Ese término, que puede sonar excesivo, refleja con precisión lo que estamos viviendo. ¿Cómo llamar, si no, al intento sistemático de desmantelar el sistema científico argentino? ¿Cómo llamar al cierre de convocatorias, a los despidos masivos, a la paralización de proyectos, al abandono de nuestros laboratorios, a la indiferencia brutal frente al futuro de una generación entera?
Como trabajadores de institutos públicos, sabemos lo que significan los recortes: vemos cómo jóvenes brillantes, que dedicaron años a formarse, hoy hacen changas o se van del país. Vemos cómo se apilan los tubos sin usar, cómo se vencen los reactivos por falta de presupuesto, cómo se nos pide que hagamos “más con menos” hasta el absurdo. En este país, hacer ciencia siempre fue difícil. Ahora quieren hacerlo imposible.
Por eso marchamos, y no fue una marcha más. Fue una movilización histórica, federal, potente, cargada de símbolos y de rabia. Desde el Polo Científico-Tecnológico en Buenos Aires hasta los centros de investigación de Tucumán, Bahía Blanca, Río Negro, Chubut, Rosario, Mar del Plata, Bariloche, Comodoro Rivadavia o Ushuaia, nos encontramos en las calles vestidos con trajes oscuros, máscaras, y carteles que decían “La nieve es el ajuste”. Reivindicamos a El Eternauta, esa historieta que no es solo ciencia ficción: es una metáfora de la resistencia colectiva frente a un poder que busca destruirnos.
Muchas/os nos preguntan por qué seguimos. Por qué no nos vamos. Por qué no nos resignamos. La respuesta es simple: porque creemos profundamente en una ciencia pública, soberana y al servicio del pueblo. Porque nuestros proyectos de investigación no son caprichos individuales: son respuestas posibles a los problemas concretos de nuestra sociedad. Porque investigamos enfermedades olvidadas, tecnologías para comunidades, alternativas al extractivismo, políticas para la inclusión, historia argentina. Porque si no lo hacemos nosotres, ¿quién?
Desde que asumió Milei, el desfinanciamiento ha sido brutal. El presupuesto en ciencia y técnica cayó a la mitad. Las becas se demoran o directamente se niegan. El ingreso a carrera está congelado. Las universidades están en emergencia. Pero también crece la conciencia de que esto no es un problema sectorial: es una ofensiva contra la educación, contra la cultura, contra toda forma de pensamiento crítico, también contra la salud, contra el Estado Argentino Público tal como lo conocemos, contra los cimientos de nuestra independencia como nación. Por eso, cada vez somos más.
Lo dijimos con fuerza en la calle: nadie se salva solo. Esa consigna, también tomada de El Eternauta, es más que un lema: es nuestra verdad. Porque sin red, sin instituciones, sin comunidad, sin solidaridad, no hay ciencia posible. Y eso es justamente lo que el gobierno quiere romper: nuestra capacidad de organizarnos, de construir saber en común, de imaginar un futuro más justo.
Pero no vamos a dejar que lo hagan. Porque no somos sólo víctimas del ajuste: somos protagonistas de una resistencia que crece. Somos quienes le ponemos el cuerpo al laboratorio y a la calle. Quienes sostenemos las clases y los experimentos sin insumos. Quienes nos organizamos para defender lo que es de todes.
A quienes nos dicen que exageramos, les invitamos a que vengan a nuestros institutos, a que hablen con las y los becarios despedidos, con las y los docentes precarizados, con las y los estudiantes que hoy se plantean si seguir estudiando tiene sentido. Les invitamos a que entiendan que la ciencia no es un gasto: es una inversión en dignidad, en salud, en memoria, en soberanía.
Este 28 de mayo fue un grito colectivo. Un recordatorio de que estamos vivas/os, organizadas/os y en lucha. Y de que, como decía Oesterheld, «el verdadero héroe colectivo es el pueblo». Nosotres, las y los científicos somos parte de ese pueblo. Y no vamos a desaparecer sin pelear.
Corresponsal
Foto: Protesta de científicos y trabajadores del Conicet en Ushuaia
hoy N° 2062 04/06/2025