Aquella gesta estudiantil venía enmarcada en una oleada de luchas populares: las huelgas y movilizaciones obreras que conmovieron al país desde principio de siglo y culminarían con el histórico levantamiento de 1919; los impresionantes combates del campesinado que en 1912 asentaron ese hito decisivo que fue el Grito de Alcorta; los levantamientos armados encabezados por Irigoyen reclamando el voto universal y secreto.
Fue la expresión universitaria de todo un pueblo que se ponía de pie para enfrentar la realidad de hambre, sometimiento y atraso generada por el país de la “generación del 80”. Esa lucha por cambios en la universidad era acompañada con el proceso de democratización que vivía la Argentina a partir del ascenso al gobierno del radicalismo y recogía los vientos revolucionarios de la Rusia de 1917.
En un inicio concentró sus exigencias en un gobierno autónomo con participación estudiantil. Adelantándose a las modernas teorías pedagógicas y levantando avanzados reclamos políticos, ubicó a los estudiantes como eje de la actividad educacional. Reivindicó para ellos un papel activo y creador, tanto en la enseñanza como en la conducción de las casas de estudio, opuesto a la pasividad y sumisión a la que estaban condenados. Al mismo tiempo planteó la autonomía universitaria, la periodicidad de cátedra, los concursos para el nombramiento de docentes, la asistencia libre y otras reivindicaciones democráticas.
A poco fue ampliando sus bases programáticas, en el sentido de vincular la Universidad con la realidad social. Primero “encarando el examen de los grandes problemas nacionales”; luego, planteando que los cambios de fondo en la Universidad estaban ligados a las transformaciones del mismo tipo que se hicieran en el país. “No Hay reforma Universitaria sin Reforma Social”, fue la consigna que sanciona en 1932 el II Congreso de la Federación Universitaria Argentina (FUA). En el mismo hubo posiciones avanzadas que, ya entonces, plantearon la necesidad de una revolución agraria antiimperialista, con la conducción hegemónica del proletariado, como condición para una transformación trascendental de la Universidad.
Por encima de las limitaciones que mostrara a poco de su gestación, más allá de que muchos ataques contra los estudiantes, la universidad y la patria se hayan hecho -y se hagan- en nombre de la Reforma Universitaria, el profundo significado de estos acontecimientos reside en que fue contra los pilares básicos de una institución conservadora y represiva, y con ello, contra las expresiones universitarias del atraso y la dependencia del país.
La universidad que queremos y necesitamos
Lo fundamental de los postulados de 1918 permanecen vigentes, porque expresan problemas básicos de las universidades en un país que tiene un grave atraso y dependencia y que hoy se profundiza con la política del gobierno de Macri: que avanza con el recorte presupuestario a la universidad, la reducción de las actividades reservadas a los títulos para fomentar la orientación de los contenidos hacia carreras cortas, que saquen técnicos y profesionales al servicio de los intereses de monopolios extranjeros.
Las bases de la lucha de 1918 conservan su validez dentro de un programa superador. Tal programa recoge esas banderas y sintetiza 100 años de lucha estudiantil -con aciertos y errores- y se enmarca en nuevos contenidos liberadores, diseña una nueva universidad y marca el camino para conquistarla: es el programa de la Universidad del Pueblo Liberado.
La necesidad de cambios revolucionarios y profundos en el país, que pasan esencialmente por la liquidación del latifundio terrateniente y la dependencia, y exigen la destrucción del Estado represivo que lo sostiene, constituyen el núcleo orientador de ese proyecto de universidad. Son cuatro los rasgos principales que la caracterizan:
Será popular, porque tendrán acceso a ella los hijos de los obreros, empleados y campesinos pobres; es decir, la mayoría de la juventud argentina para la cual hoy está vedada la educación superior.
Será científica, porque liberados de la represión oscurantista y de las deformaciones cientificistas, los métodos y contenidos de su enseñanza e investigación estarán arraigados en nuestra realidad y dirigidos a satisfacer las auténticas necesidades del pueblo y los verdaderos intereses de la Patria.
Será nacional, pues toda su actividad estará regida por el principio de apoyarse en nuestras propias fuerzas: recogiendo las más avanzadas conquistas de la humanidad y abierta a diferentes corrientes de pensamiento, pero integrándolas a las prioridades de un país que necesita -para asegurar su independencia- construir su propia ciencia, su propia tecnología y su propia cultura.
Será democrática, pues su funcionamiento se asentará en la libre expresión de los sectores que lo componen, que participarán de su gobierno en forma igualitaria.
Hoy N° 1721 13/06/2018