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07 de noviembre de 2016

Una batalla ganada por los familiares y amigos de Andrea Bellido y la Casa de la Mujer María Conti que acompañó el reclamo de prisión perpetua para Brian Medina.

Condena a prisión perpetua para un femicida

Jujuy: ni una más, ni una menos

Andrea Bellido apareció muerta en su cuarto un 20 de julio de 2014 por la tarde. Una bufanda rodeaba su cuello de un extremo, y del otro se ataba al respaldar de la cama. La hermana encontró el cuerpo y pensó en un suicidio. Lo mismo su padre. “Mi hija se mató por culpa de tu hijo” le dijo el padre de Andrea, Marcelo Bellido, al padre de Brian Medina ese mismo día.  Mientras de un lado el dolor se iniciaba infinito, del otro lado se organizaba la fuga de Medina.

El 31 de octubre de 2016 el Tribunal en lo Criminal Nº 2 de Jujuy condenó a Medina a prisión perpetua por el homicidio calificado por la relación de pareja con la víctima. El puño cerrado en alto de quienes festejábamos la victoria lograda, se mezcló con el estallido en llanto  de la madre de Andrea. La condena inició un segundo duelo. Siempre ocurre, como lo vimos con el juicio por el femicidio de Georgina Vera. Otra vez los puños por la victoria lograda (allí sin prisión perpetua por ser antes de la reforma del Código Penal) mezclados con el llanto inconsolable. Los duelos no recorren su camino necesario sin Justicia.

En la sala de audiencias se veía el dolor inmenso de los familiares de Andrea, contagiando lágrimas, y la actitud burlona del asesino. Todo ocurría en el juicio. La muerte evitable de Andrea, su femicidio, aun hoy nos llena de impotencia. Esa que nos atraviesa el cuerpo, especialmente el pecho, y se escapa hecha agua por los ojos.

Andrea padeció por tres años los golpes, las cachetadas, las quemaduras de cigarrillo, los punzones agujereando sus brazos, los insultos, las amenazas… Quienes conocieron eso, sus amigos, que lo relataron una y otra vez en el juicio, no tuvieron herramientas para accionar y lograr frenar esa muerte anunciada. No tuvieron esas herramientas porque nadie se las dio. Tampoco Andrea, sumida en esa naturalización de la violencia a pesar de sus dos décadas  de vida, las mismas que tenía su asesino. El Estado no estuvo, como tampoco está ahora, aunque la violencia contra las mujeres es un flagelo y las políticas públicas solo son promesas para otros semestres.

La muerte de Andrea llegó temprano. En una comisaría Medina decía a otros presos que eso le pasó por puta. Esa palabra la dijo tantas veces… Por eso Andrea dejó  de salir como antes, no entraba en el Facebook, y si alguien la llevaba en moto hasta la casa de él era por puta. Por puta padeció la última golpiza anterior a su muerte esa mañana. Su hermana de 9 años, que la presenció, aún conserva esa culpa que él supo transmitir a Andrea. “Ella piensa que tuvo la culpa de que él la matara, porque ella le contó a él que las habían llevado en moto esa  mañana”, contó la madre de ambas en el juicio.

Todo eso logró Medina. Logró matar a Andrea, a pesar de que con sus uñas se defendió de él, como se probó en la pericia genética. Las marcas estaban en la rodilla de él a los días de ser detenido. Intentó aparentar un suicidio, pero la Fiscalía desbarató la escena fraguada. Subió a un colectivo para fugarse a Mendoza, pero fue interceptado por la policía antes de llegar a destino. Después profirió amenazas para evitar que se declare en su contra. Pero fue condenado a prisión perpetua. Sus padres vendieron la casa para pagar a sus abogados. Planificaban subirlo a un avión el sábado 5 de noviembre porque según sus abogados quedaba libre al finalizar el juicio. Esos padres que presionaban a Andrea para que vuelva con Medina cada vez que se peleaban, aunque vieron la violencia que Andrea ocultaba a sus propios padres, organizaron la fuga primero, y hasta se reían en la calle después cuando se cruzaban con algún familiar de ella. Pagaron caro. Con dinero primero, con vergüenza después de la sentencia.

Ojalá las muertes como la de Andrea, o Lucía, o Georgina Vera, o tantas pero tantas otras, eviten nuevas. No está en el Estado ausente esa posibilidad, sino en los hombres y mujeres, especialmente mujeres, que sentimos en el pecho esas muertes evitables. Está en quienes venimos organizando y profundizando la organización de esa bronca la posibilidad cierta de arrancar al Estado y al gobierno cada medida concreta contra esta violencia que nos mata a las mujeres. Está en los resultados de ese revuelo tan profundo que nos recorre de Ushuaia a La Quiaca, que nos sacó a la calle el 19 de octubre, y logró ese paro histórico en lugares de trabajo, de hombres y mujeres contra los femicidios. Por abajo hay un torbellino que nos sacude, que se pone en pie de lucha contra las consecuencias y el propio patriarcado y la opresión de género, y que busca un camino que logre terminar con la violencia hacia las mujeres, que VIVAS NOS QUEREMOS.