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09 de junio de 2016

Entrevista a Silvia Nassif, convocada como testigo de contexto para declarar en la causa por los delitos de lesa humanidad cometidos durante el Operativo Independencia, iniciado en febrero de 1975.  

El secuestro y desaparición de nuestro compañero Manuel Álvarez, obrero de Grafa, será juzgado en esta causa, así como el secuestro de Norma Nassif, luego detenida a disposición del PEN durante ocho años.

Conocer el pasado para poder transformar el presente

Megacausa Operativo Indepedencia

 

Reproducimos nota de APA! Agencia de Prensa Alternativa de Tucumán

“Necesitamos conocer el pasado para poder transformar el presente”

 

Reproducimos nota de APA! Agencia de Prensa Alternativa de Tucumán

“Necesitamos conocer el pasado para poder transformar el presente”

Silvia Nassif es doctora en Historia y becaria posdoctoral del Conicet. Con 32 años es hoy una de las principales estudiosas del movimiento obrero tucumano. Tal es así que fue convocada como testigo de contexto para declarar en la causa por los delitos de lesa humanidad cometidos durante el Operativo Independencia. En diálogo con APA, Nassif analizó los proyectos políticos en pugna durante las décadas del ’60 y ’70 en la Argentina, la organización de la FOTIA, el impacto del descabezamiento del sindicato azucarero en la actualidad y cuál es el rol de los intelectuales en la sociedad.

 

Has sido parte del juicio de Operativo Independencia declarando como testigo de contexto. Desde ese rol, te ha tocado relatar, recordar cómo fue la resistencia obrera al cierre de los Ingenios, los ataques al movimiento obrero, al movimiento estudiantil desde el ’66 hasta la dictadura aproximadamente. Surge la pregunta, porque si hay resistencia hay proyecto. ¿Cuáles eran los proyectos políticos que levantaban esos obreros y estudiantes tan combativos de los ’60 y los ’70 en Tucumán, en la Argentina?

Me parece que lo primero que habría que hacer es contextualizar históricamente qué fueron esos años ’60 y ’70 para la Argentina y el mundo. Porque las ideas y los proyectos tenían que ver con las necesidades de ese momento. Necesidades sociales, políticas y económicas. Desde el año ’55 cuando fue el derrocamiento del gobierno peronista hasta el golpe de Estado del 24 de marzo del ’76 en la Argentina se manifestó una gran conflictividad entre distintas clases sociales. En el ’55  el país había llegado a un grado de desarrollo de sus fuerzas productivas muy importante, con un significativo crecimiento de la clase obrera en particular, no sólo numéricamente sino en cuanto a su grado de organización. Al mismo tiempo, se manifestaban los límites de ese crecimiento industrial del gobierno peronista y de la estructura económica dependiente de nuestro país. El derrocamiento del gobierno peronista abrió un período de resistencia de la clase obrera, que no fue sólo de los peronistas, aunque fueron sus actores principales, sino de la clase en su conjunto porque la dictadura autodenominada “Revolución Libertadora” atacó directamente las conquistas obreras y populares que se habían obtenido durante los últimos 10 años. En el marco de la proscripción del peronismo, se abrió un período conocido comúnmente como el péndulo político de gobiernos constitucionales débiles, como los encabezados por Frondizi e Illia, y dictaduras militares. En el año ’66, específicamente en Tucumán, la dictadura de Onganía demostró a quién quería beneficiar su proyecto político de “racionalización” y “modernización” económica. Se cerraron 11 de los 27 ingenios que existían, en una provincia en la que ya se había manifestado un alto índice de conflictividad protagonizada por la clase obrera. Ese cierre no fue a favor de los obreros, sino de un sector económico que se benefició con la política de concentración monopólica de la producción azucarera. Ese proceso favoreció a los ingenios del Norte, especialmente al grupo Ledesma, aunque también tuvo su correlato acá en Tucumán, donde uno de los principales beneficiados fue el Ingenio Concepción.

La clase obrera frente a la crisis del año ’65 -previa a la dictadura- y luego con la exponencial profundización de esa crisis generada por el Onganiato, formuló proyectos políticos alternativos. El período del ’66 al ’76 estuvo marcado por la puja de esos proyectos. Pero a la vez me parece importante, para no hacer idealizaciones, recordar que la clase obrera azucarera no era monolítica, sino que convivían en ella diferentes corrientes políticas. En Tucumán, la FOTIA estaba claramente dirigida por el peronismo. Atilio Santillán (secretario general de la FOTIA desde el ’64 al ’68 y del ’73 al 22 de marzo del ’76, cuando fue asesinado) era peronista. Esos proyectos se formularon en el marco de un contexto internacional y nacional bastante complejo. En América Latina había ocurrido la revolución cubana que conmovió a los jóvenes latinoamericanos y fue un faro que mostraba que era posible realizar una revolución socialista a escasos kilómetros de una de las grandes potencias imperialistas como los Estados Unidos. Eso tuvo influencia en el movimiento obrero argentino. Ese era un poco el contexto en el que se fueron formando y radicalizando las diferentes corrientes políticas que van influenciando a los trabajadores. La radicalización de la clase obrera no es un hecho solamente que ocurrió en Tucumán y Argentina. Recorría el mundo entero y tenía que ver con la acumulación de poder de la clase obrera.

La Fotia fue arribando, con idas y vueltas, -porque la historia no es lineal sino que es un proceso en el que se desarrollan en pugna distintas tendencias-, a un programa donde llegó a proponer la nacionalización y la estatización de la industria azucarera. A la vez, planteó el control por parte de los obreros y de los pequeños cañeros de la producción y comercialización del azúcar. También propuso una verdadera diversificación de la agro-industria azucarera. Los obreros habían realizado un estudio en el que mostraban que había distintos subproductos de la caña, no sólo el azúcar, que podían generar otras industrias y mantener esas fuentes de trabajo que con el Onganiato fueron reducidas entre un 40% y un 50%. La FOTIA impulsó este programa durante toda la dictadura del ’66, con mayor o menos fuerza.

 

O sea, hay un proyecto integral para la sociedad, que excede a sus propias particularidades como trabajadores del sector azucarero.

Exactamente. La clase obrera azucarera tenía diferentes instancias de organización, como los Congresos de Delegados seccionales en donde no solo discutían las reivindicaciones económicas, qué pasaba en las fábricas, sino que discutían la política en general. Al mismo tiempo el movimiento obrero tucumano se convirtió en un referente de los diferentes sectores populares.

 

¿Logra constituirse la FOTIA como la columna vertebral de un frente social más amplio en Tucumán?

La FOTIA lo logró en determinados momentos políticos, no en toda la dictadura. Eso se ve claramente en la pueblada y rebelión en Bella Vista, cuando asesinan a Hilda Guerrero de Molina. La FOTIA establece un plan de lucha, y los estudiantes – uno de los sectores que se había opuesto al golpe de Estado- buscaban un acercamiento a esos dirigentes. Realmente el movimiento obrero era un faro para los distintos sectores sociales que se oponían a las políticas de la dictadura. También había importantes dirigentes de otros sectores, como Atep de los trabajadores de la educación, presidido por Isauro Arancibia. De todas maneras considero que la FOTIA no consiguió obtener una expresión política que propusiera la lucha por el poder político.

 

Siempre que se habla de los proyectos políticos de aquellos años en Tucumán se destaca a la guerrilla, principalmente del ERP y Montoneros. ¿Qué fuerza, qué influencia tenían dentro del movimiento obrero?

La alta y larga conflictividad social que se vivió en Tucumán durante los años ’60 y mediados de los ’70 es imposible reducirla al accionar de un grupo social o político determinado. La clase obrera y los sectores populares fueron los motores de aquellos conflictos. Las organizaciones armadas sí fueron importantes.

El Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) existe en Tucumán desde el año ’65 –después en el año ’68 se dividió- y sí tenía afiliados obreros con una significativa presencia en algunos sindicatos, como en el Ingenio San José, donde una de las figuras más importantes fue Leandro Fote, que fue el secretario general de ese sindicato. Era una fuerza de la izquierda importante, pero no dirigían la FOTIA. La FOTIA estaba hegemonizada por el peronismo.

 

Pero no Montonera.

Había expresiones de Montoneros, había dirigentes obreros Montoneros. Pero Atilio Santillán no lo era y él era quien dirigía la FOTIA. Más allá de las valoraciones sobre él.

 

De aquella época, ¿qué pensas que todavía pueda tener vigencia de forma de organización del movimiento obrero? ¿qué de aquello todavía serviría o sería importante recuperar?

Esto sería una opinión personal. Lo primero sería señalar que Tucumán vivió desde los cierres de los ingenios una política dirigida principalmente al desmantelamiento y descabezamiento de las organizaciones sindicales obreras, especialmente a las azucareras. Me tocó formar parte de una investigación sobre el rol de los Ingenios La Fronterita y Concepción en la comisión de crímenes de lesa humanidad cometidas contra los obreros durante el terrorismo de Estado. No casualmente los secretarios generales, otros miembros de las comisiones directivas y  los delegados fueron víctimas de la represión durante el “operativo independencia” y la dictadura del ’76. Hubo una política de destrucción y de disciplinamiento del movimiento obrero, con control militar en las fábricas a través de los secuestros, las torturas, las desapariciones de los principales dirigentes trabajadores y de las bases obreras. Creo, en mi opinión, que lo ocurrido en esos años todavía tiene un fuerte impacto en el presente. Todavía no se reconstituyó totalmente el movimiento obrero. La FOTIA actualmente está dirigida por una conducción que no me parece muy combativa. Veo todo esto en el actual conflicto del Ingenio San Juan, en donde si bien aparecen nuevos dirigentes y una importante base obrera que lucha, hay una situación desesperante, de hambre como sucedió en el año ’66. Y no se ve a la FOTIA encabezando esos procesos de lucha en defensa de las fuentes de trabajo. Ese descabezamiento de la clase obrera de los años ‘70, con la pérdida de dirigentes como Benito Romano, Atilio Santillán, Leandro Fote, que si bien tenían proyectos políticos distintos, estaban unidos en ese momento porque tenían claro cuáles eran sus enemigos. Frente a las diferencias, a veces primaba la unidad. Y cuando primaba la unidad de los distintos sectores del movimiento obrero, primaba la posibilidad de que hegemonizaran esas luchas y de conseguir importantes conquistas. Esos proyectos fueron derrotados y destruidas sus organizaciones sindicales. Lo que hoy estamos viviendo es una reorganización, difícil. Pero sería incorrecto decir que hoy no existe resistencia en el movimiento obrero azucarero.

 

Te comparto dos conceptos para conocer tu opinión de la importancia que tienen: democracia sindical y la politización de los obreros.

Por lo que pude investigar respecto a cómo eran esas organizaciones sindicales, había un intento por parte de la dirigencia y de las bases de participación. Participación que tenía que ver con necesidades concretas. Estamos hablando de sectores que, a la vez que estaban politizados, sufrían la destrucción de la industria azucarera y sus consecuencias. Eso explica en parte la conflictividad del momento. Lo que se ve en algunos sindicatos, como en los de los ingenios Concepción, Bella Vista, La Florida, etc., es la organización de ese cuerpo de delegados por sección (tanto en las fábricas como en el surco) que discutía, con mayor o menor posibilidades, las condiciones laborales, viendo las necesidades concretas y analizando como volcar eso en el sindicato. Dentro de la FOTIA, si bien había una dirección centralizada, también había una instancia de mayor democracia como el Congreso de Delegados Seccionales que fue en algunos momentos el órgano máximo de dirección. En el año ’66 se registran 600 obreros discutiendo la política económica de la Argentina y qué proyecto podría existir para la industria azucarera. En el ’74, luego de la derrota que significó para ese movimiento obrero el cierre de los ingenios y habiendo sido diezmada entre un 40% y un 50% la cantidad de trabajadores ocupados en el sector, a partir de la recuperación de la FOTIA el año anterior encabezada por Atilio Santillán y otros sectores combativos, se produce una nueva huelga azucarera. La clase obrera vuelve a demostrar su poder. Eso refleja la importancia de la democracia sindical. Respecto a la politización, recorría todo el arco político. Los obreros leían todos los días los diarios (La Gaceta y Noticias, pero también el diario de la CGT de los Argentinos) y libros de diversas ideologías. Manejaban un nivel de información muy importante y a la vez registramos también muchas conferencias en las que se invitaban a distintos intelectuales que se hacían en la FOTIA. Además, tenían una escuela de organización sindical, para aprender diversas cuestiones. En lo cultural y educativo tenían una vida muy activa. Rodríguez Anido, que fue abogado de la FOTIA en aquella época, siempre recuerda el nivel de formación y politización de esos obreros azucareros.

 

¿Cuál te parece que es el rol de los profesionales en la sociedad?

Recurro a mi propia experiencia para contestar esta pregunta. Cuando decidí estudiar historia, era justamente porque había necesidades sociales, económicas del presente que no estaban resueltas. Me tocó entrar a la Universidad en el año 2002, en un país que venía de la crisis del 2001, donde también pugnaban distintos proyectos de cómo salir de aquella crisis. Muchas de esas necesidades eran sentidas como heridas del pasado que continuaban -y de alguna manera continúan- abiertas. También me motivó conocer por qué el grado de ensañamiento contra los 30 mil compañeros detenidos desaparecidos por parte de la última dictadura. Si bien mi objeto de estudio está en el pasado, parte del presente y de las preguntas que me hago hoy. Y el objetivo es buscar la verdad, de qué fue lo que sucedió, porque como investigadores no inventamos nada sino que reconstruimos  y explicamos los hechos que sucedieron. A partir de esa pormenorizada reconstrucción histórica utilizando los testimonios, la documentación, distintas fuentes, vamos sistematizando con rigor científico esa información para dar cuenta de lo que ocurrió en el pasado. Y eso que pasó, fueron distintos proyectos que estaban en pugna. Y triunfó uno. Finalmente, con la dictadura militar del ’76 se impuso a sangre y fuego un proyecto económico y político. Pero la historia oficial, la de los vencedores, es la historia del proyecto que en ese momento triunfó. Y que trata de destruir, de ocultar los otros proyectos en pugna. Un historiador comprometido con su presente trata, rigurosamente y buscando objetivamente la verdad de los hechos históricos, de mostrar esos proyectos políticos destruidos, ocultados a través del Terrorismo de Estado que no sólo implementó una política de exterminio a la clase obrera y sectores populares sino también de exterminio de la memoria, con la quema de documentos y el ocultamiento de información. El historiador tiene actualmente un arduo trabajo y muy importante. Más en este momento político, en el que desde los sectores que hoy dirigen el Estado se nos promete la “revolución de la alegría” o siguen alentando ilusiones de que en seis meses todo estará bien, mientras que la situación sigue empeorando para los sectores populares y se vetan leyes importantes para los trabajadores como la “ley antidespido”. O también cuando la fuerza política del bussismo  propone realizar un monumento a la “reconciliación” para obturar el proceso de memoria, verdad y justicia; o cuando desde el diario La Nación se bombardea ideológicamente desde el día que asumió este nuevo gobierno con que se liberen a los ancianos genocidas que cometieron crímenes de lesa humanidad; frente a estas ideas los historiadores y cientistas sociales tenemos un rol fundamental en investigar y dar a conocer qué fue lo que ocurrió y por qué en esos años del Operativo Independencia y de la última dictadura.

Si no tenemos una herramienta histórica que nos permita conocer y reflexionar no podemos pensar en transformar el presente ni el futuro. Me parece que el trabajo de los intelectuales tiene que partir de las necesidades del presente, porque además la mayoría de nosotros somos parte de un sector social que también es oprimido y explotado, que tiene condiciones laborales precarias, con sueldos que muchas veces no cubren las necesidades básicas, como ocurre en los docentes o incluso en el Conicet. Como nos identificamos con esa clase trabajadora, es que pensamos en un proyecto político y necesitamos conocer el pasado para poder transformar el presente.