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03 de abril de 2013

Con muy buenas actuaciones, tanto de Diego Peretti, Claudia Fontán, Alfredo Casero, y las dos chicas (hijas de Casero en la ficción).
Se advierte la mano del director extrayendo un personaje bien diferente a los habituales en Fontán. Y Peretti impresiona realmente: su papel, con una caracterización muy opuesta en esta oportunidad a las que estamos acostumbrados, va creando un crescendo dramático con un cuasi mutismo de palabras, gestos y acciones, que logra una tensión que va tornándose exasperante.
Aquí el desarrollo argumental es sencillo, lo que atrapa y provoca profunda empatía es el cómo.
Uno va quedando pendiente del modo en que se van desarrollando los sucesos. Y nos conmueve. Seguramente porque refiere a temas cotidianos, universales, “cosas que simplemente pasan” como empieza a decir Peretti.
Y que pasan en una ciudad –Ushuaia- tan lejana en kilómetros y a la vez tan cercana en sus personajes en los cuales nos reconocemos, con sus vivencias, sus tristezas y afectos. Como en aquellas películas inglesas minimalistas, de gran éxito popular, de mediados de los ‘90(Secretos y Mentiras), la película cala hondo y emociona, desde la humanidad que brota en la paulatina y trabajosa, contradictoria resolución –la reconstrucción- de un hombre y de los lazos afectivos, valorizando en su elección una historia “pequeña” absolutamente creíble. Y querible.
No es menor este logro de conmover, sin golpes bajos, y destacando valores que lentamente van surgiendo, como el acompañamiento y lo solidario, aún rudimentariamente, en los momentos más difíciles. Con el encadenamiento de acciones, humildes, importantes, contenedoras; aun sin conciencia de serlo; y que, en la contención y la acción hacia el/los otros, van revirtiendo positivamente hacia sí mismo. Dialéctica básica de la vida en relación.
La película conmueve hasta el final, de formas diferentes; incidiendo en la misma también las propias circunstancias de vida del director –las dedicatorias familiares del final así lo expresan.
A 4 años, también nos conmueve esa dedicatoria. Recordamos con cariño a la querida Diana, madre del director, compañera a quien conocimos compartiendo aquellas aulas revolucionadas de la facultad de Arquitectura de 1970.

Cine argentino: La reconstrucción

Hermosa y muy sentida, la última de Juan Taratuto