Los índices sobre pobreza e indigencia publicados la semana pasada por el Indec confirmaron algo que ya se veía en la calle, aunque esos datos todavía se refieran al segundo semestre de 2018. Así se reconoció que, durante ese período, el 32% de los argentinos y el 23,4% de los hogares ya se ubicaban por debajo del umbral de la pobreza. De los cuales 6,7% de las personas y 4,3% de los hogares ya estaban debajo de la línea de indigencia, es decir en la pobreza extrema con ingresos que no alcanzan siquiera para comer el mínimo indispensable para su subsistencia.
Proyectando sobre la población total del país estas mediciones dan que, para fines de 2018, 12.950.000 personas ya eran pobres y 2.700.000 habían caído en la indigencia. Son en total 14.279.568 personas al cierre de 2018 cuando en el segundo semestre de 2017 habían sido 11.353.115. Es decir que en un año cayeron en la pobreza nada menos que 2.926.453 personas más. La magnitud del aumento se relaciona con el hecho de que hay una gran cantidad de personas cuyos ingresos se encuentran muy cerca del umbral de la pobreza. Esa población vulnerable cae debajo de esa línea y se convierte en pobre.
La pobreza por edades
A nivel etario, la situación entre los jóvenes (el futuro del país) es dramática. En la franja de 0 a 14 años, la indigencia afecta a 10,9% y la pobreza, a 35,9%. En total, a nada menos que 46,8% de la población de niños/as y adolescentes. En la franja de 15 hasta 29 años, los números son un poco más bajos: 8,4%, 30,3% y 38,6%, respectivamente. Entre 30 y 64 años, 8,4%, 22,2% y 27,6% mientras que, comparativamente, los mayores de 65 años o más todavía pueden sobrevivir según el relevamiento (que no contempla la más costosa canasta de los mayores), registrando sólo un 8,4% en la pobreza, más 0,6% de indigentes: 9% en total.
En el caso de los menores hasta 14 años, además hay que tener en cuenta que representan el 25% de la población total, lo que significa que el 36% del total de los pobres del país son niñas y niños. La indigencia o pobreza extrema en este segmento de la población aumentó un 43% en el último año, pasando del 8% al 11%. Esto refleja el deterioro por la inflación de las asignaciones por hijos que no resuelve el adelantamiento de la recomposición provisto unos meses atrás, que está siendo superado por la inflación que continúa deteriorando el poder adquisitivo de los ingresos de la población más vulnerable.
Las causas principales: inflación y desocupación
En la raíz de este aumento de la pobreza está la creciente inflación gatillada por la megadevaluación del peso, que sigue devorando todos los ingresos de los trabajadores y de la producción y el comercio. A esto se suman las tasas de interés usurarias y los crecientes despidos y suspensiones a que lleva la política ajustadora de hambre y entrega del macrismo en beneficio de los latifundistas y monopolios imperialistas, que se reforzó con el pacto de sometimiento al Fondo Monetario Internacional (FMI).
La pobreza por ingresos se relaciona con el costo de la canasta básica que fija el umbral o “línea de pobreza” y con los ingresos de la población. El costo de esa canasta depende de los precios de los bienes y servicios que la componen, que el curso de la inflación ha alterado de manera notable en los últimos meses en la Argentina a favor de los sectores monopolistas. Sólo en el año pasado el costo de la canasta aumentó entre un 55% y un 57%, lo que para que no aumente la pobreza hubiera requerido que los ingresos nominales de la población (salarios, jubilaciones, asignaciones, etc.) aumentaran a ese ritmo. Pero esto no sucedió, por lo que se dio un gran deterioro del poder adquisitivo de los ingresos de la mayoría de la población argentina. A esto se suma la caída de los ingresos de las personas y las familias por la pérdida de puestos de trabajo formales e informales, aumento de los trabajadores precarizados, disminución de las changas, etc.
Para lo que va seguir hay que tener en cuenta que las cifras publicadas por el Indec corresponden a la segunda mitad de año pasado (2018). Pero los precios al consumidor no sólo no han dejado de aumentar este año, sino que vienen subiendo más que el año pasado por el rezago de los precios minoristas impuesto por la recesión en relación al aumento de los precios dolarizados de los sectores de terratenientes y monopolistas dominantes en el macrismo. La inflación de febrero de 2018 había sido del 2,4%, mientras que la de febrero de este año fue del 3,8%, es decir un 58% más elevada. En cuanto al empleo, la desocupación que ya había llegado al 9,1% en 2018 continúa aumentando al igual que la informalidad laboral, por la caída de la actividad económica que provoca la política de “libertad cambiaria” del macrismo, sostenida con el respirador artificial de las tasas de interés astronómicas que implica el pacto de sumisión con el Fondo Monetario Internacional.
Escribe Eugenio Gastiazoro
Hoy N° 1761 03/04/2019