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07 de marzo de 2012

El viernes a la tarde, en las escalinatas de la Catedral de Buenos Aires –al tiempo que se realizaba el acto convocado por ferroviarios del Sarmiento y organizaciones políticas– familiares de los 51 fallecidos en Once, se autoconvocaron una vez más para exigir justicia.

Con el luto, exigen justicia

Hoy 1409 / Familiares de las víctimas de Once

Con el luto, la angustia y el shock de la pérdida, se arrimaron una vez más los familiares, amigos, compañeros de trabajo y de estudio de varias de las 51 víctimas de Once para decidir qué hacer entre todos frente a la investigación y el reclamo de justicia.

Con el luto, la angustia y el shock de la pérdida, se arrimaron una vez más los familiares, amigos, compañeros de trabajo y de estudio de varias de las 51 víctimas de Once para decidir qué hacer entre todos frente a la investigación y el reclamo de justicia.
Avanzando entre la gente, mientras se iban presentando –algunos que por primera vez llegaban, que no habían ido el martes a la convocatoria en el Obelisco-, repetían: “Hola yo soy hermano de… ¿me pasás tu teléfono así estamos en contacto?”, “Cuidado con los abogados de accidentes que vienen a aprovecharse de la situación”, aconsejaba otro, “Tomá mi número, arreglemos para ver cómo sigue la cosa, no bajemos los brazos”, “mi mamá no puede venir, imaginate”, “no puedo con todo, pero estoy acá”, “no te imaginás lo que es no tenerla en casa”, “no, la Cristina no contestó la carta todavía, no sé qué va a pasar”, “disculpame, pero no puedo hablar, no puedo hablar”.
Entre los que no pueden hablar está el intercambio del abrazo, el apretón de mano, las lágrimas que nublan la última imagen del ser querido –o quizá las palabras, que ni remotamente sonaron a despedida- y está ese puñado de gente ahora llora, se acerca, se solidariza, da fuerzas, enciende velas, aplaude y pide justicia -por momentos con ritmo cacerolero-, tratando de dar sentido a lo que el gobierno y la concesionaria TBA no dan cuenta. Son muchas las explicaciones que tienen que dar Cristina, Schiavi, Cirigliano, Pedraza en ese momento. Pero nunca alcanzarán, al menos hasta que estén tras las rejas, y el tren deje de estar concesionado a mafiosos y esté administrado bajo el control de los obreros. Mientras tanto padres, hermanos, amigos, compañeros de trabajo y los que no perdieron “a nadie directo” pero que sienten el dolor como propio se autoconvocan “con la bandera del luto” y reclamando “justicia para todos”, como afirmó el papá de Lucas, el padre que se hizo más conocido tras encontrar a su hijo entre los fierros tres días después del choque –sí, tres días después.
En su mayoría eran jóvenes, se puede ver en los retratos que sus familiares y amigos llevaron esa noche para que no los olvidemos. Un joven de China llora a su hermana Lei Jin Yan de 27 años. “No le importamos al Estado. En el tren viajaban paraguayos, chinos, bolivianos, y vi cómo la policía los trataba mal, los discriminaba” testimonia un sobreviviente.
Marina Moreno era ingeniera, maestra jardinera, traductora de lengua por señas, tenía 34 años y toda una vida por delante. Ayudaba a su mamá que había quedado viuda hacía un año. “Nos robaron lo más lindo que teníamos en mi casa que era mi hermana”, cuenta Eugenia entre llantos y pitadas furiosas a su cigarrillo. Eugenia tiene mucha bronca y mide lo que opina -como muchos familiares- porque no quiere que nadie –ningún color político en particular- capitalice su dolor ni que dividan lo que tanto cuesta organizar.
Micaela era peruana, y según cuenta su padre, trabajaba día y noche en un club y vivía en Liniers. “Tomó el tren y ahí se fue a la muerte”. Su padre de unos cincuenta y pico de años dice que está allí porque han quedado impunes muchos crímenes en nuestro país “y si no nos movilizamos, si no nos unimos la gente que toma un tren, la gente que toma un transporte, va a quedar impune semejante delito”.
Miguel tenía 21 años, era de Ramos Mejía, y su retrato lo llevan sus amigas “porque la mamá no puede salir de la casa del dolor”. Shirley es una de sus amigas, que sin conocer a la familia de Miguel, salió a buscarlo por los hospitales de Buenos Aires hasta que reconoció su cuerpo en la morgue. Quería ser ella la que lo encontrara -“con vida por supuesto”, aclara-, porque sentía esa responsabilidad como amiga. -Muy jóvenes para bancarse tanto dolor. Aunque, ¿hay edad que soporte más el dolor?- Ahora, dice Shirley, “vengo a buscar justicia y en representación de alguien que ya no tiene voz para defenderse”.
Los familiares vuelven a aplaudir, unos informan a los que tienen a su alrededor cómo vienen las investigaciones. Otros reciben fraternalmente la solidaridad que traen algunas organizaciones sociales, políticas y algunos diputados. “Es todo muy nuevo. Acá tendremos que ser miles si queremos justicia”, apunta Martín un joven de la localidad de Moreno.
Tendremos que ser miles. Y hacer de miles la recuperación de los ferrocarriles.