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02 de octubre de 2010

Reproducimos del diario La Mañana de Bolívar del domingo 6 de abril, el artículo escrito por Alejandra Córdoba.

Crónica de una marcha por Gody

Hoy 1212 / El día que las banderas rojas recorrieron Bolívar

“El desparecido es como un río, si tiene nacimiento tiene desembocadura. Si tuvo cuerpo, tiene, o tendrá voz.” Affonso Romano de Sant´anna

Los jóvenes marchaban al frente, delante de todos. Uno llevaba una pancarta con la foto de “Gody”. Había banderas, rojas casi todas.
Fueron unos setecientos, llegaron de distintos puntos del país. Algunos viajaron tantas horas como tiene el día y se les notaba en la cara, aunque sus rostros evidenciaban una extraña mezcla de dolor y rebeldía, de tristeza y esperanza. Caminaron cantando, mientras muchos los miraron casi con temor sin entender qué hacían y otros –los menos- se sumaron con aplausos a la orilla de la vereda.
Cuando terminó el homenaje que se hizo a César Alvarez en el cementerio y quedó allí junto a su madre -una vez vuelto su nombre a su cuerpo- los presentes fueron convocados a participar del descubrimiento de otra placa; esta vez el monolito que recuerda a todos los bolivarenses desaparecidos durante la última dictadura militar.
Los micros estacionaron en las cercanías de las plazas del centro y el semáforo de San Martín y Lavalle se puso en rojo -como las banderas-, desde allí los manifestantes se desplazaron hasta el parque Las Acollaradas.
La caravana ocupaba unas dos cuadras de la mano derecha de la San Martín, la que lleva directamente a la Cancio y al pulmón verde de la ciudad.
Iban cantando, agitaban sus banderas, recordaban sus orígenes “…somos los hijos del cordobazo…”, “…somos los herederos de Mao y el Che…”, “…camarada Gody, presente estás, por tu ejemplo cada día somos más…”. Muchos bolivarenses los miraron con asombro evidente, otros se ocuparon en sacar rápidamente sus vehículos, cuando no había motivo para ello. Sólo marchaban cantando. Marchaban por “Gody” Alvarez, por el Gordo Antonio, por René Salamanca, por tantos asesinados cuyos nombres quisieron ser silenciados. Pero como el dice el poema de Sant´anna “(…) los desaparecidos, cansados de desaparecer vivos aparecían, aún muertos, floreciendo con sus cuerpos en una primavera de huesos” para, al fin trascender su muerte. Ayer la familia de “Gody” empezó el duelo tras treinta y dos años de tortura silenciosa, construida de lágrimas, de injusticia, de dolor inenarrable por un hermano desaparecido, despojado de su nombre, que tenía negado el lugar donde descansar los huesos, porque el alma vive, vive en todos los que caminaban.
Caminaban cantando. Algunos tenían menos de veinte años, otros tal vez setenta, algunos llevaban a sus familias, había dirigentes históricos como Otto Vargas, Agustín Funes, Jacinto Roldán y otros que seguro no conocemos pero que oímos nombrar, o no, en este lado del mundo. Marta Rusconi, la madre de Enrique, asesinado en la puerta de su casa en 1975 y que es miembro de las Madres de Plaza de Mayo, también caminaba. Llevando la bandera blanca de su pañuelo, sus años, sus huesos cansados, sus miles de llantos llorados y su fuerza invulnerable. Tenía calor, estaba cansada y Jacinto Roldán la sostuvo, la cuidó. Caminaban.
Al llegar al monolito lo rodearon, con sus banderas coloradas y letras amarillas, como abrazándolo. Cantaron el Himno Nacional como pocas veces lo hemos oído por estos lados. A boca llena, con el honor de cada palabra dicha, con el convencimiento de pertenecer a un país y querer cambiarlo, hacerlo grande, con lugar para todos.
Oyeron en silencio a Otto Vargas y con el puño y la voz en alto cantaron “La internacional”. Con el mismo fervor y la misma rebeldía, la cara sudada, las banderas en alto como durante el Himno. Y las pancartas con la cara de “Gody” reclamando por los que aún no aparecieron y por la condena a sus verdugos.
Vimos llorar a los hombres, a esos de más de cincuenta, con los ojos rojos, hinchados. Llorar sin vergüenza, desde las tripas. Llorar con dolor y tal vez con agradecimiento, muchos estuvieron ayer aquí por la inmolación silenciosa de “Gody”.
Después volvieron al centro, con sus banderas rojas y sus ideales. Despacio, tranquilos. Muchísimos de ellos se acercaron al monolito a sacar fotos a la placa con máquinas fotográficas viejitas, desvencijadas, pegadas con cinta transparente; con teléfonos, con cámaras digitales. Alguien se sacó una foto con sus hijos, o sus nietos y les dijo “en esta ciudad vivió Antonio, acá” mientras señalaba insistentemente el suelo con el dedo índice.
“La naturaleza, como la historia, segrega memoria y vida y temprano o tarde desova la verdad sobre la aurora. No hay cueva honda que sepulte la vil cobardía. No hay sepultura que oculte los frutos de la rebeldía”.