario), tierra-renta, trabajo-salario: he aquí la fórmula trinitaria que engloba todos los secretos del proceso social de producción.
Puesto que además, tal cual se mostró anteriormente (ver hoy N°1349), el interés se presenta como el producto propio y característico del capital, y el beneficio del empresario, por oposición a él, como un salario independiente del capital, aquella forma trinitaria se reduce más de cerca a ésta:
Capital-interés, tierra-renta, trabajo-salario, con lo que se elimina bonitamente la ganancia, o sea, la forma de la plusvalía específicamente característica del modo de producción capitalista.
Lo primero que llama la atención en esta fórmula es que junto al capital, junto a esta forma de un elemento de producción perteneciente a un determinado modo de producción, junto a un elemento de producción representado por una determinada forma social y entremezclado con ella, se ordena sin más, la tierra de un lado y el trabajo del otro: esto es, dos elementos del proceso real de trabajo que en esta forma material son comunes a todos los modos de producción, pues constituyen los elementos materiales de todo proceso de producción, sin que nada tengan que ver con la forma social del mismo.
En segundo lugar, en la fórmula capital-interés, tierra-renta, trabajo-salario, el capital, la tierra y el trabajo aparecen respectivamente como fuentes del interés (en vez de la ganancia), de la renta y del salario como si se tratase de sus productos, de sus frutos, como si aquéllos fuesen la causa y éstos la consecuencia, y ello de tal manera que cada fuente por separado es referida a su producto como a algo segregado y producido por ella.

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Puesto que (en el capitalismo) el trabajo asalariado no aparece como una forma socialmente determinada del trabajo, sino que todo trabajo se considera por su naturaleza como trabajo asalariado (o, al menos, así se lo representa el hombre de mentalidad cautiva en las relaciones de producción capitalistas), las formas sociales específicas y determinadas que las condiciones objetivas de trabajo –los medios de producción y la tierra- cobran frente al trabajo asalariado (así como inversamente, y por su lado, presuponen el trabajo asalariado) coinciden sin más con la existencia material de esas condiciones de trabajo o con las formas que poseen en general en el proceso real del trabajo, al margen de toda forma social históricamente determinada y, en rigor, al margen de toda forma social del mismo.
Las formas de las condiciones de trabajo, enajenadas al trabajo, autonomizadas frente a él y por lo tanto transfiguradas, o sea donde los medios de producción producidos se convierten en capital, y la tierra en capital monopolizado, en propiedad territorial, estas formas correspondientes a un determinado período histórico, coinciden por consiguiente, con la existencia y la función de los medios de producción producidos y la tierra, en el proceso de producción en general. Aquellos medios de producción, en sí y para sí, son capital por naturaleza: capital es, meramente, un “nombre económico” que se usa para designar aquellos medios de producción; y así vemos también que la tierra es de por sí, por naturaleza, la tierra monopolizada por cierto número de terratenientes.

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Así como en el capital y en el capitalista –quien de hecho no es sino el capital personificado- los productos se convierten en un poder autónomo frente al productor, también en el terrateniente se personifica la tierra, la cual se pone en dos patas y reclama, como poder autónomo, su porción en el producto generado con su ayuda, de tal modo, que no es la tierra la que obtiene la parte del producto que le corresponde para reponer y acrecentar su productividad, sino que en nombre de ella es el terrateniente quien recibe una parte de este producto para mercar con ella y dilapidarla.
Es evidente que el capital presupone el trabajo como trabajo asalariado. Pero asimismo es evidente que, si partimos del trabajo como trabajo asalariado, de tal modo que aparezca natural la coincidencia del trabajo en general con el trabajo asalariado, también el capital y la tierra monopolizada tienen que aparecer como formas naturales de las condiciones de trabajo, frente al trabajo en general. Ahora, el ser capital parece como la forma natural de los medios de trabajo y, por lo tanto, como carácter puramente material, derivado sin más de su función en el proceso de trabajo. Así, capital y medios de producción producidos se convierten en expresiones idénticas. Del mismo modo, la tierra y la tierra monopolizada por la propiedad privada se vuelven expresiones idénticas. Los medios de trabajo como tales, al ser capital por naturaleza, se convierten en la fuente de la ganancia, y la tierra como tal en la fuente de la renta.

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La propiedad territorial, el capital y el trabajo asalariado, pues de fuentes de ingreso en el sentido que el capital asigna al capitalista una parte de la plusvalía, que él extrae del trabajo bajo la forma de ganancia; de que el monopolio de la tierra asigna al terrateniente otra parte bajo la forma de renta; y el trabajo asigna al obrero la última parte del valor aún disponible en la forma de salario –o de fuentes mediante las cuales una parte del valor se convierte en la forma de ganancia, otra parte en la forma de renta, y otra en la forma de salario-, se transforman en fuentes reales de las que brotan esas mismas partes de valor y las partes respectivas del producto en que toman cuerpo o por las cuales pueden cambiarse. Y se transforman en fuentes de las que brota por lo tanto, como manantial último, el valor del mismo producto.

Carlos Marx, El Capital, tomo 3, sección séptima: “Los ingresos y sus fuentes”, capítulo 48 “La fórmula trinitaria”.