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02 de octubre de 2010

Una jornada que cambió la historia. La chispa y el polvorín en el que pocos creían. Cuando el proletariado industrial está al frente.

¿Cómo fue el Cordobazo?

Hoy 1268/ A 40 años de la rebelión

El 28 de junio de 1966 un golpe militar instala en el gobierno al general Juan Carlos Onganía. El dictador piensa en una larga permanencia. Prohíbe la actividad política; interviene la Universidad y reprime a sangre y fuego la lucha estudiantil y las grandes huelgas ferroviarias y de los azucareros; confisca cuentas y quita personería a sindicatos; decreta el congelamiento de salarios. Perón, desde el exilio, llama a “desensillar hasta que aclare”. El plan económico de Krieger Vasena crea la ilusión de “estabilidad”.
“Huelgas y actos de protesta no parecían conmover la firmeza del gobierno, que hacía emanar su legitimidad de esa ‘paz’ y de esa ‘estabilidad’ ficticias que asombraban hasta a sus propios defensores. Hubo quienes se atrevieron a afirmar, en esos días, que la historia se había detenido, y que por largo tiempo la situación argentina no tendría salida aceptable” (Daniel Villar, El Cordobazo, 1971).
Dentro de la izquierda se habla de “reflujo”. En noviembre de 1968, sin embargo, hay quienes sostienen que “las medidas de la dictadura han secado la pólvora de un polvorín bajo los pies de las clases dominantes”. Son los del CNRR, que acaban de romper con el Partido Comunista; en unos pocos meses se llamarán “Partido Comunista Revolucionario”. Basta una chispa, dicen también, para que el polvorín estalle. Y trabajan para ello.
La chispa llega y hace arder a la Argentina en mayo de 1969.

Mayo del 69
El 12 de mayo de 1969 la dictadura promulga la “ley” 18.204 que uniforma el régimen de descanso laboral. Elimina así el llamado “sábado inglés” (4 horas en lugar de 8 los sábados) que regía en Córdoba y otras cuatro provincias.
El 14, exigida por los obreros, se realiza una asamblea general del gremio mecánico (Smata) de Córdoba. Está por hablar Agustín Funes, delegado de Perdriel, reclamado desde la tribuna, cuando el local del Córdoba Sport es rodeado y gaseado por la policía. Los obreros la enfrentan en la calle y la ponen en fuga; reciben refuerzos de los estudiantes de la Tecnológica. Pocos de los colectivos que llevaron los efectivos se salvan de la quema. Córdoba vivirá los días siguientes entre huelgas, marchas y batallas.
La chispa está encendida. El polvorín empieza a arder. El 15 de mayo, en Corrientes, los estudiantes (muchos de ellos hijos de chacareros), que reclaman contra el aumento del comedor estudiantil, salen a la calle. Son reprimidos brutalmente y es asesinado Juan José Cabral. La CGT decreta paro, y 12.000 marchan en su entierro, en medio de una ciudad paralizada.
La chispa se extiende a todas las universidades. El 17, en Rosario, los estudiantes hacen una marcha de repudio. La policía mata a sangre fría a Adolfo Ramón Bello. El entierro es multitudinario y el 21 se realiza una “Marcha del Silencio”, en la que confluyen estudiantes, CGT, entidades profesionales, vecinales, católicas, de industriales y comerciantes. El impresionante operativo represivo es enfrentado por toda una población en numerosos combates y barricadas. La policía, en retirada, asesina a Luis Norberto Blanco, obrero metalúrgico, 15 años. A la madrugada se establece el control militar. Miles entierran a Blanco en una ciudad enlutada y de paro.
En Tucumán, desde el 16 de mayo, hay enfrentamientos diarios de los universitarios. Se incorporan los obreros del azúcar, los secundarios, reciben apoyo de la CGTA, los sindicatos y los curas tercermundistas. El 27, la chispa estalla a metros de la Casa de Gobierno y el centro de Tucumán arde.
La chispa ha corrido el reguero de pólvora, y los comunistas revolucionarios han protagonizado en todas las puebladas. Jorge Rocha es entonces el presidente de la Federación Universitaria Argentina (FUA). Carlos Paillole, el presidente de la FUNE (la Federación en Corrientes), donde milita también Rafael Gigli. Una columna del Faudi, hegemonizado por los comunistas revolucionarios, encabeza la columna que avanza por la avenida Córdoba, donde luego es asesinado Bello, en Rosario. Hay comunistas revolucionarios en Tucumán, y los hay entre los obreros y el pueblo que aquí y allá combate en esos días. 

La jornada el 29
La chispa ha corrido sobre el polvorín seco, pero aún falta un estallido: el que marcará el final de esa dictadura que venía para quedarse. Se produce cuando el que hegemoniza es el proletariado industrial.
La FUA, presidida por Rocha, llama a un paro nacional universitario para el 29 de mayo. Días después, la CGT y la CGTA convocan un paro obrero para el 30. En Córdoba, impulsado por las 1º de Mayo, se pone fecha 29 al paro obrero, confluyendo con el estudiantil.
Nadie imagina que la jornada va a convertirse en una rebelión histórica. Pero muchos trabajan para ella. Algunos lo hacen desde arriba, con la intención de un hecho limitado, que empuje la caída de Onganía y su reemplazo por el general Lanusse (el sector prosoviético de las Fuerzas Armadas desplazaría, entonces, al sector proyanqui). Pero desde abajo, miles se preparan para que la bronca acumulada contra la dictadura le pegue un golpe tan fuerte como se alcance.
Así lo hacen los comunistas revolucionarios, dirigidos en Córdoba por César Gody Álvarez. (“El gordo Antonio” se instaló allí un año antes porque está convencido de que “la revolución va a comenzar por Córdoba”). Hay reuniones los días previos con los obreros afiliados y amigos; con los estudiantes; se planean las asambleas y el reclamo de que el Smata, la CGT, los estudiantes llamen a los cuerpos de delegados.  
En esos días, miles de obreros preparan en las fábricas tornillos, varillas, “miguelitos” y gomeras para enfrentar a la policía; bombas molotov; aparecen algunas armas. La noche antes del 29, una asamblea de 10.000 estudiantes, tras duro debate, acuerda con la propuesta de los comunistas revolucionarios: se integrarán a las distintas columnas obreras.
A las 10 de la mañana parten las columnas: la de Santa Isabel, en la que va René Salamanca, la más numerosa; la de Perdriel; la de Luz y Fuerza, encabezada por Agustín Tosco. A esa hora Rolando Navarro, despedido el día anterior por encabezar la asamblea que decide el paro, espera a sus compañeros de Dinfia con su motito y la bandera de la 1º de Mayo para marchar al centro.
Los primeros combates empiezan alrededor de las 11. Las columnas obreras avanzan, las policiales arrojan gases. Hay escaramuzas, se encienden fogatas, hay dispersiones y reagrupamientos. A la altura del Hogar Escuela Pizzurno la policía intenta detener la columna de Santa Isabel: es rebalsada y se retira cubriéndose a balazos. Las barricadas ganan las esquinas, el transporte no circula. Ya en la Terminal de Omnibus, hay un nuevo enfrentamiento entre la columna de Santa Isabel y la policía. Cae asesinado el obrero Máximo Mena. La rebelión se hace entonces imparable.
Miles combaten en las calles, desde los edificios, llegan de los barrios. El cielo se vuelve negro por el humo. Estallan vidrios, caen materiales combustibles desde las ventanas. Las molotov dan contra Xerox, Bourrough’s, la concesionaria Citroen y otras empresas odiadas; se ataca el Jockey Club, el Círculo de Suboficiales, la Dirección de Rentas, la Aduana. Al traste con quienes esperaban manipular una manifestación moderada. Agustín Tosco se queja: “se nos fue todo de las manos”.
A las 5 de la tarde Córdoba es una ciudad tomada. En el pesado silencio que reina se escuchan cada tanto disparos: los francotiradores ganan las azoteas; se combate en los barrios. Llegan la 4ª Brigada de Infantería Aerotransportada, el Regimiento 14 de Infantería, efectivos de la Aeronáutica y la Gendarmería. El 30 sigue el combate en los barrios. Hay allanamientos y detenciones a granel; los muertos, de ambos bandos, se estiman entre 60 y 100, aunque pocos son oficializados.
El 4 de junio Onganía se dirige a todo el país, por radio y televisión, y habla de “la mecha que arrimaron al polvorín largamente preparado” (La Nación, 5/6/1969).
El dictador agoniza. Y desde entonces, nada será igual en la Argentina.