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01 de junio de 2016

Conversamos con Cristina, Juliana y Gisella quienes nos cuentan sobre sus tareas en el Centro de Primera Infancia (CPI) del barrio porteño de La Paternal.

CPI “Los sueños de Patricia”

Jardín Maternal en Capital Federal

 

 
 El CPI “Los sueños de Patricia” está ubicado en la avenida San Martín, lindante con el asentamiento La Carbonilla, y surgió como necesidad para ayudar a resolver las necesidades de los niños del barrio. El nombre es en tributo a Patricia, compañera que fue presidenta de la cooperativa “Para seguir luchando” de la CCC en la zona norte de Capital Federal. Cristina, una compañera que está al frente de la institución, cuenta que “Patricia y Julia Rosales empezaron este proyecto, con la zona que peleó durante mucho tiempo en la calle. Pero la compañera no alcanzó a ver el resultado. Patricia se enfermó y falleció cuando estaba recién en los inicios el proyecto de jardín”.
En un colorido y cuidado jardín, con intervenciones infantiles, Cristina, Juliana y Gisela nos cuentan cómo un equipo de 28 compañeras y compañeros desarrollan el día a día del Jardín con cupo para 180 niños, de 1 a 4 años: “Nosotros tenemos siete salas, y se atienden en parejas por sala; hay un equipo técnico de tres (planificadora, psicomotricista y trabajadora social), tres de limpieza, tres de cocina, una supervisora de limpieza y cocina y una persona de mantenimiento. Además, una dirección y una coordinación”, explica Gisela.
 
Los comienzos
“Nosotros hicimos pie en La Carbonilla. Ese era el objetivo central. La Carbonilla es un asentamiento originariamente lindero a las vías del ferrocarril San Martín y termina en la calle Trelles. Cuando nosotros empezamos con la obra, era muy precario todo. Había muchas casas de cartón, chapa, pero luego empiezan a cambiar las características del barrio, empiezan a aparecer construcciones”, cuenta Cristina.
“Al principio teníamos muchos chicos de familias con muchas necesidades. Nosotros damos cuatro veces en la semana carne y un día pasta, al principio los chicos no comían carne porque no estaban acostumbrados. Había algo cultural: la mayoría de las familias son peruanas. Muchas familias cocinaban en sus casas con carbón”, agrega Juliana.
Las compañeras explican que cuando comenzaron “no sabíamos cuantos inscriptos íbamos a tener. Terminamos armando la sala de 4 porque teníamos 16 chicos de cuatro años”, cuenta Juliana, y Cristina agrega: “sí sabíamos que de 45 días a un año no íbamos a poder porque implicaba una estructura edilicia que nosotros no teníamos. Es muy costoso armar la estructura y se necesita mucha más gente. Necesitás cunas, sillas, más personal, protecciones, mamaderas de vidrio. Para hacer una cosa prolija y en condiciones para los chicos y el adulto que va a trabajar ahí. Para tener una sala de diez lactantes, solamente armarlo y el personal implicaba un tercio del presupuesto total”.
 
El día a día
Las compañeras cuentan que la jornada es de 8 de la mañana hasta las 4 de la tarde: ingresan a las siete y media hasta “que retiran al último chico, se termina de limpiar el jardín y se deja todo listo para el día siguiente” agrega Gisela. 
“Trabajar con chicos es exigente. Es muy lindo, todo muy bonito pero durante todo el día tenés que poner el cuerpo”, dice Cristina. Y agrega: “Son ocho horas con la cantidad de chicos que te toquen. Nosotros tenemos la suerte de tener parejas pedagógicas pero no en todos los lugares se da. Parejas pedagógicas son dos docentes que trabajan en la misma sala. Trabajamos con una maestra y una auxiliar por sala . Utilizamos la imagen de pareja pedagógica para dar una idea de un trabajo en conjunto, después se dan las diferencias lógicas: la que tiene el título gana más… En el Estado, las auxiliares son como el servicio doméstico pero nosotros estamos en contra de eso, el auxiliar tiene opinión. Nosotras tenemos la suerte de que nuestras auxiliares están de alguna manera ligadas a la educación”.
 
Niños de hogares
Además de los niños del barrio, el jardín asiste a los que vienen derivados de un hogar de niños que es de cero a tres años. Juliana –quien se encarga de la planificación– explica que esas derivaciones de hogares las realiza el Ministerio: “Iniciamos con tres chicos y hoy hay 15 lugares. En el CPI cumplen las ocho horas, van y vienen todos juntos en un micro”. Agrega: “Fueron tres años de aprendizaje, el primer año fue muy difícil porque en el hogar tenían algunas dificultades, y nuestro funcionamiento es diferente al que tienen ellos: era nuestro primer año y ellos con cambios institucionales: el jardín reclama que el nene tenga una foto familiar en el cuaderno, pero el nene no puede tenerla porque está judicializado… pero nos sentamos a charlar y funciona. Un día un nene viene con una mochila, al otro día, esa mochila es de Catalina, después es de José… chicos que no tienen cosas propias, lo mismo los guardapolvos. Los operadores (celadores) del hogar son todos contratados, que trabajan temporariamente y jamás terminan de conocer la dinámica y el pibe tampoco conoce con quién está. Pero a pesar de todo, la relación funciona bien”.
 
Un presupuesto que no alcanza 
Las compañeras cuentan que el Gobierno de la Ciudad destina al CPI una beca por chico de 2 mil pesos mensuales, y de ese monto dependen: la infraestructura, mantenimiento, alimentos, sueldos, etc., para el funcionamiento global. “Acá hay 180 chicos y trabajan 28 personas. Si en un mes se bajan seis, recibimos por 174, si el otro mes se bajan diez, por 170. Nunca sabés con cuánto vas a contar”, detalla Juliana. Cristina agrega: “cinco chicos menos es un sueldo menos, cuando un chico se baja, por equis motivo, es un óleo que no se compra, siempre se ajusta por algún lado porque no alcanza. Entonces estamos en la pelea con el gobierno de la Ciudad por el monto final”.
Condicionadas por esta economía que impone el gobierno, las compañeras se ven limitadas también en las tareas como por ejemplo acceder a sala de música o elementos para actividades físicas. A continuación relatan una anécdota: “nosotros en verano no cocinamos polenta pero un día, en las salas las maestras querían trabajar texturas y no teníamos polenta. Mandamos a comprar dos paquetes, pero cuando tuve que ir a hacer la rendición de cuentas no la reconocieron porque estaba fuera de los gastos de verano”. 
 
Docentes monotributistas
 “El programa se fundamenta en la Ley Federal de Educación. Nosotros entendemos que la educación es responsabilidad del Estado, en cualquiera de los niveles, y acá tenemos a todas las maestras que son monotributistas, y el tipo de agremiación que te ofrece el gobierno de la ciudad es Utedic. Nosotros peleamos para que nuestros compañeros docentes se vayan incorporando al gobierno de la ciudad como trabajadores efectivos pero no hay perspectivas”, reflexiona Gisela.
Juliana agrega: “Con el reconocimiento docente, lo que nosotros discutimos es que el Ministerio de Educación se haga cargo de la educación, que no lo tome Desarrollo Social con la excusa de que es un lugar para pobres. Que se hagan cargo de una educación de calidad y para todos. Y que además reconozcan el trabajo docente. El problema es que las chicas mientras están trabajando acá como monotributistas y formándose en la docencia, no tienen puntaje para concursos, no tienen los beneficios que les corresponde. Después para concursar en la docencia, te tenés que bancar años de suplencias y eso significa años que no vas a cobrar fijo. Por eso la mayoría termina viniendo a laburar a los CPI, sobre todo las que apenas inician. No pueden bancarse llegar a un concurso, que les dé el puntaje y trabajar cuatro meses, y un mes estar parada. Entonces, la mayoría termina cayendo en privados o en CPI”.
 
Niños en situación de violencia
“Lo que pasa en la sala es el reflejo de lo que pasa en la casa” sentencia Gisela. “Acá sabés quién es el que tiene padres que se drogan, el que sufre violencia doméstica” agrega Juliana.
Cristina reflexiona: “Vemos que la lucha contra la violencia doméstica, en el gobierno de la ciudad, muchas veces queda como un enunciado: Cuando hay situaciones donde está en peligro el chico, nosotros tenemos un protocolo que cumplimos a rajatabla pero te quedás colgada del pincel, porque acá todo el mundo se involucra pero no hay respuesta por parte del Consejo.
“Somos una referencia para el barrio, para las mamás que traen a los chicos y para las que no lo traen también. Hemos tenido acercamientos de mamás complicadas en situaciones de peligro con su pareja y nosotros pudimos actuar. No lo hicimos públicamente, pudimos sacar la familia completa del barrio y rescatar a los cuatro chicos y la mamá. 
“Por otro lado, a veces, hay resoluciones judiciales que impiden el contacto con alguno de los padres, viene la mamá y dice: no tengo quién retire a la nena, si no, no trabajo. Entonces la mamá termina cediendo al violento. No tiene una familia, no tiene un amigo que pueda buscar la criatura, entonces eso que era una medida acertada se evapora porque no hay forma de que se cumpla. A veces no es pública la denuncia… el problema es que la mujer queda abandonada, ella se anima, hace la denuncia, y después tiene que volver atrás porque el sistema no tiene soporte para los hijos. Son situaciones donde vos ves que necesitas otro tipo de cambios para poder cambiar la situación de las mujeres y los niños en general”.