Casi mil trabajadores –en su mayoría mujeres– de una filial de la japonesa Hitachi entraron en su quinto día de huelga en la ciudad de Shenzhen, en la región industrial de la provincia de Guangdong, al sudeste de China frente a la isla de Hong Kong.
Casi mil trabajadores –en su mayoría mujeres– de una filial de la japonesa Hitachi entraron en su quinto día de huelga en la ciudad de Shenzhen, en la región industrial de la provincia de Guangdong, al sudeste de China frente a la isla de Hong Kong.
Las obreras bloquearon la entrada a la fábrica durante varios días. Las negociaciones para vender la planta a una empresa norteamericana les hacen temer una oleada de despidos o una “renegociación” de sus contratos en peores condiciones salariales y laborales y con pérdida de beneficios como la antigüedad.
La crisis mundial llegó a China
En el ascendente imperialismo oriental prácticamente no pasa un día sin que surjan protestas, marchas, huelgas o bloqueos.
La crisis sacude a Europa, el segundo socio comercial de China en el mundo, y las órdenes de compra de productos industriales disminuyeron drásticamente en los últimos meses. Pero ya antes de eso la crisis había empezado a manifestarse en el propio capitalismo chino: el gigantesco “paquete” de 4 billones de yuanes (casi 600.000 millones de dólares) para estimular a la economía del país en 2009 se convirtió luego en una inmensa burbuja especulativa, especialmente en la construcción, y en una cadena de impagable endeudamiento. El gobierno chino intentó “enfriar” la economía restringiendo el crédito y aumentando las tasas de interés, pero eso no hizo más que alentar el surgimiento de lo que los chinos llaman una “banca en las sombras” (es decir ilegal y clandestina), que derivó en fugas y suicidios de empresarios que no podían pagar sus deudas. Todo eso aceleró el proceso recesivo: cayó la construcción de edificios y la fabricación de casi todo –desde autos hasta zapatos– y los empresarios tanto chinos como extranjeros empezaron a hacer ajustes en masa: despidos, recortes salariales, relocalizaciones, etc.
Desde la restauración capitalista operada hace más de 30 años, y especialmente desde la intensa ola de huelgas y ocupaciones de automotrices y fábricas de electrónicos del año pasado, la clase obrera china viene haciendo un acelerado curso práctico sobre la crisis capitalista, pero también sobre la lucha y la organización sindical, que hasta ahora la burguesía monopolista china tenía de hecho prohibida.
Contra el ajuste de los monopolios
Las huelgas surgen en forma cada vez menos espontánea y más organizada. Como el año anterior, muchas de ellas embaten contra poderosas corporaciones mundiales como la yanqui Pepsico, la japonesa de relojes Citizen, y el gigante chino del calzado Yue Chen.
Trabajadores de al menos cinco plantas embotelladoras de Pepsico entraron en lucha a mediados de noviembre contra un acuerdo de venta de la empresa a la marca Tingyi radicada en Taiwán (provincia insular china escindida del país con apoyo del imperialismo yanqui tras el triunfo revolucionario del ’49). La Tingyi opera las fábricas de fideos instantáneos y de bebidas de Master Kong en China.
Una vocera del monopolio yanqui afirmó que “Pepsico es un empleador responsable” y que se respetarían los contratos; pero los trabajadores, con razón, no le creen ni una palabra.
El acuerdo de venta, firmado el 4 de noviembre, suscitó gran inquietud entre los obreros, que casi simultáneamente abandonaron las plantas en Chongqing, Chengdu, Fuzhou, Lanzhou y Nanchang, cinco de las 24 embotelladoras de Pepsico en China, que en conjunto emplean a 20 mil trabajadores. Diversas páginas de Sina Weibo –el equivalente chino de Twitter– informaron que en la de Fuzhou pararon unos 1.100 obreros, y en la de Chengdu unos 500, aproximadamente la mitad del plantel. Un trabajador de esta última declaró a la BBC: “Defendemos nuestros derechos. Para nosotros, Pepsi no es sólo un empleo para alimentar a nuestras familias, sino un oficio que nos esforzamos mucho por mantener”.
Dos huelgas sucesivas protagonizaron los trabajadores de Hi-P International, radicada cerca de Shanghai y originaria de Singapur, que fabrica productos electrónicos para Apple y otras firmas internacionales. Los trabajadores reclaman compensación por el traslado de la fábrica que, sospechan, traerá despidos. El jueves 8, unos 100 obreros fueron dispersados por la policía frente a una oficina municipal.
En el gran centro industrial del Delta del Río Perla, unos 800 trabajadores de la planta de la japonesa Hitachi iniciaron un paro con una sentada frente a la fábrica, en protesta contra el posible desconocimiento de su antigüedad y beneficios cuando la fábrica pase en marzo a sus nuevos dueños de Western Digital. Al tiempo que reclamaban “transparencia en la gestión”, exigieron que los empleados “sean parte del proceso de toma de decisiones”.
En Anji, provincia oriental de Zhejiang, cientos de trabajadores de una fábrica en quiebra de muebles de bambú y de madera hicieron una marcha masiva el jueves 8, enfrentando la represión policial, para reclamar el pago de los salarios caídos desde la quiebra.
En Dongguan, en la gran región exportadora sureña de Guangdong, un centenar de trabajadores de la fábrica Bill Electronic manifestaron frente a la alcaldía coreando: “¡Devuélvannos el dinero de nuestro sudor y nuestra sangre!”. Varios cientos de policías uniformados y otros de civil los arrearon hacia colectivos y los llevaron de vuelta a la fábrica, donde la patronal los chantajeó para que aceptaran el pago de apenas el 60 por ciento de los salarios adeudados, bajo pena de no recibir nada.
También en Dongguan, la fábrica de zapatos Yue Chen, que produce calzado deportivo para una casa matriz de Taiwán que provee a marcas como New Balance, está en emergencia: la gerencia echó a 18 gerentes, y a los trabajadores se les eliminó el pago de horas extras; los salarios normales apenas alcanzan para vivir. Parte de los trabajadores fueron a protestar frente a la alcaldía: unos 10 resultaron heridos en el enfrentamiento con la policía, entre ellos algunas mujeres jóvenes. Matones de civil vigilan la entrada de la fábrica, fotografían e intimidan a cualquiera que hable con los empleados. La gerencia cortó la luz en algunas de las salas donde los obreros normalmente cosen y pegan zapatos.