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08 de octubre de 2014

“Costureritas”, explotación y enfermedades

Crónicas proletarias

 La explotación laboral trajo, tanto en hombres como en mujeres, las llamadas “enfermedades laborales” y los accidentes de trabajo. Estos últimos aparecieron contemplados en la Ley 9.688 de accidentes de trabajo de 1915 que excluyó a las mujeres, pues consideró a estos accidentes como una cuestión sólo de los varones. 

 La explotación laboral trajo, tanto en hombres como en mujeres, las llamadas “enfermedades laborales” y los accidentes de trabajo. Estos últimos aparecieron contemplados en la Ley 9.688 de accidentes de trabajo de 1915 que excluyó a las mujeres, pues consideró a estos accidentes como una cuestión sólo de los varones. 
Tanto es así, que hubo que esperar tres años para que otra ley, sobre el trabajo a domicilio, reglara sobre algunas de las enfermedades y/o accidentes de las trabajadoras, sólo para la Capital Federal, y que por supuesto cuando se podía, era burlada por los patrones. Las mujeres eran mayoría en el trabajo a domicilio, que en los primeros años del siglo 20 tuvo una gran extensión, tanto en Buenos Aires como en  otros centros urbanos. Hacia fines de la década de 1910, por cada persona empleada en un taller de confección de ropa, nueve hacían ese trabajo en los domicilios. 
Según el senador socialista Enrique del Valle Iberlucea, en 1913 existían en Buenos Aires alrededor de 60.000 costureras. En el trabajo a domicilio, y en los talleres, las enfermedades más comunes de las mujeres eran la tuberculosis y las afecciones de columna, tendinitis, etc. Según un estudio médico de 1912 el 32,7% de la mortalidad de las mujeres ocupadas en la industria de la confección se debía a la tuberculosis. 
Las distintas organizaciones y corrientes del movimiento obrero, denunciaban las crecientes enfermedades de las mujeres. Algunos ponían el acento en el grado de hacinamiento de las habitaciones y talleres, mientras que otros resaltaban que la aparición de la tuberculosis estaba directamente vinculada a las largas jornadas de trabajo, los ritmos de producción, y el trabajo nocturno y a destajo. 
La literatura y el tango reflejaron esta situación. La “tísica” era un personaje frecuente en las obras de esos años. Evaristo Carriego, además de su conocida obra La costurerita que dio el mal paso -en la que muestra una Buenos Aires ya con una parte de las obreras viviendo en barrios y yendo a trabajar al centro- cuenta en Residuo de fábrica cómo la tuberculosis afecta a las trabajadoras: “El taller la enfermó, y así, vencida/ en plena juventud, quizás no sabe/ de una hermosa esperanza que acaricie/ sus largos sufrimientos de incurable”.  La misma descripción hacía Cátulo Castillo en el tango Camino al taller (1925): “Caminito al conchabo, caminito a la muerte/ bajo el fardo de ropas que llevas a coser / quien sabe si otro día como este podré verte/ pobre costurerita, camino del taller”.