El 5 de marzo a la 1.30 hs. mientras festeja un cumpleaños con amiguitos, en la puerta de su casa, cae acribillado por pistolas asesinas el pequeño Máximo. Caen con él otros tres niños, uno de los cuales pelea por su vida en un hospital de Rosario.
Máximo, pibe de la comunidad qom, jugaba al fútbol en el club de su barrio “Los Pumitas”, y recorría diariamente esas calles atestadas de perros cerriles y zanjas a cielo abierto. Hijo de laburantes, se fue forjando entre esa gente donde la miseria es moneda corriente, y las doñas se prestan el pan o el huevo que engorda un magro almuerzo. Por las tardes, a la salida de la escuela, picadito en el potrero de la esquina, donde alcanza a despuntar con la zurda.
Así vivía Maxi, entre casitas a medio construir -nos faltó para más ladrillos y antes hay poner algo en la mesa- con sus amigos sentados en las noches veraniegas -adentro el calor es infernal- y soñando pegarla en el fútbol mayor, o en algún conchabo digno que aporte para la casa. Nada más que sueños de un pibe de un barrio que bordea al arroyo Ludueña.
También conviviendo con el transero y el kiosco, donde al caer las luces de la tarde merodean autos -algunos de alta gama- buscando aprovisionar su cuota de locura en polvo. Adonde periódicamente el alcahuete de algún comisario o de otro personaje, pasa a recoger el sobre para su patrón.
Esta viñeta de barrio pobre no es más que una estampa que se repite machaconamente en territorios rosarinos. Maxi – y lo decimos con un dolor que nos parte el corazón – no es el único pibe o piba inocente que encuentra la noche ejecutado siniestramente. Los informes –duros y sin el menor rastro de emoción– nos dicen que el año pasado perecieron 28 pibas/es, de 0 a 18 años, en nuestras calles. Cachorros que un día fueron titulares de los medios, y de los cuales nadie se acuerda. Rostros perdidos en la noche de los tiempos, pero que dejan una familia y una comunidad lacerada por la ignominia.
Llenando marchas con carteles que reflejan rostros de niños y aullando justicia. Porque atrás de la mano que apretó el sórdido gatillo palpita un oscuro mundo de los más sórdidos intereses. De alianzas espurias con sectores del Estado, si de ese Estado al cual se le exige protección, cuando la más de las veces tenemos que protegernos de él.
Estalla la pueblada
El lunes 6 de marzo, después de velar el cuerpito de Maxi en su club, el del barrio, la gente destilaba odio e indignación. Salvo algunos compas de organizaciones sociales, ningún funcionario, ningún político de los partidos tradicionales se acercó a traer una palabra. Claro, en esta época las internas absorben sus afanes, y la gente, sus dramas cotidianos, sus dolores pequeños o enormes como este, que esperen.
El transa, presunto asesino de Maxi, tampoco podía perder ganancias de su sórdido negocio y, como siempre, abrió sus puertas.
Entonces un vendaval de furia largamente contenida atravesó las callecitas del barrio. Lo que empezó prendiendo fuego a la moto del transa se transformó en un torbellino que arrasó ese bunker, tan odiado como temido. El transa y sus socios, que se abroquelaron en terrazas con sus pistolas, terminaron como marionetas escapando y ocultándose de la oleada vindicatoria que pedía sus cabezas.
Apareció la policía, primero intentando salvar a los transas de los previsibles linchamientos, golpeando a la gente, e hiriendo con balas de goma. Ya el fuego comenzó a comer la vivienda de los transas, quienes fueron sacados por las fuerzas policiales, que se alejaron del terreno.
A esa altura, el duende del rosariazo iluminaba y saludaba a un barrio de pie, que se levantó, en primer lugar, pidiendo justicia por el asesinato de Maxi, pero también cansado de la humillación, de la discriminación, del despojo, de la miseria, de la crueldad policial, del oído sellado del político, de la noticia mentirosa de algún medio. Todo, absolutamente todo estalló en pedazos. La gente habló con los hechos.
El pueblo hizo tronar el escarmiento
No sabemos cómo puede continuar esta historia. Es previsible un contragolpe narco. Pero lo que sí sabemos es que esta jornada quedará inscripta en la memoria colectiva de la gente, que un día así, echó por tierra el mito del narco inexpugnable. Mito que alimentó la resignación y la desesperanza de muchos, que propagaron inescrupulosamente la teoría que dado que el narco es invencible hay que entregarse y legalizarlo.
Algo de eso planteó el ministro de Seguridad Aníbal Fernández: “el narco nos ganó el territorio” y entonces… En esto se asientan corrientes como “reducción de daño”, cuando una organización afín pregonaba: “repartamos canutos limpios así el riesgo del que fuma paco se reduce”.
La gente, la humilde gente de mi pueblo, marcó un camino. Se puede derrotar al narco, pero en lucha sin concesiones. Qué dirá ahora la inefable Patricia que pretende inundar la ciudad con miles de gendarmes, ejército incluido ¿No será que de esta manera espera que la calle no se le desborde?
Es cierto que el enemigo es poderoso, que el narco es parte del Estado de las clases dominantes a las cuales sirve, y que ha establecido una sólida red con sectores de las fuerzas de seguridad, de la política, de institución judicial y de los carteles financieros y bancarios.
Pero no es menos cierto que el lunes 6 de marzo esta alianza siniestra se quebró. No están derrotados ni mucho menos. Pero se demostró que es posible. Corresponde a las organizaciones populares, al movimiento obrero, a profesionales, a políticos y personal del Estado con espíritu patriota, no dejar en soledad a los vecinos de Los Pumitas. Tenemos un largo camino que recorrer, que cada día seamos más, y que nunca más un pibe menos por la droga.
Hoy N° 1954 15/03/2023