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20 de octubre de 2010

Tras la emoción del rescate de los 33, miles de mineros vuelven en Chile a lo que, con Bachelet y con Piñera, sigue siendo su vida cotidiana: explotación y miseria arriba; inseguridad y riesgo de explosiones y derrumbes abajo.

Chile: el abajo y el arriba de los mineros

Hoy N° 1340 / Más allá del show gubernamental y mediático

Prácticamente no hay un lugar en el mundo que no haya seguido con ansiedad, emoción y alegría la vuelta de los 33 mineros chilenos a la superficie de la tierra, después de haber pasado obligadamente en sus entrañas 70 días –y “desaparecidos” los primeros 17– desde el derrumbe de las galerías de la mina San José el 5 de agosto.

Prácticamente no hay un lugar en el mundo que no haya seguido con ansiedad, emoción y alegría la vuelta de los 33 mineros chilenos a la superficie de la tierra, después de haber pasado obligadamente en sus entrañas 70 días –y “desaparecidos” los primeros 17– desde el derrumbe de las galerías de la mina San José el 5 de agosto.
Más allá del meloso rostro del presidente Sebastián Piñera y de sus funcionarios, que se jugaban en el aceitado operativo de rescate buena parte de su capital político-electoral, el accidente y el rescate trajeron a la superficie las terribles condiciones en que se sigue explotando el trabajo en los yacimientos mineros chilenos tras décadas y décadas de accidentes y reclamos.
Enmarcado en la emoción del momento y por el show mediático, eso es lo que traslucen las palabras que al salir le dijo a Piñera el “jefe de turno” Luis Urzúa: “que esto no vuelva a suceder”.

En el norte y en el sur
Porque es lo que viene sucediendo. Y no sólo en la trabajosa búsqueda del oro en el norteño desierto de Atacama. En las mismas horas en que los 33 mineros volvían a la luz, sobre los 32 mapuches presos en el sur chileno seguía pesando la “ley antiterrorista” que tanto Bachelet como Piñera esgrimen para aplastar sus reclamos históricos. Los activistas mapuches seguían presos y negados, y tenaces en la huelga de hambre que iniciaron el 12 de julio luchando por recuperar las tierras de sus comunidades arrebatadas por las empresas forestales y eléctricas, y para que no se les aplique el engendro legal “antiterrorista” de los años del genocida Pinochet.
Como escribió un periodista del país hermano: “Tendría que enterrarse bastante gente en el país para que se les preste un poco de atención. Porque aquí, o te entierran vivo las circunstancias o te mueres ayunando de hambre exigiendo justicia”.

Retorno a la vida cotidiana
El cobre es el pan de Chile. Lo dijo Salvador Allende cuando, allá a inicios de los ’70, nacionalizó la minería del país hermano. Del cobre le viene a Chile lo principal de sus ingresos: es el principal productor de ese mineral en el mundo. También exporta oro, plata, hierro, litio y otros minerales que se extraen de unas 4.000 minas, en su mayoría ubicadas en el norte.
El duro trabajo minero también es pan para miles de trabajadores. Pero poco más que pan. La televisión dejó ver, aunque con retaceo, las casas de madera y chapas de los barrios pobres en las laderas de Copiapó, de donde provienen algunos de los rescatados.
Para muchos mineros la mina es pan y también es muerte. Según el Servicio Nacional de Geología y Minería de Chile (Sernageomin), en lo que va de 2010, 35 mineros murieron por accidentes. En diez años totalizan 403. La propia mina San José ya había tenido accidentes fatales: en 2007 fue clausurada por una explosión que causó la muerte de un trabajador.
Alguien en estos días explicó que la minería chilena sigue el sube y baja de los mercados y las bolsas de los metales: cuando los precios bajan muchas minas son abandonadas; y cuando suben, las compañías –muchas de monopolios extranjeros– las reactivan sin haber hecho los trabajos de mantenimiento necesarios.
La vida del minero también sigue la oscilación de las bolsas. Ahora los 33 hombres quedaron enterrados por la erosión de las estructuras y porque el túnel que debía ser su vía de escape no tenía escaleras.
Y la suerte del minero también sigue a las explosiones y los derrumbes. En San José, no sólo los 33 sino sus 300 compañeros –que no fueron protagonistas del show televisivo– quedaron en la calle. Dicen que ahora instalarían un campamento “Esperanza 2”, reclamando que se les pague la indemnización. Ni Piñera ni nadie de su gobierno hicieron mención a sus angustias.

¿Qué fue de las leyes de protección?
Así, el proletariado minero chileno ha enterrado 400 de sus compañeros en una década por culpa de un sistema de explotación que en los 40 años de pinochetismo y Concertación socavó las legislaciones laborales y las leyes de seguridad y protección del trabajador en beneficio de las patronales. No sólo de las extranjeras: también de la estatal Corporación del Cobre (Codelco). El gobierno chileno pretendió ocultar su responsabilidad política etiquetando de “héroes” a quienes en realidad fueron y son víctimas de ese sistema.
La misma Corte de Apelaciones de Chile rechazó la exigencia del sindicato de cerrar la mina de San José en 2004, cuando ya habían muerto varios mineros.
Ahora el gobierno de Piñera, bajo la presión de las circunstancias, se apuró a anunciar una reforma legal que garantice la seguridad de los mineros. Nadie dijo si tendrán voz y voto en la legislación los trabajadores mineros, que en los angustiosos días de su encierro mostraron no sólo su entereza y conocimientos técnicos sino el peso de su larga experiencia.
Es difícil que esa reforma, si se practica, sea democrática y garantía verdadera de condiciones laborales dignas: también se recordó en estos días que el hermano mayor de Sebastián Piñera, José Piñera, fue ministro de Trabajo de la dictadura de Pinochet. Y como tal fue responsable en 1980 de las “reformas” con que esa tiranía fascista enterró en la nueva constitución todas las conquistas laborales y sociales.