Los Documentos del Progreso, publicación quincenal del Partido Comunista de la Argentina que salió entre 1919 y 1921, permitieron conocer en nuestro país, de boca de sus protagonistas, la construcción de la nueva sociedad en la “Rusia sovietista”, el nacimiento de la Tercera Internacional y un sinfín de documentos y artículos de Lenin y la dirección bolchevique. También, como dijimos en una columna anterior, permitió ver cómo crecía la adhesión de un conjunto de notables intelectuales y artistas de todo el mundo que estaban unidos en su rechazo a la reciente guerra interimperialista.
En las páginas de los Documentos del Progreso podemos acceder inclusive a los debates entre intelectuales más enrolados en un corriente “humanista” y “universal”, como se autodefinía el gran escritor francés Romain Rolland, y otros más allegados a la ideología de los comunistas como Max Eastmann. La discusión se dio a partir de un “Manifiesto a los intelectuales del mundo” redactado por Rolland y firmado por artistas y científicos reconocidos como Albert Einstein, Bertrand Russel, Stephan Zweig, Benedetto Crocce, entre otros, y que plantea “No conocemos los pueblos. Conocemos tan solo el Pueblo, único, universal, el Pueblo que sufre, que lucha, que ce y se levanta, y que adelanta siempre por el puro camino húmedo de su sudor y de su sangre”. Max Eastmann le escribe a Rolland negándose a firmar, con el argumento que algunos de los que suscriben no son de fiar por sus posiciones políticas y por considerarse “una clase privilegiada”.
En los mismos Documentos… es posible seguir la evolución del gran escritor ruso Máximo Gorki, quien en sus primeras declaraciones se manifiesta en contra de los bolcheviques, y cómo con el desarrollo de los soviets, se va ganando para la revolución, incluso participando como Comisario de Propaganda. En ese carácter escribe Gorki, tras un decreto del poder soviético encargándole “tareas de paz” a los soldados del Ejército Rojo: “Por fin vemos llegar el día en que nos entreguemos de lleno a reparar la destrucción inmensa hecha en el cuerpo de nuestro país, curando las profundas y sangrientas heridas y limpiando la vieja suciedad del pasado, para que nos sepamos capaces de transformar esta Rusia destrozada y carcomida en un país de bellezas donde los hombres puedan vivir con alegría, disfrutando de la libertad e ignorando el sufrimiento; un país donde todo ciudadano pueda cultivar libremente lo mejor de su naturaleza”. Una buena descripción de la realidad en la Rusia revolucionaria de 1919.