Corvo, canoso, portafolios bajo el brazo, desemboca en el viejo salón. Se detiene en las mesas de saldos. Primero en la de 3 libros a $ 10. Después en la de “1 x $ 5”, donde un gato duerme su siesta. Se enfrasca en la misión: con dos dedos y la destreza de un prestidigitador sobre un mazo de naipes, convierte una fila de libros en una catarata de títulos que desfilan veloces delante de su nariz; recibe en su rostro el tufo a humedad. El vistazo alcanza para un veredicto rotundo “sin novedades”. Escrutador diestro, no ignora que en los anaqueles más depreciados de una librería, de vez en tanto, se acumulan algunos “clavos” que, por misterios insondables, su clientela valoriza.
Desde el fondo del local, ahora el dueño lo mira sin acusar sorpresa cuando desparrama su humanidad en el piso. Rara posición, “pero cómoda”, esgrime con practicidad Checho Glüzmann, 73 años, 3 hijos y 4 nietos.
El suyo es un oficio extraño. “Y sin tipificar”, prefiere él a que se lo confunda con quienes lo hacen por dinero. El busca libros porque le gusta. Buscador de títulos olvidados, sabueso empedernido de literatura marxista, y de la que mande su clientela; especialista en inhallables y rarezas bibliográficas de la izquierda vernácula. Proveedor meticuloso de investigadores, estudiosos o simples lectores temáticos. Frecuentador crónico de librerías porteñas y platenses, es un rastreador con olfato. Años que viene ejerciéndolo con eficiencia y encarnizamiento. Tanto que se ganó un halo de imbatible que lo fastidia “porque no soy infalible”, reconoce. El hombre tiene historia y es más o menos ésta.
Una biblioteca platense
Hogar judío, padre vendedor de seguros, madre ama de casa con temperamento artístico. Checho y sus 2 hermanos, en La Plata, fueron tempranamente impregnados por la vida barrial. “Mis viejos no eran muy religiosos pero sí tradicionalistas e iban a una institución sionista. Tal vez por eso no me asimilé a la colectividad. Además, pronto me sumé al movimiento secundario”. Dice que a los 12 años se vinculó al PC. Y cuando daba los primeros pasos en la “Fede” lo secuestró la delegación platense de la Federal. “¿Sabés qué me dijeron?: ‘A vos no te vamos a torturar porque sos menor, ¡ahí me largaron! Hoy resulta increíble, con lo que sobrevino después en el país”, comenta sonriente quien asegura que, a lo largo de su vida, padeció otras 23 detenciones y el arrebato de canastos enteros de libros en reiterados allanamientos. Aporta otro dato que puede explicar el berretín de los libros: “En mi casa funcionaba una biblioteca pública. Se llamaba José María Paz -entonces yo ni sabía de las polémicas históricas– tenía 120 socios. Todos varones. Una vez se quiso asociar a mujeres y mi vieja se opuso. Esa polémica figuraba en un libro de actas que se perdió. También se desarrollaban conferencias. Fueron a hablar algunos intelectuales marxistas. Esa biblioteca de barrio luego se fracturó en dos y más tarde, con el asunto del peronismo y antiperonismo se disolvió”.
Aquellos cantitos
La alusión al peronismo lo conduce a un trance irremisible de su militancia. “Yo iba a los actos de la Unión Democrática. Algunos cantitos merecen su rescate histórico para comprender el grado de gorilismo que había en esa alianza de la que formaba parte el PC. Por ejemplo, se coreaba con la melodía de La Buena Moza: ‘Yo no soy peronista, /yo no soy peronista, /ni lo quiero ser, /porque los peronistas, /porque los peronistas /no saben leer’. ¡Mirá que antecedente!
La militancia juvenil
Desgrana más recuerdos. “Creo que cumplí una actividad intensa en secundarios y después entre los universitarios. Afilié a más de 300 jóvenes, no yendo casa por casa sino por relaciones, en movimientos estudiantiles. Era buen difusor de los materiales. A veces me las rebuscaba para estimular un debate sobre una película y en el medio del debate sacaba el Cuadernos de Cultura y decía: “mirá, acá hay un artículo que habla de lo mismo. Buscaba formas para difundir y reclutar”.
Tales acciones le otorgaron alguna reputación en las filas del viejo PC. Comenta: “Tuve la orden Jorge Calvo, felicitaciones de Codovilla por el reclutamiento y hasta José Peter solía ponerme como ejemplo en las reuniones. ‘Hay que afiliar como Chacho’, sostenía porque él me decía Chacho en vez de Checho”. Glüzmann lo narra sin dosis de soberbia, más bien para graficar “el dolor y la decepción cuando advirtió el camino revisionista del PC y la restauración capitalista en la Unión Soviética”.
Militancia y libros
Su ligazón con los libros viene de aquellos años previos. “Los compañeros se fueron enterando que era bastante eficiente para procurar títulos difíciles y empezaron a sumar pedidos. Por ejemplo, Rodolfo Ghioldi una vez necesitaba una historia de La Plata y se la conseguí. Aún sentía por él un respeto absoluto. Luego constaté que hasta era un tergiversador de textos marxistas. Una vez publicó Dos tácticas y donde había coma puso puntos y sacó textos”.
Una tarea reinventada
Problemas de salud lo apartaron de la militancia más activa y dejó de “estar al pie del cañón”. Entonces, buscar libros fue una excusa para continuar militando, “sobre la base que sé que los conocimientos, la cultura, los libros, mejoran la actividad de los militantes”, aclara.
Tras la ruptura y conformación del PCR, Checho no dudó en incorporarse a las filas del nuevo partido, donde por decisión propia intensificó y sistematizó esa búsqueda pertinaz en la selva de papeles amarillentos. “Estoy convencido de la utilidad”, admite y preguntado sobre los secretos del oficio explica: “No puedo decir que tengo suerte o que sé buscar. Me dedico. El hecho de mirar quizá me hizo un poco eficiente en mirar, es todo. Casi no reviso las anotaciones con pedidos, los tengo grabados como en una computadora. También tengo memoria visual. Me solicitan un libro y recuerdo que está en un anaquel de tal librería, el color de su tapa, la tipografía, etc. El tema de las diferentes ediciones es también importante. Hace poco un compañero me pidió La Orquesta Roja que no sea de Emece. Le conseguí una edición española a $ 3. Tiene un capítulo más que la otra, una rareza”.
Resuelve la búsqueda en unas 50 librerías. En bibliotecas, donde procura fotocopias “cuando el título no está en ninguna parte” y en unas 15 ferias. “Plaza Italia, Centenario, Almagro, Plazoleta del Tango, Patricios, Lezama, Chacabuco, Primera Junta…, sobre todo la de Parque Rivadavia, que recorro todas las semanas, porque si sos seguidor encontrás lo que no está en ningún otro lugar”, recomienda.
De clientes y búsquedas
El hombre tiene su método. Combina sus dos actividades. “Salgo a trabajar (para una compañía de seguros) y antes de ver un cliente pienso qué librería está próxima, entonces voy y miro. Como lo hago con frecuencia no destino más de 30 minutos en eso. Es raro que vaya exclusivamente, siempre hay una conexión con mi otro trabajo. Hago las dos cosas a la vez”.
Distingue a sus compañeros-clientes entre los que se aproximan con la mayor cantidad de datos para facilitarle la búsqueda y aquellos que le tiran un nombre, “a veces mal dado, como si yo fuera un mago”, se ofusca y reconoce que lo exaspera que le pidan libros nuevos, que se consiguen en cualquier local de la calle Corrientes. “No soy un mandadero para que otros economicen tiempo”, se queja. Asegura que es capaz de buscar “para todos igual, pero si sé que es para alguien que está estudiando algo importante, pongo más empeño”. Como cuando le solicitaron El Libro Azul del Departamento de Estado contra Perón que tardó años en dar con él. Y estuvo casi una década tras un ejemplar de El pan duro y negro. Asegura que son muchos los títulos que le dieron trabajo y arriesga una autocrítica: “En mi labor hay algo de obsesivo, que no resulta recomendable”. Sin embargo narra satisfecho esas cacerías. Habla de Gente independiente de Halldor Laxness, de Mis siete hijos, una historia de partisanos que murieron en la Segunda Guerra, de Hijas de la tierra, que partió de un dato falso porque le dijeron que su autor era ruso; de un texto extraño que Jonathan Swift firmó con seudónimo… Ahora lo tiene ocupado el Libro Rojo de Mao, “estaba en una librería de calle Santa Fe pero llegué tarde. Y podría estar horas citando autores, ediciones y esa información bibliográfica precisa, a veces adyacente, que pocos recuerdan, que no figura en catálogos, ausente en Encarta y sin registro en las galerías virtuales de Internet, tan viscosa como imprecisa. Frente a la turbulenta, caótica y siempre parcial información “global”, su oficio de topo se engrandece y como él dice requiere continuadores en la estructura partidaria.