Juan Bautista Alberdi escribió las bases y puntos de partida de la Constitución de 1853, sin embargo, debió vivir en el exilio durante 40 años, primero en la época de Rosas, y luego porque los terratenientes y comerciantes del puerto de Buenos Aires no le perdonaron haber tenido una actitud digna al oponerse a la guerra contra el Paraguay. En París conoció al general San Martín. Antes nos había dejado en su Memoria descriptiva de Tucumán, un emocionado recuerdo de Belgrano. Transcribimos una parte de la descripción que Alberdi hace del libertador, de sumo interés para comprender cómo lo vieron algunos contemporáneos:
“París, 1 de septiembre de 1843.
¡Qué diferente lo hallé del tipo que yo me había formado oyendo las descripciones hiperbólicas que me habían hecho de él sus admiradores en América! Por ejemplo: Yo le esperaba más alto, y no es sino un poco más alto que los hombres de mediana estatura. Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado, y no es más que un hombre de color moreno, (…). Yo le suponía grueso, y, sin embargo de que lo está más que cuando hacía la guerra en América, me ha parecido más bien delgado; yo creía que su aspecto y porte debían tener algo de grave y solemne, pero le hallé vivo y fácil en sus ademanes, y su marcha, aunque grave, desnuda de todo viso de afectación. Me llamó la atención su metal de su voz, notablemente gruesa y varonil. Habla sin la menor afectación, con toda la llanura de un hombre común.
“Al ver el modo de como se considera él mismo, se diría que este hombre no había hecho nada de notable en el mundo, porque parece que él es el primero en creerlo así (…). El general San Martín padece en su salud cuando está en inacción, y se cura con solo ponerse en movimiento.
“De aquí puede inferirse la fiebre de acción de que este hombre extraordinario debió estar poseído en los años de su tempestuosa juventud. Su cabeza, que no es grande, conserva todos sus cabellos, blancos; no usa patilla ni bigote, a pesar que hoy lo llevan por moda hasta los más pacíficos ancianos. Su frente, que no anuncia un gran pensador, promete, sin embargo, una inteligencia clara y despejada, un espíritu deliberado y audaz. Sus grandes cejas negras suben hacia el medio de la frente cada vez que se abren sus ojos, llenos aun del fuego de la juventud.
“Estaba vestido con sencillez y propiedad: corbata negra, atada con negligencia; chaleco de seda negro; levita del mismo color; pantalón mezcla de celeste; zapatos grandes. Cuando se paró para despedirse acepté y cerré con las dos manos la derecha del gran hombre que había hecho vibrar la espada libertadora de Chile y el Perú. No obstante su larga residencia en España, su acento es el mismo de nuestros hombres de América, coetáneos suyos. En su casa habla alternativamente el español y francés (…). Rara vez o nunca habla de política –jamás trae a la conversación con personas indiferentes sus campañas de Sudamérica–; sin embargo, en general le gusta hablar de empresas militares.”
Así lo describe Alberdi. Agreguemos un detalle interesante: tanto San Martín en Europa, como Artigas en su exilio paraguayo, no conversaban de política con extraños.