Noticias

02 de octubre de 2010

escribe Fernanda Pazos

Del amor y el odio en los tiempos del dengue

Hoy 1262 / Jujuy: la desprotección del Estado

La noticia parecía lejana para los que vivimos cerca de la capital jujeña: en Caimancito había llegado el dengue y no había dejado a muchos ajenos a la epidemia. Era un número alto el de infectados (ya no se pueden recordar tantos números), sobre todo teniendo en cuenta la poca población de esa localidad.
Las noticias seguían llegando a cuentagotas, el dengue avanzaba desde Caimancito por el ramal jujeño. Ya atacaba en Libertador. Y de repente, las noticias del Chaco eran duras, pero también parecía lejano. Jujuy estaba dentro de la zona roja, pero apenitas.
Eso parecía… Y Orán, muy cerca de las ciudades del ramal jujeño, tenía ya dos muertes. Una hace días, y otra, reciente, de una ex concejal.
Hoy una fiebre asusta. Sólo paracetamol hay que tomar. Hay que tener plata para una tabletita. Hay que poner repelente cada tres horas, no mucho porque es tóxico. Hay que tener para comprar repelente. ¿Y si son más de cinco en el grupo familiar? Los números se van a las nubes. Los más humildes, como siempre, con las manos atadas a la hora de prevenir la enfermedad y la muerte en forma elemental.
Las noticias del dengue se mezclan con las recomendaciones de autoridades de que no viajen a esta zona por feriados largos. Parecemos en cuarentena. Estamos como en los tiempos del cólera. ¿A qué barco subir para poner la bandera y no tocar tierra? Claro, antes de subir, poner Kaothrina en el barquito, por si las moscas (por si el mosquito, mejor dicho). Como en la casa. Lástima que un frasquito para tres pasadas cuesta trece pesos, y tampoco podemos estar tanto tiempo sin limpiar el piso de la casa, a los efectos de mantener el efecto residual del veneno (no tan tóxico, dicen).
¿Y si cerramos las ventanas y puertas, donde las hay, nos ponemos repelente, donde hay para comprar, pasamos un trapo con Kaothrina, también donde hay para comprar, y no salimos más de las casas? Y si no aislarnos con un aire acondicionado y ponemos la temperatura exacta para que no haya mosquitos… Para todo hay que tener plata. Y hay que poder estar encerrado, cosa difícil para el que no vive de la renta, o vive trabajando, o simplemente no soporta el encierro.
Que los mosquitos queden afuera… Pero no se puede. Hay que salir a trabajar, a pelearla, llevar a los chicos a la escuela, a los más chiquitos a la guardería y al jardín (¿y hasta donde poner repelente para que no vaya a la boca?). Cada día sin una picadura es un día de suerte.
¿Y cómo espantarán o matarán los mosquitos en esos lugares públicos? El Estado oculta los muertos y los enfermos. Pero los rumores de muertes corren igual por el pueblo, y espantan. El Estado nos dice que hay que sacar las chatarras de los patios, pero ¿revisa si los tanques de agua están tapados en los techos? ¿Deschatarrea el pueblo donde debe? ¿Saca el agua estancada donde debe? ¿Fumiga en proporción a las necesidades de dar muerte al mosquito transmisor del dengue? ¿Acerca kaothrina y repelente a las casas? Nada de esto. Estamos absolutamente desprotegidos en medio de una epidemia. Rogando que venga el frío que tarda demasiado en llegar por las provincias del norte. Rogando que no aparezca una nueva picadura en el cuerpo de uno y especialmente en el de los hijos. Rogando que no aparezca fiebre…
Y como el ruego es vano, no queda otra que organizarse. Para que la desprotección del Estado no nos mate, junto con el mosquito. Y el amor que hace que se cuiden unos a otros, se transforma en odio cuando una muerte evitable llega a los oídos, a la cuadra, al vecino. O que llegue la fiebre nomás, de dengue, aunque siendo evitable no nos mate, pero nos ponga en un escalón más cerca de la muerte ante una nueva picadura del mosquito con dengue. Y por ahí hasta tuvimos dengue y no nos enteramos porque no aparecieron los síntomas… y estamos cerca de la variante hemorrágica y ni sabemos…
La desprotección del Estado manifiesta un profundo desprecio por la vida del pueblo. Y como siempre, en medio de las rocas que nos oprimen, con las pestes, con las muertes, con la fiebre, sale la furia que difícil no estalle antes de que llegue el frío a estos lugares, que congele el dengue apenas hasta el verano que viene.