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02 de octubre de 2010

Expo Shanghai: extravagante demostración del “éxito” económico chino. Un trasfondo de superexplotación y miseria. El fantasma del estallido popular planea sobre la dirigencia imperialista china.

China: poderío económico, con sangre y sudor de trabajadores

Hoy 1318 / La burguesía teme el desborde de las luchas sociales

La impresionante Exposición Mundial de Shanghai, que desde el 1º de mayo y por un mes exhibe al mundo los logros del capitalismo chino, resalta por contraste la tremenda explotación de cientos de millones de trabajadores sobre cuyo trabajo se levantan esos “logros”.
Desbordantes de sueños de grandeza imperial, los capos del partido “comunista” insumieron en la erección de decenas de extravagantes edificios y paseos ultra-futuristas de la Expo World la increíble cifra de 59.000 millones de dólares, mucho más que cualquier otra exposición de este tipo, y el doble de lo que costaron en 2008 los Juegos Olímpicos de Beijing.
Fuegos artificiales, cientos de celebridades, miles de bailarines y artistas, efectos con rayos láser, la mayor pantalla electrónica del mundo: la ceremonia inaugural fue una exuberante demostración de “éxito”. Las más grandes corporaciones monopolistas del mundo construyeron sus propios pabellones. Algunas, como General Motors, están en quiebra en los Estados Unidos, pero en plena expansión en China gracias, entre otras cosas, a las grandes reservas de mano de obra barata que el régimen imperialista chino pone a su disposición. GM es la principal automotriz extranjera de China; Volkswagen se propone duplicar su producción a 2 millones de unidades hacia 2012.
Como símbolo de optimismo, en el barrio financiero de Shanghai se instaló una réplica del toro de bronce de Wall Street.

Príncipes y mendigos
China se jacta de tener el mayor número de mil-millonarios después de Estados Unidos. Pero el salario mensual promedio de los trabajadores de Shanghai fue el año pasado de 522 dólares.
La burguesía que restauró el capitalismo a fines de los ’70 usó a fondo el aparato estatal para favorecer su acumulación mediante sobornos, chantajes, toda clase de negocios sucios y, lógicamente, la represión. Así se hicieron esos multimillonarios.
Mientras tanto, a medida que los precios inmobiliarios se inflaban (más de un 30 por ciento sólo el año pasado, según el Beijing Morning Post), millones de personas no pueden acceder a una vivienda decente. En Haidian, muy próximo a los barrios de edificios caros de Beijing, hay chozas y refugios de madera de un solo ambiente, en muchos casos pegados a edificios existentes, con un lavabo compartido y sin baño, y donde los callejones llenos de basura se convierten en ríos de barro los días de lluvia.
Casi 170 millones de trabajadores “migrantes” –aproximadamente un cuarto del total de la población urbana de China–, sumados a los millones de trabajadores despedidos de las empresas estatales en los últimos años, deben aceptar trabajos con jornadas agotadoras y salarios de subsistencia. La mayoría trabaja en la construcción, en fábricas o en servicios, sin acceso a una buena educación, salud y vivienda. Al igual que muchos de los 3 millones de universitarios que se calcula no pueden encontrar trabajo, son los que viven en casillas metálicas divididas en varios “ambientes”.
Según la Oficina Nacional de Estadísticas, se amplió enormemente la brecha de ingresos entre los trabajadores urbanos y rurales. El ingreso per cápita de los hogares urbanos fue en 2009 de 17.175 yuanes (2.526 dólares), mientras que el de los hogares rurales apenas llegó a 5.153 yuanes (757 dólares). Para muchas familias rurales, sólo el envío de dinero de sus parientes que trabajan en la ciudad los salva de la miseria.

Manifestantes y matones
Los conflictos sociales son el resultado lógico de las tremendas condiciones de trabajo y de vida impuestas por la burguesía china. A principios de abril, decenas de personas resultaron heridas y 10 autos fueron volcados en combates callejeros entre la policía y residentes de Kunming, capital de la provincia de Yunnan, sudoeste de China. Cuando los chengguan quisieron impedir la actividad de vendedores callejeros sin licencia, el rumor de que uno de los puesteros había sido muerto encendió la mecha. Los chengguan son guardias privados que con métodos matonescos “limpian” las calles de indeseables y supervisan la demolición de casas para la edificación de proyectos comerciales, muchas veces propiedad de funcionarios públicos o de grandes inversores. La rebelión duró seis horas, síntoma del odio acumulado contra el gobierno local.
Pocos días antes, un granjero había sido muerto y su padre gravemente herido en la provincia sudoriental de Jiangsu, cuando trataban de impedir la demolición forzosa de su criadero de cerdos para la construcción de una autopista. El gobierno pretendía pagarles apenas un tercio del valor de la granja. Los granjeros se atrincheraron en su casa y rociaron la puerta con gasolina, mientras un centenar de chengguan sitiaban la vivienda y la demolían con topadoras. Abundan los casos similares donde bandas contratadas por los inversores o por el gobierno fuerzan la “relocalización” de los residentes cortándoles el agua y la luz.
Otras veces son trabajadores migrantes desesperados los que salen a la calle porque no se les paga sus salarios, en ocasiones durante meses.
Es el gran temor a que el descontento social desemboque en estallidos incontrolables el que llevó al primer ministro Wen Jiabao, en la sesión de la Asamblea Popular Nacional en marzo, a llenar su informe de retórica populista y alusiones a la “justicia social”. Sólo que allí, mientras con el pretexto de la crisis se disponía la reducción del gasto social, al mismo tiempo se anunciaba el aumento del gasto en “seguridad pública”.