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02 de octubre de 2010

Dos mujeres de un paraje nos contaron, los primeros días del acampe, cómo es la vida en el campo en el Gran La Plata, y el porqué de la pelea por la tierra.

Darle la tierra al que quiera trabajarla

Hoy 1334 / Conversación con mujeres arrendatarias en el acampe de Asoma

F y D alquilan tierra para producir. F aclara que ha sido mediera en otro tiempo: “Ahora he ahorrado unos pesitos, así entré a alquilar 3 hectáreas”. Ambas vinieron hace años de Bolivia y echaron raíces en nuestro país. Las entrevistadas comenzaron contándonos que decidieron en la asamblea de paraje estar en el acampe la tercera parte de los socios. “Es para que no se nos haga tan pesado a unos: que venga un día una persona, y que descanse dos días”, aclara F.

¿Cómo es estar en el acampe?

D: Yo estoy desde el miércoles, no me fui todavía a mi casa. Soy consciente a lo que vine, por qué estoy, qué es lo que quiero. Yo sé que es un gran sacrificio que tengo que hacer yo, mis hijos, mi marido, todos, porque si nosotros no nos sacrificamos no conseguimos nada. Son años de lucha, y queremos que nos den alguna solución para todos: 2 hectáreas por familia sería una gran ayuda para que nuestros hijos no pasen necesidades. Nosotros no queremos hacernos ricos. Simplemente no queremos pasar tantas privaciones, no estar pendiente de los alquileres, porque es una plata que vos la das y no la ves nunca más.

¿Cómo fue la discusión para venir a acampar?
F: El problema de la tierra se viene conversando hace mucho tiempo en Asoma. Se ha hecho una asamblea grande donde vimos qué podemos hacer para poder obtener un pedacito de tierra, por qué unos sí pueden tener y nosotros no.
Somos gente que trabajamos en el campo, somos agricultores, pagamos alquiler, no somos dueños. Encima el alquiler subió bastante.
D: El aumento es año tras año, los dueños se aprovechan. Yo pago 1.700 pesos por 1 hectárea y media más la casa. Por una cláusula de contrato no me permiten edificar nada, ni siquiera una casilla, ni un gallinero. Esas son las condiciones que nos imponen. Aparte uno de los requisitos es tener un garante, nadie te sale de garantía.  
F: Pedimos un pedacito de tierra para trabajar, porque sería diferente la vida de todos nosotros. Porque todos los que estamos somos trabajadores, favorecemos a este país, estamos poniendo el lomo todo el día para que la verdura esté. No es fácil estar en el campo. Tenemos que aguantarnos las inclemencias del tiempo: agua, sol, viento, frío, tormentas. Se te rajan las manos pero tenés que hacer igual el trabajo.
Cuando uno hace verdura no importa si está lloviendo, si está helando. Hay que cumplir con el contrato de la gente que viene a cargar. El comisionista viene, carga 100 bultos, 50 bultos, 40. Uno tiene que cumplir, porque si no lo cumple, se va a otro lado.
D: Y el gobierno siempre nos quiere dar migajas, y es un problema para todos porque suponte que nos dan el 10% de algo para la Asoma, pero eso no alcanza para todos. Queremos que nos den para todos, no que nos digan “a Asoma le vamos a dar 30 hectáreas”. Pero somos más de 300 familias, entonces a nosotros 30 hectáreas no nos sirve, porque nos va a crear discordia entre nosotros. A veces la necesidad es tanta, que agarrás, pero te genera problema, y es lo que nosotros no queremos que pase. Queremos que alguien nos escuche, que vean que nosotros necesitamos, que es una necesidad y también un derecho de todos los que estamos acá trabajar el campo. No nos vamos a llevar el campo, sólo lo vamos a trabajar.
F: Queremos comprarlas a esas dos hectáreas, no queremos que nos regalen. Si compramos un pedacito podríamos pagarlo por etapas. Yo pienso que aquí en la Argentina hay muchas extensiones de tierra que están vacías. Esas tierras sin utilizar, se tiene que dar a la gente que quiere trabajarla. No queremos un terreno para que sea para un negocio, para hacerse rico, queremos trabajar.

–¿Qué tipo de producción
hacen ustedes?

D: Nosotros trabajamos verdura chica: lechuga, acelga, zapallito, zuchini, repollo, brócoli, perejil. Eso es lo que viene al campo libre. Porque el tomate o el morrón, encima que es caro producirlo, hay que tener con qué protegerlo. Las semillas de tomate son carísimas, los pesticidas carísimos.
F: A veces lo que produjiste no vale, no tenés lo que invertiste. Hay gente que a pesar de eso lo hace, tratando de obtener de algún lado para producir y quedan debiendo a otros. Hace un mes vendimos la acelga a 2 pesos la jaula con 12 paquetes. Casi todo el día trabajás para recibir 100 o 50 pesos.
D: En dos hectáreas, a lo sumo trabajás tres productos. Y por ese producto tienes que esperar tres meses, sin saber si eso va a tener resultado. Tienes que sumar el costo de la semilla y el abono. Tienes que pagar el alquiler esos tres meses. Y vino la piedra y te hizo bolsa todo, te arruinó. En tres meses no comiste porque no tenías producción para poder cumplir con el alquiler. A veces se deja de comer. Y llega la piedra y te arruina todo. ¿Y qué te queda? Agarrarte la cabeza contra la pared y volver a sembrar, porque tienes un contrato que cumplir. Y seguís sin comer. Tenés que ayudar al vecino para ver si te da una mano, que te dé algo de verdura, o ir a buscar una changuita por ahí. Hasta esperar que lo que vos volviste a poner se venda. Si perdiste todo, se te pierde hasta la esperanza, querés no existir más.

Los niños en el campo
D y F criaron a sus hijos en el surco. “El niño que tiene uno en el campo viene a sufrir lo que no debe sufrir el pobre. Pero está ahí, con sus padres, no le queda otra. No tenemos una alternativa”, sentencia F, tratando de dar cuenta de cómo es la crianza. Para poder trabajar, los ponen en un cajón de verduras hasta que se termina de trabajar. “Porque si no, se te va gateando. Si está seco, está todo bien, gatea, se ensucia. Pero si llueve, hay que estar en el barro, el bebé todo enchastrado. Entonces preservamos que gatee con, porque si se enferma, se agarra una infección, que para nosotras es un martirio”, agrega D.
F: Si se enferma el niño hay que esperar la plegaria del hospital porque a veces dicen “venga al otro mes”, y si se te muere, se te muere, todo depende de Dios el hijo en el campo.
D: A la salita, yo fui una sola vez. Me trataron muy mal. Mi hijo ardía en fiebre, tenía 39 grados. Fui a la salita y el médico empezó a maltratarme porque había ido sin el termómetro.
F: Encima, nos discriminan porque somos bolivianos.
D: Siempre he sentido la discriminación, no de toda la gente, pero en sectores públicos sí, en el hospital, en la escuela, siempre te marginan. Nosotros venimos de nuestro país, desarraigados de todo lo que somos en busca de mejores condiciones de vida, para nosotros y nuestros hijos. La única forma que tenemos para levantar la cabeza en alto es que somos gente trabajadora.
F: Cuando llegamos a la Argentina somos muy tímidos, muy introvertidos, y por eso la gente se da cuenta enseguida que somos nuevos. Entonces se sufre. Uno se construye una defensa. Es preferible venir al campo, no salir a la ciudad, es como que uno aquí está resguardándose de alguien o de algo, como si hubiese hecho algo malo. A veces yo me pregunto ¿A qué vine a la Argentina? Y digo me voy a ir a mi tierra, y al mismo tiempo digo: No. Tengo aquí mis hijos, mi pareja, mis hermanos, todo.

-¿Y cómo van los chicos a la escuela?
D: Ese es otro tema. No consigo un banco en una escuela cercana para mi hijo de 14 años. Tiene que ir a la otra punta, con ese frío de la mañana. Se te parte el alma que salga tan temprano porque no hay una escuela cerca. Yo le digo no te puedes quedar sin estudiar porque vas a llevar la misma vida que la mía.
Hay familias donde los niños no estudian porque si son medieros tienen que trabajar, tienen que hacer una determinada cantidad de carga para cumplir con el patrón. Si te dedicas al hijo, a prepararlo, asearlo, llevarlo, ir a buscarlo, se te va medio día de trabajo, no te queda tiempo para hacer cosas. Entonces, se opta por no mandarlo a la escuela. Se queda en casa a trabajar. Mi hijo llega del colegio, tira la mochila, me ve trabajando y dice: ¿cuánto falta má?