Hay varios estudios que durante los últimos años han demostrado cómo la existencia del capitalismo significa aumentar la desigualdad entre las clases y los países a escala mundial. Uno de los más destacados, que fue elaborado por el Instituto Federal Suizo de Tecnología ubicado en Zurich, basándose en datos sobre 37 millones de compañías e inversores alrededor del mundo, llegó a la conclusión de que 737 corporaciones controlan el 80% de la riqueza del mundo y que la mitad de ella (es decir el 40% del total) está en manos de apenas 147 corporaciones transnacionales.
En ese mismo año 2012, The Transnational Institute establece que, del total de más de 7.000 millones de habitantes en el planeta, apenas 10,9 millones controlan el equivalente a dos tercios del PIB mundial. Esto equivale al 0,001% de la población humana.
El capitalismo sigue su marcha y con ello la concentración de capitales en poquísimas manos se profundiza, demostrando una más de las correctas previsiones de Marx. Es así que en enero de este año, la organización internacional Oxfam publica un informe titulado: “Una economía al servicio del 1%”. Allí se inicia resaltando un dato de la banca suiza que revela que el 1% más rico de la población mundial acumula más riqueza que el 99% restante.
Otros datos que tomamos de Oxfam resaltan aún más la brecha entre ricos y pobres a nivel mundial:
• En 2015, sólo 62 personas poseían la misma riqueza que 3.600 millones (la mitad más pobre de la humanidad). No hace mucho, en 2010, eran 388 personas.
• La riqueza en manos de las 62 personas más ricas del mundo se ha incrementado en un 45% en apenas cinco años, algo más de medio billón de dólares (542.000 millones) desde 2010, hasta alcanzar 1,76 billones de dólares.
• Mientras tanto, la riqueza en manos de la mitad más pobre de la población se redujo en más de un billón de dólares en el mismo período, un desplome del 38%.
• Desde el inicio del presente siglo, la mitad más pobre de la población mundial sólo ha recibido el 1% del incremento total de la riqueza mundial, mientras que el 50% de esa “nueva riqueza” ha ido a parar a los bolsillos del 1% más rico.
Adicionalmente, el estudio deja claro que el mundo ha vivido un importante crecimiento de la economía, pero que los beneficios se reparten de manera totalmente desigual. “El tamaño de la economía mundial se ha más que duplicado en los últimos 30 años”, pero como se ve, el reparto nada tiene que ver un mínimo sentido de justicia.
El capitalismo incapaz de emplear la riqueza existente
Según la publicación inglesa The Economist, una de las más influyentes en el mundo de los negocios, los beneficios de los grandes negocios hoy son “anormalmente altos”, incluso “demasiado elevados para ser buenos”. “En una economía sana la mayor parte de los beneficios van a nuevas inversiones, competencia obliga. Pero los actuales “megabeneficios” son tan importantes que las empresas no saben qué hacer con ellos”.
Vandepitte resalta que las utilidades de las grandes empresas nunca han sido tan altas como ahora. Durante el último cuarto de siglo la tasa de ganancia de las empresas en Estados Unidos pasó del 9% al 16%. En ese mismo período de tiempo se duplicó su parte de riqueza nacional. La tendencia es similar en Europa y Japón.
Pero, usando la expresión de The Economist, “las empresas no saben qué hacer” con tanto recurso que, el año pasado, solo en Estados Unidos dejaba un “excedente” de capital de más de 1 billón (millón de millones) de dólares; cifra que a escala mundial supera los 7 billones de dólares. Este monto, junto con el dinero sucio, se encuentra en los paraísos fiscales (recuérdese de los Panama Papers, como un solo ejemplo), mientras las necesidades de la mayor parte de la población se encuentran desatendidas.
Como se ve, no es que falten recursos sino que están injustamente repartidos. Ese dinero inactivo podría posibilitar empleo digno y pleno, resolver las deficiencias en servicios básicos, garantizar salud y educación a todos.
El capitalismo sirve a los ricos, a los burgueses, a los explotadores. Por ello, las empresas han visto a nivel global reducirse sus impuestos, mientras crecen los que pagan los pobres. Los trabajadores, que son los creadores de la riqueza, no se benefician de ella y el nuevo impulso del neoliberalismo a nivel global conduce a la reducción de sus salarios.
Pero no es solo la falta de empleo de esos recursos. En realidad la búsqueda de fórmulas de resolución de la crisis a favor de los ricos pasa por la destrucción de medios de producción. Esta se da como resultado de la competencia y la existencia de múltiples capitalistas que no se encuentran entre el famoso 1% y que, a diferencia de los más grandes, enfrentan en otras condiciones la crisis del sistema.
Destrucción de fuerzas productivas que se expresa en la capacidad instalada ociosa, el crecimiento del desempleo con trabajadores que podrían poner a trabajar esas máquinas, llegando a la guerra con las consecuentes “reconstrucciones” que se vuelven un gran negocio de reactivación económica.
Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista advierten del carácter estructural y devastador de la crisis en el capitalismo: “Las crisis comerciales, además de destruir una gran parte de los productos elaborados, aniquilan una parte considerable de las fuerzas productivas existentes. En esas crisis se desata una epidemia social que a cualquiera de las épocas anteriores hubiera parecido absurda e inconcebible: la epidemia de la superproducción. La sociedad se ve retrotraída repentinamente a un estado de barbarie momentánea; se diría que una plaga de hambre o una gran guerra aniquiladora la han dejado esquilmada, sin recursos para subsistir; la industria, el comercio están a punto de perecer…
“¿Cómo se sobrepone a las crisis la burguesía? De dos maneras: destruyendo violentamente una gran masa de las fuerzas productivas y conquistando nuevos mercados, a la par que procurando explotar más concienzudamente los mercados antiguos. Es decir, que remedia una crisis preparando otras más extensas e imponentes”.
Ahora, una vez más, lo estamos viviendo. Crisis estructural del sistema, destrucción de fuerzas productivas y conquista de nuevos territorios con el despojo a sus habitantes, como sucede hoy con los grandes emprendimientos extractivistas que alrededor del mundo impulsan las transnacionales. La dialéctica de la vida y del sistema plantea esta realidad: destrucción de fuerzas productivas, por un lado, y desarrollo de nuevas con tecnología más avanzada, por otro. Uno y otro proceso otorgan hoy las enormes riquezas de pocos, referidas más arriba, pero a la vez van creando las condiciones económicas, sociales y políticas para que los pueblos superen el capitalismo.
Escribe Edgar Isch L., En Rupturas, Revista de Investigación, análisis y opinión, Quito, Ecuador. http://www.revistarupturas.com