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13 de diciembre de 2021

China. La falsa historia hace a la falsa política

En el marco de los 50 años del aniversario de la revolución china y de los 100 años del PCch, ha surgido una gran campaña por presentar a China como un “país socialista”, una “nación amiga de los pueblos” que “no invade militarmente a otros territorios”, “un Estado que logró sacar a 600 millones de personas de la pobreza” y “consiguió desarrollarse como ninguna otra en el mundo”.

Como decía Mao, “En toda cosa existe contradicción entre la apariencia y la esencia. Es analizando y estudiando la apariencia de una cosa como la gente llega a conocer su esencia, y de ahí la necesidad de la ciencia (…) Pero la falsa apariencia de una cosa difiere de su apariencia en general, pues la primera es ficticia. De aquí se desprende una lección: hay que hacer todo lo posible para no caer en el engaño de las apariencias”.

 

De la China roja a la China blanca

Luego de la muerte de Mao, hubo un cambio cualitativo en China. Los sectores que habían cuestionado la Revolución Cultural y que pregonaban las reformas de carácter capitalista y apertura externa, pasaron a hegemonizar la dirección del partido y por ende del Estado. En poco tiempo se introdujeron una serie de reformas que expresaron el nuevo rumbo y la restauración del capitalismo en China. Con la consigna de “modernizar al país”, se impulsó el desarrollo del libre mercado sobre la planificación socialista, la propiedad privada sobre la comunal, el comercio privado sobre el estatal, los estímulos materiales sobre los solidarios, se reemplazó la comuna como órgano de poder por un órgano burocrático municipal, las asambleas pasaron a ser obsoletas y las decisiones se concentraron en órganos de dirección estatal y partidarios. Es decir, una burguesía que se había gestado en el propio partido llegaba al poder y la sociedad volvía a ser orientada en base a las ganancias capitalistas.

A principios de los 90°, en el marco del colapso de la URSS, en China se produce una segunda etapa de reformas en sintonía con el avance de las políticas neoliberales a nivel mundial. La nueva burguesía con olfato de clase, para adecuarse al “nuevo orden mundial” aprueba una batería de medidas (impositivas, arancelarias, subsidios, zonas especiales, etc.) para promover la llegada de inversiones extranjeras en el país, pero que tenían como factor central, los bajísimos salarios y una flexibilización laboral absoluta. Otto Vargas analizó con profundidad cómo fue este proceso de inserción de China al mercado capitalista internacional y las consecuencias para China y el mundo, su impacto directo en el grado de superexplotación de los trabajadores a nivel mundial y como un factor central de la futura crisis capitalista que estalló en el 2008.

Aparte de la desregulación y apertura, se impulsó una política de privatizaciones y tercerización de las empresas del Estado, sobre todo de aquellas orientadas al mercado interno. La subcontratación de mano de obra tuvo como objetivo incrementar la productividad de los obreros, transferir los riesgos y maximizar las ganancias.

En el período maoísta, las fábricas estatales o unidades de trabajo denominadas “danwei”, eran centros de organización de la política y la producción, discutían qué se producía, cómo se producía y cómo se repartía lo producido. Estas fábricas garantizaban derechos de vivienda, escuela, jardines, los costos de matrimonio o defunción, etc. Con las reformas y flexibilizaciones fueron eliminadas este tipo de fábricas y los derechos que emanaban de ellas.

Por ejemplo, una fábrica estatal de 100 mil obreros se desmembró, el Estado mantuvo el núcleo de la producción con menos del 10% de los empleados originales y el resto se tercerizó en múltiples empresas que realizaban parte de la producción y que pasaron a ser privadas. Millones de obreros quedaron desocupados y se perdieron conquistas que se habían obtenido en el transcurso de la revolución.

Estas “reformas” fueron aprobadas por medio de gigantescas represiones que agudizaron el carácter opresivo del Estado hacía las mayorías, como se reflejó en las manifestaciones de la Plaza Tiananmen en donde fueron asesinadas miles de personas.

Estas “transformaciones” alcanzaron su máxima expresión con el ingreso de China a la Organización Mundial del Comercio en el 2001, terminando de adecuarse a las reglas del mercado capitalista internacional. En el 2002 China pasó a ser el país receptor de inversiones extranjeras más importante en el mundo superando a EEUU. En poco tiempo China pasó a transformarse en la “fábrica del mundo”.

 

La génesis de un nuevo imperialismo

La nueva burguesía china esperó dos décadas las condiciones para comenzar su propia ofensiva mundial. Tuvo que soportar contratos y convenios que limitaban y condicionaban su avance, pero utilizando el control estatal, impulsó una política de expansión al exterior. Aprovechó las inversiones en su propio país para impulsar sus propios monopolios, a partir de una política de formación de nuevas empresas estatales y mixtas, con la adquisición y participación de compañías de trayectoria internacional, que le permitió llegar a los mercados que esas compañías tenían y acceder a la tecnología y patentes de esos monopolios.

Como una bestia voraz de la lógica capitalista que comienza a crecer y necesita expandirse, China buscó nuevos mercados para obtener materias primas y recursos naturales para su propia producción. Se expandieron las inversiones en petróleo, minería, energía, tecnología y distintos tipos de commodities. Se alzaron los nuevos monopolios como Sinopec, Chinalco, State Grid, China State Construction Engineering, Huawei, etc. Y como pasos necesarios de su propia expansión, la fusión de grandes bancos con el capital industrial, para la creación del capital financiero.

China pasó a equilibrar la importación con la exportación y a disputar los mercados internacionales. En menos de dos décadas sus inversiones en el mundo saltaron de 2 mil millones de dólares a 250 mil millones, transformándose en el segundo inversor del mundo. Asía es su principal zona de inserción, seguida por América Latina y finalmente África, donde es el primer socio comercial del continente.

El país oriental ha completado todos los rasgos del imperialismo analizados por Lenin. Exporta capital instalando sus empresas en el mundo, que ya alcanzan las 44 mil con más de 2 millones de empleados. Disputa los mercados y ha perfeccionado sus políticas de préstamos y compra de deuda para interferir en los distintos territorios. Este país “amigo de los pueblos” inunda con sus mercancías el mundo, reforzando la división internacional del trabajo, impidiendo el desarrollo soberano de los países dependientes y deformando nuestras economías. No es sólo un factor económico, la superexplotación de los trabajadores chinos condicionó las relaciones de trabajo de los obreros en el resto de los países, al avanzar las políticas de flexibilización laboral, como una “necesidad” de las burguesías dominantes de compensar la gigantesca tasa de ganancia que obtenían en China.

Actualmente la dirección china impulsa el “cinturón terrestre y la ruta marítima de la seda” para avanzar en el control de los mercados mundiales con inversiones millonarias. El nuevo imperialismo conocedor de las reglas de juego, se prepara para las actuales y futuras disputas en todos los terrenos, equipando y perfeccionando el ejército más grande del mundo. Como ha dicho Hi Xinping “no buscamos la guerra pero nos preparamos para la misma”, aludiendo a los conflictos en Taiwan, India y las islas del mar del sur.

Desarrollando una concepción imperial, “Nación milenaria”, “Reino del centro”, el gobierno chino se prepara para el 2049 (hipócritamente usando el centenario de la revolución) con el objetivo de alcanzar un nuevo salto en su desarrollo imperialista, que expresan con la noción del “sueño del rejuvenecimiento nacional”, es decir una sola China como principal potencia mundial en todos los planos.

Estos objetivos tienen como contracara, la agudización de las disputas interimperialistas, la protesta de la clase obrera y sectores populares, y las continuas crisis económicas que estallan (propias del sistema capitalista) como acaba de evidenciarse en la quiebra del principal monopolio de la construcción que ha puesto en jaque la situación del sistema inmobiliario.

La esencia de la falsa apariencia

El gobierno chino Intenta presentar un sistema de crecimiento continuo y sostenido gracias al proceso de apertura externa que sería el artífice no solo de superar el “atraso de la época maoísta”, sino el responsable de lograr disminuir significativamente los índices de pobreza e indigencia. Sin embargo, la deformación y tergiversación, como el intento de presentar a China como socialista, sólo esconde la realidad.

En primer lugar, existe un gran debate sobre las estadísticas del gobierno oriental. China utiliza los parámetros internacionales para medir la pobreza, estos consideran pobre a una persona con ingresos inferiores a 1,90 dólares por día y según el “desarrollo” del país con escalas que ascienden a 5,50 dólares. Más allá de que estos índices son sumamente cuestionables, China utiliza las escalas más bajas para mejorar sus estadísticas sociales a pesar de ser considerada una potencia. La utilización de estos parámetros ha sido usada para cuestionar la situación social a fines de los 70, en el último período del proceso socialista antes de la restauración, planteando que el 88% de la población era pobre, con la clara intención de presentar una situación desastrosa en esa etapa. El gobierno chino tiene la capacidad de elevar la vara en el pasado y disminuirla en el presente.

Plantear un ingreso sin referencia a distintos marcos, es como plantear que el salario argentino aumentó 10.000% desde el 2001 y no contextualizarlo con la inflación, es decir al poder adquisitivo real del mismo. En este sentido, si bien el ingreso medio ha ido creciendo en términos corrientes, contradictoriamente han aumentado los costos de vida en forma exponencial; y por otra parte han disminuido los servicios esenciales que anteriormente el Estado cubría como salud, educación y vivienda, lo que implica una disminución del llamado salario indirecto. Es decir, los mayores ingresos no implican directamente mayor satisfacción de las necesidades básicas. Otras serían las cifras de pobreza en el pasado y en la actualidad si se incorporaran las distintas variables mencionadas.

En segundo lugar, el crecimiento a “tasas chinas” ha incrementado exponencialmente la desigualdad social, y este fenómeno refleja el profundo carácter capitalista de su economía, que expresa cabalmente una de sus leyes centrales: a mayor producción social, mayor apropiación privada de su riqueza. Porque lo que ha crecido en China no es el “bienestar social”, como se presenta, sino la profunda explotación de los trabajadores y productores directos. El gigantesco crecimiento tiene como base los salarios miserables de los trabajadores industriales chinos y la profunda explotación de la población rural. Esta explotación es el principal factor que explica el crecimiento abrumador de la tasa de ganancia que lograron los capitalistas por las condiciones laborales del país asiático. Es decir, creció como nunca la plusvalía extraída al proletariado, lo que explica qué tipo de desarrollo se impulsa y en beneficio de quién.

Mientras un obrero chino continúa luchando para comprarse las zapatillas que produce, se erige sobre sus espaldas y su sudor, una clase parasitaria que se ha enriquecido vertiginosamente. El ingreso per cápita (distribución de la producción nacional sobre el conjunto de habitantes) es de 18 mil dólares, pero el ingreso promedio es de 3 mil, con situaciones muy inferiores en las zonas rurales, lo que refleja la gran desigualdad en la apropiación de lo producido. En China ha disminuido la participación de los trabajadores en el PBI comparado con épocas maoístas y por el contrario ha crecido exponencialmente las ganancias del sector más rico. Recientemente se publicó que China ha pasado a ser el país con mayor cantidad de superricos o multimillonarios, superando a EEUU. Calculan que el 1% del sector más rico, concentra más de la mitad de lo que se produce. Parece que se ha hecho realidad el deseo de Deng Xiaoping “enriquecerse es glorioso”, sólo que tendría que haber aclarado que para unos pocos.

Por ejemplo, la empresa Foxconn es el mayor fabricante de electrónica por contrato en el mundo y entre otros es proveedora de Apple. Foxconn cuenta con un total de 1,3 millones de trabajadores, la gran mayoría en las 40 fábricas que posee en China. Los obreros pasan 12 horas en las líneas de montaje ensamblando celulares y sus sueldos en general no alcanzan al 2% de las ventas de los celulares que producen.

Esta profunda desigualdad se ha basado no sólo en los bajos salarios (sobre todo comparado con lo que producen), sino también en las terribles condiciones laborales. La “China socialista de Xi  Ping” se vanagloriaba de la ausencia de los derechos laborales más básicos y de condiciones de trabajo que han hecho emerger altas tasas de suicidios de trabajadores por el grado de explotación que enfrentan. Hemos visto el movimiento 996, que ha comenzado una protesta contra este terrible régimen de trabajo de 12 horas diarias (de 9 a 21), seis días a la semana, que impulsan entre otros el megamagnate de Alibaba, quien haciendo una profunda confesión de sus instintos meritocáticos  burgueses dijo: “En este mundo, todos quieren el éxito, quieren una vida agradable, quieren ser respetados. Permítanme preguntarles a todos, si no dedican más tiempo y energía que otros, ¿cómo pueden lograr el éxito que desean?”.

Por otra parte, la creciente tecnificación y robotización de la producción, como reacción de las grandes empresas ante las protestas obreras, ha disminuido la mano de obra e incrementado los índices de desempleo por una parte, y de mayor productividad (o explotación) por otra.

La desigualdad también se profundiza entre la ciudad y el campo, sobre todo en las zonas industriales costeras y el interior del país. Como una contracara de la misma moneda, los acuerdos con la OMC que China buscaba para desarrollar las exportaciones, implicó al mismo tiempo, medidas de desregulación económica que afectaron sobre todo a las zonas rurales. De esta forma una conjunción de factores agudizó la situación crítica de los campesinos: competencia con la producción importada por la baja de la reducción de aranceles, disminución significativa de subsidios a la producción agropecuaria por exigencia de los entes internacionales, imposición a la reconversión y tecnificación, incremento del precio de los insumos y costos de producción, altos y múltiples impuestos gubernamentales y reutilización de las tierras para inversión urbana, industrial o del transporte.

La tierra en China es centralmente propiedad del Estado y es concedida con permisos para su explotación, pero con la apertura indiscriminada, la tierra ha pasado a ser un negocio más, y la pequeña producción agropecuaria tiene que competir con el gran capital externo o interno. Como analizaron Marx y Lenin, la propiedad del Estado no determina su carácter social, sino que el mismo está determinado por la clase social que dirige el Estado. El Estado imperialista chino, usa, explota y usufructúa la tierra en función de los parámetros de la ganancia capitalista con todas las implicancias que esto conlleva. La tierra es más rentable desde esta lógica para proyectos industriales y distintas obras que para la producción de alimentos. Los permisos de usufructo de la tierra que otorga el Estado, se han transformado en un gran negocio, teñidos por las prácticas de corrupción, en favor de las megaobras y en perjuicio de la pequeña y mediana producción agrícola.

Este conjunto de factores ha generado una profunda desigualdad entre las zonas urbanas y rurales, incrementando los ingresos en una y estancándolos en otra. Las diez provincias costeras concentran unas tres cuartas partes de los intercambios comerciales internacionales y 60% de la producción de riqueza. Las condiciones de vida en las zonas rurales son precarias, con escasez de servicios, ingresos bajos, falta de trabajo, etc. Esta situación está agudizada desde la eliminación de las comunas en 1982, cuando los servicios como la salud dejaron de ser gratuitos. Estos datos no son menores en un país que mantiene entre el 40 y 45% de su población en las zonas rurales.

La difícil situación en las zonas rurales ha promovido una profunda inmigración del campo a las ciudades, alrededor 300 millones de trabajadores migrantes en las últimas décadas, desarrollándose una gran masa de trabajadores precarizados que realizan los peores trabajos, en las peores condiciones y con profundas diferencias salariales. Estos “mingong” (obreros/campesinos) se dirigen a las urbes en busca de trabajo centralmente en la construcción, viven en campamentos provisorios, con la intensión de juntar dinero y volver a las zonas de origen, por lo que hay una gran movilidad y precariedad laboral. Esta masa superexplotada no cuenta con los mismos derechos sociales y laborales que los residentes urbanos. Existen mecanismos de control de residencia como el “Hukou”, que vincula los escasos y diferenciales servicios básicos suministrados (salud, planes de maternidad, cobertura por desempleo, vivienda, educación) al territorio en los que vive cada individuo. Para ir a las ciudades se requiere permios especiales que tienen distintos plazos, lo que hace que se incremente la masa ilegal que trabaja en negro sin ningún tipo de reconocimiento. El hukou era un mecanismo provisorio de la época socialista que buscaba evitar la migración descontrolada, promoviendo el desarrollo integral de las zonas rurales; sin embargo, el nuevo Estado capitalista lo usa como mecanismo de extorsión y control.

 

Donde hay opresión hay rebelión

La restauración capitalista se impuso a la fuerza, miles de dirigentes fueron desplazados, expulsados, encarcelados y asesinados. China se ha transformado en un Estado represivo con múltiples mecanismos de control social, intensificando como pocos, la vigilancia virtual y digital, e instalando campos de concentración en Xinjiang al estilo imperialista chino.

Cada oleada que reforzaba las políticas liberales e imperialistas fueron sacudidas por gigantescas protestas y movilizaciones, así fue a principios de los 90, en el cambio de milenio y, sobre todo, en los años posteriores a la gran crisis internacional del 2008.

Las brutales políticas de apertura económica y de atracción de las inversiones externas, tenían como elemento central, los salarios miserables y las condiciones de flexibilidad total del trabajo. Los salarios en China “costaban” diez veces menos que en EEUU, con escasos o nulos derechos laborales.

Las protestas a fines del siglo pasado y principio del nuevo milenio, se concentraron en el cumplimiento de los contratos. Eran protestas defensivas por el cobro de los salarios en tiempo y forma, contra los despidos por la privatización de las empresas, etc. Las huelgas surgían desde abajo en forma ilegal ya que la misma no es un derecho reconocido y por fuera de los sindicatos oficiales dirigidos por el PCch.

Pero después de la crisis de las exportaciones (2009/2009), hubo un punto de inflexión y las protestas pasaron de un carácter defensivo a uno ofensivo, reclamando aumento de salarios, mejores condiciones laborales y elección de sus propios delegados obreros. La hora de trabajo que comenzó a pagarse a menos de un dólar, se había ido incrementando y hoy supera tres veces ese valor. Es decir, la masa obrera más numerosa del mundo logró con profundas luchas poner fin o limitar la era del trabajo a bajo “costo laboral”.

Durante el 2008 y 2010 estalló una ola de huelgas y protestas con distinto grado de organización y violencia: paralización de la producción, sabotajes, atentados a los directivos, movilizaciones, etc. En el 2010 se paralizaron las principales empresas y se extendió la organización de los “tres No”: tres días sin trabajar, sin presentar reclamos, sin nombrar delegados. La paralización de una empresa vinculada, terminaba paralizando toda la producción y la cadena de suministros. En el 2011 hubo sublevaciones masivas en distintas zonas costeras, con una gran participación de los trabajadores precarizados, la gran mayoría inmigrante de zonas rurales. En las puebladas se quemaron dependencias del Estado y tuvo que intervenir el ejército.

China se ha transformado en un epicentro de la lucha y protesta mundial con cerca de 80 mil reclamos al año. El movimiento de lucha es heterogéneo y sus formas de lucha son múltiples, desde los reclamos obreros en las grandes fábricas, pasando por las protestas en las zonas rurales, de las minorías nacionales y etnias sometidas, en las redes sociales como el movimiento 996.ICU, hasta las protestas por derechos democráticos en Hong Kong. Estas luchas se producen sobre la base de una gran corriente maoísta, que busca en sus enseñanzas, guías para enfrentar la actual situación y proyectar un camino de liberación.

 

Contrabando ideológico y demagogia de clase

Con definiciones como “socialismo con particularidades chinas”, la dirección del partido asiático intenta ocultar o disimular un evidente proceso de desarrollo capitalista y usar el legado socialista para justificar su expansionismo imperialista.

A pesar de la máscara socialista, la revisión de la teoría marxista es profunda. La contradicción principal para la dirección partidaria ya no sería entre la burguesía y el proletariado o entre el camino socialista y el capitalista, sino “entre la demanda del pueblo de una vida mejor y el desarrollo equilibrado e insuficiente”. Esta formulación expresa las visiones economicistas y evolucionistas del PCch, donde no hay clases e intereses, sino demanda del pueblo (de bienes y servicios) que tendrán que ser satisfechas por un desarrollo (del mercado capitalista). Es decir, no importan las relaciones sociales que predominen, siempre y cuando permitan aumentar la “producción”.

A partir de esta visión productivista de las necesidades sociales, como si fuera un tema de oferta y demanda, entre otras cosas, el PCch busca borrar el papel del proletariado y ocultar las contradicciones de clase. No es casualidad que la dirección partidaria y los “nuevos teóricos” introduzcan términos como “estratos” para clasificar a los distintos sectores de la sociedad, según viejos modelos weberianos.

Esto tiene sentido desde su punto de vista, ya que, si el proletariado es la principal clase explotada en china, difícilmente puedan sostenerse teorías que lo coloquen como clase dirigente. En una sociedad en donde la burguesía ha crecido exponencialmente, las clases dominantes chinas necesitan justificar las nuevas relaciones sociales de producción. Así surgen categorías como la de “emprendedores” que intentan expresar al “sector de avanzada de la sociedad” que, con su desarrollo, contribuye al desarrollo general. O la utilización de la vieja categoría de “clase media”, como una “clase universalizante” que es expresión de una sociedad “satisfecha con inclusión e igualdad”, con “escaso conflicto y estabilidad política” y “progreso económico y social”.

Estas nociones no son de extrañar en un partido en donde el 36% de los afiliados pertenecen o son funcionales directos de la clase explotadora (managers 11%, técnicos 16%, funcionarios 9%) y los obreros representan sólo el 7% de los mismos. Los productores de distinto tamaño siguen siendo la mayoría (30%), seguidos por los jubilados (20%), otros (5%).

Luego de la restauración capitalista, la burguesía ascendente consciente de que la teoría marxista no le servía, por más que continuara sosteniéndola discursivamente, comienza una búsqueda teórica e ideológica que permita justificar y guiar su nuevo rumbo. En esta búsqueda (no sin matices y contradicciones), la burguesía ha naufragado entre las teorías liberales, las nuevas y viejas concepciones revisionistas y un reflotado nacionalismo que intenta evitar la occidentalización directa de la sociedad. Tema este último de preocupación para ellos por la profunda disputa ideológica que existe en la juventud y en jóvenes adultos.

Como una necesidad indispensable para la reproducción de su propio sistema, la nueva clase dominante china ha elaborado un nuevo cuerpo ideológico que naturaliza las nuevas relaciones sociales de explotación. Basta observar los títulos de las publicaciones de los principales teóricos para ubicar las concepciones hegemónicas que están en boga en China.

Kang Xiaoguang, uno de los principales intelectuales del país asiático, propone el establecimiento de un régimen elitista y meritocrático que combine “el autoritarismo político, la economía liberal de mercado, el corporativismo y el Estado de bienestar”; este autor escribió el libro “Gobierno benevolente: la legitimidad del Estado autoritario”. El académico Jiang Qing publicó: “Un orden constitucional confuciano”; por su parte, el historiador Zhu Xueqin ha divulgado la posición: “Por un liberalismo chino”.  Xiao Gongqin, reconocido profesor de la universidad de Shanghái, es uno de los teóricos de la clase media y uno de los referentes del llamado neoconservadurismo, publicó “Del gobierno autoritario a la democracia constitucional”. Gan Yang, decano de la facultad de Artes apoya el planteo de una «república socialista confuciana».

Este puzle ideológico entre teoría liberal y nacionalismo oriental, intenta ser amalgamado con una filosofía confuciana o puritana. Reivindicar la historia “milenaria” de China (no importa que fuera esclavista o feudal) le permite a la burguesía china poner un freno a la penetración ideológica norteamericana y sobre todo justificar las nuevas relaciones de explotación. De ahí los discursos moralizantes que reinan en el partido sobre el sacrificio, espíritu emprendedor, trabajo duro, austeridad, autodisciplina, etc.

Como diría Marx: “Cada nueva clase que pasa a ocupar el puesto de la que dominó antes de ella se ve obligada, para poder sacar adelante los fines que persigue, a presentar su propio interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad, es decir, expresando esto en términos ideales, a imprimir a sus ideas la forma de lo general, a presentar a sus ideas como las únicas racionales y dotadas de vigencia absoluta”.

 

El socialismo demostró su superioridad

La dirigencia busca presentar al modelo chino como un híbrido entre el socialismo y el capitalismo, que fuera de toda lógica real, pueda tener lo “mejor de ambos”. Pero como dijo Mao, analizando la restauración de la URSS, es un país “socialista de palabra, pero imperialista en los hechos”.

De fondo las clases dominantes chinas pretenden mostrar un “modelo de desarrollo” superior a los típicos países capitalistas y en particular, superior al propio proceso socialista del período maoísta. Para sustentar esa ilusión, se aferran en las estadísticas oficiales y en el desarrollo de las inversiones en la región. Así presentan y contraponen una China moderna actual, a una supuesta China atrasada antes de los 80.

Esta vieja tesis productivista reduce el “desarrollo” al crecimiento económico o de las fuerzas productivas, sin importar las relaciones sociales de producción que prevalezcan, o mejor dicho intensificando las relaciones de explotación. Como habría dicho Deng Xioping: “no importa el color del gato mientras pueda cazar al ratón”. Es decir, no importa si los obreros tienen jornadas de 12 horas, si hay suicidios por las condiciones laborales o si no alcanzan a comprar el celular que fabrican por millones. Todo eso no importa si avanzan los índices económicos.

Lo que la nueva burguesía china esconde y trata de denigrar, es que hubo un periodo en China donde se desarrolló el socialismo y no solo se resolvieron los grandes problemas del pueblo, terminando con el hambre de millones, garantizando salud, educación y vivienda para las grandes mayorías, impulsando la industria y el trabajo y el desarrollo agrícola; sino y principalmente, un período en donde la clase obrera y los sectores populares, pasaron a dirigir una sociedad, debatiendo qué se produce, cómo se produce y cómo se distribuye lo producido.

En las comunas se definía colectivamente la producción del lugar y las fábricas que eran necesarias desarrollar; se debatía cómo distribuir lo producido según el trabajo y las necesidades. No era lo mismo una familia grande que una pequeña. La educación estaba integrada con el trabajo y unida a las necesidades de la comunidad. La comuna era más que un órgano de producción era un órgano político que promovía la democracia grande y el protagonismo de masas; y era una instancia de debate ideológico para enfrentar el individualismo y las relaciones patriarcales, promoviendo nuevas relaciones de solidaridad.

¿Cómo es posible intentar comparar las relaciones de explotación y desigualdad de la China actual, con el desarrollo integral más importante que ha tenido la humanidad? Entre la China actual y la China maoísta hay un abismo, que no se puede reducir a estadísticas ya que son sistemas sociales diametralmente opuestos, uno de explotación y otro de liberación.

Después de 43 años de restaurado el capitalismo en China, es necesario continuar profundizando el análisis sobre las causas de esa tragedia y sobre el régimen de explotación de la China actual, como una de las condiciones para avanzar en el proceso de liberación general y alimentar las nuevas oleadas revolucionarias.

Como diría Otto Vargas: “Tenemos ahora una corta –históricamente corta– pero rica experiencia de setenta años de lucha por el socialismo. En ese tiempo el proletariado, la dictadura del proletariado y el socialismo consiguieron éxitos impresionantes, demostrativos de su superioridad sobre el capitalismo. También hemos sufrido derrotas y hemos cometido tremendos errores. Aprenderemos de ellos. Pero tenemos además del corazón caliente y la cabeza fría, las manos limpias (…) Y tenemos un ideal limpio. Vale la pena luchar por ese ideal. El camino es largo. Muy largo. La victoria es segura porque la lucha de clases llevará, inexorablemente, a la dictadura del proletariado y al comunismo. Pero nuestra generación no llegará a la estación terminal. Ni las generaciones próximas. Por eso hay que apurar el paso. El tiempo apremia. Como escribió Mao en una de sus últimas poesías, en 1965: ´Nada es imposible en el mundo, si uno se atreve a escalar las alturas´”.

 

Escribe Facundo Guerra