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11 de noviembre de 2010


Declinación del imperialismo yanqui

Documentos del PCR / tomo 6

Se ha hecho evi­den­te la decli­na­ción de la hasta no hace muchos años inne­ga­ble supe­rio­ri­dad Económica mun­dial del impe­ria­lis­mo yan­qui. Aunque los Estados Unidos son aún el prin­ci­pal cen­tro eco­nó­mi­co del lla­ma­do capi­ta­lis­mo occi­den­tal, y han liga­do estre­cha­men­te la eco­no­mía de otros paí­ses capi­ta­lis­tas a la de ellos, su deca­den­cia es clara: su eco­no­mía es fuer­te­men­te espe­cu­la­ti­va, está alta­men­te endeu­da­da, tiene ten­den­cia a la desin­dus­tria­li­za­ción y un alto índi­ce esta­ble de deso­cu­pa­ción (de más del 5%).
El Quinto Congreso de PCR plan­teó, “Ha con­clui­do un perío­do: la era Reagan” … “Reagan se pro­pu­so devol­ver a los Estados Unidos la repu­ta­ción y el poder que tuvie­ron déca­das atrás. Logró, en esa direc­ción, éxi­tos impor­tan­tes. Pero sus aspi­ra­cio­nes han sobre­pa­sa­do la situa­ción y sus posi­bi­li­da­des rea­les..”. “Los recien­tes fra­ca­sos de Reagan son la expre­sión de que sus deseos hege­mó­ni­cos no tuvie­ron en cuen­ta la corre­la­ción de fuer­zas real”. (PCR Quinto Congreso. Documentos, págs. 54 y 55).
A los EE.UU. le es cada día más difí­cil impo­ner su hege­mo­nía en el lla­ma­do mundo occi­den­tal y sus pro­ble­mas eco­nó­mi­cos han con­tri­bui­do a des­es­ta­bi­li­zar peli­gro­sa­men­te la eco­no­mía mun­dial, como se demos­tró el 19 de octu­bre de 1987 con la caída de la Bolsa de Nueva York. Por lo que se ha dicho, con razón, que el capi­tal finan­cie­ro esta­dou­ni­den­se está bai­lan­do sobre un vol­cán, y junto con él, todo el capi­tal finan­cie­ro inter­na­cio­nal.
Los EE.UU. emer­gie­ron de la Segunda Guerra Mundial como el poder mili­tar y eco­nó­mi­co domi­nan­te del mundo capi­ta­lis­ta.
Desde media­dos de la déca­da del 60 los mono­po­lios yan­quis se enfren­ta­ron a desa­fíos cada vez más serios que ero­sio­na­ron su pode­río inter­na­cio­nal. Grandes luchas obre­ras y popu­la­res los obli­ga­ron a hacer con­ce­sio­nes y sufrie­ron gra­ves derro­tas en el Tercer Mundo que siguie­ron a su fra­ca­so en la gue­rra de Corea. Declinó, desde la déca­da del 60, la com­pe­ti­ti­vi­dad de sus expor­ta­cio­nes fren­te a las de Europa y Japón. Ya en la déca­da del 70 la derro­ta en Vietnam tuvo gra­ví­si­mas con­se­cuen­cias inter­nas y exter­nas para el impe­ria­lis­mo yan­qui.
La super­po­ten­cia rival –la URSS– aumen­tó sig­ni­fi­ca­ti­va­men­te su pode­río mili­tar hasta equi­li­brar al de los EE.UU. e inclu­so supe­rar­lo en aspec­tos deci­si­vos. El pro­pio mer­ca­do inter­no yan­qui comen­zó a ser inva­di­do por las impor­ta­cio­nes extran­je­ras, espe­cial­men­te las de ori­gen japo­nés. Los paí­ses del Tercer Mundo, logra­ron, al menos tran­si­to­ria­men­te, un mayor con­trol sobre el pre­cio de sus recur­sos natu­ra­les afec­tan­do par­ti­cu­lar­men­te a los mono­po­lios yan­quis que se habían bene­fi­cia­do duran­te años con la caída del costo real de la mate­ria prima impor­ta­da (sobre todo los com­bus­ti­bles).
Reagan trató de rever­tir la cri­sis y dete­ner el dete­rio­ro de la hege­mo­nía yan­qui. Lo hizo a tra­vés de esti­mu­lar la eco­no­mía con los gas­tos del Estado, redu­cir la carga impo­si­ti­va a gru­pos mono­po­lis­tas y aumen­tar el défi­cit del pre­su­pues­to esta­tal. Paralelamente llevó ade­lan­te una dura polí­ti­ca de enfren­ta­mien­to al expan­sio­nis­mo sovié­ti­co y de lucha con­tra las ideas derro­tis­tas que habían cre­ci­do en los EE.UU. luego de la gue­rra de Vietnam.
Entre 1980 y 1985 el pre­su­pues­to del Pentágono aumen­tó en un 51%. Los gas­tos de gue­rra abar­ca­ron hasta el 27% del pre­su­pues­to nacio­nal. En 1987 el pre­su­pues­to mili­tar osci­la­ba en los 320 mil millo­nes de dóla­res com­pa­ra­do con los 143 mil millo­nes de 1980. En los hechos Reagan impul­só, a tra­vés de esos meca­nis­mos, una direc­ción alta­men­te cen­tra­li­za­da del capi­ta­lis­mo yan­qui. El défi­cit fis­cal cre­ció en forma impre­sio­nan­te: sólo en 1981 fue de 200 mil millo­nes de dóla­res. Todo esto acom­pa­ña­do de una caída del poder adqui­si­ti­vo de los sala­rios y de un aumen­to de la dife­ren­cia­ción de cla­ses para esti­mu­lar el con­su­mo de las cla­ses altas.
Inicialmente las medi­das rea­ga­nia­nas tuvie­ron éxito. Gracias a la sobre­va­lua­ción del dólar, con tasas de inte­rés ele­va­das, los EE.UU. logra­ron inter­na­cio­na­li­zar el finan­cia­mien­to de su eco­no­mía, con deu­das acu­mu­la­ti­vas. Pero los EE.UU. se trans­for­ma­ron en un gran deu­dor. De ser el prin­ci­pal país acree­dor del mundo pasa­ron a ser el más gran­de deu­dor.
Todo esto impli­có un estí­mu­lo al capi­tal espe­cu­la­ti­vo sobre el pro­duc­ti­vo. No solo se endeu­dó el esta­do yan­qui. También se endeu­da­ron sus cor­po­ra­cio­nes. Debido a la sobre­va­lua­ción del dólar caye­ron las expor­ta­cio­nes yan­quis y cre­cie­ron las impor­ta­cio­nes. Todo esto fue hecho con el obje­ti­vo de moder­ni­zar la eco­no­mía yan­qui eli­mi­nan­do sus ramas indus­tria­les más vie­jas y ele­van­do la pro­duc­ti­vi­dad. Esto sólo se logró en parte; pero a tra­vés del cre­ci­mien­to de la indus­tria de gue­rra y del cre­ci­mien­to de los sec­to­res de ser­vi­cios. Las gran­des cor­po­ra­cio­nes yan­quis están cada vez más liga­das a la indus­tria de gue­rra, esen­cial­men­te al pro­yec­to de ini­cia­ti­va de Defensa Estratégica (así suce­de con la General Motors que absor­bió, para ello, a la Electronic Data Systems; la General Electric que se fusio­nó con la R.C.A.; la Caterpillar Tractor Company; la Good Year que tra­ba­ja para la pro­duc­ción mili­tar aero­es­pa­cial; la Ford; la General Dynamics; la Lockheed; la Douglas; etc.; hasta la vieja cor­po­ra­ción Singer aban­do­nó la pro­duc­ción de máqui­nas de coser para dedi­car­se a la indus­tria aero­es­pa­cial). Todo esto acom­pa­ña­do por un gigan­tes­co cre­ci­mien­to del capi­tal finan­cie­ro. Según un estu­dio del Senado de los EE.UU. unas 15 ins­ti­tu­cio­nes finan­cie­ras con­tro­lan casi todas las prin­ci­pa­les cor­po­ra­cio­nes. Así por ejem­plo, según publi­ca­cio­nes perio­dís­ti­cas yan­quis, el grupo Morgan sería el prin­ci­pal accio­nis­ta de la Mobil, la General Electric, Westinghouse, Sears y otras vein­te cor­po­ra­cio­nes, y era, en 1982, el prin­ci­pal accio­nis­ta de ban­cos que eran, a su vez, prin­ci­pa­les accio­nis­tas de otras cor­po­ra­cio­nes yan­quis y mun­dia­les.
Al momen­to de balan­ce­ar sus resul­ta­dos las medi­das rea­ga­nia­nas, si bien logra­ron fre­nar tran­si­to­ria­men­te el expan­sio­nis­mo sovié­ti­co, pro­du­je­ron una desin­dus­tria­li­za­ción real y un explo­si­vo cre­ci­mien­to del capi­tal fic­ti­cio. Este apro­ve­chó las fusio­nes de empre­sas, por miles de millo­nes de dóla­res, no para rein­ver­tir, sino para vaciar­las y que­brar­las. Creció en forma tre­men­da el défi­cit fis­cal, la eco­no­mía yan­qui se ha hecho muy vul­ne­ra­ble, con el ries­go de arras­trar en su caída a toda la eco­no­mía mun­dial (por­que el cre­ci­mien­to de los ban­cos y com­pa­ñías trans­na­cio­na­les ha inter­na­cio­na­li­za­do la cri­sis en un grado nunca visto antes; agra­van­do la espon­ta­nei­dad de los pro­ce­sos eco­nó­mi­cos). La polí­ti­ca rea­ga­nia­na aumen­tó la depen­den­cia y la opre­sión finan­cie­ra de los paí­ses del Tercer Mundo y, en los EE.UU., aumen­tó la can­ti­dad de fami­lias por deba­jo del lími­te de pobre­za (un 14% de la pobla­ción en 1983) con por­cen­ta­jes mucho mayo­res entre los lati­no­a­me­ri­ca­nos y negros. Centenares de miles de fami­lias gran­je­ras aban­do­na­ron el campo (399.000 fami­lias sólo en 1985) y de un millón de gran­jas que sub­sis­ten sólo 50.000 con­cen­tran el 51 % de la pro­duc­ción, por lo que ese pro­ce­so de pau­pe­ri­za­ción del cam­pe­si­na­do pobre y medio segui­rá.
En la déca­da del 80 los ban­cos yan­quis han desa­pa­re­ci­do de los pri­me­ros pues­tos de la banca mun­dial. En 1985, entre los 35 pri­me­ros, sólo uno de los prin­ci­pa­les ban­cos del mundo (el Citibank) era yan­qui. La deuda del Tercer Mundo, en espe­cial la de América Latina, gol­peó prin­ci­pal­men­te a los ban­cos yan­quis (el Bank of América, que era el prin­ci­pal banco en la déca­da del 70, cayó ahora al lugar 38).
Antes de la reu­nión de Malta, mili­tar­men­te, el impe­ria­lis­mo yan­qui esta­ba cada día más atra­pa­do por la situa­ción en América Central, en donde no pudo aplas­tar al san­di­nis­mo y fra­ca­só en varios inten­tos de golpe de Estado con­tra Noriega. Sólo apun­ta­ba a su favor la nada pres­ti­gio­sa liqui­da­ción del gobier­no de Bishop, en Granada, a tra­vés del tra­di­cio­nal des­em­bar­co de sus mari­nes. Sus pro­vo­ca­cio­nes con­tra Libia y en el Golfo Pérsico le valie­ron la uná­ni­me con­de­na inter­na­cio­nal.
Todos estos hechos están en el tras­fon­do de la actual polí­ti­ca yan­qui de dis­ten­sión. El impe­ria­lis­mo yan­qui nece­si­ta ganar tiem­po para pro­du­cir los cam­bios que le garan­ti­cen seguir sien­do la prin­ci­pal poten­cia del lla­ma­do “mundo occi­den­tal” y poder ven­cer, en su lucha por la hege­mo­nía mun­dial, a la URSS, la super­po­ten­cia rival.