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20 de noviembre de 2019

¿Cuál es el camino para terminar con el patriarcado y la opresión de género?

Debates teóricos detrás del cambio de nombre del ENM

En los talleres del Encuentro Nacional de Mujeres y en los debates que se dieron en estas semanas alrededor del cambio de nombre, quedaron claras dos cuestiones: que este espacio siempre fue plurinacional en su composición y que, en él, hace muchos años que participan todas las personas que se identifican como mujeres. Entonces, cabe preguntarse: ¿Qué es lo que hay, de fondo, detrás de este debate? En mi opinión, hay un debate teórico y estratégico sobre el camino para terminar con el patriarcado y la opresión de género, que no sólo está en discusión en el nombre del Encuentro. Es un debate que atraviesa el movimiento feminista y de mujeres en Argentina y seguramente otras partes del mundo.

El desarrollo del #NiUnaMenos como fenómeno de lucha de masas en 2015, la organización con contundencia de los paros de Mujeres, la explosión de masividad de los ENM y, en 2018, la ola verde que instaló definitivamente la legalización del aborto en la agenda política en la Argentina, han tensionado los debates sobre la forma de abordar la lucha contra el patriarcado.

Las organizaciones de mujeres han crecido, han nacido nuevas, los partidos políticos de izquierda han generado agrupaciones feministas propias y hasta sectores del peronismo y del kirchnerismo hoy se reivindican “nacionales, populares, democráticas y feministas”. Sin embargo, son pocas las corrientes que están haciendo un debate que salga de lo superficial y aborde verdaderamente los orígenes del patriarcado y la forma de enfrentarlo para acabar con ese sistema de relaciones de poder basadas en la superioridad del hombre sobre la mujer.

En este marco, se viene desarrollando una corriente feminista nueva, que se aleja de los feminismos europeos, occidentales, blancos y “hegemónicos” y que, entre otras diferencias –en mi opinión– ya no se plantea solamente la lucha por los derechos y las posiciones de las mujeres en una sociedad que no cambia, sino un feminismo que se está planteando cambiar el sistema y la sociedad en su conjunto. Un feminismo que se autodenomina anticapitalista y está empezando a instalar ideas y prácticas políticas de cómo salir del patriarcado.

La idea y la intención de cambiar el nombre del Encuentro de Mujeres, entiendo, en este sentido, que no está al margen de este debate teórico. No es casual que en todo este debate aparezca como central el eje de las mujeres, las disidencias (como sector oprimido por el patriarcado) y el enfoque plurinacional. En varios talleres se intercambió sobre la supuesta necesidad de nombrar a las originarias y a las disidencias, y muchas compañeras preguntaban por qué no aparecía también la necesidad de nombrar a las obreras, las campesinas y las desocupadas, mujeres, en definitiva, también absolutamente invisibilizadas por el sistema. Es decir, hay una fuerte disputa por poner como principal la condición nacional y la de género, y sacar de la escena la condición de clase.

Más allá de las posibles intencionalidades de algunos grupos minoritarios de romper y dividir el Encuentro, entiendo que hay corrientes feministas que no parten de una intención divisionista, sino que están disputando la hegemonía del movimiento de mujeres con un debate profundo sobre la salida política del patriarcado. Entiendo que hay, al menos, tres ejes centrales que pueden destacarse en esta corriente.

Tres debates centrales
Por un lado, sobre el origen del patriarcado. Silvia Federici es hoy una de las teóricas más influyentes de esta corriente e identifica al capitalismo y la modernidad como la causa del sometimiento de las mujeres. Esta autora sostiene que en las sociedades precapitalistas las mujeres hacían trabajo colectivo, eran poseedoras de las tierras que cultivaban, tenían en sus saberes conocimientos medicinales significativos y su trabajo era valorado socialmente. Federici explica como condiciones intrínsecas del capitalismo a la colonización, la expulsión del campesinado de las tierras y la caza de brujas. Especialmente identifica a la quema de las mujeres como determinante para la acumulación originaria capitalista. En este esquema entonces aparece como especialmente relevante en este nuevo sistema social, el sometimiento de los pueblos originarios de América y el sometimiento de las mujeres. Es decir, hay una negación de que los sistemas anteriores al capitalismo hayan sido sistemas patriarcales y que el origen de esta opresión esté relacionado –como sostenemos desde el marxismo– en la instalación de la sociedad de clases, la propiedad privada y el Estado. Esto coincide plenamente con varias notas periodísticas que circularon previamente al ENM y es parte de lo que apareció en la Asamblea de Feministas del Abya Yala en La Plata organizado por Claudia Korol donde referían al sistema capitalista como racista y patriarcal, pero no como clasista.

En segundo lugar, y relacionado con lo anterior aparece el debate sobre el sujeto de cambio social. Ante un sistema capitalista racista y patriarcal, los actores centrales de la transformación pasan a ser las mujeres (junto a las disidencias por ser oprimidas por el patriarcado) y los pueblos indígenas (especialmente las mujeres originarias). Silvia Federici ha elaborado la teoría por la cual sostiene que el trabajo reproductivo al que el capitalismo relegó a la mujer es en realidad una condición indispensable para la acumulación capitalista, porque según ella mientras el obrero genera mercancías, la mujer produce la mercancía más importante que es la fuerza de trabajo. Por ello, para ella el trabajo doméstico de la mujer es el pilar de las otras actividades. Según esta autora, el capitalismo “creó muros entre las mujeres y hoy las mujeres están resistiendo, están creando nuevas formas cooperativas de reproducción que están rompiendo esos muros”.

Para estas corrientes el sujeto social deja de ser la clase obrera (y su alianza con el campesinado, y otros sectores oprimidos como los y las originarias) y pasan a ser otros sujetos a los que denominan “colectivos desfavorecidos” o “subalternizados”: Los pueblos indígenas, los migrantes, las mujeres, las disidencias, etc.

Y en tercer lugar, en línea con lo anterior, el debate se instala sobre cuál es la salida del capitalismo patriarcal. Hace algunas semanas Federici hizo una gira por Argentina, Paraguay y Brasil. En ese marco dio una conferencia en Neuquén cuyo título resume mucho de su pensamiento: “Armar mundos feministas comunitarios y anticapitalistas para acabar con la explotación y los sufrimientos”. Es decir, el llamamiento consiste en crear o recrear nuevos espacios y formas de poder para acabar con el capitalismo. Alega que la creación de sistemas comunitarios de vida, las experiencias de reproducción comunitaria (como comedores, merenderos, etc.) están creando una nueva sociedad, un nuevo mundo. Un mundo basado en “entramados comunitarios y afectivos” en los que se están “recuperando formas de vida típicos de pueblos precapitalistas, latinoamericanos y de los Pueblos Indígenas”. Por eso, no es menor cuando se instala la consigna de la pelea por “un mundo feminista”. Justamente para estas corrientes no es la liberación del pueblo una condición necesaria para la liberación de las mujeres, sino la liberación de las mujeres lo que va a generar el cambio social necesario para “hacer caer el sistema”. Es por ello que lograr “el mundo feminista”, es lograr un mundo donde las “alternativas” al poder (y no la toma del poder) son las experiencias de cambio que conseguirán, así, hacer “caer al patriarcado”. En este sentido hemos escuchado decir que así como el marxismo habría sido el pensamiento que guió el cambio social en el siglo 20, el feminismo sería el pensamiento que guía el cambio social en el siglo 21. Y esto empalma también con la idea que ha recorrido parte del debate en los paros de mujeres, donde el paro en las tareas reproductivas o de cuidados, era más importante que el paro de las mujeres en la producción.

En conclusión no es casual que en el Encuentro estos sectores no tengan la preocupación de visibilizar a las obreras, las campesinas y las desocupadas, en tanto la condición de clase ha dejado de ser para ellos un factor decisivo en la lucha de las mujeres y del pueblo por la liberación. Y tampoco es casual el ninguneo que muchas de estas corrientes hacen de la profunda transformación que las experiencias socialistas generaron para la vida de millones de mujeres, especialmente en la Unión Soviética y en China. Desaparecen de todo análisis las conquistas que consiguieron las mujeres de esos países en esos procesos revolucionarios que, si bien fueron derrotados, han dejado importantes enseñanzas para recuperar.

Es decir la disputa no está en el nombre del ENM, sino en qué estrategia y qué táctica nos damos para acabar con la opresión. Coincidimos en que hay que acabar con el capitalismo, pero reafirmamos el camino revolucionario, uniendo al pueblo en esta etapa imperialista, y hemos aprendido, como decía Lenin, que la profundidad del movimiento revolucionario se mide por la participación de las mujeres en él. Hoy efectivamente las mujeres encabezamos grandes procesos de lucha, por eso fueron muy significativos el acto en apoyo a la obrera rural del limón Dalinda Sánchez, que está peleando en un sindicato como Uatre cuya cúpula es patriarcal y macrista, y el saludo de Roonie de Kurdistán con la reivindicación de la heroica lucha que está dando el Ejército Femenino de mujeres kurdas por la liberación de su pueblo. Nosotras luchamos para unir a las mujeres, con amplitud, sin sectarismos, y trabajamos como movimiento de mujeres para unirnos al conjunto del pueblo por la liberación de nuestra doble opresión.

Escribe Micaela Gomiz

Hoy N° 1792 20/11/2019