Probablemente el 8 de marzo, desde la mañana, diarios, revistas, radio y canales televisivos hablen del “Día de la Mujer”, y sus avisos publicitarios inviten compulsivamente a los caballeros a hacernos algún regalo (la oferta comercial será grande, y habrá para todos los bolsillos). Puntual como siempre, este sistema capitalista engulle, transforma y finalmente larga todo convertido en un nuevo “combo” de consumismo.
No es que no nos gusten las gentilezas, pero preferiríamos que, en su lugar, no se nos nieguen nuestros derechos. Entre ellos: recordar ese día como lo que realmente es, una jornada de lucha.
La jornada que nos reúne en la calle, en la fábrica, la escuela, el surco, el piquete, la oficina, el barrio para recordar que, por ejemplo, aunque trabajamos igual que nuestros compañeros, seguimos teniendo salarios y categorías más bajos, y las poquísimas que los alcanzan, deben hacer el doble del esfuerzo.
Para recordar que nuestros hijos son para nuestros empleadores impedimento para darnos trabajo y que crisis y desempleo nos afectan más que a nadie.
Para recordar que las obreras rurales y campesinas trabajan de sol a sol, con un esfuerzo físico semejante al hombre, sin agua, baño ni contemplación, y a veces ni siquiera perciben un salario propio.
Para recordar que aunque trabajamos fuera de casa, todas seguimos estando “obligadas” a seguir la jornada adentro, responsabilizarnos de los chicos, “administrar”, mantener limpio y provisto de comida el hogar. Y que esto es considerado una obligación “natural” y no trabajo.
Para recordar que cuando las cosas vienen mal para los dos, sólo nosotras estamos expuestas a que se nos descarguen la impotencia, la furia, y los golpes.
Para recordar que somos golpeadas, abusadas, violadas, secuestradas y prostituidas y que la inmensa mayoría de los jueces y la policía siguen siendo sordos a los reclamos (cuando no cómplices en los delitos), y sólo intervienen cuando es demasiado tarde.
Para recordar que a pesar de la cháchara oficial, los anticonceptivos y la educación sexual llegan a muy pocas. Y que se siguen muriendo todos los días las mujeres más pobres que, gracias a la penalización del aborto, tomada la difícil decisión, no pueden practicárselo más que en lugares clandestinos a riesgo de su vida.
Para recordar que aunque somos mayoría en muchas fábricas, en organizaciones, movimientos y partidos políticos, son hombres la mayoría de los que nos dirigen. Y que bajo sutilezas tales como “no está todavía preparada” o “está menos preparada que Fulano”, “no tiene experiencia”, “tiene mucho quilombo con la casa”, se esconde la misma discriminación. Que los errores se disculpan entre hombres, pero difícilmente a las mujeres.
Para recordar que no está bien que eduquemos a nuestros hijos varones reforzando estas diferencias con nuestras hijas mujeres.
Lo que queremos
Para recordar, en fin, tantas de las cosas que hacen a nuestra opresión. Pero no sólo para eso: nos encontramos para luchar juntas contra sus causas. Causas que no son “naturales”, sino producto de la historia. De cientos de años, y también de hace pocos años. Causas de opresión que tienen responsables: antes y ahora.
Para luchar contra esas causas, es que enfrentamos a los responsables. Y para acabar en lo inmediato con algunas, les exigimos a los gobiernos, nacional, provinciales, municipales, medidas ya que alivien nuestra situación: queremos salarios acordes con la canasta familiar; queremos medidas a favor de las obreras rurales y el campo; queremos que dejen de pagar IVA los productos para alimentar a nuestros hijos; no queremos más tarifazos; queremos educación sexual, anticonceptivos para no abortar y aborto legal para no morir; queremos que liberen a Romina y también a Valeria Pérez Aquino, la boliviana que arrojó una olla de agua hirviente al marido que la maltrató durante décadas. Por todo eso, y mucho más, estamos dispuestas a luchar.
Y les recordamos a los gobiernos nacional, provinciales y municipales que no seremos el pato de la boda: que la crisis no nos encontrará de brazos cruzados, como no los tuvimos en el 2001.
Y a la presidenta Cristina Fernández, más conocida por usar el apellido de su marido Kirchner, desde las mujeres trabajadoras y del pueblo, le decimos que también nos hierve la sangre cuando vemos la pobreza, pero más nos hierve cuando vemos la injusticia. Por eso lucharemos contra las causas de nuestra injusta pobreza, en las que ella, como Presidenta, tiene tanto que ver. Y lucharemos contra las causas de nuestra opresión, tratando de mantener caliente la sangre y también caliente la cabeza.