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05 de noviembre de 2019

Jujuy

Cicatrices

En un relato sentido la abogada Mariana Vargas reflexiona sobre las secuelas con las que vive la niña de 12 años embarazada por el violador Dávalos que se encuentra en instancia de juicio y para el que se exige que la condena sea ejemplar. La nota fue publicada en la web del programa radial En Calle Viva.

Estaba por comenzar la audiencia del juicio oral, el 30 de octubre. Abajo estaban compañeras de la Casa de la Mujer María Conti, que acompañarían reclamando una condena ejemplar a Dávalos, un violador de una niña cuya pena puede ir de los 6 a los 15 años.

Arriba estábamos con Norma y Natalia. “A veces ella se toca la herida y se rasca”. Norma habla de la herida de una cesárea en la panza de su pequeña hija que hoy tiene 13 años. A pocas horas de ser el día de los difuntos, en una Jujuy en la que se llenan los cementerios de visitas a las y los muertos y sus calles de puestos de flores, de ofrendas, de comidas, Norma cuenta que su pequeña le pidió que hicieran junto a la abuela pan dulce para la bebé. Quería preparar ofrendas para ella. La bebé que nació en forma prematura de su vientre, con pulmones que no funcionaban -como contó luego la neonatóloga en la sala de audiencias- y que nació de una pequeña que nunca debió ser madre.

“Mirá, yo tuve un accidente y siempre me pongo crema de caléndula”, dice Natalia, mostrando varias de sus cicatrices. Norma ahí mostró su cicatriz, la que se hizo ella misma dando golpes a un vidrio cuando le negaron a la pequeña el derecho a abortar. “A veces me duele, dice mi hermano que tal vez me haya lastimado los tendones”.

Yo no tenía cicatrices que mostrar. Pero ese día seguí hablando de las heridas. El juicio a Dávalos nos remueve una herida profunda en Jujuy y en la Argentina. Es la herida de la tortura en el cuerpo y la psiquis de una pequeña. Primero fue la violación. “Sufrimiento psíquico”, que comenzó allí, en ese hecho traumático, expresó la psicóloga de la pequeña cuando entró a la sala como testiga. La confirmación del embarazo acentuó ese sufrimiento. Y cada día que pasó sin que la niña accediera al derecho a abortar, agravó ese sufrimiento, con la tortura estatal que generó noches sin conciliar el sueño, sin ganas de comer, con mucha angustia cada hora que pasaba.

La herida de esa niña que nunca debió ser violada, que nunca debió estar embarazada, que nunca debió ser madre, es nuestra herida. No habrá cicatriz que se alivie con crema de caléndula.

Hoy sí sabemos que queremos una condena ejemplar para el violador. Que sea un castigo para quien la dañó sin tener derecho a ello. Que sienta que lo que pasó no debió pasar. Y que sepa también, que aprendimos de su dolor para que otra pequeña no vuelva a padecerlo. Nunca es fácil, pero así pasa con las heridas abiertas, esas que tal vez no cicatricen y que, incluso con cicatriz, no hay crema de caléndula que las borre.

Escribe Mariana Vargas, abogada feminista.